40 años del Nobel de Literatura: ¿Qué aprender hoy de Gabriel García Márquez?
Lecciones del cerebro multimedia de quien fuera periodista de la revista “Cambio” y el diario El Espectador. Abrebocas al décimo Festival Gabo, que se realiza en Bogotá entre el 21 y el 23 de octubre, en el colegio Gimnasio Moderno.
Nelson Fredy Padilla Castro * / @NelsonFredyPadi / npadilla@elespectador.com
No pretendo que los autores de hoy intenten escribir como nuestro Premio Nobel de Literatura 1982. Gabriel García Márquez solo hubo uno. Sí los invito a inspirarse en él para ser mejores narradores. Las técnicas del hombre que mejor asumió el “doble destino de periodista y escritor” siguen vigentes y quien no aprenda de ellas no sobrevivirá a la que él llamaba “la guerra cotidiana con las palabras”.
Tengo a la mano ediciones de la revista Cambio corregidas de cabo a rabo por él después de publicadas. Sus recomendaciones en márgenes o a pie de página aparecen incluso en la página de farándula. De este ejercicio semanal fui testigo entre 1995 y 1998, cuando Cambio era dirigida por Patricia Lara, hoy columnista del diario El Espectador y fundadora de la actual Cambio digital. El Nobel de Literatura era su asesor editorial desde Ciudad de México o desde el lugar del mundo donde se encontrara. Por ejemplo, la edición de junio 5 al 12 de 1995 la mandó con esta anotación: “Patricia: ahí va esto con todo el cariño y la buena fe del mundo. Ciao. Gabriel”. (Recomendamos: Videocharla sobre el legado de Gabriel García Márquez en El Espectador).
Señaló 60 de las 66 páginas. Empezó por corregir la sección “La carta de la directora”. En esa columna sobre “la carrera espacial” faltó una opinión más fuerte que dejara en claro la línea editorial de la revista, y para ello había que quitar giros dubitativos como “de pronto”.
En la sección de resumen de hechos de la semana criticó el uso de una cursiva para “maniatar”. “Hay más palabras para decir esto. Y hay que encontrar la buena sin simplezas”. Odiaba los lugares comunes y enseguida tachó la expresión de boxeo tirar la toalla y sobre el término burgomaestre anotó: “A los extranjeros les da mucha risa que los colombianos usemos esta horrible palabra alemana solo por no repetir alcalde”.
En el tema central sobre las sectas satánicas y los jóvenes que las siguen, propuso un cambio de título, un nuevo comienzo e insistió sobre el mal uso de las comillas. “Deben ser citas cortas y contundentes”. “La manía de las comillas es por inseguridad en el uso de las palabras”. También corrigió el mal uso de tiempos verbales (“usarlos a conciencia, no por ocurrencia”) y de singulares y plurales. Marcaba con exclamaciones “gerundios bárbaros”, “qués endémicos”, “dequeísmo parasitario”, “adverbios caídos del cielo terminados en mente”, adjetivos “innecesarios o mal usados”.
Reclamaba que el punto de vista del narrador y el papel de los personajes fueran tan claros, que no hubiera necesidad de enlazar párrafos ni recordar quién hablaba, para no romper el ritmo narrativo del escritor y la respiración del lector. Por eso eliminaba muletillas como “dice, señala, agrega, entretanto, a su vez, finalmente, concluye”, también los incisos y nos pedía leer los borradores en voz alta para detectar ese tipo de vicios. Nos pedía revisar el estilo eficaz de la columna de Antonio Caballero, que casi siempre se basaba en una idea por frase y se apoyaba en el punto seguido.
Sobre una entrevista a un muchacho anónimo que había intentado suicidarse, escribió a lo ancho de la página: “Si todo esto no es mentira es algo peor: una verdad que nadie cree por falta de credibilidad del autor y el medio”. Junto a una crónica reporteada en cementerios del Tolima apuntó: “Hay demasiados muertos que no conducen a nada”.
Mi reportaje en esa edición -yo era el editor de investigaciones- fue acerca del Plan Cóndor, operaciones antinarcóticos de Estados Unidos desde Colombia. Opinó que era el tema que merecía portada, pero que estaba mal estructurado. La lección: al final del texto de tres páginas señaló los párrafos con los que él hubiera empezado. Fallé en el enfoque y el punto de vista narrativo por no entender la trascendencia geopolítica de lo que las fuentes colombianas, panameñas y estadounidenses me habían revelado. “Le faltó editor al editor”. Era el rigor heredado de sus primeros editores; Clemente Manuel Zabala, en el periódico El Universal, de Cartagena, y don José Salgar, en El Espectador.
