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Acerca de la sombra

Que se equivocan quienes opinan que la sombra perece cuando no aparece a los sentidos, advierte Escoto Eriúgena (Periphyseon- De divisione naturae, 501 C) y para ello pone por testigo a Dios, Quien, según, llamó a las tinieblas noche.

Leo Castillo
03 de agosto de 2020 - 09:47 p. m.
"Personalmente me fío de mi sombra antes que de seres de “carne y hueso”, como los políticos o los socráticos".
"Personalmente me fío de mi sombra antes que de seres de “carne y hueso”, como los políticos o los socráticos".
Foto: Archivo Particular
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¿Y qué cosa puede tener semejante grado superlativo de existencia como aquello nombrado por Él?, mientras que el cuerpo, de quien los ignorantes suponen que es causa de la sombra, es el miserable resultado de una adición de accidentes, como bien saben los aplicados lectores de San Gregorio de Nisa. ¿Acaso no estaremos de acuerdo en que la sombra es una forma, y que sin la Palabra de Dios ninguna sombra ha sido creada? ¿De dónde, pues, pudo haber provenido ese disparate, esa soberbia falta de respeto, esa punible herejía de considerar que la sombra depende del cuerpo, cuando la mismísima razón, única autoridad ante los profundos ojos de la inteligencia determina lo contrario? Porque así es, en efecto: el cuerpo es una consecuencia de la sombra, no viceversa, y solo a un burro como Platón pudo ocurrírsele decir que la sombra es un engaño, una ilusión, maia o lo que sea que le hayan dicho los hindúes. ¡Platón, justo él, que juraba por el perro que solo el alma existe! ¡Pero es que estaba loco! “El alma contempla los arquetipos eternos, mientras que los sentidos, limitados, cretinos sentidos, creen en ilusiones falsas”, así se expresaba este odioso enemigo de la verdad. Pero si el cuerpo es apenas materia, conformado por ciertas cualidades, que si se las arrebatamos, no podría ser percibido ni siquiera por estos sentidos denigrados por el mayeuta de marras. La genuina metafísica del ser tiene mucho que ver con la sombra, y nuestro planeta no sería sin la sombra que proyecta tantos días cada mes sobre la luna. Y el sol proyecta una sombra que solo es inteligible al pensamiento: imaginemos un sol cien millones de veces mayor al nuestro bombardeándolo de luz. ¿Y qué?, pues que nuestro sol proyectaría en un muro imaginario esa sombra que nuestros ojos físicos actualmente son incapaces de percibir. El universo mismo tiene una imponderable y magnífica sombra, aunque Newton, Einstein ni Hawking lo dijeran, seguramente porque les parecía algo tan obvio que para qué.

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Personalmente me fío de mi sombra antes que de seres de “carne y hueso”, como los políticos o los socráticos. Solamente cuando mis defectuosos ojos de miope lector no pueden captarla, mi sombra discretamente se oculta en la gran Sombra. ¿Para qué querría ella dejarse ver mientras cierro mis ojos, cuando miro a otra parte o cuando me hallo sumido en mi suave penumbra?

Por Leo Castillo

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