Las primeras pinceladas del impresionismo
El impresionismo cumplió 150 años entre retratos de la cotidianidad y la naturaleza. Artistas como Claude Monet, Alfred Sisley, Camille Pissarro, Edouard Manet, entre muchos otros, se atrevieron a desafiar los cánones artísticos de París a finales del siglo XIX. Exploramos los orígenes de este movimiento y los avances tecnológicos que permitieron su desarrollo.
Andrea Jaramillo Caro
El 13 de noviembre de 1872, aproximadamente a las 7:35 a. m., Claude Monet estaba en el puerto de Le Havre, su ciudad natal. Con pinceladas rápidas, mezclaba los tonos gris, azul, blanco y naranja que le dieron color a un cielo que parecía brumoso, donde apenas se distinguían las siluetas de los barcos. El agua, que reflejaba el sol y las sombras de dos pequeñas embarcaciones, daba cuenta de la obsesión del artista con los efectos de la luz.
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El 13 de noviembre de 1872, aproximadamente a las 7:35 a. m., Claude Monet estaba en el puerto de Le Havre, su ciudad natal. Con pinceladas rápidas, mezclaba los tonos gris, azul, blanco y naranja que le dieron color a un cielo que parecía brumoso, donde apenas se distinguían las siluetas de los barcos. El agua, que reflejaba el sol y las sombras de dos pequeñas embarcaciones, daba cuenta de la obsesión del artista con los efectos de la luz.
Frente a las aguas calmadas y el sol naciente, el pintor, en ese momento poco conocido, sin saberlo, estaba creando una pintura que se convirtió en un punto de quiebre en la historia del arte. “Impression, soleil levant” fue una de las pinturas más reconocidas del impresionismo, movimiento artístico que cumplió 150 años en 2024.
Aunque el día en que Monet pintó ese lienzo el término “impresionismo” no existía, el estilo que definió a este grupo de artistas había estado en desarrollo durante varios años. Sobre el surgimiento del movimiento, Émile Zola escribió: “Podríamos decir que cuando se estableció la observación realista de la división cromática producida por los reflejos del agua, y cuando la vibración de la luz se extendió a todos los elementos del cuadro, en ese momento nació el impresionismo”.
Con Francia, su sociedad y sus paisajes como tierra fértil para la inspiración, y la luz y los colores como objeto de investigación, personajes como Auguste Renoir, Berthe Morisot, Mary Cassat, Édouard Manet, Gustave Caillebotte, Edgar Degas, Alfred Sisley y Camille Pissarro, entre otros, crearon conmoción y revuelo en el París de finales del siglo XIX.
La sociedad parisina de ese momento buscaba en el arte perfección e invisibilidad del trazo, pero los que pasaron a la historia como “impresionistas” se esforzaban porque sus pinceladas pudieran ser vistas. Mientras que los salones de artistas celebraban los temas históricos o mitológicos, este grupo fijó sus ojos en la cotidianidad, la luz y la naturaleza.
El academicismo y la jerarquía temática en el arte eran la norma, donde los paisajes y la pintura de género o costumbrista estaban al final, y quien la desafiara era considerado un paria. Sin embargo, fue así como comenzaron varios de los impresionistas. Berthe Morisot copiaba a los antiguos maestros en el Louvre cuando conoció a Manet, quien presentaba sus obras juiciosamente a los Salones, y Monet se mudó a París en 1859 para estudiar en la Academie Suisse... Pero estos artistas buscaban más; la realidad era su hilo conductor, pero su objetivo no era retratarla de manera fidedigna. Querían que sus obras mostraran momentos e impresiones de esos instantes.
Aunque Manet intentó pintar en el estilo realista que buscaba la academia, sus obras, año tras año, eran rechazadas. Decían que eran “degeneradas” por la temática, como le sucedió con “El bebedor con absenta”, en 1859. El de este pintor no fue el único caso y, debido al elevado número de artistas rechazados del Salón de París, Napoleón III inauguró el primer Salón de los Rechazados (Salon des Refusés), en 1863.
Este espacio creció en fama y popularidad, se realizaron más versiones y su presencia en París fue un catalizador para los nuevos movimientos artísticos que se gestaban en la ciudad. Sin embargo, la fecha que se conmemora como “el cumpleaños del impresionismo” es el 15 de abril de 1874.