Página tras página reclamaba precisión y confrontación de fuentes; criticaba giros especulativos y el uso facilista de refranes en títulos y textos; señalaba comas mal puestas, mal uso de preposiciones, cacofonías y localismos. En la página 39 se tomó el tiempo para corregir un aviso publicitario al que le faltaba una tilde y una coma. En la página 40 descubrió un galimatías sobre la Guerra de los Balcanes, porque no se entendía nada entre serbios, bosnios, croatas, musulmanes, católicos y aliados.
En la 57 le pidió al autor ser incrédulo, no creer todo lo que dice la fuente, “no tragar entero”. En el folio 58 recordó la importancia del punto y coma para dosificar una narración larga y descriptiva. En la 59, la necesidad de medir la respiración y el ritmo musical que reclama cada párrafo. En la 60, en una crónica sobre niños toreros de Bogotá, encargó un futuro reportaje sobre escuelas piratas donde se graduaban niños pobres. La 70 y 71, sección de agenda cultural, le gustaron por atractivas y concretas: “Dos páginas estelares en las cuales lo más fácil era echar carreta”.
Los lunes, después del consejo de redacción de la revista, cualquier reportero era llamado al teléfono -internet y el correo electrónico apenas despuntaban- para que el maestro le pusiera tarea desde Ciudad de México, donde vivía mejor informado que cualquier periodista en Colombia. La primera vez que me hizo pasar me encargó buscar en alguna cárcel al único gringo que había sido extraditado a Colombia, escribir una crónica y enviársela vía telefax, que para él era el aparato más asombroso inventado por el hombre. Lo encontré dando clases de inglés en un patio de presos comunes de la cárcel La Modelo, en Bogotá. Pasé la prueba, aunque me reclamó “no adornar las frases”. Después una crónica sobre la violencia en Segovia, Antioquia, me la hizo cambiar de primera persona a tercera, porque “el miedo que sentiste, el miedo menor, se percibe en las descripciones, y el miedo mayor, que debe ser la columna vertebral de la narración, es el de los sobrevivientes”.
Así comprobé de primera mano lo que había leído y oído de García Márquez como reportero de El Espectador, de boca de don José Salgar entre 1991 y 1994. “La fiesta del refinamiento estilístico” la llamó el crítico francés Jacques Gillard, quien estudió a fondo la etapa de García Márquez en este diario. Ya cuando el Nobel llegó a Cambio como dueño de la revista, en 1999, trabajó junto a nosotros como si fuera el jefe de redacción.
No dejaba de enviar la revista corregida. La última que vi fue la que cambiamos a última hora por el terremoto en el Eje Cafetero. Agradeció que el perfil del nuevo presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que él escribió, no fuera la portada. Le pareció un texto “indigno de un Premio Rómulo Gallegos”. Sobre las páginas de El enigma de los dos Chávez anotó: “Tiene toda clase de tropiezos: un adverbio de modo terminado en mente que cayó del cielo, una línea completa que desapareció y otros varios accidentes tipográficos que se explican por la premura. Entre ellos, me falta un espacio respiratorio antes del último párrafo. El texto es lo que pudo haber sido y no fue. Le falta más tensión interna, limpieza de estilo (desdeísmo y gerundios), algunas ráfagas de la vida familiar de Chávez y algo de Colombia en relación con su vida y su política”. La autocrítica rigurosa era su método.
Decía que para narrar muy bien se requiere escribir y reescribir, leer y releer. No le gustaba hablar de sus libros, pero de tanto insistirle sobre Cien años de soledad nos aconsejaba leerla “para entender qué es sintaxis y qué es semántica, y cómo librarse de ese corsé”, como se refería a la gramática. ¿Tiempos verbales? “Léanla en esa clave, empezando por el antecopretérito de ‘había de recordar aquella tarde remota’, hasta el copretérito final: ‘No tenían una segunda oportunidad sobre la tierra’”. ¿Temor a usar adjetivos? “Teman, pero si deciden usarlos relean Cien años de soledad como una guía para reinventarlos”. “Lean a Alejo Carpentier para aprender a dominarlos, y no olviden al poeta chileno Vicente Huidobro, quien decía: ‘Cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata’”.
