Adiós a Hans Küng y Desmond Tutu, líderes de la ética global
“Imposible sobrevivir sin una ética mundial. Imposible la paz mundial sin paz religiosa. Imposible la paz religiosa sin diálogo de religiones”, son las palabras iniciales del libro Proyecto de una ética global, escrito por Hans Küng (1928-2021).
Jorge Emilio Sierra*
O sea, la ética mundial es indispensable para la supervivencia humana, que está en grave riesgo por conflictos internacionales como la guerra religiosa, que muchos creían y aún creen superada o simple cosa del pasado, apenas de interés para los historiadores.
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O sea, la ética mundial es indispensable para la supervivencia humana, que está en grave riesgo por conflictos internacionales como la guerra religiosa, que muchos creían y aún creen superada o simple cosa del pasado, apenas de interés para los historiadores.
Así, los atentados terroristas en París, que revivieron aquellos trágicos momentos de las Torres Gemelas en Nueva York y de la Estación Atocha en Madrid, todo ello con el trasfondo del Estado Islámico, que ha pretendido extenderse a lo largo y ancho del planeta en nombre de Mahoma y el discutible mandato de Alá, muestra a las claras que el tema en cuestión está más vigente que nunca, dejando serias dudas sobre el futuro de la humanidad, de todos nosotros, sin excepción.
¿La ética mundial será la solución de fondo a ese problema, según plantea Küng, teólogo bastante conocido por sus diferencias con el Vaticano y, en especial, con papas como Juan Pablo II y Benedicto XVI? ¿O se trata acaso de una nueva utopía, al decir de algunos críticos?
Frente a un mundo en crisis
Sin duda, ahora asistimos al relativismo ético, fruto del individualismo en boga con el culto a ultranza de las libertades democráticas, las cuales tienden a ser concebidas, invocando la dignidad inviolable de cada persona, sin límites de ningún tipo, sea que provengan de la familia, el Estado o la sociedad.
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En tales circunstancias, no puede haber sino conflictos, como de hecho ha sucedido y sucederá con mayor intensidad si no se toman cartas en el asunto. La situación, además, resulta peor si consideramos que vivimos en un mundo global, sin fronteras, terreno abonado precisamente para quienes pretenden destruirlo o al menos dominarlo a través, por ejemplo, del terrorismo inspirado en el fanatismo religioso.
Se requiere, entonces, una ética común, “para el conjunto de la humanidad”, cuyos principios esenciales se presentaron en la Unesco y en el Foro Económico Mundial de Davos, donde Küng insistió no solo en la paz religiosa como fundamento de la paz mundial, sino también en la urgencia de “modelos éticos globales para sobrevivir”, noble causa a la que deberían sumarse, en su opinión, gobiernos y políticos, industriales y banqueros, sin olvidar a las autoridades religiosas, cualesquiera sean.
¿Por qué? La respuesta es obvia: las cifras alarmantes sobre hambre, pobreza, desnutrición, mortalidad infantil, violencia, creciente endeudamiento de los pueblos del tercer mundo, deterioro ambiental y falta de sostenibilidad revelan los profundos desequilibrios de la actual globalización, donde la brecha entre países ricos y pobres es cada vez mayor debido, entre otros motivos, a los espectaculares avances tecnológicos de veras inconcebibles hace apenas pocos años.
Ni marxismo, ni capitalismo
Entretanto, el modelo marxista, ante el fracaso estruendoso del socialismo de Estado, se fue a pique, mientras se pone en entredicho al capitalismo, a pesar de su incuestionable capacidad de generar riqueza, por su confianza ciega en el mercado, pasando muchas veces por encima de consideraciones morales.
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Se requiere, pues, ir “más allá del comunismo y del capitalismo”, situándonos entre la socialdemocracia en lo político y la economía social de mercado en lo económico o, mejor, en una “economía de mercado ecológico-social”, de carácter universal, para la sociedad posindustrial en que nos encontramos.
Es preciso así tener un nuevo paradigma, característico de la posmodernidad, cuyas dimensiones aborden aspectos geopolíticos, de política social y económica, cultural y de género, con el correspondiente cambio de valores que conviene repasar: “De una ciencia moral a una ciencia éticamente responsable; de una tecnocracia dominadora del hombre a una tecnología a su servicio; de una industria de impacto medioambiental a una industria que, de acuerdo con la naturaleza, fomente los auténticos intereses y necesidades del hombre, y de una democracia jurídico-formal a una democracia viva que garantice la libertad y la justicia”.
