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                                                                                                                                35 años de la caída del muro: “Imposible entender el siglo XX sin entender Berlín”

                                                                                                                                Publicamos el prólogo del libro “Berlín, auge y caída de una ciudad en el centro del mundo”, sello editorial Taurus.

                                                                                                                                Sinclair McKay * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Retratos de las víctimas del Muro de Berlín después de un acto conmemorativo del 35º aniversario de la caída del Muro de Berlín en Berlín, Alemania, el 9 de noviembre de 2024. El Muro de Berlín rodeó Berlín Occidental durante 155 kilómetros y lo dividió desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989. Originalmente construido para evitar que los berlineses orientales huyeran hacia el oeste, el muro fue ampliado continuamente por la Unidad Socialista. Al menos 136 personas perdieron la vida aquí intentando escapar del este al oeste.
                                                                                                                                Foto: EFE - CLEMENS BILAN
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: EFE - CLEMENS BILAN
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Berlín es una ciudad desnuda. Exhibe abiertamente sus heridas y cicatrices. Quiere que se vean. La piedra y los ladrillos de sus incontables calles muestran marcas, agujeros, quemaduras; recuerdos de las balas. Estos desperfectos son ecos de un enorme y sangriento trauma del que, durante muchos años, los berlineses fueron reacios a hablar sin tapujos. Bajo la sombra del horrendo genocidio, sugerir que ellos también fueron víctimas de la guerra de Hitler era un tema tabú. La ciudad en sí hace tiempo que se curó, pero estas heridas aún no han cicatrizado: la pared de la vieja fábrica de cerveza de Friedrichsruhe muestra la huella, en forma de rayos de sol, dejada por un intenso fuego de artillería; el bajorrelieve en la base de una columna de la Victoria del siglo XIX, de Cristo crucificado, con el corazón atravesado por la metralla; la arcada románica del pórtico de entrada a la estación de tren de Anhalter, desaparecida bajo las bombas, ahora se yergue exenta y no conduce más que al vacío. En el frondoso parque Humboldthain, situado en el extremo norte del centro de la ciudad, brotan los árboles en torno a una sombría e inmensa torre de defensa antiaérea de cemento que, a finales de la guerra, sirvió como refugio, hospital y catacumba. Tal vez lo más famoso sea la derruida torre de la iglesia, rematada con metal, que preside la concurrida calle comercial de Kurfürstendamm: la iglesia memorial del káiser Guillermo. Esta torre es casi lo único que resta de la construcción original, que databa de principios de siglo; una noche de 1943 fue alcanzada por un bombardeo y quedó envuelta en llamas (tras la guerra, se construyó junto a ella una nueva iglesia de estilo moderno). Para alguien que no supiera nada de la historia de esta ciudad, la mera vista de esta extraña torre resultaría desconcertante: ¿qué podría significar esta insólita ruina conservada en medio de una indiferente zona comercial? Otras capitales europeas dan cuenta de su oscuro pasado con monumentos de una estética elegante, con el fin de suavizar los accidentados perfiles de la historia. Aquí no.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La caída de la ciudad en 1945 es uno de esos momentos de la historia que se erige como un faro; el haz de luz ilumina nítidamente lo que había pasado antes y lo que pasó después. No fue solo la vil muerte del hombre que estaba en el centro de la vorágine, o la forma en que su autodestrucción en un búnker subterráneo pareció ir filtrándose y disolviendo los cimientos de la ciudad misma. Ni tampoco es una historia que pueda entenderse en exclusiva como una historia militar, dado que también incluye a un enorme tapiz de civiles berlineses de a pie —que superaban ampliamente en número al de los soldados supervivientes que ya no podían protegerlos— y sus esfuerzos por no perder la cordura cuando sus vidas se vieron dislocadas. Es también la historia de quienes habían percibido las amenazantes sombras de esta violencia en los años previos. En 1945, los berlineses de más edad ya habían vivido las secuelas de la Gran Guerra y la fallida Revolución alemana de 1918; ya habían tenido que bordear las heladas calles transformadas en desfiladeros para francotiradores; ya habían tenido que sufrir periodos de escasez crónicos y un frío inclemente. En 1919, apareció un cartel por toda la ciudad que representaba a una elegante mujer bailando un tango abrazada a un esqueleto. «¡Berlín, párate a pensar! ¡Estás bailando con la muerte!», se leía impreso. El póster, inspirado por el poeta Paul Zech, se refería a las medidas de salud pública tomadas a raíz de la guerra, si bien no dejaba de sugerir una morbilidad más genérica asociada a la naturaleza de la ciudad.

