A 50 años de la muerte de Jovita Feijóo, la reina (sin corona y con tapabocas) de Cali
La edición 201 de la Revista Épocas tiene en su portada a Jovita Feijóo, la llamada “reina de Cali”. Este año se cumplen 50 años de su muerte y 210 de su natalicio. Entrevista con Raúl Fernández de Soto, director de una publicación que sobrevive a pesar del COVID-19.
Joseph Casañas Angulo
Hablemos de quijotadas. Raúl Fernández de Soto, director de la Revista Épocas, cuenta que el primer recuerdo que tiene de Jovita Feijóo lo traslada al barrio El Peñón, de Cali, hace más de 50 años.
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Hablemos de quijotadas. Raúl Fernández de Soto, director de la Revista Épocas, cuenta que el primer recuerdo que tiene de Jovita Feijóo lo traslada al barrio El Peñón, de Cali, hace más de 50 años.
“Por esa época se estaba filmando una película sobre “María”, la novela de Jorge Isaacs con actores mexicanos. Los muchachos del barrio nos acercamos a ver como filmaban una escena al lado del río y recuerdo que Jovita se acercó al director de la película para pedirle que la dejara participar. Obvio no se lo permitieron. Ella se enojó y mientras se alejaba del gentío le gritó al director: ‘usted no sabe de lo que se está perdiendo’”.
Y claro que no sabía. Con los años Jovita Feijóo se ha ganado un lugar de privilegio en la historia de Cali y el Valle del Cauca, pero para entonces, parte de la sociedad caleña la veía como una loca simpática a la que simplemente había que llevarle la cuerda.
Este año se conmemoran 50 años del fallecimiento de Jovita Feijóo, uno de los personajes más queridos de la historia de Cali. Para recordar el natalicio de “la reina”, como también se le conoce, Raúl Fernández de Soto dispuso la portada de la Revista Épocas para la única mujer que tiene una estatua en Cali. Lo invitamos a leer: De Caliwood al “Coronacomics”
“Jobita Feijóo era una mujer humilde que murió en 1970 en Cali. Cualquier caleño la identifica se convirtió en la reina, sin ser el hazmerreír de la ciudad. Nació El Bolo Alizal, en Palmira, en 1910 y desde muy joven, junto a su familia, a se vino a vivir a Cali”, explica Fernández de Soto.
“Se convirtió en personaje de Cali en época en la que las ciudades eran distintas, en las que esas personas podían tener acceso a muchas cosas, por ejemplo, ella pudo entraba sin problema al Club Colombia a tomarse fotos con presidentes de la República y no pasaba nada. La sociedad sabía que era una mujer inofensiva y que no iba a lastimar a nadie”.
Como todo mito, el de Jovita Feijóo tiene varias versiones. Algunos dicen que empezaron a llamarla “reina” luego de que los estudiantes de Ingeniería de la Universidad del Valle, por allá, en 1960, la convencieran de que representara a la facultad en un concurso de belleza a sabiendas de que no tenía chances de ganar porque, dicen, Jovita era una mujer muy fea.
Quienes hablan de esta versión, como el propio Raúl Fernández de Soto, cuentan que lo que se vivió en el gimnasio del Colegio Santa Librada fue apoteósico. Aunque Jovita tenía el respaldo del público, el jurado eligió a una joven de apellido Villegas. “Eso se formó un lío tremendo y hubo que hacerle un nombramiento especial Jovita. La nombraron “reina de la simpatía” A partir de allí ella se empezó a creer reina”.
Su reinado tuvo tanta acogida, que las señoras de la alta sociedad caleña de la época, le regalaron a Jovita vestidos de gala. Entonces se le vio entrar y salir de las posadas en las que vivía esporádicamente ataviada con vestidos costos que no correspondían con la humanidad de la persona que los portaba.
“También dicen que por allá en el año 35 empezó a volverse personaje, porque en una emisora había un tipo que invitaba a la gente a cantar, y cuando el cantante era muy malo, empezaban a sonar ladridos de perros. Parce que Jovita se presentó en ese programa varias veces y varias veces le echaron los perros”, cuenta Raúl Fernández de Soto.
Con el tiempo los oyentes empezaron a reclamar la presencia constante de esa cantante desafinada y desafortunada y, en una jugada de mercadeo, los directivos de la emisora decidieron coronar a Jovita como la reina de Cali.
