Adelaida Malagón: “Contar la historia es romper el silencio”
Con la idea de que el conflicto armado sea un tema que se discuta en todas las esferas sociales, pues por naturaleza atraviesa todos los ámbitos humanos; pero, sobre todo, con el propósito de que las nuevas generaciones entiendan por qué surgió y persiste, el Museo de Memoria Histórica del Valle del Cauca, desde Tuluá, impulsa el desarrollo de talleres pedagógicos de memoria histórica.
María José Noriega Ramírez
El cuerpo de Adelaida Malagón fue un espacio de guerra. Su sueño de ser bailarina, de ser artista, por el que dejó Bogotá para llegar al Valle del Cauca, fue detenido abruptamente por el conflicto armado. Aquellos hechos que veía por televisión, que sentía lejanos a ella, se convirtieron en una dolorosa realidad. Calló. Se encerró en sí misma. Sintió miedo. La despojaron de su dignidad y le arrebataron el derecho de habitar su cuerpo en plenitud. Llegó a pensar que no valía la pena vivir, pero una monja ermitaña y su bebé, dos víctimas más del conflicto, como dos ángeles de luz, le hicieron comprender todo lo contrario: que su valor radica en estar viva. Así, y gritando internamente “quiero volver a vivir”, emprendió una lucha por la defensa de sus derechos y de las víctimas.
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Cuando Malagón empezó a contar su historia, se dio cuenta de que no estaba sola. Su testimonio es similar a lo que otras personas —mujeres, hombres y población LGBTI— han vivido a causa de la guerra. Su deseo de que ellos encuentren el apoyo que ella no tuvo es lo que la ha impulsado a ejercer un liderazgo social basado en la compañía, la solidaridad y la comprensión. Con un trabajo vinculado a 200 voces, cuando al principio solo eran seis, Malagón encabeza una batalla contra el silencio, pues entendió que el poder de las historias está en que ellas son la base de la búsqueda de la libertad. De ahí se entiende que Rosa, una de sus compañeras, afirme que “su mayor deseo es ver a las mujeres empoderadas y dueñas de sus derechos”; y que Jazmín crea que su historia sí vale y debe seguir trabajando por la recuperación simbólica de su dignidad. Estos testimonios, junto a los de siete mujeres más, hacen parte del fanzine Relatos de dignidad, proyecto que este año busca incluir más testimonios de sobrevivientes de violencia sexual en un libro, que llevará el mismo título de la publicación, y es apoyado por el Museo de Memoria Histórica del Valle del Cauca.
De la necesidad de crear una iniciativa enfocada en la reparación simbólica, a la que por ley toda víctima tiene derecho, pero, sobre todo, de la urgencia de generar espacios para que las víctimas sean escuchadas, Juan Carlos Escobar fundó el Museo de Memoria Histórica del Valle del Cauca. Los proyectos con los que el museo le ha apostado a la construcción de memoria histórica son la exposición fotográfica Retratos de ausencia, que muestra los estragos causados por la desaparición forzada; Relatos de dignidad, en forma de fanzine y pódcast, que narra las verdades de las víctimas y busca amplificar las voces que usualmente son marginadas, así como la creación de murales con los que se evoca la historia que no debe ser olvidada.
El arte y la cultura son transversales al proyecto del museo y hacen parte del proceso de sanación y perdón. La música, el teatro, las manualidades, las historias orales y demás expresiones permiten hacer un proceso de catarsis que devela lo que ha sucedido en el conflicto armado, al tiempo que dignifican a las víctimas. Además, según afirma Escobar, la memoria histórica hace parte de la cultura. Con la convicción de que el conflicto armado ha permeado totalmente la sociedad, se cree que, además de todas las huellas que ha dejado, también ha creado una serie de imaginarios sobre la guerra y la paz. Estos son complejizados, cuestionados y complementados por las verdades que las víctimas tienen por contar, pues estos relatos terminan siendo parte de la historia y de la identidad de un territorio. “La identidad de las personas está vinculada, sobre todo, a la historia reciente; y la memoria histórica, como la versión subjetiva de la historia contada desde las voces de las víctimas, se debe difundir. Al marcar la vida de las personas, la memoria histórica hace parte de la cultura local. Además, es sinónimo de humanización y de preocupación por el otro”, asegura Escobar. Si la cultura es el cúmulo de símbolos y tradiciones, así como de formas de hacer y formas de vivir de un colectivo, la cultura también es esa memoria histórica que se construye a partir de los recuerdos e historias de las víctimas, pues ellas hacen parte de un conglomerado social. Así, la memoria histórica permea y define los imaginarios sociales.
