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                                                                                                                                  Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                  Adultos mayores sin pensión: “La ejecución”, un relato de Alejandro Buenaventura

                                                                                                                                  El reconocido artista escribió para El Espectador este relato inspirado en el drama de adultos mayores sin pensión, como él.

                                                                                                                                  Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Alejandro Buenaventura tiene 82 años de edad. Aquí en su apartamento en Cali. / Foto de Bernardo Alberto Peña, cortesía de "El País" de Cali.
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                                  Alejandro Buenaventura tiene 82 años de edad. Aquí en su apartamento en Cali. / Foto de Bernardo Alberto Peña, cortesía de "El País" de Cali.
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Porque, además, no se trataba de un suicidio racional, con premeditación, no. Era el cumplimiento estricto de una condena, elaborada con todos los elementos legales, puesto que el reo, que no se sabía si era reo o víctima, había cometido el crimen más atroz que puede soportar una sociedad civilizada, democrática, ejemplar e intachable: no tenía una pensión. No contaba con una jubilación para los últimos años de su vida, que ya habían empezado. Obtenidos los permisos y las autorizaciones para rodar la escena definitiva de una película que tituló con ese nombre efectista, La ejecución, en uno de los espacios más emblemáticos de su ciudad natal, la hermosa ciudad de la alegría, el calor de la fiesta y en otros tiempos de la cultura, empezó por armar el set.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Los panfletos escritos a mano, con caligrafía de documento público, rezaban así: “Yo, A. B., artista de profesión, especializado en las labores escénicas, dramaturgo, director de obras y director de intérpretes, con más de 70 años de actividad continua, fogueado en infinidad de escenarios, sets de cine y televisión, tarimas, estrados, países y plazas, reconocido y querido del público nacional e internacional, después de someterme a un juicio legal, sirviendo al mismo tiempo de acusado, acusador, jurado de conciencia defensor y fiscal, y habiéndome encontrado culpable del delito atroz de no contar con una pensión digna para la vejez, sentencio y cumplo mi propia ejecución en plaza pública”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  El comienzo de la trifulca trajo entonces a los políticos. En una de las esquinas, la de la izquierda, se escuchó el discurso acusando al gobierno, al sistema, al capitalismo salvaje que permite la muerte de sus seres más nobles, mientras otros, los menos productivos, gozan de pensiones millonarias después de tiempos de trabajo irrisorios disfrazados de servicios a la patria, con coros azuzadores cargados de proclamas prefabricadas desde los tiempos de la cólera.

                                                                                                                                  En otra, los enviados de la derecha pidiendo el exterminio del terrorismo disfrazado que quiere desestabilizar al país, sembrar el caos, acabar con las instituciones, desestabilizar y polarizar, abolir la decencia, la honradez y colocar en el poder el demonio rojo del comunismo expropiador y en la última, la tercera, porque la cuarta quedó destinada a uso oficial, los místicos despliegan plegarias, ruegos de perdón, ayudas del cielo, dando consejos bíblicos y piden limosnas para la salvación del alma del condenado.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Como una ola que va de lado a lado y cambia con el impulso del viento, el público sin oficio, divertido con lo que más parece un carnaval, se trastea en masa, oye a los unos y a los otros, recibe proclamas y firma adhesiones con esperanzas de recibir algo. Se modifica y se renueva con las horas, pero su fisonomía sigue siendo la misma, y la curiosidad y un cierto instinto de venganza lo hace permanecer en la espera. De vez en cuando todos se detienen a mirar al artista con una extraña mezcla de solidaridad y tristeza en los rostros. Algunas mujeres depositan flores sobre su tarima, un bardo perdido le declama un poema incomprensible en que lo divino y lo humano caminan el viacrucis de espinas, y las madres abrazan con fuerza a los niños que quieren acercarse y tocarlo.