¿Dudas sobre dónde poner o quitar una coma y una conjunción? “Revisen la cantaleta de Fernanda del Carpio a Aureliano Segundo”. ¿Las claves del punto y coma? “Lean A sangre fría con frialdad y verán cómo se sostiene la tensión en 200 páginas a base de punto y coma”. ¿La imaginación como herramienta? “Lean La metamorfosis de Kafka, que me cambió la vida mientras estudiaba el bachillerato en Zipaquirá”. ¿Sostener el tono? “Lean Pedro Páramo, como me ordenó Álvaro Mutis cuando me vio enredado entre borradores de Cien años de soledad”.
Esos eran los ejercicios con que el maestro nos enseñaba, con el cariño del abuelo al nieto, para que “nos dejáramos de misterios”, porque para encontrar la voz propia, el anhelado estilo, bastaban dos cosas: “Una guía de lecturas para aprender el arte de desarmar un buen libro por las costuras” y descubrir la estrategia con que el autor lo armó, y una “disciplina de hormigón”, para ser conscientes de que la escritura es “un oficio de todos los días y de todas las horas”.
Quería que asumiéramos todas las formas de narración como un estilo de vida. Por eso lo veíamos de cabeza en el archivo fotográfico, lupa en mano; nos mandaba las más recientes revistas internacionales con su hermano Eligio García Márquez; nos preguntaba qué opinábamos de QAP, el noticiero de televisión que dirigió en Colombia hasta 1997, o “¿cuál fue la última película que vieron?, ¿cuál es la exposición de arte que no hay que perderse?”. Sin duda, un cerebro multimedia del que hoy seguimos aprendiendo.
* Texto basado en un capítulo del libro “Caminos divergentes: una mirada alternativa a la obra de Gabo”, publicado por la Cátedra García Márquez de la Universidad Central, un taller de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional y un seminario dictado en el Instituto de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
El Festival Gabo llega a Bogotá para celebrar los 40 años del Nobel
El Festival Gabo, organizado por la Fundación Gabo, creada en 1995 por el propio Gabriel García Márquez, es el mayor encuentro dedicado al periodismo de Iberoamérica. Esta es su décima edición y se inspira en el discurso “La soledad de América Latina”, pronunciado por el escritor en 1982, al recibir el Premio Nobel de Literatura.
Las charlas, que se realizarán del 21 al 23 de octubre en el colegio Gimnasio Moderno y (carrera 9 n.° 74-99), se referirán a la literatura, la poesía, la educación, la diversidad, el género, la creatividad y la innovación. Son más de cincuenta actividades entre talleres y encuentros, que reunirán a cien expertos nacionales e internacionales, incluyendo al escritor mexicano Juan Villoro, ganador del Reconocimiento a la Excelencia y a los ganadores del Premio Gabo de periodismo. Habrá exposiciones fotográficas, gastronomía y conciertos. Eventos posibles gracias al respaldo de los grupos Bancolombia y Sura y la Alcaldía de Bogotá. Comprar boletas en www.entradasamarillas.com.
Charlas recomendadas sobre García Márquez en el Gimnasio Moderno
Viernes 21 de octubre
“El poder transformador de investigar, contar y compartir”. 11:00 a.m. - 12:00 m. Invitados: Fidel Cano Correa, Marcelo Franco, Vanessa Henao, Dayelitza Jiménez y David Lanini.
“Así fue el Gabo periodista en Bogotá”. 3:00 p.m. - 4:00 p.m. Invitados: María Elvira Samper, Nelson Fredy Padilla, Carlos Agudelo y José Luis Díaz-Granados.
“La literatura colombiana 40 años después del Nobel”. 4:00 p.m. - 5:00 p.m. Invitados: Margarita García Robayo, Felipe Restrepo Pombo, Giuseppe Caputo y Velia Vidal.
“De cómo el realismo mágico dio un Nobel y cambió un continente”. 5:00 p.m. - 6:00 p.m. Invitados: Mónica González, Sergio Ramírez, Gonzalo Mallarino y Vanessa de la Torre.
Sábado 22
¿Cómo la guerra impacta en el oficio periodístico? 2:00 p.m. - 3:00 p.m. Invitados: Germán Rey, María Elvira Samper, Jonathan Bock, Marta Ruiz y Juan Miguel Álvarez.
Domingo 23
“Fotografiar Macondo”. 3:00 p.m. - 4:00 p.m. Invitados: Luis Cobelo y Orlando Oliveros Acosta.
