A pleno golpe de marimba
La más pura manifestación de los aires folclóricos del Pacífico colombiano es el piano de la selva, un instrumento que le canta a la libertad.
Juan Carlos Piedrahíta B. / Enviado especial Cali
La marimba de chonta, además de ser un instrumento, es una artesanía. Con este piano de la selva el folclor del Pacífico ha logrado su mayor difusión y con él personajes como José Antonio Torres, más conocido como Gualajo, y Hugo Candelario González, el fundador del grupo Bahía, se han convertido en reyes con corona de bambú.
El Espectador hace una nueva entrega de una serie de especiales dedicados a las leyendas y a las jóvenes figuras del folclor nacional. Un homenaje a la música y un tributo a sus exponentes.
Gualajo (G.J.): Ese día el pueblo estaba encendido. Yo manejaba una lancha y el dueño del aparato, que era compadre de Estaban González, tú papá, me dijo: “Gualajo, andate hasta la casa de mi compadre porque creo que todo se está quemando”. Ahí mismo agarré motor y llegué pero, por fortuna, no era la casa de los papás tuyos sino que la candela estaba como a dos cuadras, pero no había una calle por tierra para llegar al hospital y tu mamá ya tenía los dolores.
Hugo Candelario (H.C.): Ahí sí, Galajé, tú puedes contar con más propiedad porque yo no había nacido. Así que te escucho.
G.J: Claro... entonces la única forma de llevarla a ella era por el agua, así que fuimos por el río hacia el hospital y ahí se la entregué al médico porque tú ya tenías ganas de nacer. Al otro día me mandaron a ver cómo había salido todo y ahí tu papá me dijo: “Ya nació y nació varón y tú me le tienes que enseñar a tocar marimba”. Y así fue la cosa.
H.C.: Por fortuna mi papá tenía identificado tu talento porque en Guapi, nuestra tierra, no se les da el valor a los maestros, aunque sí es muy claro que la familia tuya era el templo del folclor allá.
G.J.: Yo tengo la cualidad de aparecer y desaparecer y en una de esas desaparecidas mías es que te vi y ya sabías caminar y sí que te gustaba la marimba. Desde muy pequeño tuviste un talento muy bravo y creo que eres de todos los que yo les he enseñado el más talentoso. Pero hubo un tiempo en el que te perdiste… ¿tal vez te fuiste a prestar servicio militar?
H.C.: Primero me mandaron a estudiar bachillerato a Bogotá y en todas mis vacaciones recorría Guapi buscándote para aprender. Después de eso sí me fui a la Marina.
G.J.: En ese tiempo de la Marina yo me acuerdo que en una grabadora llevabas unos casetes con el sonido de la marimba y así es cómo te haces un gran músico.
H.C.: Muchas gracias. Recuerdo que desde que jovencié mi referente en la marimba siempre fuiste tú. Muchas veces yo iba o a tu casa en Guapi o a la casa de tu familia en la vereda de Sansón, como a cinco minutos en lancha de motor. Lo que pasa es que uno tiene que rodearse de lo mejor y tú, Gualajé, siempre te destacaste porque sabes desde la siembra de la palma hasta la cortada, la armada y demás etapas de la elaboración y arreglos de la marimba.
G.J.: Yo siempre he pensado que los que tocamos marimba somos personas especiales. Los niños a los que les gusta ese sonido comienzan, apenas la oyen, a jalarle el brazo al papá.
H.C.: A mí siempre me gustó ese sonido. Yo llegaba de la escuelita, de la primaria, y todavía me pasa que llego de la calle, me cambio y me pongo a tocar marimba. Para mí de pelao era importante llegar a la casa y bañarme en el río y después dedicarme a la marimba. Ése era el mejor plan.
G.J.: Pero eso tiene que ver también con lo que pasaba en las fiestas de Guapi, en las que cada celebración duraba cuatro o cinco días y la marimba siempre era protagonista.
H.C.: Yo siempre he dicho que tocar marimba es como si mi cuerpo tomara agua por los oídos y me parece que logra la finalidad de hidratar el espíritu, el físico y la mente.