                                                                                                                                  A las cuatro de la tarde del segundo día, alguna alma caritativa traspasa la línea de protección que ha montado la policía y sube a la tarima para darle algo de comer. El actor apenas la mira. ¿Para qué comer si ya pronto va a morir? Sería inútil, lee todo el mundo en su mirada. Se produce un silencio atronador, toda la plaza calla y parece que el mundo se detuviera. Por primera vez se entiende que va a morir, que está condenado a muerte y que la ejecución se hará a la hora señalada.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Las noches son solitarias. Solo queda en la plaza la gente que ha decidido tomar partido y permanece como una guardia de honor alrededor de la tarima, los vendedores de tinto, los 10 policías que dejan allí por si alguien quiere formar disturbio y los artistas que han vuelto suya la lucha y cantan canciones de protesta de los años revolucionarios, acompañados de guitarras profundas, quenas melancólicas, algún exótico saxofón y una marimba de chonta y guadua, símbolo de la delegación oscura del Pacífico. Cuenteros que relatan proezas de héroes, milagros de santos y fábulas comprometidas, se aventuran en el final de la historia y tratan de descifrar para la posteridad un acontecimiento que no se había dado antes en ninguna otra parte del mundo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El frío del amanecer retumba en los pulmones del héroe y sus seguidores. Las campanas despiertan al sol y la oscuridad se abre con sus destellos. La gente vuelve a llegar, los ya enterados que vienen a juntarse otra vez para continuar con la protesta, los nuevos que arrastra la intriga, los investigadores que anotan, fotografían, polemizan y arengan, los desocupados que se van aposentando a ver qué consiguen, los limosneros que ruegan, los desechables que sueltan diatribas trabadas en contra de la miseria humana y los ladrones que no desperdician la oportunidad.

                                                                                                                                  La masa crece con el transcurrir de la mañana y su gente empieza a apiñarse para ver a los fotógrafos de prensa y a los camarógrafos de noticieros, que llegan con los periodistas amarillos, como aves de rapiña, a deshuesar al animal moribundo. Al mediodía, cuando el calor trepida y abraza, cuando los malos olores se apoderan del aire, cuando los empujones y los apretujones involuntarios, obligados, o descarados molestan, llega una delegación del gobierno para buscar acuerdos y soluciones.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Es necesario el diálogo, proponen y disponen tratando de pactar con el “reo” o condenado”… no encuentran cómo llamarlo, hasta que alguno lo titula en voz muy baja, escondiendo los labios, de “payaso”, y una señora distinguida de “vándalo perturbador”.

                                                                                                                                  Han buscado qué calificativo darle y han pedido a sabios, lingüistas, juristas, madres de familia, jóvenes, ancianos, indígenas repatriados, a todo el que han podido, pero ninguno de los recibidos les ha parecido acorde con la situación y deciden etiquetarlo simplemente como el “ciudadano”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Un comando de agentes del orden le abre paso a la delegación por entre la multitud, que ya se ha convertido en plaga, en masa incógnita, que nunca había visto ni olido ni tocado, así, presente, tan cerca, a algún padre de la patria y logra llevarla hasta la tarima, pero no dan un paso más, porque el ciudadano amenaza con disparar.

                                                                                                                                  Se produce otro silencio ensordecedor. Un silencio que duele, impregnado de nostalgia y consternación. No hay rumor, ni sonido del viento, ni pitos de ciudad. Las motos se han dormido, los automóviles han apagado el motor y las palomas se han detenido en pleno vuelo. ¿Qué va a pasar? ¿Será el final? ¿Se acabarán las ventas? ¿Morirá o llegará la salvación?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Todo queda detenido, estático, mientras la delegación habla con el condenado sin permitirles arrimar a los periodistas. Ni fotos ni micrófonos. Le hacen preguntas en voz tan baja, que no se sabe si él las escucha porque permanece en un silencio tranquilo, reposado.

