“El cuerpo inaugura el duelo”, Dolores Reyes habla sobre la desaparición
En el marco del 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, entrevistamos a Dolores Reyes, escritora argentina y autora de la novela “Cometierra”, en la que una niña puede comunicarse con los muertos, en especial con las víctimas de feminicidios.
Daniela Cristancho
Cometierra se lleva un puñado de tierra a la boca. Cuando la traga, cierra los ojos. De la oscuridad nacen las imágenes de los muertos. Es así como supo que su papá había matado a golpes a su mamá. Es así como también supo que él estaba vivo, aunque no supiera en dónde. En la novela de Dolores Reyes, Cometierra (editada en Colombia por Rey Naranjo), la protagonista se constituye como una vidente, una suerte de puente entre los que ya no están y los que los siguen buscando. En sus visiones, la niña encuentra a muchas mujeres, una de sus profesoras, a una de sus compañeras del colegio, la mayoría son víctimas de feminicidio. “Yo siento que en realidad el tema se me fue imponiendo. Es algo que vengo analizando, masticando, tratando de digerir desde que era muy chica”, dice la autora argentina, similar a algo que diría su personaje.
“Siento que la vida de todas las mujeres cuando somos jóvenes, entre el fin de la infancia y el comienzo de la adolescencia, hay un momento en el que un caso o algo que escuchas te da la idea de lo que te pueden hacer solo por el hecho de ser mujer. A mí me pasó con el caso de María Soledad Morales, que fue acá un feminicidio brutal y muy famoso porque se levantó una provincia entera pidiendo justicia por esa chica, que en ese momento tenía 17 años y yo tenía 10 o 11 y desde ahí fui siguiendo otros feminicidios. Era como algo que volvía cuando ni siquiera teníamos estas palabras para nombrar lo que estaba pasando. No se hablaba de feminicidio, a veces se decía violencia doméstica, pero no mucho más. Después empecé a escribir y siento que cuando te sientas frente a la computadora salen tus obsesiones y, sobre todo, sale todo aquello que no está resuelto. Se te impone de alguna forma. Me venía pasando con cuentos cortos, que empezaba a escribir y rondaba este tema, me acuerdo uno que se llamaba “Flores para Aracelis”, que abordaba esta cuestión de devolver el cuerpo, de que no nos tiren a la basura, que era algo que estaba pasando muchísimo, tiraban los cuerpos en bolsas negras para que terminaran en los lugares de relleno ecológico de la ciudad donde donde va la basura. La primera escena, la nena sentada en el cementerio comiendo tierra, se me apareció en un taller de experimentación con la palabra. ¿Qué es lo que podía pasarle comiendo tierra en un cementerio donde está en contacto con otros cuerpos? Que ella pudiese de alguna forma leer las historias depositadas en esa tierra por esas personas que ya no estaban. Así que enseguida fui hacia los feminicidios, porque de alguna forma son las desaparecidas actuales”.
¿Nunca consideró hacer de este tema un trabajo de no ficción?
La ficción tiene la posibilidad que otro pedazo del lenguaje a veces no tanto. Los discursos periodísticos o las sentencias judiciales muchas veces son absolutamente violentos, es en donde se desprecia la vida de las mujeres. Yo siento que la literatura puede hacer algo mucho más amoroso hacia esos cuerpos que nos faltan, por un lado, dejar de lado todos esos discursos de odio y dar cuenta, por eso elegí la perspectiva de una hija cuya madre fue víctima de un feminicidio, de todo el amor y de toda la desolación y tristeza que nos traen esas mujeres que nos faltan. Y por el otro lado también la experiencia ficcional es para mí es una experiencia fuertísima. Siento que a veces la experiencia simbólica te conforma tanto como la experiencia directa. Entonces lo que puede hacer la literatura es tomar a un lector, atraparlo dentro de una trama y hacerlo vivir a lo largo de una novela experiencias simbólicas, que también son transformadoras, se conmueve, se ponen al tanto de algo que quizás no quería ver o no estaba tan involucrado y después cuando cierra el libro, yo siento que interviene en la sociedad de manera distinta, con una experiencia de haber atravesado eso, al menos por la ficción.
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Ahora que habla de esa experiencia simbólica, me gustaría ahondar un poco en el símbolo de la tierra...
