Petro puso a Colombia a hablar de bienestarina; pero hay que aclarar una gran confusión
Las declaraciones del presidente Gustavo Petro generaron un debate sobre la bienestarina en el que ha reinado la confusión y los señalamientos políticos. Pero, en el fondo, hay un debate mucho más complejo sobre alimentación que está pasando de agache.
Paula Casas Mogollón
Sergio Silva Numa
El presidente Gustavo Petro cerró la última semana del año en medio de la controversia. Los mensajes que publicó en Twitter sobre la bienestarina, el popular complemento nutricional que se distribuye en Colombia desde la década de 1970, desataron una intensa discusión. (Lea: “Cuando el ICBF entrega bienestarina está cometiendo un grave error”: Petro)
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El presidente Gustavo Petro cerró la última semana del año en medio de la controversia. Los mensajes que publicó en Twitter sobre la bienestarina, el popular complemento nutricional que se distribuye en Colombia desde la década de 1970, desataron una intensa discusión. (Lea: “Cuando el ICBF entrega bienestarina está cometiendo un grave error”: Petro)
Federico Gutiérrez, el excandidato presidencia por el Centro Democrático, fue uno de los últimos que participó en el cruce de mensajes. En un video le reclamaba ayer a Petro por haberle pedido al ICBF que no comprara ese producto y lo señalaba de usar “argumentos falsos”. Como prueba mostraba pantallazos de títulos de varios medios de comunicación que repetían la misma idea: “Petro le pide al ICBF no comprar más bienestarina”.
Ante la polémica, el presidente trató de atajar la discusión: “Hermano Fico, deje de decir mentiras así sea un día”, escribió el jueves. “Nadie va a prohibir la bienestarina, solo que se debe producir con alimentos colombianos. ¿Sabe por qué? Porque aumenta la riqueza nacional y se logra soberanía alimentaria: el camino más eficaz para acabar la desnutrición”. Su aclaración llegó tarde. Desde que publicó sus primeras declaraciones, la confusión reinó de la mano de noticias que anuncian el fin del complemento nutricional.
Los interrogantes que, desde entonces, ha dejado este episodio, son varios: ¿Es buena la bienestarina? ¿Qué pasa si se deja de distribuir? ¿Se puede reemplazar? ¿Realmente nos está costando “un ojo de la cara”, como anotó Petro en su primer mensaje? ¿Qué tiene que ver en todo esto la “soberanía alimentaria”?.
Empecemos por lo más simple: la bienestarina, contrario a lo que han sugerido algunos medios de comunicación y usuarios de Twitter, no es, propiamente, un alimento. Como dice Sara Eloisa Del Castillo, profesora de Nutrición Pública y Directora Instituto de Estudios Ambientales de la U. Nacional, es un complemento nutricional importante en la alimentación de los menores. Pero, como han señalado en algunos casos, “es un error decir que cubre la mitad de calorías de un niño o una niña. Es un complemento de sus dietas”, resalta.
Ese producto, explica Mercedes Mora, nutricionista, dietista y profesora de la Nacional, está compuesto por cereales y leguminosas que, al ser combinados, ofrecen una buena calidad nutricional. Con el paso del tiempo, la fórmula se ha ido mejorando y le han añadido, por ejemplo, Omega 3 y hierro. Entre su larga lista de ingredientes también tiene proteínas, carbohidratos, vitamina A, B2, C y D. (Puede leer: La primera infancia en el Gobierno Petro, más allá de la directora del ICBF)
La Bienestarina Más, el principal producto y que también se distribuye a gestantes y lactantes, fue desarrollado en 2013 por el ICBF, en cabeza de Ana María Ángel Correa, nutricionista, dietista y exdirectora de nutrición. La idea, recuerda Ángel Correa, ha sido “poder darle un aporte nutricional diferencial para esta etapa de la vida en la que los requerimientos de energía y nutrientes que se necesitan aumentan”.
La entidad también ofrece una presentación líquida a quienes no cuentan con agua potable. Hoy la bienestarina hace parte de la alimentación de 2,5 millones de menores, muchos en situación de vulnerabilidad y sin acceso a una alimentación adecuada. Su producción está asegurada hasta 2027, tras una licitación pública que se hizo en febrero de 2022 por $1,1 billones.
Aunque la bienestarina no se importa, como dijo Petro, y se fabrica en dos plantas de procesamiento del ICBF, ubicadas en Sabanagrande (Atlántico) y Cartago (Valle del Cauca), sí está compuesta por tres ingredientes importados: harina de trigo, fécula de maíz y soja. Ese punto, comenta Fabio Sánchez, profesor en los Andes y Ph.D. en economía, es el que parece causar tanta inquietud. Pero la pregunta adecuada, para él, es, ¿cómo podría Colombia producir esos productos de forma competitiva?