¿Por qué ese interés en contar estas historias?
Bueno, como te conté, soy el director de una revista impresa y eso, en estos tiempos, es una quijotada, pero también soy editor de libros y eso no es una quijotada. Produzco libros en gran formato. Y estoy sacando un libro sobre Jovita.
En Cali hay un personaje que se llama Javier Tafur González, un abogado penalista de unos 75 años, que, en 1970, cuando Jovita se murió, estaba en París estudiando antropología.
Lo que significó para Cali la muerte de Jovita fue apoteósico. Hubo una manifestación popular gigante. Nadie ha generado eso en Cali, ni cuando se muere un Alcalde o un Gobernador.
A Javier le produjo esto tanto impacto que escribió un librito que se llama “Jovita o la biografía de las ilusiones”. Ese libro, que es pequeño, ha tenido 14 ediciones. A veces se lo patrocina la Alcaldía, a veces la Gobernación, a veces la empresa privada. Así lo ha sacado muchas veces.
Hace unos dos años le dije a Javier que tomáramos su texto y lo convirtiéramos en un libro de mesa grande. Una edición ampliada y así fue. Lo hicimos en edición de lujo. Ya está el machote terminado.
Durante los últimos tres años hemos hecho intentos fallidos para que alguien lo financie, no lo hemos encontrado pero el libro está allí listo. Sin embargo, hace poco encontré a una persona que llegó a la Secretaría de Cultura de Cali y que tiene una verdadera sensibilidad por estos temas históricos. Entonces creo que vamos a publicar este año. Y la publicación va a coincidir con el año 110 del nacimiento de Jovita y los 50 años de su muerte.
¿Por qué dice que hacer una revista impresa en esta época es una quijotada?
La revista, desde el año 2003, la he venido publicando sagradamente todos los meses. Pero desde mayo de este año tocó empezar a publicarla bimestralmente. Los medios impresos están pasando por grandes dificultades financieras porque el tema de la pauta es muy difícil. A raíz de la pandemia, en abril de este año, cuando se hizo la primera prolongación de la cuarentena, comenzaron a llegarme cancelaciones de pauta por parte de las empresas. Entonces, pasa salvar la revista, tomé la decisión de empezar a sacarla cada dos meses.
¿De qué se habla “Épocas”?
Nació con el propósito de exaltar los valores vallecaucanos. Resaltar los hitos históricos, los personajes de la región y ha ido evolucionando a medida en que el lector y la clientela evolucionan.
Poniendo los pies en la tierra. Si hago una revista totalmente para viejos, la revista no funciona, porque el mercado de los viejos es muy bueno, porque son suscriptores de la revista, pero no son los que generan la pauta.
Los que manejan la pauta de las empresas son los muchachos, jefes de mercadeo de las empresas, que pueden considerar que la revista no tiene ninguna importancia, cosa que no debería ser así, porque esos muchachos no conocen la historia y no tienen sentido de pertenencia.
Pero como el mercado está funcionando de esa forma, tengo que hacer una revista mitad vieja y mitad contemporánea. Anteriormente era una revista con muchas imágenes viejas, muchas historias de personas mayores, pero hoy en día hago una mezcla de las dos cosas y así sobrevive la revista.
¿Por qué seguir apostándole a una publicación impresa?
Porque es importante seguir contando la historia de la región. “Épocas” hace rato no produce un peso. Y ahora, que voy a empezar a publicarla bimestralmente, prácticamente estoy sepultando la posibilidad de ganar dinero.
Si antes facturaba doce veces al año, ahora solo se va a facturar seis veces al año. Así busco hacer menos honorosa la carga a los pautantes tradicionales. Busco que para ellos sea como un dulcecito que uno les está dando y decirles, ‘mire, ya no me tiene que pagar una factura cada mes, sino que será cada dos meses’.
Y por el otro lado, con ese mismo dulcecito, de pronto puedo lograr atraer otras empresas interesadas en pautar.
Le estoy apostando a la supervivencia de la revista. Eso no genera dinero, pero hay un sector de la sociedad de Cali que la ama y la espera con ansiedad.
