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“A los niños no les gusta la poesía”, me dijo una docente cuando quise leer un libro de poemas a un grupo de chicos de quinto grado. Pero una cosa es que la poesía no se venda bien y otra es que no guste. Y si no vende es porque alguien más dice “a los niños no les gusta la poesía”, afirmación que además se queda grabada en ellos y, aunque les guste mucho, crecen pensando que no. Así es como terminamos siendo un montón de adultos diciendo “no me gusta la poesía”, como si hubiese una sola poesía, o asegurando que “es porque no la entiendo”, como si a la poesía hubiera que entenderla y no sentirla, escucharla, dejar que le hable a uno de diferentes maneras en diferentes momentos.
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Darío Jaramillo Agudelo dice que la poesía está en todo. Y claro. La primera poesía son los arrullos. Mi madre me cantaba una melodía sin letra, una eme continua, como de agua, que repetía su ritmo cuando ella volvía a tomar aire. ¿No era eso un poema? ¿O por lo menos su musicalidad? Luego, en el jardín de niños, nos peleábamos por el único libro de poesía que había en la biblioteca. Era el que tenía los dibujos más lindos (¿acaso los dibujos no son también poesía?) y hablaba sobre un personaje que veía las formas de las nubes y a cada forma le iba diciendo un poema. Porque entonces, para mí, no había diferencia entre un verso y una historia. Incluso mi programa de televisión favorito era La Brújula Mágica, donde Patricia Castañeda declamaba poemas al lado de un mimo y que hasta ahora me vine a enterar de que en parte estaban escritos por Rafael Chaparro, el autor de Opio en las nubes, mi novela favorita de adolescencia.
Recuerdo que en mi colegio estaban pintados en las paredes los personajes de Rafael Pombo. Aprendí por esto a repetir algunas de sus fábulas, que hasta el día de hoy recuerdo, en especial si tenían alguna rima. La rima lleva en sí un sonido y una repetición tan evidentes y placenteros que hasta un niño pequeño se da cuenta. Alguna vez le pregunté a mi medio sobrino, Antonio, que para él qué era un poema y me respondió: “Es como una canción, pero más lenta”.
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Si seguimos repitiendo falsas sentencias como que “a los niños y a las niñas no les gusta la poesía”, tal vez los hagamos perderse de grandes alegrías, como los versos de Jairo Aníbal Niño (“usted que es una persona adulta” (…) ¿qué quiere ser cuando sea niño?), los de María José Ferrada (“dentro de los vasos hay 65.492 gotas de agua que forman un pequeño oleaje”) o los de Kaneko Misuzu (“incluso las cosas que no se ven están ahí”), grandes poetas que osaron escribir poesía, también, para los más pequeños.