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La televisión había llegado hacía poco más de un año a Colombia cuando Abdú Eljaiek vio por primera vez un laboratorio fotográfico. Acababa de retirarse de la carrera de Bellas Artes, a la que entró con la idea de hacerse pintor. Por esos días le ofrecieron un trabajo en televisión por el sueldo mínimo, que era de $200. Lo aceptó sin saber en qué se estaba metiendo: “Yo no tenía ni idea de cine, pero ni idea. Lo primero que hice fue ver cómo se revela una película: metes en la máquina, presionas el botón y sale al otro lado la imagen seca”. Trabajaba con carretes de cien pies y cada día iba aprendiendo a poner el ojo tras el lente y a ver el mundo con su propia mirada, que desde siempre se ha esforzado porque sea una mirada artística. “Yo creo en la fotografía como un arte. Todo lo que yo hacía, mis composiciones, eso viene desde niño”. Sin saber leer cogía el periódico que llegaba a su casa, miraba las ilustraciones, se fijaba en el espacio, en los detalles, y entre observar y observar empezó a dibujar con carboncillos sombras y trazos que luego retrataría en recuadros.
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Anduvo muchos años persiguiendo el momento preciso o la esencia del presente, como algunos le han dicho. Desde el principio trató su oficio como un arte, cuando la fotografía no se consideraba artística en Colombia y modernizó la mirada detrás del lente, enfocándose en las formas y texturas de los entornos que retrataba. “Cuando veía la foto la tomaba y ya, se acabó. Por eso no gastaba tanta película, además no tenía para comprar tanta”. ¿Y era más bien paciente?, le pregunto, “no, por lo general me aparecían las imágenes”.
No recuerda cuál fue la primera película que reveló cuando entró a la televisión, pero sí su primera foto: una toma de la escultura La Rebeca, en la calle 26 de Bogotá, que fue publicada en Semana en 1954: esa primera mirada, con la que empezó todo. De la fotografía en esos años y en la actualidad sigue viendo un signo común: las imágenes de un evento son “la misma foto, el mismo estilo, el mismo encuadre, yo me salí de eso… Tomar fotos, cualquiera en cualquier época. Lo que pasa es que antes tocaba pagar y había menos cámaras. Ahora en una fiesta se toman doscientas fotos, ¿qué hace uno con eso?, ¿qué mira? Cualquiera puede tomar fotos, pero no cualquiera puede hacer una buena foto”.
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Recuerda al detalle la historia del memorable desnudo que le tomó a la modelo Dora Franco. Era 1968. Estaba con Eduardo Mendoza Varela, que guardaba en una pequeña caja varios desnudos de los años 20. “Una belleza impresionante. Pensaba en el dolor de cabeza que tuvieron para tomar esas fotos e imprimirlas. Ya estaban saliendo las fotos de revistas como la Playboy, con las mujeres haciendo caras provocativas; eso me ponía de mal genio porque es una mentira, es para vender. Entonces, me dice Eduardo que por qué no hacemos unos desnudos en su biblioteca. Y a quién, le pregunté. Pasaron unos quince días y ya me habían hablado de Dora Franco. Preparé el estudio y ella llegó”. Hasta ese momento en Colombia solo Hernán Díaz y François Dolmestch habían trabajado desnudos, pero con los contornos y la expresión de la modelo desdibujados.
Para esa sesión, Eljaiek probó una cámara Kodak con un revelador nuevo. No sabía a ciencia cierta cómo iban a quedar las fotografías. Fue esa vez que aprendió que “no importa qué cámara se use, sino que el lente sea muy bueno. La composición la hace uno, no puede esperar que la cámara lo haga por uno”.
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Eljaiek no ocultó nada y logró exponer sus desnudos en el Centro Colombo Americano. En una toma, Franco aparece sobre una alfombra, en otra, al lado de la biblioteca. Un violín cubre su abdomen en unas fotos, en otras está totalmente destapada. A esa muestra fue mucho público, pero “la gente no iba por las fotografías, sino porque había desnudos. Un país en donde no estaban acostumbrados a ver desnudos artísticos, pues eran vistos solo como desnudos”.
Luego de ese desnudo su nombre empezó a resonar. Casi una década después, la compañía Maderas del Darién lo contrató para hacer un fotorreportaje con el que buscaban exponer la empresa a unos negociantes estadounidenses. Eljaiek viajó por unos meses al Urabá a retratar el proceso de la producción de madera. Pero se encontró con que el río León estaba siendo contaminado por los malos manejos de la misma empresa que lo había contratado. Él se decidió por tomar las fotografías y dar cuenta de qué era lo que ocurría. Al regreso, expuso la serie en una galería de la misma aseguradora de la compañía y Eduardo Mendoza escribió los textos que acompañaron la muestra. La titularon “Permitido en Colombia” y publicaron un libro que se volvió uno de los primeros documentos en pro de la ecología en el país. No habían pasado muchos días cuando la compañía compró todos los ejemplares de Permitido en Colombia, del que hoy apenas se conservan dos.
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En los años 80 su trabajo adquirió un carácter introspectivo, mucho más enfocado en el detalle, en lo sutil. Y se dedicó a investigar y retratar a profundidad Villa de Leyva y Boyacá: asegura que la obra de arte que tendría en su cuarto sería un caballito de Ráquira.Duró décadas viajando por las ruralidades de Colombia retratando rostros y algunos paisajes: “Los rostros me gustan y más si son mestizos; el mestizaje tiene un sabor a Colombia y ese sabor no se puede perder. Los paisajes deben tener muy buena luminosidad y que se vea algo. Tomar paisajes por tomar paisajes, poco. Hojas en cantidades, sí tomo”.
Hoy Eljaiek tiene 88 años. Pasa sus días tomando fotografías de las plantas que tiene en su casa, en Bogotá. Algunas las pasa a blanco y negro.
¿Cuál es para usted la esencia del blanco y negro?
Color o blanco y negro es la misma cosa. A color a veces queda empalagoso el trabajo, como si uno se comiera una taza de mela’o, y no, apenas hay que probarlo. El blanco y negro tiene un montón de formas. Hay fotos que tomo naturalmente a color y las paso a blanco y negro porque me interesan las formas.
¿Qué define a un fotógrafo?
Yo sé que empecé a ser buen fotógrafo porque tenía noción de composición desde antes de comenzar a fotografiar, porque yo dibujaba. Hoy todas las fotos de reportería son las mismas fotos repetidas. Yo no soy capaz de hacer eso. Mis retratos son distintos no porque yo los quiera hacer distintos, sino porque yo me baso en lo mío, en lo que yo crea conveniente. Los demás se basan en que le puede gustar a la gente; yo, en lo que a mí me puede gustar.