                                                                                                                                En un sentido similar, la pesadilla de 1945 proyectaba su larga sombra sobre el futuro de Berlín. Entre las repercusiones del nazismo, aquellos ciudadanos de a pie tuvieron que enfrentarse a nuevas oleadas de violencia de posguerra, privaciones, angustia y todo un nuevo ciclo de totalitarismo. El gris cadavérico del Muro de Berlín, cuya construcción comenzó en 1961, fue otra de las secuelas de 1945, y mantuvo a la ciudad en el centro de la inestabilidad geopolítica mundial y potencial detonante de una guerra nuclear. Sin embargo, incluso en esta nueva encarnación de dualidad, el talento y el arte, así como su espíritu abiertamente rebelde, sobrevivieron.

                                                                                                                                Las personas no viven sus vidas dentro de unas eras fijas; aunque una época termine, la gente continúa, o trata de continuar, básicamente igual que antes. Con frecuencia, la historia reciente de Berlín se contempla a través de unos prismas que establecen divisiones fijas: el periodo guillermino, el de Weimar, el nazi, el comunista, cada uno de ellos herméticamente cerrado. Sin embargo, las vidas de sus ciudadanos formaron un agitado continuum a lo largo de todos estos distintos regímenes; fueron personas que tuvieron que estar siempre esforzándose al máximo por adaptarse a una ciudad que cambiaba a la velocidad del rayo. ¿Qué debieron de parecerles todas estas revoluciones violentas a los berlineses que tan solo deseaban vivir, trabajar y amar? Los que crecieron en la era Weimar, que luego estuvieron bajo la sombra de la caída nazi, que en los años siguientes vieron su ciudad ocupada y dominada por otras potencias… ¿Cómo pudieron mantenerse firmes sus esquemas mentales, los recuerdos de determinados barrios, cuando el paisaje urbano que les rodeaba estaba en un constante estado de desconcertante mutación y demolición, hasta el punto de que algunos nacidos en la ciudad perdían la capacidad de orientarse por sus calles de siempre? La pesadilla de la guerra tampoco puede definir por completo a estos increíblemente ingeniosos ciudadanos; explorar sus vidas y su suerte es importante para darse cuenta de que sus historias también engloban el extraordinario territorio cultural de Berlín: no solo su arte, su cine y su música, extraordinariamente innovadores y a la vanguardia del mundo, ni su valioso esfuerzo científico, sino también su tortuosa relación con su antigua aristocracia y la constante actividad de los motores de la violencia de clase y callejera.