                                                                                                                                  Le ofrecen un papel para que lea y firme, pero él, sabio, no despega el dedo del gatillo electrónico ni la mirada de la trompetilla alevosa del fusil. No lo recibe y sonríe sin interés en los trámites burocráticos. Nada lo conmueve y no hay ni la más remota intención de pactar con el enemigo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El tiempo corre. Ya llevan más de media hora allí y todo sigue igual. Detenido. Solo un cantor y un grupo de estudiantes de música, compositores empíricos, muchachos de yines rotos, pelos largos y muchachas de senos insignificantes, empiezan a tocar y a cantar:

                                                                                                                                  ¿Para qué quiero vivir con el corazón deshecho?

                                                                                                                                  ¿Para qué quiero la vida después de lo que me han hecho?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Y toda la plaza canta con ellos en un murmullo tan solidario, que no solo conmueve, sino que amenaza. Los delegados entienden y empiezan a retirarse asustados. Temen alguna acción violenta de la gente contra ellos, los asedia cierto complejo de culpa, se sienten acusados de alguna manera, pero la gente los deja ir abriéndoles paso sin hacer nada, solo mirándolos con un odio que va más allá de la violencia, y cuando se han perdido en sus camionetas mortuorias estalla de nuevo la alegría prudente, la algarabía del negocio y la protesta, la conversación y la gritería, las arengas y los rezos. La publicidad de todo lo imaginable hasta que la noche desaparece todo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  La noche ha llegado con lluvia y truenos, y unas almas caritativas, que sin pedir ningún permiso, arman encima de él y de la tarima un cobertizo rudimentario para que no se moje y vaya a morir de pulmonía antes de la ejecución programada. Otros le estiran algo de comer para que resista, otros le pasan papeles para que les escriba algo cambiando de mano el interruptor del disparo, y otros lo mantienen despierto para que no cometa ningún error, para que no se deje sorprender, hasta que aparece la luz del nuevo día.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Ya en la media mañana un personaje de leyenda, pidiendo permiso con murmullos, llega hasta la tarima, sube y se acerca al “ciudadano”. Le habla en un idioma lejano. Es un periodista alemán que ha venido desde allá para entrevistarlo. Sabe que él habla alemán, porque muy joven vivió allá, detrás del muro de Berlín, en tiempos de posguerra. Le pide que cuente su historia antes del final para que todo el mundo sepa que no merece la muerte, o por lo menos que no puede ejecutar la sentencia antes de dejar un legado para la humanidad. El ciudadano empieza a contarle en señal de que ha aceptado la propuesta y el alemán saca una grabadora de bolsillo después de sentarse en un butaco de tienda que alguno de los vendedores de plaza le arrima: yo nací aquí, en este pueblo hermoso, y le digo pueblo, porque cuando nací era eso, un pueblo que empezaba al borde de las lomas que se alcanzan a ver allá, a la derecha, y se van recostando poco a poco sobre la llanura, bordeando nuestro río que por la época tenía agua limpia y cristalina, corriente y charcos con remolinos. Nací en el primer barrio que se construyó al otro lado del río con el nombre bello de Granada, como la canción.

                                                                                                                                  Pero lo que no sabía, ni se imaginaba, era que lo grabado se iba repitiendo en una pantalla que se colocó en uno de los extremos de la plaza y además se transmitía por redes de internet a todo el mundo, de manera que al día siguiente el acontecimiento y el personaje eran un verdadero show internacional.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Se supo que provenía de una enmarañada red de inmigrantes alemanes e italianos, lo que creó interés y solidaridad en toda Europa. Que era el último hijo de una familia con 11 hermanos más y que su padre había sido un híbrido entre negociante y poeta, algo verdaderamente inconcebible para el común. Que había trabajado toda su vida, desde muy muchacho en el teatro, en el cine, en la televisión, actuando, dirigiendo, escribiendo y haciendo de todo, hasta tramoya, y creando salas en medio continente y que, a lo mejor, esto que estaba haciendo ahora era su última presentación ante el público.

