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¿Por qué es importante educar para la paz desde lo femenino?

El sistema educativo es sin lugar a dudas uno de esos sectores estratégicos, pero sabemos que hoy la escuela ha sido descentrada del proceso educativo; es decir, que el aprendizaje pasa también por otros escenarios significativos de interacción social.

Adriana María Botero Velez*
11 de agosto de 2022 - 11:58 p. m.
¿Por qué es importante educar para la paz desde lo femenino?
Foto: Jonathan Bejarano - El Espectador - Jonathan Bejarano - El Espectador

* Profesora e investigadora - Universidad Jorge Tadeo Lozano

A propósito del actual debate en torno a los propósitos de una paz total promulgada por el gobierno de Gustavo Petro, es preciso aprender de las experiencias de estos más de seis procesos de paz para comprender que crear condiciones de no repetición, implica que al compás de los diálogos para la dejación de armas, es vital abordar las causas estructurales de la guerra como la desigualdad social y la exclusión política, tanto como las condiciones discursivas, culturales y simbólicas que sustentan su mantenimiento. (Lea: Así es como el cambio climático está afectando a la educación)

Sumado a este orden patriarcal del mundo occidentalizado que, en palabras de Rita Segato, es un sistema de adueñamiento de los cuerpos y los territorios no exclusivo de los hombres, en Colombia habitamos en medio de una crisis ética y moral que ha desdibujado el valor que le damos a la vida y la dignidad. “Usted no sabe quién soy yo” “Que les rieguen bala desde el cielo a esos terroristas” “Te parto la cara marica” “Si lo mataron algo habrá hecho” son algunas de las expresiones que ponen de manifiesto la oda al mandato de la masculinidad y reflejan dicha crisis, la cual debe ser abordada desde todos los sectores que participan de la configuración de discursos e imaginarios colectivos.

El sistema educativo es sin lugar a dudas uno de esos sectores estratégicos, pero sabemos que hoy la escuela ha sido descentrada del proceso educativo; es decir, que el aprendizaje pasa también por otros escenarios significativos de interacción social como son los medios de comunicación, la calle, la plaza, el teatro, entre otros. Como madre y profesora investigadora sobre la construcción de la paz, no puedo más que celebrar la propuesta del Ministro Alejandro Gaviria de llevar el informe de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad a las aulas de clase, para hacer formación en historia desde las voces de quienes han vivido en la piel los efectos de esta guerra.

A propósito de estos retos de la educación y las narrativas para la paz, viene a mi memoria el concierto liderado por Cesar López “La Resistencia” el pasado 20 de abril. Asistí con mis dos hijos de 14 y 10 años a una experiencia estética que es quizás la clase de historia más aguda en la que han participado. Un momento de éxtasis y contemplación de nuestra memoria historizada, ya no en la narrativa de los libros de texto que nos hacen aprendernos los nombres de los presidentes de cada época y sus informes de gestión, sin hacer ninguna reflexión sobre los efectos del uso de la violencia para resolver conflictos. (Puede leer: “Educación sobre conflicto en Colombia debería darse más temprano en los colegios”)

Sin parpadear, mis hijos, siguieron una a una las 122 voces presentes y no sé cuántas miles de ausentes que se sintieron vibrar. Mezcladas en los más diversos matices sonoros y expresivos, los relatos de las mariposas violetas -Jineth Bedoya- y la niña de colegio -Elena Urán- quedaron resonando en su pensamiento y corazón. Ahora son constantes sus preguntas sobre la historia política del país, cosa que no había pasado mientras hacemos tareas que describen el pasado sin vinculación alguna de esos acontecimientos en nuestro presente.

Desde mi perspectiva, la experiencia estética vivida con mis hijos en el concierto de Cesar fue tan profunda y formadora porque la música y el arte apelan a la sensibilidad y la complejidad de lo que somos como seres sentipensantes y no sólo al razonamiento lógico, efectista y productivista que sigue orientando el sistema de educación formal. Quizás sea el momento para restaurar todo lo que ha sido negado y menospreciado junto con la idea de lo femenino para encontrar la potencia creadora y transformadora de lo impermanente, lo suave, lo sutil, lo sensible, las emociones, la fragilidad, lo diverso, el cuidado; el acogimiento.

Es el momento de romper el pacto con el mandato de la masculinidad que heredamos con la imposición de un único modelo de mundo posible en la colonización: el mundo de la fuerza, la imposición, la violencia, la productividad económica, la unificación de los cuerpos, los deseos y los sueños. Es hora de no fragmentar nuestra memoria y deconstruir las raíces de la violencia política que habitan en ese sistema patriarcal. Es hora de honrar la vida, hasta que la dignidad sea costumbre. (Podría leer: Congreso saliente, rajado en educación)

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Por Adriana María Botero Velez*

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