Pruebas Pisa y el problema de la calidad de la educación, según Moisés Wasserman
Fragmento del libro “La educación en Colombia” (2021), sello editorial Debate, en el que el investigador, exrector de la Universidad Nacional y profesor analiza las pruebas internacionales en las que los estudiantes colombianos siguen mal calificados.
Moisés Wasserman * / Especial para El Espectador
Posiblemente las carencias más grandes en nuestro sistema son de calidad. El interés de varios gobiernos por aumentar las oportunidades de estudio a los jóvenes hizo que los esfuerzos se enfocaran en un aumento de cobertura, que efectivamente se dio. En algunos niveles educativos llegó a un punto satisfactorio; en otros, hay aún deficiencias importantes, aunque es bastante mejor si se compara con la situación anterior. Pero hay carencias muy grandes en calidad. Si el objetivo es, como debe ser, el de propender por la igualdad de oportunidades para todos los jóvenes independientemente de la capacidad económica de sus familias, las diferencias en calidad tienen un impacto negativo muy directo para la equidad (Recomendamos: Estudiantes colombianos rezagados en pruebas Pisa, pero no todo son malas noticias).
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Posiblemente las carencias más grandes en nuestro sistema son de calidad. El interés de varios gobiernos por aumentar las oportunidades de estudio a los jóvenes hizo que los esfuerzos se enfocaran en un aumento de cobertura, que efectivamente se dio. En algunos niveles educativos llegó a un punto satisfactorio; en otros, hay aún deficiencias importantes, aunque es bastante mejor si se compara con la situación anterior. Pero hay carencias muy grandes en calidad. Si el objetivo es, como debe ser, el de propender por la igualdad de oportunidades para todos los jóvenes independientemente de la capacidad económica de sus familias, las diferencias en calidad tienen un impacto negativo muy directo para la equidad (Recomendamos: Estudiantes colombianos rezagados en pruebas Pisa, pero no todo son malas noticias).
No es suficiente con dar alguna oportunidad a cada uno; es imprescindible que esas oportunidades sean verdaderamente equivalentes. No es sencillo definir o calificar calidad en educación, sobre todo porque personas con visiones distintas tienen expectativas diferentes. Hay quienes esperan la formación de ciudadanos honestos, pero sin preocuparse demasiado por la cantidad y el tipo de conocimientos que deben tener; hay quienes esperan del egresado en cada nivel unas ciertas competencias académicas que le den posibilidades de ser exitoso laboral y socialmente; hay quienes esperan la formación de personas críticas y con actitudes de análisis e indagación permanente en sus disciplinas y en la vida en general; otros quieren desarrollo de sensibilidad y aptitudes creativas y, así, todos los otros objetivos posibles que uno pueda imaginar.
Los proyectos educativos son diferentes de institución en institución. Algunas son confesionales y otras laicas, unas ponen sus acentos en Matemáticas y Ciencias Naturales, otras en Ciencias Humanas y Sociales, algunas centran su proyecto en las artes. Todos esos proyectos institucionales son válidos y deben declararse en forma explícita a los estudiantes, sus familias y la sociedad.
Las pruebas nacionales e internacionales a los estudiantes nos proveen algunos indicadores que bien entendidos pueden servir. Ellas no satisfacen todas las exigencias de la gente (aspiración imposible), pero son útiles las unas para comparar diversas instituciones y ámbitos sociales en el país, las otras para comparar nuestros resultados con los de otros países, que en una economía global compiten con el nuestro en mercados de trabajo. Las dos clases de pruebas, miradas en su secuencia temporal, nos permiten ver en qué medida las iniciativas y propuestas de cambio han tenido algún éxito real.
Empezaré esta discusión con las pruebas internacionales de la OCDE (OECD en inglés), conocidas como pruebas Pisa (por Programme for International Student Assessment – Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes) que se realizan cada tres años con la participación de unos 60 países, y en las que los estudiantes de Colombia se están presentando desde el año 2006. El examen lo toman jóvenes de quince años que ya terminaron la Educación Secundaria (curso 9) y en algunos casos están ya cursando el año décimo en Educación Media.
La prueba no pretende medir conocimientos específicos, sino tres competencias fundamentales: la primera es la capacidad de plantear y resolver un problema de la vida real en términos matemáticos, la segunda la de entender un texto en profundidad y con capacidad para analizar su significado y percibir sus implicaciones, y la tercera, la de entender fenómenos del mundo físico usando conceptos científicos actuales. Ese acercamiento hace que los resultados sean realmente comparables entre países, sociedades y culturas diferentes.