Es un símbolo muy potente, universal, más allá del tiempo, incluso de la sabiduría, del conocimiento femeninos. Si te pones a analizar la tierra para todas las culturas es un principio femenino, partiendo de Gaia, la Pachamama... Siempre es un un principio femenino ligado a la vida, a los ciclos de la agricultura, de la semilla, el alimento, pero también ligado a la muerte. Es ahí a donde vamos cuando ya dejamos de existir, nuestro cuerpo va a tierra y se transforma y se convierte en otras cosas, plantas, se completa el ciclo.
En la novela juego con que la tierra recibe a esos cuerpos y los abriga casi como si fuese un útero materno. El deseo de los violentos de seguir castigando a esas mujeres, a esos cuerpos, más allá de la muerte, privándolas de su tierra, de su tumba, de su despedida, de sus seres queridos. Yo siento que la tierra está ahí y que la tierra conoce. En la novela la tierra conoce a la gente que la habitó, que dejamos algo de nuestra alma, una huella de la experiencia o de la memoria en la tierra. Y lo que estaba faltando ahí era la mediadora, que es justamente lo que vengo a construir en la novela, alguien que puede interpretar o leer o ver por medio de visiones lo que la tierra le está mostrando y que nos pueda contar a nosotros en nuestro lenguaje.
¿A qué se refiere con que hay violencias que continúan incluso después de la muerte?
Desaparecer, ser tirado a la basura... Desafortunadamente en Argentina, en Colombia, en México, en Chile es muy común. No es que fusilan a alguien y lo dejan en la puerta de los familiares para que lo entierren y lo velen. Tenemos una trayectoria infernal de fosas comunes, de quitar a los familiares su ser querido y a esos seres queridos quitarle el derecho a un entierro con un nombre, a una despedida. Yo siento que es una violencia que se perpetúa no solo con el cuerpo que ya no está, sino con los familiares que viven con una herida en carne viva por la incertidumbre. La perspectiva que tiene Cometierra es muy distinta de la mía como persona, porque ella siente a veces que no sirve porque llegó tarde, porque esa persona está muerta. Para mí cuando ella devuelve un cuerpo es igualmente tan valioso porque termina con la tortura permanente.
Y también que creo que por eso es tan interesante la figura de Cometierra como vidente, alguien que puede acabar con la tortura de la esperanza...
Yo creo que el cuerpo inaugura el duelo y por eso hay cementerios en todo el planeta, por eso hay días de muertos, por eso hay epitafios, despedidas. Nos caracterizamos casi como raza humana por esto, por despedirnos de los muertos y tener una ritualidad, que es lo que nos permite seguir adelante. La desaparición es un corte violentísimo de ese orden, que para mí es natural al ser humano. Entonces ahí no hay proceso de duelo ni de sanación, uno queda enganchado ahí como un anzuelo.
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Me interesa el tema de los roles que se les asignan a los hombres en el libro. Se ve la figura del padre, que asesinó a la madre a golpes, pero también los hombres ocupan muchos otros papeles: el hermano que cuida, el policía que busca ayuda, incluso una de las víctimas es un niño...
Me interesaba mucho no hacer, de nuevo, lo que hacen los medios cuando hay un agresor, que es depositar todo lo malo en esa persona. Eso es algo muy fácil de hacer, pero a la vez, me parece, no responde a la complejidad de la realidad. El feminicida termina siendo tu compañero de trabajo, el que va a llevar a los chicos al mismo club al que van tus hijos, el vecino, no es gente asocial que vive adentro de una cueva, no son monstruos. Entonces yo quería construir eso justamente: la complejidad de los personajes masculinos. Incluso con el padre, que es por supuesto un tipo violento y que ella lo ve oscuro y violento desde la infancia, la madre se encerraba a dormir con ella cuando el tipo andaba pesado, pero, más allá de eso, la chica lo quiere y quiere saber dónde está. Y a la vez él, con toda la cuestión de ser ese padre monstruoso, que mató a la madre a golpes, cuando tiene que salir a proteger a sus hijos en el momento más extremo de vida o muerte, aparece. Me gusta mucho hacer personajes masculinos no unilaterales, sino realmente complejos, como lo son en la realidad. No puedo mostrar personajes de una cara, este no es un cuento de hadas.
En el libro hay una frase que dice “Al final todos buscan solos” y justamente al principio hablamos de María Soledad Morales y de cómo toda una provincia estaba reclamando por ella. ¿Cómo es esta disyuntiva de la persona que ha perdido a alguien y este apoyo comunitario que también puede darse?