                                                                                                                                Antes de Hitler, esta había sido una ciudad cosmopolita, que atraía a fascinados visitantes de todo el mundo. Por los elegantes edificios de apartamentos y los grandes almacenes futuristas de la década de 1920, se movían artistas con una visión sensual y satírica de la nueva realidad de la vida urbana. Esta exuberancia se extinguiría casi por completo (aunque nunca del todo, ni siquiera bajo los nazis) durante algún tiempo. E inmediatamente después de mayo de 1945, esta llama volvería a elevarse aún con más fuerza, alimentada por el oxígeno de la liberación. De otra parte, se hallaba la pionera promesa, previa a los nazis, de la realización personal. Durante algún tiempo, mujeres y hombres fueron relativamente libres para vivir conforme a su verdadera orientación sexual. Aquí, a diferencia de en otras ciudades del mundo de esa época, no se les denigraba; podían por fin expresar el amor que hasta entonces se les había negado. Una vez más, los nazis hicieron todo lo posible para asfixiar esta parte de la vida de la urbe, y por los medios más crueles. Un gran número de berlineses fueron enviados a la muerte más brutal por este motivo. No obstante, de entre las cenizas, volvió a brotar la resistencia y la capital redescubrió su gusto por la sensualidad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La vida intelectual ciudadana era otra de sus fuerzas de empuje. Tanto en la ciencia como en las artes, toda una gama de nuevos mundos se dio cita en los laboratorios de Berlín. Antes del nazismo, esta había sido la ciudad de Einstein, pero él no fue el único innovador deslumbrante. Los misterios de la física cuántica eran explorados aquí por mentes que operaban en campos desconocidos e inimaginables. La inmolación de la urbe en 1945 deja claramente a la vista los avances que había experimentado la ciencia, y lo lejos que estaba dispuesto a llegar Stalin para arrebatarle sus secretos sobre la energía atómica y apropiárselos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El precio de la innovación de principios del siglo XX fue la inseguridad y el aislamiento; la mera velocidad del ritmo de descubrimiento, y del cambio social, sexual y artístico, resultó estimulante para unos y provocó miedo en otros. Esto confirió a Berlín una identidad cambiante que no resultaba fácil definir. Su extraordinaria sensibilidad —evidente incluso en medio del olor a muerte y los escombros de la invasión soviética— ya había sido señalada anteriormente. «Siempre ha sido —escribió el poeta Stephen Spender— una ciudad en la que la psicología de los habitantes se mostraba abiertamente».[1] En 1930, el escritor satírico Joseph Roth escribió: «Berlín es una joven e infeliz ciudad en estado de espera».[2] Al caminar por las calles del este, dijo de Hirtenstrasse, un bulevar de austeros bloques de viviendas: «No hay una calle más triste en el mundo».[3] Sin embargo, en un anuncio de agencia de viajes de 1920, Berlín era calificada como «la nueva ciudad de la luz en Europa».[4] En 1929, se decía que «no existe una ciudad en el mundo tan inquieta como Berlín. Todo está en movimiento».[5] Max Reinhardt, director de teatro de prestigio internacional, había comentado, antes del auge del nazismo: «Lo que me encanta es la sensación de transitoriedad; cada año podría ser el último».[6] Incluso en las vibrantes luces de neón que se filtraban entre las nieblas otoñales del atardecer, la posibilidad de la oscuridad se sentía siempre cerca. Al artista George Grosz le causaban desasosiego «las oscuras fachadas de los edificios de viviendas» y la inminencia de «disturbios y masacres».[7] Y, tras la guerra, cuando las nuevas potencias ocupantes asolaron Berlín, esa intensa sensación de alienación urbana se agravó, y artistas como Bertolt Brecht indagaron en estos desgarros y fracturas. Tanto en el este comunista de la ciudad como en la parte occidental bajo dominio estadounidense, resurgió una fluida energía estética que, al igual que en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial, iba mezclada con algo febril y vertiginoso, al borde de la ingobernabilidad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hoy Berlín es un lugar maravilloso para el paseante sin rumbo; su aparente falta de un centro claramente distinguible hace que explorarlo resulte fascinante. Uno podría inclinarse por pensar que el corazón de la ciudad se halla en la Puerta de Brandeburgo y en el restaurado Reichstag que se encuentra a su lado. Pero no: la sensación no es de boato o trascendencia, sino, simplemente, de que allí se lleva a cabo la tarea del Gobierno, sin más. ¿Tal vez el latido de ese corazón pueda escucharse entre los solemnes museos y la catedral, en la Isla de los Museos, entre esas columnatas y cúpulas neoclásicas? De nuevo, no: aunque constituyan una vista innegablemente seductora y paisajísticamente atractiva, estas grandiosas instituciones del siglo XIX parecen encontrarse tímidamente fuera de lugar; aunque causen impresión en los visitantes, ninguna característica arquitectónica revela que formen parte de la vida orgánica de la ciudad. Tal vez la clave resida en la historia de la atrozmente perseguida comunidad judía de Berlín. No lejos de aquí, un poco más al norte, tras un paseo por las orillas del río Spree, encontramos un bellísimo edificio: la Neue Synagoge («Nueva Sinagoga»), con su cúpula morisca brillando bajo el dorado sol. Sin embargo, es como una aparición fantasmal; en 1943, la sinagoga quedó medio destruida y, a raíz de la guerra, su ya gravemente dañada estructura fue deteriorándose cada vez más hasta que finalmente fue demolida. La edificación que podemos ver hoy es una reconstrucción hecha desde el sentimiento más profundo. Constituye una parte importante de la historia, aunque no toda.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lo mismo puede decirse de otra enorme reproducción: el Berliner Schloss, un palacio del siglo XVIII construido para la dinastía Hohenzollern, incautado durante la Revolución alemana de 1918, en gran medida ignorado por los nazis, pulverizado por el bombardeo aliado y demolido por los soviéticos en la década de 1950, que ha vuelto a nacer junto al Spree, al menos parcialmente. Tres de sus cuatro inmensas fachadas exteriores han sido perfectamente recreadas en su esplendor barroco, y el edificio alberga actualmente el museo Humboldt. Sin embargo, esta recreación también ha sido objeto de una enorme controversia. Sus vehementes críticos han argumentado que hay algo siniestramente neocolonial en la deliberada reconstrucción de la sede del poder imperial. «Toda ciudad tiene una historia —comentó el destacado arquitecto de Berlín David Chipperfield—, pero Berlín tiene demasiada».[8]