                                                                                                                                  Doce horas continuas comprimían su existencia en un relato continuo, con pelos y señales, a ratos lleno de humor, otros lastimeros, otros de esperanza, otros de picardía romántica, otros cantados, en fin, una especie de radioteatro novelesco, sin que nadie se fuera a comer, ni a dormir, ni a cuidar a los niños o a los maridos porque nadie quería perderse un segundo de esa insignificante odisea.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Todo el mundo supo que había dirigido 45 obras de teatro, más de 20 cortometrajes y dos largos, trabajado en casi 60 dramatizados, series y novelas de televisión. Se admiró al conocer que había adaptado con sus propias manos y trabajado en ellas 10 salas de teatro pequeñas en diferentes países de América e incluso en Berlín. Que había inventado una forma de teatro leído llamado teatro escritorio y con varias obras clásicas había realizado unas 50 presentaciones en escenarios de barrio. Se enteraron de todo lo que había escrito entre teatro, novela, cuentos, poesía y las depuradas dificultades que existen para publicar algo que valga la pena.

                                                                                                                                  Pero lo que más impresionó a ese público improvisado y desprevenido fueron los cuentos de su vida, de las mujeres, las penurias, las andanzas, las cocinas y las carpinterías en que trabajo para ganarse la posibilidad de vivir haciendo arte “en estos tiempos en que hablar de los árboles es casi un crimen, porque supone callar sobre tanto sufrimiento”.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Y cuando se calló, calló hasta el viento de la tarde que nunca falta en esta ciudad de vientos untados de páramo. No se oyó más el canto de los pájaros ni el chirrido de los motores y mucho menos las voces de los hombres y mujeres que formaban ya una masa sin movimiento, estática firme, apelmazada y sólida.

                                                                                                                                  El mundo dejó de girar y el sol permaneció quieto allá, arriba. No hubo vida por varios instantes eternos hasta que estalló un aplauso atronador, una gritería ronca, sosegada que clamaba perdón y clemencia, y parecía el preludio de algo terrible que iba a reventar de un momento a otro.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Pero nada ocurrió, solo fue asomando un canto colectivo de decenas de canciones que entonaba a capella la multitud. Canciones en infinidad de idiomas que sonaban con una sola melodía y un sentido armónico venido de los cerros de enfrente y fue generando una danza de todos y todas en el mismo lugar primero, y después desplazándose como un solo organismo con miles de tentáculos.

                                                                                                                                  Y luego llegaron los instrumentos. Todos. De cuerda, de vientos, de percusión, pianos, violines, guitarras, laudes, arpas, cuatros, charangos, tiples, cabaquiños, todos los instrumentos del mundo que fueron formando un concierto con ritmos y melodías de todos los continentes, entre la tierra y el cielo, con armonía de lamento y de esperanza. Soberbio.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  La policía se hizo a un lado. Los vigilantes se corrieron, la prensa con sus fotógrafos impertinentes prefirió esconderse y abrirle camino a la paz. El único que pareció no inquietarse por nada fue el reo, como habían empezado a llamarlo, con sentido de distinción o de premio. Escuchó de pie, con los ojos cerrados, protegido por la masa de hermanos y hermanas, esa improvisación universal que traía los recuerdos de toda la vida.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Allá, a lo lejos, alcanzó a distinguir a Vivaldi y a Mozart, a Simón Díaz y Joan Manuel, a Atahualpa y a Zitarrosa, tocando estremecidos, cantando, poniendo a bailar a la multitud chardas, valses, cuecas, chacareras, tonadas, joropos, bambucos, tarantelas, seguidillas, currulaos, candombes, zambas, minuets, a Stravinski a Segovia y a Carusso, a Silvio Rodríguez y a Víctor Jara tocando la guitarra con las manos cercenadas. A todos los bailarines del mundo danzar unidos flotando en el aire y los cirqueros colgando de telas y trapecios eternos sobre la multitud.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El caso se está complicando, fue la opinión unánime de los consejeros gubernamentales, el staff completo de ministros y la embajada de los Estados Unidos. Empezaron las reuniones urgentes, determinantes, extenuantes, sin llegar a acuerdos sobre lo que debía hacerse. En ningún caso podía dispersarse a la gente con Escuadrón Antidisturbios, porque en realidad no existía ningún disturbio ni alteración del orden público, ni nada que fuera contra la ley, la movilidad o la tranquilidad ciudadana.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Se discutió extensamente la posibilidad de que el propio presidente de la República fuera a hablar con el reo, para llegar a algún acuerdo racional, a hacerlo comprender que esos no eran los medios para cambiar las cosas, o para mejorarlas, que existían los conductos regulares democráticos, pero se la descartó porque el presidente no era muy querido por las masas y podría correr peligro si se presentaba sin una escolta muy segura o sería espantoso si la llevaba para ir a hablar con un ser absolutamente indefenso, que no estaba pidiendo nada malo, ni amenazaba a nadie, ni quería confrontaciones con nadie.