Eso lo vengo analizando muchísimo, incluso viendo mi trayectoria vital. Por ejemplo, yo nací en 1978, en la dictadura, acá hubo más de 30.000 desaparecidos y crecí viendo las organizaciones de mujeres en Argentina que buscaban a sus muertos, a sus desaparecidos en la tierra justamente. Buscando un pedacito de hueso, un testimonio, algo de ADN en los centros clandestinos de detención. Y me gustaba leer las historias de cada una de ellas y cómo al principio era toda la familia la que buscaba, pero hay algo, que yo siento incluso que es lógico, que con el paso del tiempo termina siendo uno solo el que empieza incluso relegar la propia vida y dejarlo todo de lado por esa búsqueda. Entonces me gustaba centrarme en esos buscadores, como el de Marisela Escobedo, en México. Ella removió cielo y tierra, hizo todo lo humanamente posible por encontrar a su hija hasta el final. Entonces siento que sí es verdad que a veces es toda la familia o la comunidad, pero hay uno que hasta 40 años después sigue buscando.
Usted decía que cuando uno se se sienta frente al computador aparecen las obsesiones. ¿Escribir este libro hizo que se calmara la obsesión por este tema?
Ese proceso de decir ‘me siento mejor’ me ha pasado con cuentos con otros temas. Ahora, el feminicidio es tal en la actualidad que no, que toda esa tristeza se actualiza todo el tiempo. Me paran chicas y me dicen ‘yo era la mejor amiga de Lola Chomnalez’, un caso muy conocido de una chica de 14 años que la mataron en Uruguay, apareció el cuerpo y nadie sabe lo que pasó. De alguna forma la novela habilitó que un montón de gente me empezara a contar la historia de sus madres asesinadas por violencias machistas cuando eran muy jóvenes, porque había un montón de vergüenza, no había estas organizaciones ni de observatorios de género y demás. Y las personas pensaban que eso les pasaba solo a ellos y no sabían ni cómo nombrar eso que les había pasado y quedaron ahí con un nudo en la garganta. Ahora me paran y me cuentan historias, me las escriban, entonces eso hace que el dolor se actualice todo el tiempo, para nada siento que me haya aliviado, porque la realidad me lo sigue tirando a la cara.
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Cometierra se lleva un puñado de tierra a la boca. Cuando la traga, cierra los ojos. De la oscuridad nacen las imágenes de los muertos. Es así como supo que su papá había matado a golpes a su mamá. Es así como también supo que él estaba vivo, aunque no supiera en dónde. En la novela de Dolores Reyes, Cometierra (editada en Colombia por Rey Naranjo), la protagonista se constituye como una vidente, una suerte de puente entre los que ya no están y los que los siguen buscando. En sus visiones, la niña encuentra a muchas mujeres, una de sus profesoras, a una de sus compañeras del colegio, la mayoría son víctimas de feminicidio. “Yo siento que en realidad el tema se me fue imponiendo. Es algo que vengo analizando, masticando, tratando de digerir desde que era muy chica”, dice la autora argentina, similar a algo que diría su personaje.
“Siento que la vida de todas las mujeres cuando somos jóvenes, entre el fin de la infancia y el comienzo de la adolescencia, hay un momento en el que un caso o algo que escuchas te da la idea de lo que te pueden hacer solo por el hecho de ser mujer. A mí me pasó con el caso de María Soledad Morales, que fue acá un feminicidio brutal y muy famoso porque se levantó una provincia entera pidiendo justicia por esa chica, que en ese momento tenía 17 años y yo tenía 10 o 11 y desde ahí fui siguiendo otros feminicidios. Era como algo que volvía cuando ni siquiera teníamos estas palabras para nombrar lo que estaba pasando. No se hablaba de feminicidio, a veces se decía violencia doméstica, pero no mucho más. Después empecé a escribir y siento que cuando te sientas frente a la computadora salen tus obsesiones y, sobre todo, sale todo aquello que no está resuelto. Se te impone de alguna forma. Me venía pasando con cuentos cortos, que empezaba a escribir y rondaba este tema, me acuerdo uno que se llamaba “Flores para Aracelis”, que abordaba esta cuestión de devolver el cuerpo, de que no nos tiren a la basura, que era algo que estaba pasando muchísimo, tiraban los cuerpos en bolsas negras para que terminaran en los lugares de relleno ecológico de la ciudad donde donde va la basura. La primera escena, la nena sentada en el cementerio comiendo tierra, se me apareció en un taller de experimentación con la palabra. ¿Qué es lo que podía pasarle comiendo tierra en un cementerio donde está en contacto con otros cuerpos? Que ella pudiese de alguna forma leer las historias depositadas en esa tierra por esas personas que ya no estaban. Así que enseguida fui hacia los feminicidios, porque de alguna forma son las desaparecidas actuales”.
