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Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas: un ejemplo de educación indígena

Crónica de viaje a las montañas de Nariño para la creación de una universidad que enseña una nueva perspectiva del pluralismo cultural en Colombia.

Paulo Ilich Bacca * / Especial para El Espectador
03 de marzo de 2024 - 04:00 p. m.
Congreso constitutivo de la Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas. / Fotos: cortesía de Edwin Ceballos- Archivo Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas
Congreso constitutivo de la Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas. / Fotos: cortesía de Edwin Ceballos- Archivo Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas
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El parque central de Cumbal, en el departamento de Nariño, se cubre de sombreros de fieltro oscuro de comuneros pastos, que a su vez contrastan con los sombreros de caña brava que porta la delegación de mujeres del pueblo misak que asiste al Primer Congreso Constitutivo para la creación de la Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas. El volcán Cumbal, plantado frente a la iglesia principal del pueblo, evoca la conexión entre la espiritualidad pasto y la católica europea. (Recomendamos: reportaje de Paulo Ilich Bacca sobre los crímenes de lesa humanidad en Gaza).

Mientras esperamos los camperos que nos llevarán a la institución educativa indígena Cumbe, el volcán Cumbal, central para entender la educación territorial, nos recuerda que la racionalidad europea no pudo triunfar totalmente en este territorio que fue capaz de incorporar su economía ritual en medio de la expoliación colonial. De múltiples maneras, los seres cosmológicos que habitan el volcán se emparentaron con los imaginarios católicos en una proyección de la impostación cristiana en las formas, pero que era al mismo tiempo una recreación de los saberes bioculturales gestados en la universidad que habita estas comarcas, en las que, evocando a Aurelio Arturo, el verde se torna de todos los colores.

En estas montañas intrincadas el clamor de los pastos y quillasingas por crear una universidad propia arraigada en sus luchas por la tierra y el afianzamiento de sus derechos fundamentales propició diálogos alrededor de sus procesos educativos territoriales. La génesis de esta gesta se entrelaza con décadas de movilización política, social y cultural. Según cuenta Taita Ramiro Estacio, quien generosamente comparte la memoria colectiva consignada en esta crónica, desde los años 70 hasta los 90, las comunidades indígenas se movilizaron en la búsqueda de reparaciones históricas. Así reclamaron la tierra que les había sido arrebatada y exigieron el reconocimiento pleno de su derecho a la autodeterminación. Fue así como el sueño de una universidad que encarna sus planes de vida comenzó a tomar forma.

La lucha se convirtió en un llamado a la resistencia y la liberación en la búsqueda incansable de la clarificación del pensamiento y el fortalecimiento del gobierno, la economía y la justicia propia, pues según recuerdan las comuneras de Cumbal, era el momento de “recuperar la tierra para recuperarlo todo”. Esa máxima, que es parte de la cosmología pasto, fortaleció la idea de un diálogo institucional entre la jurisdicción del Estado y la jurisdicción indígena “de autoridad a autoridad o de igual a igual”, tal como se vienen promoviendo los intercambios entre indígenas y no-indígenas en la universidad.

Por esa época la visión de una Universidad de la Vida capaz de nutrir la perspectiva de la tradición occidental desde las fuentes indígenas desencadenó intensos debates académicos y posicionamientos encontrados en los medios de comunicación de Nariño. Este proceso siguió uniendo de manera orgánica pedagogía y movilización social, teniendo en 1991 uno de sus momentos cumbre, con la participación del movimiento indígena en la Asamblea Nacional Constituyente.

La universidad desde la Ley de Origen

En los recovecos de la historia la lucha por una universidad propia en los territorios pastos y quillasingas traslapa pasado, presente y futuro. Tal como la Universidad Andina de Felipe Guamán Poma de Ayala (1535-1616) tuvo la versatilidad para pensar el pasado prehispánico desde su presente colonial para proponer un futuro desde su derecho propio, la agenda de la Universidad Indígena viene teniendo una interlocución fluida con el derecho constitucional e internacional. De un lado, para enriquecerlos desde horizontes vitales que trascienden el antropocentrismo, y de otro, para traducir las fuentes de los derechos humanos desde la complejidad biocultural en la que los pueblos indígenas desarrollan sus sistemas de vida.

La Universidad Indígena ha sido el sueño y la lucha incansable de grandes líderes en territorio, y uno de ellos, Taita Ramiro Estacio, quien ha estado al frente del mandato de las Autoridades Indígenas Pastos y Quillasingas, y sus comunidades para hacer realidad el sueño de la universidad. Una universidad que no solo visione el fortalecimiento de los saberes y conocimientos de los pueblos, sino que geste un camino para que la investigación y la transformación social sean un mensaje de vida en este y otros tiempos.

En el camino recorrido hacia la Universidad Indígena, Taita Ramiro expresa su sentir colectivo, y deja en claro que su palabra es de la comunidad y para la comunidad. Es así como se consideró en las enseñanzas de los mayores y, por tal motivo, dejó la vocería de este propósito a la Comisión de Educación de los Pastos y Quillasingas, a la Escuela de Derecho Laureano Inampues, a la Asociación de Maestros Indígenas Pastos, al Consejo Mayor de Educación de los Pastos y, en general, a la Mesa Regional Pastos y Quillasingas para dialogar con el Gobierno Nacional y concretar la creación de la universidad en cumplimiento de este mandato comunitario, colectivo, territorial, cultural, espiritual y organizativo.

