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El 16 de julio de 1948 nació Rubén. Panameño desde que lloró en esta tierra. Y si los gringos no fuesen gringos y no se interesaran en el canal, el creador de “Pedro Navaja” tendría pasaporte colombiano. Pero eso ya no importa, pues su música y sus letras florecieron con el sello de Nuestra América. Él, hace rato, ya tiene su mecedora asegurada en el Olimpo artístico del continente y con total razón se autodefine como hijo del Gran Caribe.
Rubén escuchó las primeras historias de vida en su barrio Calle Segunda Carrasquilla, que es uno de los millones de barrios tan nuestros en los que nunca hay vacaciones. Allí, como decía su abuela, “hasta el que es feto trabaja”. Su abuela Emma, ella sí colombiana, lo instruyó en credos, artes, política y libertad. Fue, en el universo literario de Rubén, su Maestra Vida.
El hijo de la cubana Anoland y del colombiano Rubén empezó a conocer el mundo desde la desigualdad. Hoy, para los lectores reguetoneros, de esos que cuando se agitan “sudan Chanel number three” y cuyo tema infaltable es “qué marca de carro es mejor”, hay que decir que este poeta urbano es quien le da vida a Daniel Salazar en Fear The Walking Dead. Para los lectores academicistas, Blades es un músico disciplinado con un talento prodigioso. Se graduó como abogado en la Universidad de Panamá. Luego, máster en Derecho Internacional en Harvard, doctor Honoris Causa en Berkeley y también Ph.D honorífico en Berklee College.
Del mambo a la salsa consciente
Para los lectores salseros todo inició con Cuba y Benny Moré. Rubén padre llevó a su niño a ver al Sonero Mayor de Cuba. En ese instante, Rubén “Segundo” descubrió la inmensidad, el ritmo bárbaro y la potencia de la música de Macondo. Esa escena de la mitología musical, solo es comparable con “aquella tarde remota” en la que el papá del coronel Aureliano Buendía lo llevó a conocer el hielo.
Blades quedó fascinado, pero volvieron los gringos. El bloqueo inhumano e inmisericorde de Estados Unidos a Cuba hizo que la música de la nación de Nicolás Guillén no se escuchara más. Puerto Rico asumió el rol protagónico de los artesanos guajiros y Blades migró a New York. Desde la capital del mundo inició una mezcla de militancia y protesta en sus letras que, sin abandonar la gozadera para las caderas latinas, lograría masificar un mensaje subversivo en las neuronas.
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Sin embargo, nadie lo ponía en la radio. Sus canciones fueron satanizadas como panfletos comunistas. Él, ante los portazos en la cara, insistió. Triunfó. En 1989, ya el Rubén archiconocido, reflexionó desde Gijón, España, en entrevista con el exquisito escritor cubano Leonardo Padura. Con ese tono sabroso del Gran Caribe, le dijo: “Mira, mano, lo más importante para mí, ahora mismo, es decirte lo siguiente: la mejor definición del fracaso es no tratar”.
Rubén joven, sin miedo al éxito, arrancó como mensajero en la Fania y poco a poco su talento detonó. Escribió y grabó, con Pete Rodríguez, la crónica latinoamericana que retumbó desde el Bronx hasta La Patagonia: “Juan González”. En plena efervescencia de las guerrillas, los versos informaban. Atención: ejércitos y policías masacran al pueblo. En la canción, la muerte de Juan es la de muchos pobres, indígenas, campesinos, afros. Es la del campo, la sierra, El Che. A Rubén lo censuraron.
Con arrojo y sudor de albañil siguió escribiendo por el sentir de los de abajo. Entendió muy pronto que América se estaba urbanizando y sus historias dejaron el paisajismo rural para cantarle al proletariado de la “selva de cemento” con “fieras salvajes… cómo no”. Las dictaduras crecían y, a mano, él tejía palabras con reminiscencias de la Cuba del Benny Moré, pero que ahora dialogaban con músicos brasileros comprometidos como Milton Nascimento, Chico Buarque, Gilberto Gil, Caetano Veloso y el boricua esencial Tite Curet Alonso. Con ellos en mente, Rubén le entregó, a Padura, una máxima de antología autografiada para todos los famosos que se creen artistas: yo “caigo fuera del modelo de cantante de ‘telenovela’, del tipo que se preocupa más por la indumentaria o la cirugía estética que por el trabajo verdadero”.
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El jornal poético hizo lo suyo. Y en breve las composiciones del hijo de Anoland las interpretaron voces canónicas como Ismael Miranda, Ray Barreto y Héctor Lavoe. Justamente, Blades califica a El jibarito con la palabra más justa para quien, con su voz, inmortalizó la letra de “El Cantante” que Rubén escribió: irremplazable.