¿Nunca consideró hacer de este tema un trabajo de no ficción?
La ficción tiene la posibilidad que otro pedazo del lenguaje a veces no tanto. Los discursos periodísticos o las sentencias judiciales muchas veces son absolutamente violentos, es en donde se desprecia la vida de las mujeres. Yo siento que la literatura puede hacer algo mucho más amoroso hacia esos cuerpos que nos faltan, por un lado, dejar de lado todos esos discursos de odio y dar cuenta, por eso elegí la perspectiva de una hija cuya madre fue víctima de un feminicidio, de todo el amor y de toda la desolación y tristeza que nos traen esas mujeres que nos faltan. Y por el otro lado también la experiencia ficcional es para mí es una experiencia fuertísima. Siento que a veces la experiencia simbólica te conforma tanto como la experiencia directa. Entonces lo que puede hacer la literatura es tomar a un lector, atraparlo dentro de una trama y hacerlo vivir a lo largo de una novela experiencias simbólicas, que también son transformadoras, se conmueve, se ponen al tanto de algo que quizás no quería ver o no estaba tan involucrado y después cuando cierra el libro, yo siento que interviene en la sociedad de manera distinta, con una experiencia de haber atravesado eso, al menos por la ficción.
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Ahora que habla de esa experiencia simbólica, me gustaría ahondar un poco en el símbolo de la tierra...
Es un símbolo muy potente, universal, más allá del tiempo, incluso de la sabiduría, del conocimiento femeninos. Si te pones a analizar la tierra para todas las culturas es un principio femenino, partiendo de Gaia, la Pachamama... Siempre es un un principio femenino ligado a la vida, a los ciclos de la agricultura, de la semilla, el alimento, pero también ligado a la muerte. Es ahí a donde vamos cuando ya dejamos de existir, nuestro cuerpo va a tierra y se transforma y se convierte en otras cosas, plantas, se completa el ciclo.
En la novela juego con que la tierra recibe a esos cuerpos y los abriga casi como si fuese un útero materno. El deseo de los violentos de seguir castigando a esas mujeres, a esos cuerpos, más allá de la muerte, privándolas de su tierra, de su tumba, de su despedida, de sus seres queridos. Yo siento que la tierra está ahí y que la tierra conoce. En la novela la tierra conoce a la gente que la habitó, que dejamos algo de nuestra alma, una huella de la experiencia o de la memoria en la tierra. Y lo que estaba faltando ahí era la mediadora, que es justamente lo que vengo a construir en la novela, alguien que puede interpretar o leer o ver por medio de visiones lo que la tierra le está mostrando y que nos pueda contar a nosotros en nuestro lenguaje.
¿A qué se refiere con que hay violencias que continúan incluso después de la muerte?
Desaparecer, ser tirado a la basura... Desafortunadamente en Argentina, en Colombia, en México, en Chile es muy común. No es que fusilan a alguien y lo dejan en la puerta de los familiares para que lo entierren y lo velen. Tenemos una trayectoria infernal de fosas comunes, de quitar a los familiares su ser querido y a esos seres queridos quitarle el derecho a un entierro con un nombre, a una despedida. Yo siento que es una violencia que se perpetúa no solo con el cuerpo que ya no está, sino con los familiares que viven con una herida en carne viva por la incertidumbre. La perspectiva que tiene Cometierra es muy distinta de la mía como persona, porque ella siente a veces que no sirve porque llegó tarde, porque esa persona está muerta. Para mí cuando ella devuelve un cuerpo es igualmente tan valioso porque termina con la tortura permanente.
Y también que creo que por eso es tan interesante la figura de Cometierra como vidente, alguien que puede acabar con la tortura de la esperanza...