Uno esperaría que las capacidades matemáticas, de comprensión de lectura y de entendimiento de la realidad física y natural sean similares para los jóvenes de distintos países pero que viven hoy en un mundo altamente interconectado.
Si se comparan las calificaciones para Lenguaje, Ciencias y Matemáticas del 2006 al 2018 de los estudiantes colombianos con el promedio de todos los países de la OCDE y con la de los estudiantes de Singapur, país que siempre ha estado en los primeros lugares y es considerado ejemplar en los logros académicos de su sistema educativo, hay varias cosas notables para señalar. Las notas han cambiado muy poco en los tres grupos del 2006 al 2018 (Singapur entró a la prueba apenas el 2009). Hay alguna mejora pequeña en las calificaciones de Singapur, lo que resulta muy meritorio, pues mover un promedio estando tan cerca a la nota óptima requiere un inmenso esfuerzo.
El promedio de la OCDE tampoco cambia mucho a lo largo de los años. No es extraño porque se calculan en él las notas de muchísimos estudiantes en sesenta países, y en esas condiciones modificar un promedio es muy complicado. El comportamiento de la gráfica de Colombia es similar pero sí preocupa (a nosotros debe preocuparnos), porque está sustancialmente por debajo de los otros dos con los que nos estamos comparando. Nuestra calificación está entre 75 y 90 puntos por debajo del promedio de la OCDE y, para el año 2018, está 139 puntos por debajo de Singapur en Lenguaje, 143 en Ciencias y 178 en Matemática.
Si supusiéramos que el puntaje es proporcional a los años de estudio, eso querría decir que nuestros jóvenes de 15 años deberían estudiar cuatro años más para alcanzar un nivel equivalente al de los de Singapur. Ese cálculo no es realmente significativo, es solo para que se pueda apreciar mejor la magnitud de la diferencia. No hay relación lineal entre puntaje y años de estudio, pero resulta muy evidente que, en una comparación global de capacidades, nuestros jóvenes entran con gran desventaja.
Analizando la distribución de estudiantes de acuerdo con su nivel de competencia en esta prueba revela hechos igualmente preocupantes. Mencionaré solo algunos como ejemplo: en la prueba del 2018 el porcentaje de estudiantes colombianos con un desempeño calificado como superior en Matemáticas fue solo del 1 %, mientras que en promedio para la OCDE fue del 11 % y para Singapur del 37 % (en Shanghái llegó al 44 %).
En Ciencias, el porcentaje de estudiantes colombianos que se sitúa en desempeño superior es prácticamente cero, mientras que para la OCDE es del 7 %. Mirando el otro extremo del espectro, el porcentaje de estudiantes colombianos con rendimiento calificado como muy inferior en Matemáticas es de 65 % mientras que el promedio de la OCDE es de 24 %.
Los resultados muestran además que la condición socioeconómica de los estudiantes colombianos es un fuerte predictor de sus resultados. En Lenguaje, por ejemplo, los estudiantes con mejor posición socioeconómica aventajan por 86 puntos en promedio a los otros, en Matemática hay una diferencia del 13 % y en Ciencias del 12 %. Es decir, tenemos un rezago alto comparado con el de países con un mejor desarrollo educativo, y entre nuestros estudiantes hay un rezago adicional en los jóvenes de hogares socioeconómicamente desfavorecidos.
Muchos educadores critican las pruebas Pisa, porque en su opinión no están midiendo otros factores importantes del desarrollo de la personalidad de los educandos, como su disposición a colaborar y a trabajar en grupo, y su comportamiento ciudadano y moral. También sienten ausentes las competencias artísticas y humanísticas que generan un mejor potencial para entender el mundo y para ser feliz.
Puede ser que estén en lo cierto, pero el hecho de que la prueba mida la capacidad de entender lo que otros dicen y la propia para expresar ideas, y la competencia para plantear problemas en términos claros y buscar estrategias de solución, basadas en hechos naturales y reales, contiene implícitamente algunas de aquellas características que los críticos sienten ausentes en la prueba.
El hecho indudable es que en aquellas sociedades que han dado muy buenos resultados las pruebas pisa, los jóvenes también son emprendedores, innovadores y saben trabajar en equipo. La pregunta sobre quién es más feliz seguramente no puede ser respondida con exámenes académicos; es cuestión de una decisión filosófica diferente, si la sociedad quiere ciudadanos más felices, pero menos competentes en lo que se está midiendo: Matemáticas, Ciencia y Lenguaje.
Las mediciones de felicidad no son simples y generan más dudas que las de competencias académicas, así que no podemos estar seguros de que el sacrificio en competencias académicas nos esté otorgando mayores índices de felicidad. Las pruebas nacionales no nos dan un panorama más optimista.
* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Debate.