La respuesta, por el momento, nadie la tiene, pero quienes trabajan en el campo de la nutrición no han visto con buenos ojos que las preocupaciones relacionadas con que el país no pueda garantizar toda la materia prima para hacer bienestarina “afecten la alimentación de niños, niñas y mujeres embarazadas y lactantes”. Así lo manifestó en un comunicado el Colegio Colombiano de Nutricionistas-Dietistas, en el que invitaba a Petro a reflexionar sobre su confuso mensaje inicial.
Además, dice Ángel, en Colombia sí se adquieren productos para fabricar la bienestarina. “La ley de compras públicas obliga al Estado a hacer esas adquisiciones”, recalca. Para ella, terminar la producción de bienestarina tendría una incidencia fuerte en la desnutrición crónica, que es el retraso en talla, la afectación neuronal en el crecimiento y desarrollo de los niños. Sánchez añade otro efecto en caso de que se tomara esa medida: el que tendría sobre la economía, pues es una actividad que genera empleos e ingresos laborales.
Un problema de fondo
Hay uno de los mensajes de Petro en el que muchos concuerdan: “Para que lograr que los niños estén nutridos, lo que se tiene que lograr es que el territorio produzca la comida suficiente y no importarla”. Lo idea, por supuesto, es que los niños y niñas y mujeres gestantes sean alimentados con comida, con productos que sean de sus regiones. (Lea también: Los consejos de un Nobel de Economía para la primera infancia en Colombia)
Pero, si ha habido dificultades en la entrega de bienestarina, “¿cómo garantizar que eso suceda si no tenemos la infraestructura que lo permita?”, se pregunta Mercedes Mora. “Mientras se logra ese propósito, quitar la bienestarina no sería una estrategia adecuada porque no tenemos cómo suplir nutricionalmente lo que suple la bienestarina”.
Con ella concuerda Cristian Murcia, nutricionista y magíster en seguridad alimentaria y nutricional. A su parecer, la idea de Petro de comprar cosechas y repartirles es buena, pero logísticamente es bastante compleja. “No creo que la sustitución de la bienestarina arregle o erradique el hambre. Un país con todas las garantías plenas de seguridad alimentaria no requeriría de este producto, pero las realidades de Colombia son otras”, anota.
Por ejemplo, en un artículo publicado en septiembre de 2021, en la revista Ingeniería Feizar Rueda-Velasco, Wilson Adarme-Jaimes y Jesús González-Feliu analizaron el sistema de distribución de la bienestarina en Colombia. Entre otras cosas, detectaron que en un sistema tan complejo, en el que intervienen actores públicos y privados para distribuir alrededor de 15 millones de toneladas anuales de un mismo producto en 5 mil puntos (que luego se conectan con 112 mil unidades) se presentan varias dificultades.
“La cobertura en este programa de asistencia nutricional para la población infantil está restringida por el acceso a la infraestructura y la dispersión de la población beneficiaria. Adicionalmente, alcanzar plena cobertura, reducir los tiempos de entrega y reducir los costos, mientras se asegura plena atención de la población vulnerable, no depende enteramente del programa”, anotaron.
La sugerencia de los autores era diseñar estrategias a la medida para aquellas zonas con dificultades de acceso y población dispersa, para que no dependan de un suministro central. También recomendaban que se adapte a las condiciones de producción local de alimentos, de capacidad de las tierras de cultivo, necesidades nutricionales y sobre todo a la cultura de la población vulnerable.
De hecho, una de las primeras cosas que resaltan quienes se han dedicado a estudiar los asuntos relacionados con nutrición en nuestro país, es que uno de los principales inconvenientes a la hora de plantear estas discusiones tiene que ver con simplificar un problema tan complejo como el hambre y la desnutrición, en la que entran en juego múltiples variables.
“Es un tema en el que se requiere un trabajo mancomunado con múltiples sectores. Hay muchos elementos en juego que requieren de un abordaje territorial. La bienestarina no es lo único sobre lo que debemos fijar nuestra atención”, asegura Paula Caicedo. “Y tampoco la podemos responsabilizar del fracaso en asuntos alimentarios. Hay una amplia variedad de problemas que difieren según las regiones”, añade Adriana Zorro.
Tanto Caicedo como Zorro son profesoras de Nutrición Púbica de la U. Javeriana, en Bogotá, y hacen parte de la Alianza Universitaria por el Derecho a la Alimentación, una red conformada por profesoras y profesores de Nutrición Pública de doce universidades. Como sus colegas, están un poco preocupadas por el rumbo que tomó la discusión sobre la bienestarina, pero creen que en este enredo hay un punto valioso que ha pasado inadvertido: plantear la necesidad de que Colombia empiece a hacer una transición para lograr una soberanía alimentaria. (Le puede interesar: Mineducación tiene nueva funcionaria: Sindey Bernal, mejor profesora de Iberoamérica)
Para Sara Eloisa Del Castillo, que también hace parte de la Alianza, también está bien que el país empiece una conversación sobre cómo hacer esta “transición alimentaria”, así como se está dando en torno a la “transición energética”. “No se trata de una autarquía ni de cerrar fronteras. Es poner un punto de partida para lograr ese propósito a largo plazo, que no es otra cosa que alcanzar justicia alimentaria para todos”.
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