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Sin embargo, hay un enclave más tranquilo, más de clase trabajadora, al noroeste; unas calles con edificios de viviendas de aspecto mustio y polvoriento donde, de algún modo, ha quedado atrapado el corazón histórico más esencial de la ciudad. Se encuentra en las dependencias de un empeño admirable. El Zeitzeugenbörse —o centro para el intercambio entre testigos contemporáneos— ha tenido como objetivo captar y registrar las voces de los berlineses de a pie durante todo el siglo XX: sus vidas y experiencias a lo largo de los traumas de las distintas décadas. La antigua sensación de que el pueblo alemán tenía que reprimir sus propias experiencias de sufrimiento generó el efecto no buscado de crear una masa de materia histórica oscura: de silencio y oscuridad respecto a ciertos acontecimientos históricos. Los maravillosos académicos y voluntarios que gestionan el Zeitzeugenbörse han estado trabajando en los últimos años para conseguir que las voces de una generación de berlineses no se pierdan para siempre. Son estas voces las que nos pueden ayudar a orientarnos a través de un siglo de terror y, a la vez, de obstinada fortaleza.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y también pueden aportar perspectivas vívidas y evocadoras: por ejemplo, a partir de los recuerdos de Helga Hauthal, que a mediados de los años cuarenta era una colegiala a la que su inocente obsesión por el cine le hizo entrar en conflicto con la inflexible autoridad; de Horst Basemann, un joven berlinés que en 1945 estuvo en el frente oriental, al recordar su niñez y las embriagadoras fogatas nocturnas en el bosque con las Juventudes Hitlerianas, en la década de 1930; del joven oficial Mechtild Evers quien, en 1945, en sus esfuerzos por escapar a un ejército ya próximo, corrió un riesgo aún peor; de Reinhart Crüger, que en 1941, cuando tenía doce años, presenció con horror cómo la Gestapo venía a buscar uno por uno a todos sus vecinos judíos, y de Christa Ronke, una joven adolescente que, como otras muchas de su edad, simplemente deseaba centrarse en sus estudios escolares mientras en 1945 el mundo se desintegraba, y luego, al igual que sus amigos, aprendió a superar el trauma de la posguerra al mismo tiempo que trataba de construirse una nueva vida en aquel desolador paisaje.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Aunque lo concerniente a los poderosos siempre queda registrado con detalle, las personas corrientes cuyas vidas se vieron sacudidas y truncadas por sus acciones e ideologías tienen un sabor y una textura que tal vez nos diga más acerca de la moral y de las decisiones humanas. Y estos temas revisten una especial resonancia en Berlín: debido a la estrecha proximidad del mal con sus vidas, estos ciudadanos resultan especialmente fascinantes. Lo que ocurrió en Berlín, y en el resto de Alemania, podría haber sucedido en cualquier parte, pero ¿cómo estas ideologías —la inexorable y fría brutalidad del fascismo y la panóptica represión del comunismo— llegaron a arraigar tan fuertemente aquí? ¿Y cómo sus repercusiones continúan sintiéndose en toda Europa y Occidente hasta aquella extraordinaria noche de otoño de 1989 en que el Muro —esa expresión última de la opresión totalitaria— cayó por fin?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En este sentido, podría decirse que es imposible entender el siglo XX sin entender Berlín. Fundamentalmente, fue el momento de la caída de la ciudad al final de la guerra, en 1945, el que sintetizó dentro de sí el horror nihilista: la muerte en masa y sin sentido, a una escala inimaginable. No obstante, incluso en aquel ambiente tan cargado, todavía era posible distinguir algunas chispas del incansable e impaciente espíritu de Berlín. Caminar hoy en día por la ciudad es sentir todas estas capas dejadas por el pasado. Con gran sensibilidad en estos últimos años, las autoridades han hecho posible apreciar las diferentes ideas de la urbe tal y como era. Lo que la culminante oscuridad de 1945 nos enseña es que, incluso cuando las sombras fueron más espesas, en Berlín todavía había vidas, amores y sueños que expresaban la verdadera alma de la ciudad.

                                                                                                                                * Se publica con autorización de Penguin Radom House Grupo Editorial. Sinclair McKay es autor de los best sellers The Secret Lives of Codebreakers y The Secret Listeners , entre otros. McKay es crítico literario de The Telegraph y The Spectator.

                                                                                                                                Por Sinclair McKay * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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