Ese día, “Impression, soleil lévant” se convirtió en la pieza central de la primera exhibición de la Sociedad Anónima de pintores, escultores, grabadores, etc. Esa muestra fue la primera de ocho exhibiciones impresionistas que se llevaron a cabo hasta 1886. Justamente, el nombre que se les dio a estos artistas surgió de las palabras del crítico Louis Leroy, quien, luego de ver la exhibición, escribió: “Impresión. Estaba seguro de ello. Me decía a mí mismo que, puesto que estoy impresionado, tenía que haber alguna impresión en ello. ¡Y qué libertad, qué facilidad de ejecución! Un dibujo preliminar para un patrón de papel pintado está más acabado que este paisaje marino”.
Las apreciaciones de Leroy, que fueron hechas con intención ofensiva, se transformaron en un cumplido y una característica de estas piezas que hoy engalanan los muros de diversos museos alrededor del mundo y se venden por millones de dólares en subastas.
Un grupo unido
Monet tenía 19 años cuando comenzó a estudiar en la Academie Suisse, pero luego cambió de instructor y se convirtió en uno de los alumnos del pintor académico Charles Gleyre. En ese estudio conoció a Pierre Auguste Renoir, Frédéric Bezaille y Alfred Sisley. Los cuatro estudiantes compartían un interés parecido, que se desviaba radicalmente de lo que enseñaba la academia. Juntos se convirtieron en los fundadores del movimiento artístico por el que son recordados.
La atención de este grupo de artistas se fijó sobre las escenas de la vida cotidiana, como los almuerzos sobre la hierba de Manet y Monet, o “El desayuno de los remeros”, de Renoir, o las incontables escenas del ballet tras bambalinas que inmortalizó Degas, y también les dieron gran importancia a la naturaleza y el paisajismo, tomando inspiración de los naturalistas ingleses como William Turner. De estas temáticas salieron obras como “Los nenúfares”, de Monet; “Baile en Bougival”, de Renoir, y” La clase de danza”, de Degas. La firme creencia de que estas escenas eran valiosas los puso en contraposición del sistema establecido.
“Los impresionistas argumentaron que la vida a su alrededor era más interesante y se propusieron pintar su entorno y a sus amigos, documentando los apasionantes acontecimientos que estaba experimentando París a finales del siglo XIX. Se abrieron nuevos cafés y lugares de diversión, los grandes almacenes fomentaron una nueva sociedad de consumidores, la gente pasaba más tiempo de ocio en los parques, las riberas de los ríos y la costa, a la que se podía llegar gracias a la expansión del ferrocarril. París era un lugar apasionante en aquella época, aunque los impresionistas también retrataron a los explotados por este auge, como los trabajadores empobrecidos de las fábricas y los servicios”, escribió Karen Serres, del Instituto Courtauld.
Durante mucho tiempo no vieron ganancias económicas por sus esfuerzos artísticos. Algunos, incluso, tenían un segundo trabajo y otros provenían de familias acomodadas. El caso de Claude Monet es uno de los más conocidos en este aspecto, pues, como lo escribió su amigo Renoir en 1869: “miserablemente, no tienen para comer todos los días”, refiriéndose al artista y su esposa Camille. Las obras eran muy difíciles de vender en los primeros años y se dice que, en ocasiones, Renoir pagaba sus comidas en cafés con sus pinturas.
Rose-Marie y Rainer Hagen detallaron en su libro “Los secretos de las obras de arte” que, a pesar de que Monet descendía de una familia adinerada, llegó un momento en el que Frédéric Bezaille y Gustave Caillebotte fueron a su rescate, mientras que “Renoir, que tampoco era precisamente rico, llenaba unas bolsas de pan en casa de sus padres antes de ir a visitar a Monet”. Poco a poco, la popularidad de estos artistas fue creciendo y su suerte cambió.
Sin embargo, hubo un personaje importante en la historia económica de este grupo: Gustave Caillebotte. Gracias a una herencia, tenía suficiente dinero para vivir ampliamente, así que se convirtió en mecenas de los impresionistas. Él fue uno de los miembros del grupo y su primera retrospectiva en solitario fue en 1994, cien años después de su muerte, pero en vida su legado fue la financiación y promoción de los otros impresionistas. De acuerdo con los Hagen: “En 1878 le regaló 750 francos a Pissarro. A Monet le pagó el traslado y el alquiler de la vivienda y le compró 18 obras. Caillebotte admiraba a los artistas que se habían apartado de la tradición; quizá porque él también quería desprenderse del entorno burgués del que provenía”.