Más información en: Festival Gabo 2022 | Lo mejor del periodismo, la ciudadanía y la cultura de Iberoamérica (premioggm.org)
No pretendo que los autores de hoy intenten escribir como nuestro Premio Nobel de Literatura 1982. Gabriel García Márquez solo hubo uno. Sí los invito a inspirarse en él para ser mejores narradores. Las técnicas del hombre que mejor asumió el “doble destino de periodista y escritor” siguen vigentes y quien no aprenda de ellas no sobrevivirá a la que él llamaba “la guerra cotidiana con las palabras”.
Tengo a la mano ediciones de la revista Cambio corregidas de cabo a rabo por él después de publicadas. Sus recomendaciones en márgenes o a pie de página aparecen incluso en la página de farándula. De este ejercicio semanal fui testigo entre 1995 y 1998, cuando Cambio era dirigida por Patricia Lara, hoy columnista del diario El Espectador y fundadora de la actual Cambio digital. El Nobel de Literatura era su asesor editorial desde Ciudad de México o desde el lugar del mundo donde se encontrara. Por ejemplo, la edición de junio 5 al 12 de 1995 la mandó con esta anotación: “Patricia: ahí va esto con todo el cariño y la buena fe del mundo. Ciao. Gabriel”. (Recomendamos: Videocharla sobre el legado de Gabriel García Márquez en El Espectador).
Señaló 60 de las 66 páginas. Empezó por corregir la sección “La carta de la directora”. En esa columna sobre “la carrera espacial” faltó una opinión más fuerte que dejara en claro la línea editorial de la revista, y para ello había que quitar giros dubitativos como “de pronto”.
En la sección de resumen de hechos de la semana criticó el uso de una cursiva para “maniatar”. “Hay más palabras para decir esto. Y hay que encontrar la buena sin simplezas”. Odiaba los lugares comunes y enseguida tachó la expresión de boxeo tirar la toalla y sobre el término burgomaestre anotó: “A los extranjeros les da mucha risa que los colombianos usemos esta horrible palabra alemana solo por no repetir alcalde”.
En el tema central sobre las sectas satánicas y los jóvenes que las siguen, propuso un cambio de título, un nuevo comienzo e insistió sobre el mal uso de las comillas. “Deben ser citas cortas y contundentes”. “La manía de las comillas es por inseguridad en el uso de las palabras”. También corrigió el mal uso de tiempos verbales (“usarlos a conciencia, no por ocurrencia”) y de singulares y plurales. Marcaba con exclamaciones “gerundios bárbaros”, “qués endémicos”, “dequeísmo parasitario”, “adverbios caídos del cielo terminados en mente”, adjetivos “innecesarios o mal usados”.
Reclamaba que el punto de vista del narrador y el papel de los personajes fueran tan claros, que no hubiera necesidad de enlazar párrafos ni recordar quién hablaba, para no romper el ritmo narrativo del escritor y la respiración del lector. Por eso eliminaba muletillas como “dice, señala, agrega, entretanto, a su vez, finalmente, concluye”, también los incisos y nos pedía leer los borradores en voz alta para detectar ese tipo de vicios. Nos pedía revisar el estilo eficaz de la columna de Antonio Caballero, que casi siempre se basaba en una idea por frase y se apoyaba en el punto seguido.
Sobre una entrevista a un muchacho anónimo que había intentado suicidarse, escribió a lo ancho de la página: “Si todo esto no es mentira es algo peor: una verdad que nadie cree por falta de credibilidad del autor y el medio”. Junto a una crónica reporteada en cementerios del Tolima apuntó: “Hay demasiados muertos que no conducen a nada”.
Mi reportaje en esa edición -yo era el editor de investigaciones- fue acerca del Plan Cóndor, operaciones antinarcóticos de Estados Unidos desde Colombia. Opinó que era el tema que merecía portada, pero que estaba mal estructurado. La lección: al final del texto de tres páginas señaló los párrafos con los que él hubiera empezado. Fallé en el enfoque y el punto de vista narrativo por no entender la trascendencia geopolítica de lo que las fuentes colombianas, panameñas y estadounidenses me habían revelado. “Le faltó editor al editor”. Era el rigor heredado de sus primeros editores; Clemente Manuel Zabala, en el periódico El Universal, de Cartagena, y don José Salgar, en El Espectador.