Si le interesa leer más de Cultura, le sugerimos: El papel de la cultura en la Comisión de la verdad
Con la idea de que el conflicto armado sea un tema que se discuta en todas las esferas sociales, pues por naturaleza atraviesa todos los ámbitos humanos y de forma directa o indirecta nos ha afectado a todos; pero, sobre todo, con el propósito de que las nuevas generaciones entiendan por qué surgió y por qué persiste, el museo impulsa el desarrollo de talleres pedagógicos de memoria histórica. La no repetición es el horizonte de estos espacios y la sensibilización en los colegios vallecaucanos es la herramienta para ello. Según cuenta Cristian Millán, líder de Escuelas de Cambio, colectivo con el cual dicta los talleres de memoria histórica bajo el manto del museo, se busca involucrar a los jóvenes en el proceso de elaboración de una imagen colectiva sobre el conflicto armado, pues en la medida en la que se generan espacios de discusión, se abre la puerta a la crítica y a las posibilidades de cambio social. Así, a través de la duda y el cuestionamiento, el museo busca empoderar a los jóvenes hacia la construcción de paz.
Partiendo de la premisa de que la libertad de opinión (con argumentos) es un principio de paz, Millán es consciente de que el ejercicio de memoria es necesario, aunque incomoda y a veces se trata de silenciar. Es el paso que se necesita dar para transitar del individualismo y el egoísmo hacia la empatía y el reconocimiento del otro. Empezar a enseñar esto en las aulas de clase, escenarios en los que priman la competencia y las ansias de opacar al otro, es un paso importante hacia el fomento de la participación con perspectiva social. Para el licenciado en Pedagogía Social, el fomento de la participación en el salón de clases puede, eventualmente, traducirse en la participación en escenarios en los que se trabaje a favor del cambio.
A través de la página web del Museo de Memoria Histórica del Valle del Cauca hay acceso completo a los proyectos que se han realizado de la mano de las víctimas del conflicto armado y a partir de los talleres pedagógicos de memoria histórica.
El cuerpo de Adelaida Malagón fue un espacio de guerra. Su sueño de ser bailarina, de ser artista, por el que dejó Bogotá para llegar al Valle del Cauca, fue detenido abruptamente por el conflicto armado. Aquellos hechos que veía por televisión, que sentía lejanos a ella, se convirtieron en una dolorosa realidad. Calló. Se encerró en sí misma. Sintió miedo. La despojaron de su dignidad y le arrebataron el derecho de habitar su cuerpo en plenitud. Llegó a pensar que no valía la pena vivir, pero una monja ermitaña y su bebé, dos víctimas más del conflicto, como dos ángeles de luz, le hicieron comprender todo lo contrario: que su valor radica en estar viva. Así, y gritando internamente “quiero volver a vivir”, emprendió una lucha por la defensa de sus derechos y de las víctimas.
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Cuando Malagón empezó a contar su historia, se dio cuenta de que no estaba sola. Su testimonio es similar a lo que otras personas —mujeres, hombres y población LGBTI— han vivido a causa de la guerra. Su deseo de que ellos encuentren el apoyo que ella no tuvo es lo que la ha impulsado a ejercer un liderazgo social basado en la compañía, la solidaridad y la comprensión. Con un trabajo vinculado a 200 voces, cuando al principio solo eran seis, Malagón encabeza una batalla contra el silencio, pues entendió que el poder de las historias está en que ellas son la base de la búsqueda de la libertad. De ahí se entiende que Rosa, una de sus compañeras, afirme que “su mayor deseo es ver a las mujeres empoderadas y dueñas de sus derechos”; y que Jazmín crea que su historia sí vale y debe seguir trabajando por la recuperación simbólica de su dignidad. Estos testimonios, junto a los de siete mujeres más, hacen parte del fanzine Relatos de dignidad, proyecto que este año busca incluir más testimonios de sobrevivientes de violencia sexual en un libro, que llevará el mismo título de la publicación, y es apoyado por el Museo de Memoria Histórica del Valle del Cauca.
