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Uno de los consejos más valiosos que ha recibido en su vida Sindey Bernal selo dio su hermano mayor Juan José: “Recuerdo que tenía nueve años y estábamos atravesando una situación compleja. No teníamos para comer y ni mi papá ni mi mamá estaban trabajando. Los cinco vivíamos en un apartamento en El Tunal que mi papá se había ganado en una rifa. Él me dijo que esta era una oportunidad para darnos cuenta de que la educación era la única herramienta que nos iba a permitir salir adelante y cambiar esa realidad”, cuenta mientras recorre los pasillos de la IED Enrique Olaya Herrera, al sur de la ciudad, donde es docente. (Puede leer: ¿Es deudor del Icetex? Anuncian nueva jornada de soluciones, así puede participar)
Durante su paso por el colegio distrital Menorah, ubicado en el barrio Restrepo y de donde se graduó como la mejor bachiller de su promoción, Sindey conoció a Elizabeth Parra, su profesora de matemática y quien la inspiró a ser profesora. Cuenta que inicialmente quería estudiar para ser artista plástica, pero no pudo por temas económicos. “Ya tenía el cupo en la universidad. Sin embargo, no contaba con los recursos para adquirir los materiales que se necesitan durante la carrera, como los lienzos, las pinturas o las impresiones en los talleres de fotografía”, anota. Entonces buscó un programa que fuera similar.
Al final solo le quedaron dos opciones: tecnología industrial en la Universidad Distrital o licenciatura en diseño tecnológico en la Universidad Pedagógica. Para tomar la decisión más adecuada acudió una vez más a Juan José, a quien describe como su guía. Finalmente optó por inscribirse en la Pedagógica porque, asegura, es una institución que forma a profesores. “Ese fue el valor adicional que me motivó a estudiar allí”, cuenta y añade que “paradójicamente en el primer semestre la mejor materia en la que me iba era matemáticas. Me metía a un salón y con el marcador en mano les iba explicando a mis compañeros. Disfrutaba enseñar”. (Le puede interesar: Petro anunció recursos para la construcción de Universidad del Tarra, en Catatumbo)
En uno de los semilleros Sindey encontró un gusto particular por el lenguaje de señas, una pasión que había desarrollado al observar al intérprete de uno de sus compañeros que era sordo. “Lo miraba disimuladamente para tratar de entender cómo empleaba ese lenguaje y ver si podía aprender algunas de esas señas”, confiesa. Pero, durante una de las clases, el intérprete no pudo ir y nadie en el salón logró comunicarse con el estudiante. “En medio de mi angustia le dije al profesor que yo le escribiría todo en una hoja para que él pudiera entender. Me di cuenta de que no escribía ni leía muy bien, pues su lenguaje nativo era el de señas”, anota.
Buscando una alternativa para comunicarse con su compañero, Sindey se unió al grupo humano de pensamientos de la universidad. “En este espacio manejan el modelo bilingüe bicultural, que consiste en que la lengua de señas colombiana es la lengua materna y la segunda es el español leído y escrito”, dice. Inicialmente se vinculó como joven investigadora en un programa de ayudas aumentativas, que consiste en crear recursos tecnológicos para apoyar a las personas en condición de discapacidad visual y, luego, diseñaron prótesis con señales mioeléctricas para personas con amputación de miembro superior e inferior. (También puede leer: Latinoamérica no ha podido reducir la desigualdad en acceso a la educación superior)
También desarrollaron un giroscopio, que reconoce los movimientos de la cabeza como si fuera un ratón de computador. Estaba enfocado en niños, niñas y adolescentes con discapacidad en sus miembros superiores. Desde entonces ha buscado diseñar, de la mano de sus estudiantes de octavo, noveno y décimo, diversas herramientas tecnológicas que facilitan el acceso a la educación a la población con discapacidad auditiva. Una de ellas es una aplicación para dispositivos móviles y web que ayuda en el proceso de enseñanza de la lengua de señas colombiana.
Su proyecto Inclutec, además de motivarla a promover una educación más inclusiva, también le ha brindado la experiencia más significativa en su carrera como docente. Fue en 2018 cuando ganó un cupo para viajar a Corea del Sur como parte del programa “ICT for Colombian Teachers”, del Ministerio de Educación y el gobierno de este país. “Me presenté tres veces. Realmente quería ser parte de este proyecto y mis estudiantes me ayudaron a elaborar una mejor propuesta, con la que finalmente fuimos elegidos”, dice. “Lo que más me sorprendió es que la tecnología es transversal a todas las materias, no una más como nos han enseñado”, anota. (Podría interesarle: La fórmula para que 110 millones de estudiantes se animen a estudiar de forma virtual)
Con su maleta cargada de ideas y de dispositivos tecnológicos que le entregó el gobierno coreano, Sindey llegó de nuevo a los pasillos del colegio Enrique Olaya Herrera. “Elaboramos nuevas herramientas y justo nos visitó ese mismo año el embajador de este país. Quedó sorprendido con lo que estábamos desarrollando”, anota. Ahora Sindey, reconocida como una de las 50 mejores profesores del mundo, según el Global Teacher Price, y quien recientemente fue galardonada como la mejor docente de Iberoamérica, trabajará desde el Ministerio de Educación por la población con algún tipo de discapacidad.
La profe de colores o Sindeycarito, como la llaman de cariño sus estudiantes, también busca promover mensajes con su vestimenta y su llamativo color del cabello. “Es morado porque mi hijo Juanpis y yo pasamos por una situación compleja de violencia de género. Es una señal para decirles a mis estudiantes que no deben permitir este tipo de situaciones y que si las están atravesando cuentan conmigo”, reitera. Antes de finalizar su recorrido por las instalaciones del colegio cuenta que Juan Bernal, su padre, sobreviviente del coronavirus y quien aún presenta algunas secuelas de la enfermedad, guarda en una carpeta púrpura, y como si fuera un tesoro, cada una de las noticias de las que su hija es protagonista.