Página tras página reclamaba precisión y confrontación de fuentes; criticaba giros especulativos y el uso facilista de refranes en títulos y textos; señalaba comas mal puestas, mal uso de preposiciones, cacofonías y localismos. En la página 39 se tomó el tiempo para corregir un aviso publicitario al que le faltaba una tilde y una coma. En la página 40 descubrió un galimatías sobre la Guerra de los Balcanes, porque no se entendía nada entre serbios, bosnios, croatas, musulmanes, católicos y aliados.
En la 57 le pidió al autor ser incrédulo, no creer todo lo que dice la fuente, “no tragar entero”. En el folio 58 recordó la importancia del punto y coma para dosificar una narración larga y descriptiva. En la 59, la necesidad de medir la respiración y el ritmo musical que reclama cada párrafo. En la 60, en una crónica sobre niños toreros de Bogotá, encargó un futuro reportaje sobre escuelas piratas donde se graduaban niños pobres. La 70 y 71, sección de agenda cultural, le gustaron por atractivas y concretas: “Dos páginas estelares en las cuales lo más fácil era echar carreta”.
Los lunes, después del consejo de redacción de la revista, cualquier reportero era llamado al teléfono -internet y el correo electrónico apenas despuntaban- para que el maestro le pusiera tarea desde Ciudad de México, donde vivía mejor informado que cualquier periodista en Colombia. La primera vez que me hizo pasar me encargó buscar en alguna cárcel al único gringo que había sido extraditado a Colombia, escribir una crónica y enviársela vía telefax, que para él era el aparato más asombroso inventado por el hombre. Lo encontré dando clases de inglés en un patio de presos comunes de la cárcel La Modelo, en Bogotá. Pasé la prueba, aunque me reclamó “no adornar las frases”. Después una crónica sobre la violencia en Segovia, Antioquia, me la hizo cambiar de primera persona a tercera, porque “el miedo que sentiste, el miedo menor, se percibe en las descripciones, y el miedo mayor, que debe ser la columna vertebral de la narración, es el de los sobrevivientes”.
Así comprobé de primera mano lo que había leído y oído de García Márquez como reportero de El Espectador, de boca de don José Salgar entre 1991 y 1994. “La fiesta del refinamiento estilístico” la llamó el crítico francés Jacques Gillard, quien estudió a fondo la etapa de García Márquez en este diario. Ya cuando el Nobel llegó a Cambio como dueño de la revista, en 1999, trabajó junto a nosotros como si fuera el jefe de redacción.
No dejaba de enviar la revista corregida. La última que vi fue la que cambiamos a última hora por el terremoto en el Eje Cafetero. Agradeció que el perfil del nuevo presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que él escribió, no fuera la portada. Le pareció un texto “indigno de un Premio Rómulo Gallegos”. Sobre las páginas de El enigma de los dos Chávez anotó: “Tiene toda clase de tropiezos: un adverbio de modo terminado en mente que cayó del cielo, una línea completa que desapareció y otros varios accidentes tipográficos que se explican por la premura. Entre ellos, me falta un espacio respiratorio antes del último párrafo. El texto es lo que pudo haber sido y no fue. Le falta más tensión interna, limpieza de estilo (desdeísmo y gerundios), algunas ráfagas de la vida familiar de Chávez y algo de Colombia en relación con su vida y su política”. La autocrítica rigurosa era su método.
Decía que para narrar muy bien se requiere escribir y reescribir, leer y releer. No le gustaba hablar de sus libros, pero de tanto insistirle sobre Cien años de soledad nos aconsejaba leerla “para entender qué es sintaxis y qué es semántica, y cómo librarse de ese corsé”, como se refería a la gramática. ¿Tiempos verbales? “Léanla en esa clave, empezando por el antecopretérito de ‘había de recordar aquella tarde remota’, hasta el copretérito final: ‘No tenían una segunda oportunidad sobre la tierra’”. ¿Temor a usar adjetivos? “Teman, pero si deciden usarlos relean Cien años de soledad como una guía para reinventarlos”. “Lean a Alejo Carpentier para aprender a dominarlos, y no olviden al poeta chileno Vicente Huidobro, quien decía: ‘Cuida tu palabra; el adjetivo, cuando no da vida, mata’”.
