“Soy mujer, y eso es suficientemente hermoso”: Mujer Cafam 2018

El 7 de marzo, la chocoana Jenny de la Torre Córdoba fue premiada por tres décadas de activismo por los derechos de la población afrodescendiente de América Latina y el Caribe.

Helena Calle
09 de marzo de 2018 - 03:12 a. m.
Jenny de la Torre Córdoba nació en 1958, pero dice que es niña, joven, anciana: “Diga que tengo tres siglos, que soy eterna”. / Cristian Garavito - El Espectador
Jenny de la Torre Córdoba nació en 1958, pero dice que es niña, joven, anciana: “Diga que tengo tres siglos, que soy eterna”. / Cristian Garavito - El Espectador
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Jenny de la Torre Córdoba, una chocoana negra, alta y agraciada, usa un vestido rojo intenso, con mariposas de alas abiertas bordadas en el pecho y en el ruedo. El traje es un regalo de Diva, una mujer de un barrio del sur de Bogotá cuyo nombre Jenny no recuerda. Le tallan los zapatos elegantes, pero aguanta.

Con ese vestido recibió el premio Mujer Cafam 2018, un reconocimiento a las mujeres que trabajan por las poblaciones más vulnerables de Colombia.

Es una ironía que la convicción que ha marcado el trabajo de tres décadas de su vida sea, precisamente, que ser mujer o negra no la hace vulnerable, al contrario, le da poder. Como si ser mujer fuera una espada para cortarse a sí misma o una herramienta para empuñar. Y la pregunta de su vida, según cuenta con su voz de trueno, es precisamente cómo hacer para que una mujer agarre la espada. Cómo se empodera una mujer.

Su trabajo ha estado dirigido, sobre todo, a la cooperación internacional, los derechos de las mujeres y de la población afrodescendiente de América Latina y el Caribe. Jenny lo cuenta sin modestia. En su "hoja de vida" está haber participado en el seguimiento del artículo 55 de la Constitución de 1991, que le dio dos años a las comunidades negras de Colombia para presentar un estudio con el fin de reconocer la propiedad colectiva de comunidades negras que han venido ocupando unos 5,6 millones de hectáreas de tierras, la mayoría en la cuenca del Pacífico. Lo que hoy conocemos como Ley 70 de 1993. “En los noventa todos queríamos resolverlo todo”. Hizo parte de la Asociación de Mujeres del Futuro del Pacífico y fue una de las fundadoras de la Red de Mujeres del Chocó.

Con ese espíritu impetuoso se fue a estudiar a Bogotá, con su cartón de abogada de la Universidad de Cartagena en la mano y su primer hija en los brazos.

Fue una de las primeras promociones de la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional, un referente latinoamericano del matrimonio indivisible entre la academia y los activismos. Pasó por las aulas de Juanita Barreto, directora de Políticas de mujer y género de la Alcaldía Mayor de Bogotá durante la administración de Gustavo Petro, y de Donny Merteens, una de las mujeres que mejor conocen la relación entre conflicto armado y violencia de género, de Florence Thomas, de Ángela Inés Robledo y otras muchas mujeres que son historia viva del feminismo y los estudios de género en Colombia.. “He aprendido de mujeres en aulas, a la orilla de los ríos del Chocó. Siento que todo se lo debo a ellas”.

Cuando era maestra en la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana tuvo que huir de la violencia que la persiguió por su activismo. Recibió el cambio de siglo en una España que conocía por boca de su abuelo blanco y consiguió una plaza como docente en el Instituto de Desarrollo y Cooperación Internacional de la Universidad Complutense de Madrid. Entre las clases y la militancia, los tres hijos y el marido, escribió Sonata en el exilio, un poemario publicado en 2007 por Apidama Editores. Según ella, el punto final a su nostalgia de tierra tropical: “Para qué hablar más de eso, si tantos han muerto. Yo mejor le meto una sonrisa”.

Además de las clases, se ganaba la vida haciendo programas de televisión con la Embajada de Israel, unida por el cordón umbilical con el Chocó que la hizo negra, con la Cartagena donde pasó su infancia y con la Barranquilla que la vio nacer. Mientras hacía eso, terminaba su tesis de doctorado, que exploró la relación entre el empoderamiento de mujeres racializadas y las políticas públicas en España.

“La academia dice que las intersecciones son aquellas variables que hacen que disminuya la posibilidad de acceso a la vida pública de las mujeres empobrecidas, étnicamente racializadas, las de las fronteras de las ciudades, las rurales, las de Chocó. Eso es mentira. Esas intersecciones, es decir, ser mujer negra no me hacen víctimaMe empoderan”, explica.

La polémica de esa afirmación (que en otras palabras, es decir, que las mujeres vulnerables no necesitan ayuda humanitaria hasta el fin de sus días sino herramientas para aprender a salir del barro ellas mismas) no le ganó el cariño de sus compañeras académicas, pero le dio la presidencia de la Federación Africanos y Afrodescencientes de España (Fedafro) durante 11 años.