G.J.: La marimba tiene algo muy particular y es que uno se demora mucho tiempo tocándola para identificar su armonía y cuando uno menos piensa ya tiene esa armonía metida en el cuerpo. Además, para tocar ese instrumento hay que estar despierto pero relajado.
H.C.: Es algo similar a lo que pasa en el baile, porque ahí uno debe estar acuñadito pero relajado.
G.J.: A la marimba no hay necesidad de garrotearla. No me gusta cuando veo que los músicos le dan duro al instrumento… primero toca aprender para ir soltando las manos.
H.C.: Es todo un proceso de complicidad con el instrumento.
G.J.: La música es tan berraca que es como una hebra, es como un hilo, con el que se van uniendo golpes armónicos y esa es mi manera de ensayar… yo voy uniendo golpes y voy construyendo una especie de pared que tiene que quedar sólida y fuerte para que no se desplome.
H.C.: Mi caso, en cambio, es distinto porque cuando yo estaba en la academia había mucho rigor, pero ahora toco marimba cuando tengo tiempo o cuando se vuelve una necesidad del espíritu. En los viajes muy largos yo siento que se me pega la muñeca porque no he vuelto a tocar. Con el grupo Bahía sí tenemos horarios establecidos, todo eso para que la pared musical de la que tú hablas, maestro Gualajé, no se venga al piso.
G.J.: Las nuevas generaciones todavía no han entendido que el folclor pacífico tiene su camisa, su vestuario, tiene su chaqueta de palo y no se puede cambiar por otro aire. Tal vez ellos no saben que con esa misma palma se fabrica el rancho en la selva. Pero la marimba tiene además una madera que no puede ser muy fina, debe ser rústica para que suene sabroso.
H.C.: Lo que pasa, Gualajé, es que tú adquiriste una forma de vida a partir de la música. En ese proceso también hay ángulos distintos porque yo soy de la región, alcanzo por fortuna a disfrutar de esa herencia y complementé mi formación como músico en la urbe. En mí hay dos mundos encontrados y dos experiencias enfrentadas.
G.J.: Yo creo que el aprendizaje de nosotros los que nos formamos con la tierra es mucho más extenso porque la academia tiene un límite. En el conservatorio en la última nota termina todo, en cambio para mí el final es la última tablita de la marimba y cada vez se pueden hacer instrumentos más grandes. Lo reglamentario máximo es 5/8, que es lo que, creo, tiene un piano, en cambio después de la última tablita uno puede inventarse más.
H.C.: Son dos mundos. Uno es el académico, en el que un piano tiene aparentemente muchas más posibilidades armónicas. Sin embargo, los sistemas clásicos llegan a tener limitantes, lo que no pasa con la marimba folclórica que tiene una libertad inmensa de afinación para hacer la música.
G.J: Lo que pasa, Candelario, es que nosotros nacimos escuchando nuestra música. Para nosotros el Pacífico es todo. Yo siempre comparo la labor de ejecutar los elementos autóctonos del Pacífico con la actividad de cocinar. Es como cuando uno hace una comida y llega una gente con hambre y uno debe darles de comer.
H.C.: Claro... para eso estamos los artistas.
G.L.: Así es y yo insisto: creo que la música del Pacífico es como la comida: no puede faltar.
H.C.: Yo considero que lo que no debe faltar en la música folclórica del Pacífico es ese deseo de libertad, porque cuando uno la interpreta siente un montón de sensaciones encontradas. Para que sea música del Pacífico tiene que estar sintonizada con el anhelo de libertad de todo un pueblo. Para mí, ahí está la esencia de nuestras sonoridades.
G.J.: En el Pacífico siempre hemos vivido escondidos porque el caballo grande, que en el caso de Colombia viene siendo la música del Caribe, le pega al caballo pequeño que, por supuesto, somos nosotros. Yo creo que en esa lejana región tenían escondido el folclor y un día se destapo y se convirtió en el fenómeno mundial que todos conocemos ahora. En este momento los jóvenes están conociendo la música del Pacífico.