El derecho ha sido un área del conocimiento clave para pensar en la descolonización curricular desde el territorio. Desde la Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas se viene estudiando con rigurosidad el derecho no-indígena, pues ahí se juegan asuntos fundamentales para mantener el derecho propio. Así, para que el ejercicio de la Autoridad Ancestral se consolide es importante que la legalidad de los territorios ancestrales no esté en cuestión.

Este diálogo, según las expositoras del Primer Congreso Constitutivo de la Universidad, es ineludible en la construcción de una universidad que se concibe en conversación con otras culturas. Ese es el caso de la universidad profesada desde el pensamiento de líderes como Juan Chiles y Manuel Quintín Lame, juristas de los pueblos pastos y nasa respectivamente.

Juan Chiles y Quintín Lame, cuyas voces han resonado en las diferentes fases de la constitución de la universidad, se movieron con versatilidad entre el mundo indígena y no-indígena. Ambos fueron capaces de discernir las cosmologías de sus pueblos para reinterpretar las leyes coloniales y republicanas que buscaban acabar con los territorios ancestrales. Aunque Juan Chiles vivió alrededor de los años 1700, su pensamiento fue clave para leer la Ley 89 de 1890, abiertamente racista y etnocéntrica, a partir de los fundamentos de su cosmología. A decir de mayores y mayoras en los cuales se mueve la consigna, “saber desatar la letra quichua”, pero también “saber leer las escrituras de Carlo Magno”.

De esta forma, el pueblo pasto logró reinterpretar esta ley uniendo el pasado colonial con el presente republicano. Para hacerlo, apeló a sus fuentes de derecho y garantizó la vigencia de sus resguardos coloniales, demarcándolos a través de espacios cosmorreferenciales, entre ellos los volcanes y las lagunas.

Esa interpretación versátil de la ley del colonizador, que implicaba a la vez una crítica anticolonial y una reapropiación del derecho occidental, es connatural a la universidad que profesaron Chiles y Lame. De forma tal, la Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas se ha gestado desde el diálogo intercultural y la invitación a explorar otras epistemes.

Algunos de esos diálogos, recreados en Cumbal por Lucía Tunubala y Santos Jamioy, en sus conferencias “Atizando el fogón de Ala Kusreik Ya-Misak Universidad” y “Pedagogías de la Madre Tierra”, se vienen gestando hace siglos y han promovido, entre otras yuxtaposiciones creativas, la de los calendarios lunares y solares con prácticas de la agricultura europea.

La palabra de los pueblos fundamenta la universidad

Mientras la tarde va cayendo y con esta se escuchan los diálogos de la comunidad que ha afianzado este proceso en mingas, diplomados y asambleas comunitarias orientadas a la creación de la universidad, Taita Ramiro Estacio plantea con convicción los retos y las exigencias de este proyecto educativo:

“Esta universidad es el escenario principal para fortalecer los sistemas de vida de los pueblos y generar condiciones de igualdad, justicia y mediación epistémica. La formación, la investigación y la interacción social se fundamentan en los sistemas de vida, y son precisamente estos sistemas los que dan origen a una universidad pensada para la transformación social en los territorios”.

El piar de las aves que cruzan en el horizonte se entreteje con los colores de los tejidos y voces entre comuneros y comuneras que visionan una universidad para la vida. La voz de educadores indígenas como Jorge Chiran y Lucía Moreno, nos llaman a pensar esta universidad desde una perspectiva colectiva. En su sentir, la universidad es el territorio y nace de las memorias vivas de sus mingas comunitarias.

Taita Jesús Omero Cuasialpud se une a estas palabras y expresa su esperanza en que la universidad sea un semillero de líderes y lideresas para forjar un país pluricultural desde la autonomía que cobija a los pueblos y nacionalidades indígenas.

A estas reflexiones se suma la voz de Fernando Guerrero, quien lidera el proceso de creación de programas y de investigación de la universidad. El filósofo y literato tuquerreño concibe la universidad como un espacio para fortalecer los conocimientos de los pueblos dentro del cosmos vivo en el que habitan los territorios:

“La creación de esta universidad salda la deuda histórica de quienes se arriesgan a pensar de otro modo la educación, y se hace necesario cambiar la visión que se tiene de la investigación la cual debe pensarse para resolver las grandes crisis globales, el porvenir de nuestras generaciones, las transformaciones sociales y la indagación de las sabidurías profundas que hay en los sistemas de vida”.

Ya cayendo la tarde, y cerrando la jornada, Taita Gilberto Tapie nos comenta que la creación de la universidad ha supuesto retos hacia dentro y hacia fuera. Interiormente para equilibrar la palabra y los liderazgos colectivos. Hacia fuera porque los pastos fueron percibidos como un obstáculo al progreso. En los dos casos, los sistemas tradicionales de conocimiento son imprescindibles para enfrentar la crisis ambiental y humanitaria de nuestros tiempos.

Todas estas voces confluyen en lo que el territorio y sus comunidades han orientado, y quienes lideran este proceso se mantienen enfrentando los retos académicos, técnicos y políticos que demanda el día a día. Se trata de una historia de lucha más que de una celebración exenta de autocrítica. Ese examen también será necesario. Por ahora el objetivo de sus gestores es que la Universidad de los Pueblos Pastos y Quillasingas abra sus puertas a los estudiantes en los próximos meses.

* Colaborador de El Espectador y subdirector de Dejusticia.

Por Paulo Ilich Bacca * / Especial para El Espectador

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