                                                                                                                                  Y… ¿qué podía hacer el establecimiento? ¿Dejarlo morir como un héroe, como un mártir? Eso era intolerable. Tendría consecuencias políticas funestas. Pero el tiempo se agotaba. Ya habían pasado dos días y en menos de doce horas la ejecución se llevaría a cabo. Entonces apareció la Comisión.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Había que organizar rápido, urgente, una comisión de señoras de la caridad, de notables, de intelectuales reconocidos y legalistas, encabezada por la Iglesia, y se llamó al Nuncio Apostólico, para que se pusiera al frente. Todas las fuerzas se movilizaron. Se le metió plata al asunto. Se dispuso el transporte, se publicito esa especie de ejército de salvación y con todo un despliegue de prensa, de medios, de acompañamientos, utilizando el avión presidencial con escolta de la Fuerza Aérea y la bendición del sumo pontífice repartida desde Roma a través de la televisión del mundo entero, se llevó a cabo el traslado de la comitiva hasta el lugar de la llamada “revuelta” por parte de las malas lenguas.

                                                                                                                                  El desfile cruzando la ciudad, la llegada a la plaza y la entrada hasta el reo a través de esa multitud que abrió una calle de honor en medio de un silencio con mal presagio tuvo por momentos, la apariencia de un acto de circo, de comparsa o de comedia del arte, con sus disfraces, sus rostros puntados, sus ademanes barrocos e impostados y una irracionalidad solamente comprensible en el país de las payasadas.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Pero cuando llegó hasta el reo se quedó muda. No encontraba qué decirle. Ni el cardenal, ni las señoras, ni los juristas, ni los soberbios demagogos encontraron las palabras. Nadie tomaba la iniciativa. Solo lo miraban. Solo veían a un hombre insignificante, adelgazado por los días de vigilia, demacrado por la concentración y la estática que iban dejando huella en su rostro y en su cuerpo.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Todo se convirtió en una escena del absurdo. Él no los determinó. No giró el cuerpo, ni la cabeza, ni la vista hacia ellos. Siguió idéntico. Metido en su papel de condenado. Pero de pronto, allá entre la masa, alguien empezó a reír. Muy suave, pero con una risa contagiosa, crítica, y la risa se fue propagando por toda la plaza, en forma irremediable, hasta que todo era una risa general y después una carcajada, y luego una carcajada atronadora, con un humor malicioso, sin que nadie se mirara entre sí, como si todo ese público hubiese dejado de ser público y fuera ahora coro parlante de una tragedia griega.