H.C.: Y es muy bueno que la escuchen porque nuestra querida marimba de chonta es, prácticamente, la mamá del piano, del clavecín, del clavicordio y del acordeón también.
La marimba de chonta, además de ser un instrumento, es una artesanía. Con este piano de la selva el folclor del Pacífico ha logrado su mayor difusión y con él personajes como José Antonio Torres, más conocido como Gualajo, y Hugo Candelario González, el fundador del grupo Bahía, se han convertido en reyes con corona de bambú.
El Espectador hace una nueva entrega de una serie de especiales dedicados a las leyendas y a las jóvenes figuras del folclor nacional. Un homenaje a la música y un tributo a sus exponentes.
Gualajo (G.J.): Ese día el pueblo estaba encendido. Yo manejaba una lancha y el dueño del aparato, que era compadre de Estaban González, tú papá, me dijo: “Gualajo, andate hasta la casa de mi compadre porque creo que todo se está quemando”. Ahí mismo agarré motor y llegué pero, por fortuna, no era la casa de los papás tuyos sino que la candela estaba como a dos cuadras, pero no había una calle por tierra para llegar al hospital y tu mamá ya tenía los dolores.
Hugo Candelario (H.C.): Ahí sí, Galajé, tú puedes contar con más propiedad porque yo no había nacido. Así que te escucho.
G.J: Claro... entonces la única forma de llevarla a ella era por el agua, así que fuimos por el río hacia el hospital y ahí se la entregué al médico porque tú ya tenías ganas de nacer. Al otro día me mandaron a ver cómo había salido todo y ahí tu papá me dijo: “Ya nació y nació varón y tú me le tienes que enseñar a tocar marimba”. Y así fue la cosa.
H.C.: Por fortuna mi papá tenía identificado tu talento porque en Guapi, nuestra tierra, no se les da el valor a los maestros, aunque sí es muy claro que la familia tuya era el templo del folclor allá.
G.J.: Yo tengo la cualidad de aparecer y desaparecer y en una de esas desaparecidas mías es que te vi y ya sabías caminar y sí que te gustaba la marimba. Desde muy pequeño tuviste un talento muy bravo y creo que eres de todos los que yo les he enseñado el más talentoso. Pero hubo un tiempo en el que te perdiste… ¿tal vez te fuiste a prestar servicio militar?
H.C.: Primero me mandaron a estudiar bachillerato a Bogotá y en todas mis vacaciones recorría Guapi buscándote para aprender. Después de eso sí me fui a la Marina.
G.J.: En ese tiempo de la Marina yo me acuerdo que en una grabadora llevabas unos casetes con el sonido de la marimba y así es cómo te haces un gran músico.
H.C.: Muchas gracias. Recuerdo que desde que jovencié mi referente en la marimba siempre fuiste tú. Muchas veces yo iba o a tu casa en Guapi o a la casa de tu familia en la vereda de Sansón, como a cinco minutos en lancha de motor. Lo que pasa es que uno tiene que rodearse de lo mejor y tú, Gualajé, siempre te destacaste porque sabes desde la siembra de la palma hasta la cortada, la armada y demás etapas de la elaboración y arreglos de la marimba.
G.J.: Yo siempre he pensado que los que tocamos marimba somos personas especiales. Los niños a los que les gusta ese sonido comienzan, apenas la oyen, a jalarle el brazo al papá.
H.C.: A mí siempre me gustó ese sonido. Yo llegaba de la escuelita, de la primaria, y todavía me pasa que llego de la calle, me cambio y me pongo a tocar marimba. Para mí de pelao era importante llegar a la casa y bañarme en el río y después dedicarme a la marimba. Ése era el mejor plan.
G.J.: Pero eso tiene que ver también con lo que pasaba en las fiestas de Guapi, en las que cada celebración duraba cuatro o cinco días y la marimba siempre era protagonista.
H.C.: Yo siempre he dicho que tocar marimba es como si mi cuerpo tomara agua por los oídos y me parece que logra la finalidad de hidratar el espíritu, el físico y la mente.