**
Javier Tafur González, biógrafo de Jovita Feijóo, comparte con lectores de El Espectador un fragmento del libro que este año se publicará en gran formato.
Ahí va la Reina
— ¡Oiga, mire, vea!
— ¿Qué pasa?
— Yo no sé.
— Pero, ¿qué ocurre?
— ¿Quién va a saber? ¡Asomémonos a ver!
— A ver. Dejen ver.
— No empujen.
— ¡Con permiso!
— ¡No empujen, carajo!
— Oiga, mire, vea; déjeme pasar.
— Véala; ahí va.
— ¿Quién?
— Pues Jovita
— Adiós Reina.
— Mírenla cómo saluda. Esta sí es Reina.
— Sí, la Reina de siempre, la sempiterna.
— Sí; y Reina de Reinas.
— Y no vaya a creer que es una cualquiera. Es de buena familia. De los Feijóo de Palmira y de Cartago. De familias muy distinguidas del norte del Valle, para que sepa.
— ¿Quién es esa? –preguntó un curioso.
— Una loca –respondió un oficinista.
— ¿Loca? ¡Loca, no! Jovita. La reina Jovita, pa’ que sepa –le contestó un vendedor de papas fritas que estaba ubicado con su carro sobre el Puente España donde solía hacerse—. Y ponga cuidado que me va echar el aceite al suelo.
— ¿No va a ser loca con esa vestimenta?
— Pues, pa’que no joda que sí es Reina, y de verdad.
— Ganas que tiene la gente de llevarle la idea a esa vieja –masculló un anciano.
— ¡Bueno, carajo! ¡Váyanse con su cháchara a otra parte que se me van a tirar el negocio! –dijo el vendedor de papas
— Tranquilo hermano que este es un espacio público –reviró el curioso.
La gente la había visto venir atravesando el Paseo Bolívar, por el parque de Efraín y María, y la seguía irresistiblemente, porque sabía que venía del Club Colombia de obsequiarle a la Primera Dama, que acompañaba al señor presidente de la República, un ramo de flores. Venía, con su aire imperioso y dominante.
Altiva, orgullosa, lucía su vestido morado, largos guantes blancos, medias con vena, zapatos morados, zarcillos, cinturón morado, cartera morada y una balaca morada que contrastaba con un pañuelo rosa, anudado al cuello. Los labios pintados, las cejas repintadas, las ojeras sombreadas, las uñas lacadas y las mejillas empolvadas de aquel rojo que nunca habría de faltarle, revelaban hasta qué punto cuidaba su figura.
A Jovita le habría gustado presidir una comitiva, pero, conociendo cómo eran de enredados y difíciles los trámites oficiales en la Alcaldía y las muchas envidias de las personas que no sabían admitir su rango, prefirió ir sola a saludarla, y de igual a igual.
Al cruzar por el Paseo Bolívar venía pensando que la Primera Dama había estado cordial, más que muchas de esas intrigantes que la acompañaban y que se pusieron a darle explicaciones innecesarias acerca de su presencia, y que el portero impertinente que le pidió se identificara. ¡Como si ella tuviese necesidad de identificación! “¡Pobre mequetrefe! ¡Atreverse a querer no dejarme entrar, dizque porque no soy socia!”.
Cuando llegó a la Avenida Colombia una fila interminable de carros le impedía pasar; ya iban a ser las doce del día y la afluencia del tráfico aumentaba. Viendo que no había modo de cruzar la vía se dirigió al policía de tránsito:
— Oiga, Señor Agente: quiero decirle que es peligroso y feo que tenga que quedarme todo el día esperando que acaben de pasar los carros, o que tenga que exponerme a pasar corriendo esta avenida.
La gente sentía gusto al oírla conversar y se aproximaba para escucharla, y a los pocos segundos una multitud luchaba por acercarse para verla y saber lo que decía al sorprendido policía, a quien no le quedó otro recurso que detener el tráfico y, con una venia, indicarle que podía proseguir su ruta.
— Gracias, joven. Muchas gracias –dijo, y continuó por la calle once, por el edificio Garcés, con su paso ligero pero corto, corto, cortico.
Iba por la Plaza de Cayzedo, con la cartera bajo el brazo, y todavía por el Paseo Bolívar se sentía el aroma de su perfume de violetas. Era por septiembre cuando aún florecían los gualandayes.