¿Dudas sobre dónde poner o quitar una coma y una conjunción? “Revisen la cantaleta de Fernanda del Carpio a Aureliano Segundo”. ¿Las claves del punto y coma? “Lean A sangre fría con frialdad y verán cómo se sostiene la tensión en 200 páginas a base de punto y coma”. ¿La imaginación como herramienta? “Lean La metamorfosis de Kafka, que me cambió la vida mientras estudiaba el bachillerato en Zipaquirá”. ¿Sostener el tono? “Lean Pedro Páramo, como me ordenó Álvaro Mutis cuando me vio enredado entre borradores de Cien años de soledad”.
Esos eran los ejercicios con que el maestro nos enseñaba, con el cariño del abuelo al nieto, para que “nos dejáramos de misterios”, porque para encontrar la voz propia, el anhelado estilo, bastaban dos cosas: “Una guía de lecturas para aprender el arte de desarmar un buen libro por las costuras” y descubrir la estrategia con que el autor lo armó, y una “disciplina de hormigón”, para ser conscientes de que la escritura es “un oficio de todos los días y de todas las horas”.
Quería que asumiéramos todas las formas de narración como un estilo de vida. Por eso lo veíamos de cabeza en el archivo fotográfico, lupa en mano; nos mandaba las más recientes revistas internacionales con su hermano Eligio García Márquez; nos preguntaba qué opinábamos de QAP, el noticiero de televisión que dirigió en Colombia hasta 1997, o “¿cuál fue la última película que vieron?, ¿cuál es la exposición de arte que no hay que perderse?”. Sin duda, un cerebro multimedia del que hoy seguimos aprendiendo.
* Texto basado en un capítulo del libro “Caminos divergentes: una mirada alternativa a la obra de Gabo”, publicado por la Cátedra García Márquez de la Universidad Central, un taller de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional y un seminario dictado en el Instituto de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
El Festival Gabo llega a Bogotá para celebrar los 40 años del Nobel
El Festival Gabo, organizado por la Fundación Gabo, creada en 1995 por el propio Gabriel García Márquez, es el mayor encuentro dedicado al periodismo de Iberoamérica. Esta es su décima edición y se inspira en el discurso “La soledad de América Latina”, pronunciado por el escritor en 1982, al recibir el Premio Nobel de Literatura.
Las charlas, que se realizarán del 21 al 23 de octubre en el colegio Gimnasio Moderno y (carrera 9 n.° 74-99), se referirán a la literatura, la poesía, la educación, la diversidad, el género, la creatividad y la innovación. Son más de cincuenta actividades entre talleres y encuentros, que reunirán a cien expertos nacionales e internacionales, incluyendo al escritor mexicano Juan Villoro, ganador del Reconocimiento a la Excelencia y a los ganadores del Premio Gabo de periodismo. Habrá exposiciones fotográficas, gastronomía y conciertos. Eventos posibles gracias al respaldo de los grupos Bancolombia y Sura y la Alcaldía de Bogotá. Comprar boletas en www.entradasamarillas.com.
Charlas recomendadas sobre García Márquez en el Gimnasio Moderno
Viernes 21 de octubre
“El poder transformador de investigar, contar y compartir”. 11:00 a.m. - 12:00 m. Invitados: Fidel Cano Correa, Marcelo Franco, Vanessa Henao, Dayelitza Jiménez y David Lanini.
“Así fue el Gabo periodista en Bogotá”. 3:00 p.m. - 4:00 p.m. Invitados: María Elvira Samper, Nelson Fredy Padilla, Carlos Agudelo y José Luis Díaz-Granados.
“La literatura colombiana 40 años después del Nobel”. 4:00 p.m. - 5:00 p.m. Invitados: Margarita García Robayo, Felipe Restrepo Pombo, Giuseppe Caputo y Velia Vidal.
“De cómo el realismo mágico dio un Nobel y cambió un continente”. 5:00 p.m. - 6:00 p.m. Invitados: Mónica González, Sergio Ramírez, Gonzalo Mallarino y Vanessa de la Torre.
Sábado 22
¿Cómo la guerra impacta en el oficio periodístico? 2:00 p.m. - 3:00 p.m. Invitados: Germán Rey, María Elvira Samper, Jonathan Bock, Marta Ruiz y Juan Miguel Álvarez.
Domingo 23
“Fotografiar Macondo”. 3:00 p.m. - 4:00 p.m. Invitados: Luis Cobelo y Orlando Oliveros Acosta.
Más información en: Festival Gabo 2022 | Lo mejor del periodismo, la ciudadanía y la cultura de Iberoamérica (premioggm.org)