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A un año de la muerte asistida de Luisa

Al cumplirse un año de la muerte de la poeta Luisa Fernanda Trujillo, este relato íntimo de sus últimos momentos. “Me siento como haciéndole pistola al cáncer. ¿Con que me quieres llevar? Mamola, antes me voy yo”, escribió en sus últimas horas.

Guillermo González Uribe, especial para El Espectador
20 de agosto de 2021 - 04:12 p. m.
Luisa Fernanda Trujillo Amaya, autora de los poemarios "De soslayo, prendada", "Trazo en sesgo la noche" y "En tierra, el pájaro olvida cantar".
Luisa Fernanda Trujillo Amaya, autora de los poemarios "De soslayo, prendada", "Trazo en sesgo la noche" y "En tierra, el pájaro olvida cantar".
Foto: Archivo Particular
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Hace exactamente un año, junto con Margarita Carrillo, sostuvimos por Skype las últimas charlas con nuestra común amiga y compañera de universidad Luisa Fernanda Trujillo, poeta cuyos textos comenzaron a ser publicados en los últimos años en antologías y libros, tanto en el país como en el exterior (1). Al verla tan tranquila, horas antes de morir, le pregunté sobre el miedo, esa sensación que angustia y paraliza; respondió que no lo había sentido. Al día siguiente, el 19 de agosto del 2020, apenas 24 horas antes de morir, me envió su último mensaje de WhatsApp, que reenvió a Margarita, y que luego sentí que está dirigido a sus amigos, e incluso más allá.

«Mi Guillo: me quedé pensando en tu pregunta de ayer sobre si en algún momento me había sentido habitada por el miedo. Mi Guillo: lo que haré mañana conmigo misma es un acto de amor. Es el mayor acto de amor que habré tenido conmigo misma. Es la entrega consciente de mi cuerpo ante una enfermedad irreversible, y trascender. Me voy tranquila y feliz. Como te mencioné ayer, me siento privilegiada al poder decidir conscientemente y en libertad sobre mi muerte. Y, ante todo, privilegiada por haber podido disfrutar durante mi vida del más grande baluarte: el amor incondicional que todos ustedes, mis amigos y amigas me brindaron. Me voy feliz, porque hoy, un día de recoger los pasos andados, no dejo de sonreír al recordar lo bien que la pasamos, pese a las circunstancias violentas de este país. A todos mis amigos y amigas, mi gratitud porque a través de este tejido de amistad conocí la vida y aprendí a reír. Los amo».

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Conservo la última charla larga que sostuvimos los tres el 18 de agosto. Luisa, una mujer de una pieza; en momentos dura, implacable en sus juicios, contundente, peleadora (estuvimos alejados un tiempo, pero gracias a Margarita y a Marisa, mi esposa, nos reencontramos con amor), y en otros instantes un ser tierno y pleno de amor. Arranca con una diatriba en contra de las sectas de poetas, donde una especie de dictador ejerce el poder y busca condenar a las tinieblas a quienes se apartan de su dogma, como cuenta que le ocurrió a ella. Pasamos a temas más amables. Su amor por los escritores de El Siglo de Oro Español y los de la Generación del 27. Habla luego de Cioran, de Gonzalo Rojas, Neruda, pero sólo “Residencia en la tierra”; de la mexicana, contemporánea, María Baranda. Su pasión por la poesía mística oriental, por Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz y la poetiza Safo; de su devoción por La Divina Comedia, por Emily Dickinson y por Borges. Habla de Saint John Perse, y en cuanto a los colombianos cita a Luis Vidales, José Manuel Arango, Aurelio Arturo, Charry Lara, Silva, Olga Elena Mattei, Meira del Mar y Piedad Bonnett. Habla de Isaías Peña como gran impulsor de su trabajo y del de otros escritores.

Pasamos de lo trascendente a lo fraternal, al humor, la mamadera de gallo, la alegría. Corta con picardía y dice que, en la Universidad, en el Externado: “Margarita era el mundo, Guillo el demonio y yo la carne”. Se ríe. No se siente que fuera nuestra última charla juntos. ¿Qué más les cuento? Pregunta ella. Silencio…

Nos reímos.

M.- ¿Preparada para la partida?

L.- Preparada. Con una gran serenidad, con una gran convicción. Doy gracias porque me siento privilegiada de poderlo hacer en este momento, cuando todavía puedo sonreír, reírme, despedirme de los amigos.

Les voy a decir algo irónico: me siento como haciéndole pistola al cáncer. ¿Con que me quieres llevar? Mamola, antes me voy yo. Adiós. Ahí te dejo solito.

G.- ¿Y el miedo? ¿El miedo a la desconocido te ha habitado?

L.- No, no, no.

G.- ¿Piensas que vas a pasar a otro estadio, o qué?

L.- No. No pienso en nada.

G.- Lo que estás es iluminada. Los maestros que llevan toda la vida meditando buscan llegar con serenidad al momento final. A lo que tú estás llegando.

