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El final de la Hegemonía Conservadora y la llegada de los liberales al poder marcó el inicio de una serie de transformaciones culturales y políticas que se hicieron visibles en campos como la economía, las comunicaciones y por supuesto, la educación. Dos de los presidentes de la “República Liberal”, Enrique Olaya Herrera y Alfonso López Pumarejo, estuvieron interesados en la renovación de los métodos pedagógicos y las estructuras físicas en las cuales se educaban los colombianos. En el marco de esa iniciativa, se le dio vida a la estructura que hoy en la comunidad académica se le conoce como “Casa de la vida”, “Casita de biología” o Museo de Historia Natural, y que albergó el primer jardín infantil del país, adscrito al entonces Instituto Pedagógico Nacional. (Lea El anuncio que podría controvertir el gran hallazgo que desembocó en un premio Nobel)
Con el paso del tiempo, esta estructura cayó en desuso y, pese a su importancia, se convirtió en una especie de “cuarto de san Alejo”, a donde iban a parar elementos que salían de circulación entre otros equipamientos. (Lea Este es el punto de no retorno de la deforestación)
“En los años setenta con la necesidad de reorganizar el Departamento de Biología, se decide acudir a este espacio para albergar las colecciones tanto didácticas como de referencia”, anota la profesora Martha J. García Sarmiento.
Como la docente señala, poco a poco este espacio fue apropiado por los estudiantes, profesores y administrativos que participaron activamente en su adaptación y modificación, “construyendo espacios como el invernadero, bajo la orientación del profesor Daniel Herrera, que dieron lugar a las experiencias de fisiología vegetal”.
En los ochentas se comenzó a notar el deterioro de la estructura por falta de recursos. Pero a finales de esa década, con el impulso del trabajo del profesor Rodrigo Torres Núñez, este lugar se convirtió en un espacio dedicado para los estudios de zoología, y se consolidaría la colección Entomológica del Departamento de Biología.
A pesar de los esfuerzos de la comunidad universitaria, tomó muchos años recuperar este espacio. Y fue hasta el mes de septiembre del año pasado, cuando gracias a un trabajo mancomunado entre todos los estamentos de la UPN, recolectando saberes, conocimiento y experiencias, y con una inyección de $411 millones 270 mil, que la casa pudo convertirse en un espacio digno para la formación universitaria.
“Esta construcción fue pionera en el esquema de jardín infantil, y como tal había que recuperar y mantener los espacios en su forma original”, explica el arquitecto Camilo Suárez.
“Sin lugar a dudas, este espacio se constituye en un lugar fundamental, no solo los estudiantes de la Licenciatura en Biología de la Universidad Pedagógica Nacional, sino también para los egresados y los estudiantes del país, ya que crea un espacio óptimo para salvaguardar y divulgar las colecciones biológicas con que cuenta la Universidad, entre ellas las que hacen referencia a las de insectos terrestres y acuáticos, conchas de moluscos, pieles de aves y murciélagos, fósiles, plantas, hongos, entre otras que están registradas ante el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt”, concluye la profesora García Sarmiento.
“Rescatamos un patrimonio para todo el país. Defender lo público y la autonomía de la Universidad Pedagógica Nacional implica cuidar de los espacios, rescatarlos del olvido como lo hemos hecho. Esperamos que la Casa de la vida se convierta en un símbolo que nos una a toda la comunidad universitaria”, señala el rector de la Universidad Pedagógica Nacional, Leonardo Martínez.
Por ser un símbolo de la UPN y de la educación en el país, la comunidad universitaria decidió intervenirla de manera artística y visual.
“Buscamos que esta apuesta artística girara en torno a la vida. Por ello, en el mural se pueden apreciar diferentes figuras, entre ellas el retrato de un estudiante de la Licenciatura en Biología en condición de discapacidad, quien participó en la recreación de su propio retrato, una mujer con la bandera Wiphala tan representativa de las comunidades andinas, pedagogos como Paulo Freire y el sociólogo Alfredo Molano, animales, y vegetación entre otras imágenes están plasmadas allí”, anota la docente Carolina Romero, del Departamento de Biología.
Como bien han insistido los investigadores, entre ellos, la profesora Yolanda Sierra, el arte tienen un papel fundamental en la búsqueda de la armonía y la paz. “En estos tiempos en donde la paz parece que fuera una utopía, la expresión artística permite buscar maneras de diálogo, sanar y empoderarse del espacio de otras maneras, pero sobre todo reconstruir el tejido social”, concluye Romero.
Se espera que la casita esté en pleno funcionamiento en los próximos meses.