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                                                                                                                                Adiós, papá

                                                                                                                                Estas fueron las palabras de despedida de Juan Carlos Botero, escritor y columnista de este diario, a su padre, leídas en los homenajes que se le rindieron esta semana en su patria, Colombia, en el Museo Botero en Bogotá y en el Museo de Antioquia en Medellín.

                                                                                                                                Fernando Botero, un hombre que, en palabras de su hijo Juan Carlos, fue un "enamorado de la vida". /AFP
                                                                                                                                Foto: AFP - FRED DUFOUR
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Lo vi pintando a solas muchas veces. A menudo, de niño, espiándolo a través de una ventana, y en otras ocasiones, ya de adulto, mientras le ayudaba en su estudio con un discurso o a resolver problemas con su computador, porque la tecnología fue un potro que nunca llegó a domar del todo. Y siempre me fascinó verlo durante ese proceso de creación, porque era algo mágico. Tan pronto mi padre empezaba a ordenar sus pinceles y preparar los colores, ingresaba como en un estado de trance, de plenitud existencial, de una felicidad profunda y serena, y desconectado del resto del mundo. Se olvidaba incluso de su propio cuerpo, y por eso él podía durar horas de pie, acercándose al lienzo, aplicando una pincelada de color y retrocediendo unos pasos para juzgar el efecto, una y otra vez, una y otra vez, sin mostrar la menor señal de fatiga ni cansancio. Y la alegría que él sentía al crear es la misma que uno siente al contemplar sus obras. Por eso he dicho que el arte de mi padre tenía una finalidad esencial, que era —y es— recordarnos lo que Octavio Paz resumió como “el olvidado asombro de estar vivos”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Podría interesarle: La clave de los sueños polacos

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                                                                                                                                Mi padre era un hombre sencillo. De ambiciones profesionales desmedidas, pero de gustos personales más bien modestos y poco extravagantes. Jamás permitió que el éxito, la fama o el reconocimiento mundial se le subieran a la cabeza, porque él sabía que todo eso era efímero y pasajero, y que lo único que importaba, después de los aplausos, las entrevistas, las fotos y las exposiciones, era lo que él iba a hacer al día siguiente, encerrado en su estudio desde temprano, ordenando los pinceles, preparando los colores y trabajando nuevamente a solas y en silencio. “Buscando soluciones a los eternos problemas del arte”, como él lo decía.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Le recomendamos: Detrás del “Tanakh”, la biblia hebrea

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                                                                                                                                Gracias por todo, querido y adorado papá. Sé que ya estás acompañado de Pedrito y de Sophia, pero solo quiero que sepas que aquí te estamos recordando y aplaudiendo, y que nos haces mucha falta. Demasiada falta, en realidad. Y que haremos lo posible por seguir tu ejemplo tan noble y sabio, empezando por vivir enamorados de la vida.

                                                                                                                                Muchas gracias.

                                                                                                                                Fernando Botero, un hombre que, en palabras de su hijo Juan Carlos, fue un "enamorado de la vida". /AFP
                                                                                                                                Foto: AFP - FRED DUFOUR
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Lo vi pintando a solas muchas veces. A menudo, de niño, espiándolo a través de una ventana, y en otras ocasiones, ya de adulto, mientras le ayudaba en su estudio con un discurso o a resolver problemas con su computador, porque la tecnología fue un potro que nunca llegó a domar del todo. Y siempre me fascinó verlo durante ese proceso de creación, porque era algo mágico. Tan pronto mi padre empezaba a ordenar sus pinceles y preparar los colores, ingresaba como en un estado de trance, de plenitud existencial, de una felicidad profunda y serena, y desconectado del resto del mundo. Se olvidaba incluso de su propio cuerpo, y por eso él podía durar horas de pie, acercándose al lienzo, aplicando una pincelada de color y retrocediendo unos pasos para juzgar el efecto, una y otra vez, una y otra vez, sin mostrar la menor señal de fatiga ni cansancio. Y la alegría que él sentía al crear es la misma que uno siente al contemplar sus obras. Por eso he dicho que el arte de mi padre tenía una finalidad esencial, que era —y es— recordarnos lo que Octavio Paz resumió como “el olvidado asombro de estar vivos”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Mi padre era un hombre sencillo. De ambiciones profesionales desmedidas, pero de gustos personales más bien modestos y poco extravagantes. Jamás permitió que el éxito, la fama o el reconocimiento mundial se le subieran a la cabeza, porque él sabía que todo eso era efímero y pasajero, y que lo único que importaba, después de los aplausos, las entrevistas, las fotos y las exposiciones, era lo que él iba a hacer al día siguiente, encerrado en su estudio desde temprano, ordenando los pinceles, preparando los colores y trabajando nuevamente a solas y en silencio. “Buscando soluciones a los eternos problemas del arte”, como él lo decía.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Quisiera concluir estas palabras resaltando una sola. Una palabra que en mi opinión resume y capta la esencia de mi padre. Y esa palabra es grandeza. Porque grandeza fue lo que más demostró Fernando Botero a lo largo de su vida. Grandeza en su talento, en su disciplina y en su admirable capacidad de trabajo. Grandeza en sus ideas y convicciones. Grandeza en lo prolífico y en su asombrosa producción artística. Grandeza en su conocimiento portentoso y enciclopédico de la historia del arte, y en su deseo de nutrirse de las mejores tradiciones plásticas, desde la incomparable pintura del Renacimiento italiano, pasando por la mejor pintura del resto de Europa, incluyendo también lo mejor del arte moderno, hasta las piezas más bellas del arte colonial, precolombino y popular. Grandeza en su honestidad e integridad. Grandeza en sus exposiciones colosales. Grandeza en su generosidad y en su desprendimiento, y en sus incontables proyectos de filantropía. Grandeza en su amor por Colombia. Grandeza como miembro de familia. Y más que nada, grandeza como padre excepcional.

                                                                                                                                Gracias por todo, querido y adorado papá. Sé que ya estás acompañado de Pedrito y de Sophia, pero solo quiero que sepas que aquí te estamos recordando y aplaudiendo, y que nos haces mucha falta. Demasiada falta, en realidad. Y que haremos lo posible por seguir tu ejemplo tan noble y sabio, empezando por vivir enamorados de la vida.

                                                                                                                                Muchas gracias.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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