L.- Yo en mi vida tuve muy claro, por intuición, por mi forma de ser, que con lo que no se pueda comprobar no me meto; para qué pensar en eso, ponerse a especular. Que si habrá Dios, que si no habrá Dios. Eso sí, prefiero quedarme con el mensaje cristiano: que, si me arrepiento a última hora, me voy para el cielo (de nuevo aparece la picardía). Ellos dicen: si usted se arrepiente a último momento, así haya sido un asesino, o lo que sea, se va para el cielo. En cambio, si tienes que meditar, llegar a otro círculo de cinco años, y a otro… tienen huevo. ¿No es esto mejor que El Libro de Los muertos, como mensaje? Todo depende de la imaginería, de la religión, de cada corriente espiritual.

Yo soy muy práctica. A mí me preocupan más las cosas horizontales. No mirar para arriba sino para el lado. Que si hay Dios o no lo hay, que si hay reencarnación; me importa un rábano. Si hay, allá me informarán de qué se trata, cuando pase el umbral. No me preocupa eso, la verdad. Lo real es que ni siquiera sabemos qué va a pasar mañana… ¿Qué tal que haya un terremoto esta noche y me caiga este techo encima? ¿Qué hay después de la muerte? Ni idea. No sé (2).

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¿Qué me motiva en mi decisión? Que la vida que estoy llevando ya no es vida. Es una vida empobrecida. Si no me tomo la morfina, tengo dolor constante, y cada vez hay que aumentar más la dosis. ¿Qué seguiría? El próximo paso sería administrarme algo muy fuerte por catéter, y ahí sí tendría que vivir acompañada, cosa que no quiero. Entonces, mientras lo pueda hacer estando relativamente bien, lo hago. Lo que no quiero es sentir más dolor. Ya no duermo.

M.- ¿Me decías que uno se acostumbra al dolor?

L.- Sí, eso me parece terrible. Alguien me decía en estos días, refiriéndose al tema de la decisión que tomé. “Pero Luisa, hay que tener resignación”. Dije, ¿Qué? ¿Habiendo cosas que yo puedo hacer, resignarme? ¿A tener dolor, a tener cada vez más dolor, a no dormir, a poder escribir cada vez menos?... ¿Resignarme? No. Ya el organismo te está diciendo que no más. Tengo una gran caja de medicamentos, ¡una caja! Vale la pena incluso por economía; aunque el seguro no me cobra nada, pero eso es un negocio. No más, no más medicamentos. Mi barriga está morada de inyecciones, llena de morados; es impresionante. Cada vez me toca buscar un huequito más. Me toca inyectarme dos anticoagulantes al día.

El médico paliativo me decía: es muy pronto para pensar en eso. Le dije: ¿Entonces qué debo hacer? ¿Cuál es el escenario que debo esperar, para que ustedes como médicos digan, ahora sí? ¿Estar yo vuelta mierda en una cama? Pues no. Eso no es lo que yo quiero. Y se quedaba callado. Quieren verlo a uno vuelto nada, para alimentar una cantidad de imaginarios: “Cómo sufrió, luchó hasta lo último, es una guerrera, cómo batalló”. Pues no. Tienen huevo.

Ya está todo programada para el jueves, me van a acompañar dos amigas. Está todo hablado. Ya todo está calculado.

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G.- Se nota que estás tranquila, serena.

L.- Te voy a contar. Tuve una experiencia con un examen médico, en el que me tenían que dormir. Mire, dijo la señora, “cierre los ojos y piense en cosas bonitas”. Me imaginé en la montaña, con sol, en medio de una naturaleza exuberante, y yo corría; fue la mejor traba de mi vida. Cuando me dijeron, ya, ya, despierte, yo no quería salir. Creo que la muerte debe ser algo similar. Voy a hacer ese ejercicio, pensar en cosas bonitas. Pongan una velita encendida en las casas, para que yo los pueda ver y me iluminen el camino. Como estar en cadena con mis amigos. Y ya. Nada más.

Ahora sí nos toca despedirnos. Los quiero, los quiero mucho. Gracias por todo. Chau (3).


Notas:

1.- Cinco poemas de Luisa Fernanda: https://bibliotecapilotodelcaribe.com/noticias/luisa-fernanda-trujillo-en-cinco-poemas/

2.- Nota homenaje en Canal Capital: https://conexioncapital.co/fallecio-la-poeta-luisa-fernanda-trujillo/?fbclid=IwAR0vG1x6SFIQS_5XX3zI9O_wtEEO_U0OhPGyK6HsaNn_-gFF2lUDlc67IEM

3.- “Cuando ya no vuelva”, poema escrito poco antes de su muerte por Luisa Fernanda, leído para Tornamesa, librería en la cual ella programaba “cuidadosa y amorosamente la serie “Lecturas de Autor”, gracias a la cual tuvimos el privilegio de ver y escuchar un centenar de consagrados y jóvenes poetas nacionales e internacionales convocados por ella”: https://www.facebook.com/watch/?extid=SEO----&v=898954467296064

Por Guillermo González Uribe, especial para El Espectador

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John(30701)21 de agosto de 2021 - 01:37 a. m.
Excelente semblanza de la poetisa, frente a la muerte
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