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Con usted yo he muerto un poco también. Ahora enfrento una soledad que no conocía. La memoria de nuestra obra cumbre de montaña ahora reposa solo en mí. Y hoy, para celebrar su vida podría yo referir interminables y delirantes andanzas que solo los dos compartimos.
Contrario a los emprendedores que erigen propósitos, a nosotros fue la montaña la que nos llamó. Y estábamos despiertos escuchando, y acudimos. Y hoy podría relatar tantas aventuras; nuestro encuentro con esa Colombia campesina, asediada por la guerra. O la de aquel legendario mamo arhuaco que nos bendijo en su cosmos, o la de aquellas escaladas terroríficas que sorteamos gracias a la generosa providencia. O esa idea purista del alpinismo, en que ebrios de amor por las montañas entendimos que solo existe la unión sagrada, el momento, la vida pura. Queríamos subir a lo más alto para conocernos en lo más profundo.
Y fuimos libres, don Juan Pablo, y fuertes. Y fuimos estrafalarios anarquistas. Seres planetarios. Y hoy quiero darle las gracias por ese viaje, por esa serie de cúspides que compartimos. Gracias por tantísimas risas y enormes conversaciones y ese sentimiento de haber sido compañeros de piolet y crampones. Una cordada magnífica.
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Me atraviesa un recuerdo. Cruzábamos los altos páramos en la vertiente norte de la Sierra Nevada de Santa Marta rumbo a unos picos que queríamos escalar. Era un día espléndido. En la base del Pico Colón llegamos a una pequeña laguna.
Y en ese paraje remoto vimos algo inolvidable. En el centro de aquella laguna, nadaba en el sol de la tarde, un pelicano real, un ser del mar Caribe, 4.500 metros más abajo. Descargamos nuestros enormes morrales y nos sentamos en la orilla a contemplar ese advenimiento poético. En silencio. Vimos que era un ser especial, un rey de reyes que no había llegado ahí desorientado por una tempestad tropical, sino en el ejercicio de su propia voluntad; En nuestro asombro entendimos que había remontado las alturas sorteado los vertiginosos precipicios de la alta montaña para llegar ahí, al sitio elegido de su muerte. Y entonces tuvimos la epifanía de que aquel elegante pelicano transitaba hacia un estado alterno.
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Recuerdo aquella visión; Era el mundo mostrándonos nuestra propia finitud física y la estremecedora revelación de la permanencia del espíritu. Que elegante metáfora, que maestría del universo. Gracias, compañero, por tantas maravillas vividas.
Ahora me digo, como el maestro, que si las almas no mueren está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis. Por lo tanto solo hasta pronto, hermano de cumbres. En una montaña de cristalino hielo, color turquesa y roca firme emprenderemos nuevas y hermosas gestas.