Yo creo que el cuerpo inaugura el duelo y por eso hay cementerios en todo el planeta, por eso hay días de muertos, por eso hay epitafios, despedidas. Nos caracterizamos casi como raza humana por esto, por despedirnos de los muertos y tener una ritualidad, que es lo que nos permite seguir adelante. La desaparición es un corte violentísimo de ese orden, que para mí es natural al ser humano. Entonces ahí no hay proceso de duelo ni de sanación, uno queda enganchado ahí como un anzuelo.
Le sugerimos: “Toda mi vida ha dependido de mi vocación de escritor”: Juan Carlos Botero
Me interesa el tema de los roles que se les asignan a los hombres en el libro. Se ve la figura del padre, que asesinó a la madre a golpes, pero también los hombres ocupan muchos otros papeles: el hermano que cuida, el policía que busca ayuda, incluso una de las víctimas es un niño...
Me interesaba mucho no hacer, de nuevo, lo que hacen los medios cuando hay un agresor, que es depositar todo lo malo en esa persona. Eso es algo muy fácil de hacer, pero a la vez, me parece, no responde a la complejidad de la realidad. El feminicida termina siendo tu compañero de trabajo, el que va a llevar a los chicos al mismo club al que van tus hijos, el vecino, no es gente asocial que vive adentro de una cueva, no son monstruos. Entonces yo quería construir eso justamente: la complejidad de los personajes masculinos. Incluso con el padre, que es por supuesto un tipo violento y que ella lo ve oscuro y violento desde la infancia, la madre se encerraba a dormir con ella cuando el tipo andaba pesado, pero, más allá de eso, la chica lo quiere y quiere saber dónde está. Y a la vez él, con toda la cuestión de ser ese padre monstruoso, que mató a la madre a golpes, cuando tiene que salir a proteger a sus hijos en el momento más extremo de vida o muerte, aparece. Me gusta mucho hacer personajes masculinos no unilaterales, sino realmente complejos, como lo son en la realidad. No puedo mostrar personajes de una cara, este no es un cuento de hadas.
En el libro hay una frase que dice “Al final todos buscan solos” y justamente al principio hablamos de María Soledad Morales y de cómo toda una provincia estaba reclamando por ella. ¿Cómo es esta disyuntiva de la persona que ha perdido a alguien y este apoyo comunitario que también puede darse?
Eso lo vengo analizando muchísimo, incluso viendo mi trayectoria vital. Por ejemplo, yo nací en 1978, en la dictadura, acá hubo más de 30.000 desaparecidos y crecí viendo las organizaciones de mujeres en Argentina que buscaban a sus muertos, a sus desaparecidos en la tierra justamente. Buscando un pedacito de hueso, un testimonio, algo de ADN en los centros clandestinos de detención. Y me gustaba leer las historias de cada una de ellas y cómo al principio era toda la familia la que buscaba, pero hay algo, que yo siento incluso que es lógico, que con el paso del tiempo termina siendo uno solo el que empieza incluso relegar la propia vida y dejarlo todo de lado por esa búsqueda. Entonces me gustaba centrarme en esos buscadores, como el de Marisela Escobedo, en México. Ella removió cielo y tierra, hizo todo lo humanamente posible por encontrar a su hija hasta el final. Entonces siento que sí es verdad que a veces es toda la familia o la comunidad, pero hay uno que hasta 40 años después sigue buscando.
Usted decía que cuando uno se se sienta frente al computador aparecen las obsesiones. ¿Escribir este libro hizo que se calmara la obsesión por este tema?
Ese proceso de decir ‘me siento mejor’ me ha pasado con cuentos con otros temas. Ahora, el feminicidio es tal en la actualidad que no, que toda esa tristeza se actualiza todo el tiempo. Me paran chicas y me dicen ‘yo era la mejor amiga de Lola Chomnalez’, un caso muy conocido de una chica de 14 años que la mataron en Uruguay, apareció el cuerpo y nadie sabe lo que pasó. De alguna forma la novela habilitó que un montón de gente me empezara a contar la historia de sus madres asesinadas por violencias machistas cuando eran muy jóvenes, porque había un montón de vergüenza, no había estas organizaciones ni de observatorios de género y demás. Y las personas pensaban que eso les pasaba solo a ellos y no sabían ni cómo nombrar eso que les había pasado y quedaron ahí con un nudo en la garganta. Ahora me paran y me cuentan historias, me las escriban, entonces eso hace que el dolor se actualice todo el tiempo, para nada siento que me haya aliviado, porque la realidad me lo sigue tirando a la cara.
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