G.J.: La marimba tiene algo muy particular y es que uno se demora mucho tiempo tocándola para identificar su armonía y cuando uno menos piensa ya tiene esa armonía metida en el cuerpo. Además, para tocar ese instrumento hay que estar despierto pero relajado.
H.C.: Es algo similar a lo que pasa en el baile, porque ahí uno debe estar acuñadito pero relajado.
G.J.: A la marimba no hay necesidad de garrotearla. No me gusta cuando veo que los músicos le dan duro al instrumento… primero toca aprender para ir soltando las manos.
H.C.: Es todo un proceso de complicidad con el instrumento.
G.J.: La música es tan berraca que es como una hebra, es como un hilo, con el que se van uniendo golpes armónicos y esa es mi manera de ensayar… yo voy uniendo golpes y voy construyendo una especie de pared que tiene que quedar sólida y fuerte para que no se desplome.
H.C.: Mi caso, en cambio, es distinto porque cuando yo estaba en la academia había mucho rigor, pero ahora toco marimba cuando tengo tiempo o cuando se vuelve una necesidad del espíritu. En los viajes muy largos yo siento que se me pega la muñeca porque no he vuelto a tocar. Con el grupo Bahía sí tenemos horarios establecidos, todo eso para que la pared musical de la que tú hablas, maestro Gualajé, no se venga al piso.
G.J.: Las nuevas generaciones todavía no han entendido que el folclor pacífico tiene su camisa, su vestuario, tiene su chaqueta de palo y no se puede cambiar por otro aire. Tal vez ellos no saben que con esa misma palma se fabrica el rancho en la selva. Pero la marimba tiene además una madera que no puede ser muy fina, debe ser rústica para que suene sabroso.
H.C.: Lo que pasa, Gualajé, es que tú adquiriste una forma de vida a partir de la música. En ese proceso también hay ángulos distintos porque yo soy de la región, alcanzo por fortuna a disfrutar de esa herencia y complementé mi formación como músico en la urbe. En mí hay dos mundos encontrados y dos experiencias enfrentadas.
G.J.: Yo creo que el aprendizaje de nosotros los que nos formamos con la tierra es mucho más extenso porque la academia tiene un límite. En el conservatorio en la última nota termina todo, en cambio para mí el final es la última tablita de la marimba y cada vez se pueden hacer instrumentos más grandes. Lo reglamentario máximo es 5/8, que es lo que, creo, tiene un piano, en cambio después de la última tablita uno puede inventarse más.
H.C.: Son dos mundos. Uno es el académico, en el que un piano tiene aparentemente muchas más posibilidades armónicas. Sin embargo, los sistemas clásicos llegan a tener limitantes, lo que no pasa con la marimba folclórica que tiene una libertad inmensa de afinación para hacer la música.
G.J: Lo que pasa, Candelario, es que nosotros nacimos escuchando nuestra música. Para nosotros el Pacífico es todo. Yo siempre comparo la labor de ejecutar los elementos autóctonos del Pacífico con la actividad de cocinar. Es como cuando uno hace una comida y llega una gente con hambre y uno debe darles de comer.
H.C.: Claro... para eso estamos los artistas.
G.L.: Así es y yo insisto: creo que la música del Pacífico es como la comida: no puede faltar.
H.C.: Yo considero que lo que no debe faltar en la música folclórica del Pacífico es ese deseo de libertad, porque cuando uno la interpreta siente un montón de sensaciones encontradas. Para que sea música del Pacífico tiene que estar sintonizada con el anhelo de libertad de todo un pueblo. Para mí, ahí está la esencia de nuestras sonoridades.
G.J.: En el Pacífico siempre hemos vivido escondidos porque el caballo grande, que en el caso de Colombia viene siendo la música del Caribe, le pega al caballo pequeño que, por supuesto, somos nosotros. Yo creo que en esa lejana región tenían escondido el folclor y un día se destapo y se convirtió en el fenómeno mundial que todos conocemos ahora. En este momento los jóvenes están conociendo la música del Pacífico.
H.C.: Y es muy bueno que la escuchen porque nuestra querida marimba de chonta es, prácticamente, la mamá del piano, del clavecín, del clavicordio y del acordeón también.