Un taller “en plein air” y la búsqueda incansable de la luz y el color
Con o sin la suerte y aceptación de la sociedad parisina, estos artistas estaban determinados a seguir sus intereses. Ya se ha detallado que uno de ellos estuvo en el paisaje y la forma en la que la luz se reflejaba sobre las superficies, algo que se evidencia en la serie de la Catedral de Rouen, de Monet. Sin embargo, el elemento clave para que los impresionistas pudieran realizar este tipo de investigaciones fue su salida de los estudios que se habían asociado a los artistas, para hacer del mundo y del aire libre sus talleres.
Sin embargo, varios de ellos iniciaron su carrera entre cuatro paredes. En su libro “Los talleres del arte”, el filósofo Eduardo Alaminos López describió estos espacios como un microcosmos y contaba cómo, en un principio, los impresionistas vieron el estudio tradicional como un centro de creación artística. “En los inicios de sus carreras, los pintores impresionistas comparten los mismos temas. Implica esto para ellos la posibilidad de intercambiar rápidamente descubrimientos y hallazgos técnicos. Monet y Renoir pintan los mismos motivos en la Grenouillere. Cézanne y Renoir igualmente en L’Estaque. Estos principios ejemplifican el deseo de formar un taller común”, escribió.
Pero, a pesar de que las relaciones de esos artistas fueran, en su mayoría, de una amistad cercana, Alaminos López sostiene que se dieron cuenta de que su trabajo lo realizaban mejor en solitario, a pesar de su interés por compartir un taller. Para el filósofo, “la forma del taller propio que cada uno adopte, obedecerá a un espíritu y visión común: la del sentimiento de que el artista trabaja siempre desde un espacio abierto”.
Ese lugar se podía manifestar de muchas maneras. Para Monet podía ser el puerto de Le Havre, la orilla del río Támesis y el Sena o el jardín de su casa, mientras que para Renoir el espacio abierto se encarnaba en los bailes y escenas sociales que retrataba, y para Degas eran los salones donde se impartían clases de ballet.
A pesar de que este cambio del estudio tradicional dejó un sinfín de obras para la posteridad, el pintar al aire libre tenía desafíos. “Los pintores anteriores hacían bocetos de la naturaleza, pero terminaban sus pinturas de paisajes en el estudio. Los impresionistas solían pintar los suyos enteramente en el exterior; a menudo se encuentran incrustados en la pintura trozos de arena o insectos”, escribió Serres.
Era en estos escenarios en los que acompañados o, preferiblemente en soledad, buscaban las maneras en las que la luz se reflejaba sobre la tela de un vestido, la superficie de una mesa, una flor, una hoja o el agua y, así, capturar el momento. Para lograr este objetivo, necesariamente se valían de la rapidez y agilidad con el pincel, dejando de lado las líneas y los ángulos perfectos del academicismo, optando por desdibujar algunos detalles. “El uso continuo de pinceladas y trazos libres tenía por finalidad conseguir y resaltar la percepción del conjunto y no la particularización de detalles concretos”, escribió Alaminos.
Según Anton Ehrenzweig, los impresionistas “hicieron pedazos todas las superficies y líneas coherentes (de una composición) e insistieron en la significación de la pincelada suelta. En el sentido que esta cobra al ser utilizada de manera libre y sin ningún tipo de prejuicio vital”. Fue este elemento el que escandalizó a Leroy en la primera exhibición impresionista.
El hecho de que la atención de estos artistas estuviera enfocada en el instante específico y no en ahondar en los detalles del momento hizo que sus detractores pegaran el grito en el cielo, mientras que los artistas contemporáneos a este grupo “los consideraban simples ‘pintores rápidos’”, según los Hagen.
Lo que permitió que estos artistas pudieran dedicar su tiempo a salir de los talleres y pintar al aire libre fue más que una determinación por la observación del entorno. Un avance científico fue lo que hizo que hoy tengamos un vasto catálogo de obras impresionistas: el tubo de estaño. Gracias a este y la forma rápida y sencilla de dispensar las pinturas, el estilo impresionista floreció.
Cada una de las pinturas y las vidas que formaron parte de este movimiento pasaron a la historia por su intención de desafiar lo convencional. Fue durante esos años del siglo XIX cuando la historia del arte vio un cambio en sus patrones. Los artistas rechazados de París se convirtieron en figuras cuya obra hoy es vista por millones de personas alrededor del mundo y sus temas, pinceladas e intenciones han dejado huella en la forma en la que el arte siguió su camino. Los impresionistas no fueron los primeros en desafiar los cánones impuestos, Gustave Courbet ya había recorrido ese camino, pero fueron claves para lo que terminó siendo una reconfiguración de los valores en el arte.