De la necesidad de crear una iniciativa enfocada en la reparación simbólica, a la que por ley toda víctima tiene derecho, pero, sobre todo, de la urgencia de generar espacios para que las víctimas sean escuchadas, Juan Carlos Escobar fundó el Museo de Memoria Histórica del Valle del Cauca. Los proyectos con los que el museo le ha apostado a la construcción de memoria histórica son la exposición fotográfica Retratos de ausencia, que muestra los estragos causados por la desaparición forzada; Relatos de dignidad, en forma de fanzine y pódcast, que narra las verdades de las víctimas y busca amplificar las voces que usualmente son marginadas, así como la creación de murales con los que se evoca la historia que no debe ser olvidada.
El arte y la cultura son transversales al proyecto del museo y hacen parte del proceso de sanación y perdón. La música, el teatro, las manualidades, las historias orales y demás expresiones permiten hacer un proceso de catarsis que devela lo que ha sucedido en el conflicto armado, al tiempo que dignifican a las víctimas. Además, según afirma Escobar, la memoria histórica hace parte de la cultura. Con la convicción de que el conflicto armado ha permeado totalmente la sociedad, se cree que, además de todas las huellas que ha dejado, también ha creado una serie de imaginarios sobre la guerra y la paz. Estos son complejizados, cuestionados y complementados por las verdades que las víctimas tienen por contar, pues estos relatos terminan siendo parte de la historia y de la identidad de un territorio. “La identidad de las personas está vinculada, sobre todo, a la historia reciente; y la memoria histórica, como la versión subjetiva de la historia contada desde las voces de las víctimas, se debe difundir. Al marcar la vida de las personas, la memoria histórica hace parte de la cultura local. Además, es sinónimo de humanización y de preocupación por el otro”, asegura Escobar. Si la cultura es el cúmulo de símbolos y tradiciones, así como de formas de hacer y formas de vivir de un colectivo, la cultura también es esa memoria histórica que se construye a partir de los recuerdos e historias de las víctimas, pues ellas hacen parte de un conglomerado social. Así, la memoria histórica permea y define los imaginarios sociales.
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Con la idea de que el conflicto armado sea un tema que se discuta en todas las esferas sociales, pues por naturaleza atraviesa todos los ámbitos humanos y de forma directa o indirecta nos ha afectado a todos; pero, sobre todo, con el propósito de que las nuevas generaciones entiendan por qué surgió y por qué persiste, el museo impulsa el desarrollo de talleres pedagógicos de memoria histórica. La no repetición es el horizonte de estos espacios y la sensibilización en los colegios vallecaucanos es la herramienta para ello. Según cuenta Cristian Millán, líder de Escuelas de Cambio, colectivo con el cual dicta los talleres de memoria histórica bajo el manto del museo, se busca involucrar a los jóvenes en el proceso de elaboración de una imagen colectiva sobre el conflicto armado, pues en la medida en la que se generan espacios de discusión, se abre la puerta a la crítica y a las posibilidades de cambio social. Así, a través de la duda y el cuestionamiento, el museo busca empoderar a los jóvenes hacia la construcción de paz.
Partiendo de la premisa de que la libertad de opinión (con argumentos) es un principio de paz, Millán es consciente de que el ejercicio de memoria es necesario, aunque incomoda y a veces se trata de silenciar. Es el paso que se necesita dar para transitar del individualismo y el egoísmo hacia la empatía y el reconocimiento del otro. Empezar a enseñar esto en las aulas de clase, escenarios en los que priman la competencia y las ansias de opacar al otro, es un paso importante hacia el fomento de la participación con perspectiva social. Para el licenciado en Pedagogía Social, el fomento de la participación en el salón de clases puede, eventualmente, traducirse en la participación en escenarios en los que se trabaje a favor del cambio.
A través de la página web del Museo de Memoria Histórica del Valle del Cauca hay acceso completo a los proyectos que se han realizado de la mano de las víctimas del conflicto armado y a partir de los talleres pedagógicos de memoria histórica.