“Lo más importante que hicimos fue que, por primera vez, el Plan de Dirección de Cooperación Internacional de España consideró a la población afro de América Latina y el Caribe como población particularizada. Teníamos por fin nuestros propios términos y se implementó primero en Colombia y Panamá”. Que eso ocurra con un país como España, cuyo apoyo financiero en 33 países del mundo y su peso en el Banco Interamericano de Desarrollo (al que contribuye con un 1,9 % de capital ordinario), es grandísimo. Significa, cuando menos, que los recursos van a estar mejor distribuidos.

Fedafro tenía una misión como parte del Grupo Estadístico de las Américas: incorporar la variable étnica, racial y afrodescendiente en los censos de la región. “Eso no lo hacían. Los negros sabíamos más o menos cuántos éramos, quiénes y dónde estábamos. Pero si tú vas a girar grandes cantidades de dinero a un país en desarrollo y no lo vas a saber repartir, pierde el que coopera y la gente”.

Unos de sus aliados más reconocidos fueron la excandidata presidencial y hoy parlamentaria costarricense Epsy Campbell Barr y el actor y activista negro Donny Glover. "Hacíamos giras por las universidades de Honduras para hablar de la academia y lo afrodescendiente. En reuniones de alto nivel nos decían que para decir qué era ser negro había que hacer pruebas de ADN. Imagínate eso. Fue un trabajo de años para ser incluidos en los censos en América Latina y el Caribe, reconocidos como pueblo. Hicimos una revista, un banco de currículos de profesionales afro desde Estados Unidos hasta la Patagonia, reuniones, conferencias”. En 2005, en Colombia por lo menos, el DANE incluyó la variable étnica y racial en el censo. Gracias a este trabajo, sabemos que hay 10,62 % colombianos afrodescendientes.

Como el director del Observatorio de Discriminación Racial le dijo a El Espectador, la importancia de conocer la diversidad radica en que “para poder tomar acciones y decisiones colectivas, tanto por la sociedad civil como por parte del Estado, es fundamental tener información de calidad. Desde nuestro primer informe, el problema de la discriminación y las desigualdades raciales y étnicas comienza por la invisibilidad, que a su vez comienza por la falta de cifras confiables y adecuadas”.

Tal vez lo más importante que Jenny hizo en su exilio fue su participación en la Conferencia de Durman en 2001, más conocida como “Conferencia de racismo de las Naciones Unidas”, sobre los inmigrantes, la discriminación racial y la xenofobia. Uno de los puntos del compromiso era que los países responsables de la esclavitud, como Holanda, Francia, España y Estados Unidos, debían pedir perdón a la población afrodescendiente. Sólo Estados Unidos lo hizo en 2008. “A pesar de esa deuda histórica, ese fue el reconocimiento del pueblo afro en el mundo. Eso implica que respeten tu cultura, tu lengua. A esa conferencia entramos negros y salimos afrodescendientes”.

En 2011 volvió porque quiso, porque un día decidió que su exilio se había acabado. “Ven acá, yo me acuerdo de ver a los pescadores en Cartagena que pescaban con atarraya y les caía un poco de pescao, y yo pescaba con anzuelo y no cogía nada. Esa imagen se me quedó. Había que trabajar todas”. De la mano de la Asociación de Mujeres Anna Perenna, que opera entre España y Colombia, organizó un proyecto productivo para la población afro sobre el río Munguidó, que, según el censo de las Comunidades Negras de la Asociación Campesina Integral del Atrato, ronda las 6.000 personas, para que las mujeres críen y vendan tilapia, cultiven comida en azoteas, reciclen en una compostadora y dispongan de una casa comunitaria para sus reuniones.

También ayudó a construir la primera política pública con enfoque de género y mujer de Quibdó, e impulso junto a la exalcaldesa y hoy viceministra de Cultura, Zulma Mena, el proyecto de Ciudad Mujer, un programa de bienestar exclusivo para mujeres que tiene mucho éxito en San Salvador. “El proyecto no despegó porque faltó voluntad política”, cuenta con una amargura inusual. En diciembre de 2017, 300 mujeres de Quibdó se graduaron de la Escuela de Formación Política de Mujeres Chocoanas al Poder de Quibdó, en donde Jenny enseñó sobre Cooperación Internacional.

Ahora termina de apoyar la política pública TIC para comunidades negras, afrodescendientes, raizales y palenqueras. “Hay que volver extraordinario lo ordinario. Mira todas estas mujeres que remueven conciencias, brillantes, que la gente dice que las contratan en algún trabajo sólo por ser negras o por ser mujeres. No. Es porque son líderes, abren sus alas y se empoderan para que quepamos todas. Bonito, ¿no?”.

Por Helena Calle

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