Se requiere una ética global, en definitiva.
Nuevo contrato social
Que haya, por consiguiente, “un consenso básico mínimo sobre valores, normas y actitudes”, sin el cual no puede garantizarse la convivencia humana que todos deseamos. Sería como el nuevo contrato social, para citar a Rousseau.
Tal acuerdo, nacido quizá por instinto de conservación, se basa ante todo —según Küng— en una ética de “responsabilidad planetaria”, responsabilidad del hombre con este planeta, lo cual equivale, a nuestro modo de ver, a la responsabilidad social y ambiental, dentro de la adecuada responsabilidad económica, que se suele conocer como sostenibilidad.
Jonas, por su parte, identifica dicha responsabilidad con el autocontrol moderado de cada persona, limitando cada quien sus libertades en aras del bienestar colectivo; del bien común, que tanto ha invocado el cristianismo desde sus orígenes, y del mismo futuro de la humanidad, de las actuales y siguientes generaciones, con la debida protección de la naturaleza y, en último término, de la vida en el planeta, incluida la vida humana. Esto es sostenibilidad, valga la insistencia.
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Así las cosas, el hombre debe ser el fin, no un medio, en los planos político, económico, cultural, etc., a cuyo desarrollo integral han de contribuir los distintos medios que por desgracia se han convertido en fines durante las últimas décadas: el dinero y el capital, el trabajo y la ciencia, la técnica y la industria, retomando no solo la vasta tradición humanista de vieja data, sino las teorías recientes de autores como Peter Drucker, quien hace énfasis —observa Küng— en la educación, pilar fundamental de la sociedad del conocimiento.
El cambio es evidente, a todas luces. La ética, en primer lugar, deja de ser algo estrictamente privado para transformarse en “asunto público de primer orden”, motivo por el cual ha de institucionalizarse y ser, por qué no, una institución de carácter global o mundial. Fue esto precisamente lo que ocurrió en el seno de Naciones Unidas, donde se adoptó —como sabemos— el Pacto Global, un auténtico decálogo de las empresas para ser socialmente responsables, donde la lucha contra la corrupción encarna ese plano ético y moral que venimos subrayando.
Con razón, los planteamientos de Küng, tras su sonada intervención en el Foro Económico de Davos antes de adoptarse los Objetivos de Desarrollo del Milenio -ODM- que en 2015 llegaron a su meta original de reducción significativa en fenómenos como la pobreza, son considerados la piedra angular del Pacto Global que la ONU puso en marcha durante la gestión de Kofi Annan.
No puede haber Pacto Global sin ética mundial, podríamos decir.
Principios y valores
Antes de concluir, recordemos los principios y valores del Manifiesto por una Ética Económica Mundial promovido por Küng y suscrito por varios de los más importantes pensadores contemporáneos, encabezados por Desmond Tutu (1931-2021), Premio Nobel de Paz, y Jeffrey Sachs, prestigioso economista norteamericano.
Son dos los principios básicos, comunes a las diversas culturas desde tiempos inmemoriales: la humanidad, base de los derechos humanos tanto como del mencionado humanismo renacentista, y la reciprocidad, cuya máxima se resume en no hacer a los demás nada que ninguno quiere que le hagan a sí mismo. “Lo que no desees que te hagan a ti, no lo hagas a otros”, reza la consigna.
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Los valores que de ahí se derivan van desde la no violencia y el respeto a la vida o a las diferencias entre las personas y los pueblos, hasta la equidad y la veracidad o la colaboración que impone la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, sin olvidar la justicia y la solidaridad, la honradez y la tolerancia.
¿Será que este código ético -cabe preguntar- no es violado a diario por los grupos terroristas, en especial aquellos que hablan y actúan dizque en nombre de Dios, tergiversando los sabios mensajes religiosos sobre la paz y el amor? Y si dicha ética global no se acepta finalmente, ¿qué futuro nos espera? Pero, ¿sí tendremos futuro?
(*) Escritor y periodista. Autor de varios libros sobre Responsabilidad Social Empresarial (RSE) y Universitaria (RSU)