El arte fue caprichoso y juntó en ese New York a Willie Colón con Rubén Blades. El resto es mucha salsa y mucho pesca’o. Es decir, salsa conciencia. Hubo justicia lírica, pues la desigualdad de Nuestra América tiene al Tío Sam como titiritero. Y, justo desde el corazón de USA y a pura música, este par desbloqueó y liberó las mentes.
Colón y Blades, en 1977, grabaron ¡Metiendo Mano! Ahí la salsa consciente tuvo sus pilares poéticos y teóricos que, como manda la tradición de nuestras artes, deben promover el cambio social sin abandonar la sabrosura del baile. La dupla tomó como estandarte narrativo al mencionado Tite Curet. Su poesía literaria “Plantación adentro”, motivó la ya mítica “Pablo Pueblo”. Las dos crónicas cantadas en verso, definitivamente, consolidaron la salsa conciencia y marcaron el traslado geográfico de la explotación de las plantaciones en los campos y montañas a las fábricas industriales de las ciudades. Tite usó el asesinato de Camilo Manrique para denunciar el genocidio de millones a manos de cualquier multinacional. Y Blades, con Pablo Pueblo, hizo lo propio para describir la corrupción de la politiquería que, delinquiendo con las empresas de corbata, esparcen miseria y hambre.
Blades, Padura & Gabo
La entrevista de Gijón tuvo, 20 años después, segunda entrega. Entre octubre de 2018 y enero de 2019, replicaron la charla en Nueva York, Los Ángeles y La Habana. Esta obra de literatura periodística abre la reedición del libro Los rostros de la salsa (2019) de Padura. El periodista subraya del entrevistado: “las verdaderas dimensiones de su coherencia, su generosidad, su inteligencia, su disciplina vital y laboral, y también su integridad ética y humana”. Es decir, el salsero histórico, el poeta rebelde y el cantautor revolucionario que describen el tamaño monumental del artista Rubén Blades, quedan pequeños ante la calidez de persona del Rubén Blades íntimo.
En el camino de la salsa consciente, Rubén ilumina dos aspectos cruciales que rompieron todas las barreras de censuras y dictaduras con el álbum Siembra, que también grabó junto a Willie Colón y que es el más vendido de la historia de la salsa. Blades demarca que “Pedro Navaja”: “presenta por primera vez en la Salsa una mujer, víctima tradicional del machismo, que es atacada, pero se defiende con éxito y termina teniendo la última palabra contra su agresor: ‘no estás en nada’”. Era 1978, se adelantó, escuchó las voces femeninas y las vinculó. En el mismo contrapunteo, Blades dice que “Siembra fue apoyado por consumidores nuevos en el mercado, una masa compuesta por la abuela, la mamá, la nieta, el papá, el abuelo, el estudiante, el empleado, el profesional, el obrero, el rico, el pobre, el empresario, el lumpen” … América entera.
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El aporte gigantesco hizo que dos voces facultadas, García Márquez y Carlos Fuentes, incluyeran dentro de los géneros literarios la narrativa de Blades. Rubén lo dejó dicho: “Gabo me decía que yo, más que músico, era un cronista, un escritor que cantaba sus escritos (…) Eso demuestra que la salsa también puede ser considerada como literatura”.
Padura preguntó y Blades recordó que, en complicidad con Fuentes y Gabo, aprobaron que el Nobel a Bob Dylan era una forma de honrar “la idea de que la letra de la canción popular también posee mérito literario”. Propuso, además, que los embajadores de Alfred Nobel reconocieran “compositores de gran valor, como el brasileño Chico Buarque de Holanda, y haber elegido por lo menos a uno de cada continente. Así el asunto no hubiese sido el premio a Bob Dylan, sino el premio a las letras de canciones que han aportado a la literatura universal”.
Las palabras de Blades, al menos para un bumangués que escribe desde la tierra de César Vallejo, son un anhelo de pronóstico, porque mucho sabor, herencia, tradición y subversión tendría un Nobel de Literatura para Rubén Blades, p’al sembrador de poesía gozosa y sentida. Pa’l artesano que le reconoció a Padura que, para su carrera, “Colombia fue también importantísima. Cali, Barranquilla, Medellín, Buenaventura, hasta en Bogotá nos dieron muchísimo apoyo, algo extraordinario”. Él ya dio las gracias, ahora me toca. Por todo: ¡Gracias, Maestro Vida!
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