                                                                                                                                  El desbarajuste de la Comisión fue tan grande, que ella misma, sin guía, desordenada, se fue retirando atormentada por la risa, tapándose los oídos por la intensidad de los decibeles, apretujándose los unos y las otras contra los otros y las otras, pegándose, hasta desaparecer sin pena ni gloria, ni helicópteros, ni fuerzas especiales, ni batallones de alta montaña, y la risa se fue transformando en un canto coral digno del más significativo renacimiento.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Una mujer vino después hasta él. Se abrió paso como si no existiera, llegó hasta la tarima. Tenía una manta encima y una tela enrollada en la cabeza. Llevaba una vasija de barro con agua en una mano y en la otra un trapo blanco de tela de toalla.

                                                                                                                                  Cuando se le acercó, volvió el silencio y allá en el fondo, mientras ella mojaba el trapo y le humedecía el rostro para mitigar el calor, fue apareciendo una voz hermosa que entonaba la canción de Violeta Parra… “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…”. Cantó una estrofa y a la siguiente se fueron uniendo otras voces de mujeres y otras, hasta que todas las mujeres de la plaza cantaron y la mujer se fue retirando como había llegado, porque la gente empezó a bailar.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Primero fue una pareja de mayores que abrió ruedo con sus movimientos y luego dos y tres más, y luego mujeres y hombres solos que oían músicas y ritmos diferentes de aquí y de allá, y las bailaban sin equivocar los pasos y eran danzas húngaras con sus vestuarios y tarantelas, zapateos andaluces, y Zorba el Griego confundido con Pedro Navaja y Cali Pachanguero al lado de una chacarera de gauchos con espuelas y tres cosacos como lobos esteparios y todos se tomaron la plaza en un ballet frenético de desquite, de protesta y de esperanza que se fue apagando como había empezado porque comprendieron callando que había llegado la hora.

                                                                                                                                  Eran las cinco en punto de la tarde del día viernes. El cielo empezó a oscurecerse de pronto y cayeron algunas gotas. Con la voz muy debilitada por la ausencia, el artista empezó a recitar un poema que guardaba en la memoria desde niño:

                                                                                                                                  “Pero, ¿qué están hablando esos poetas de ahí de la palabra?

                                                                                                                                  Siempre en discusiones de modisto:

                                                                                                                                  Que si desceñida o apretada…

                                                                                                                                  que si la túnica o que si la casaca…

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  La palabra es un ladrillo, ¿me oísteis?… ¿Me ha oído usted, señor Arcipreste?

                                                                                                                                  Un ladrillo. El ladrillo para levantar la torre… y la torre

                                                                                                                                  tiene que ser alta… alta, alta…

                                                                                                                                  hasta que no pueda ser más alta.

                                                                                                                                  Hasta que llegue a la última cornisa

                                                                                                                                  de la última ventana

                                                                                                                                  del último sol

                                                                                                                                  y no pueda ser más alta.

                                                                                                                                  Hasta que ya entonces no quede más que un ladrillo solo,

                                                                                                                                  el último ladrillo… la última palabra,

                                                                                                                                  Para tirárselo a Dios,

                                                                                                                                  con la fuerza de la blasfemia o de la plegaria…

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Y romperle la frente… a ver si dentro de su cráneo

                                                                                                                                  está la luz o está la nada”.

                                                                                                                                  No tenía ningún micrófono, ninguna amplificación, ni ningún truco, pero su voz se alzó por encima de las torres de la iglesia franciscana y de la torre espantosa del gobierno, y se oyó por todos los confines de la plaza y navegó todos los océanos del mundo en medio de otro silencio magnífico de los asistentes al ritual.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Ha llegado la hora, eran las cinco en punto de la tarde. El “ciudadano” levanta despacio el interruptor del gatillo. Respira profundo y se somete a la muerte sin remedio.

                                                                                                                                  Pero una aparición súbita interrumpe el disparo. Es un jinete apocalíptico, encima de un corcel blanco majestuoso que traza una línea y abre un espacio luminoso en medio de todo el engranaje de comercios, de gentes, de mendigos, de seres que abarrotan la plaza.

                                                                                                                                  Es el enviado. Trae en sus manos un pergamino lacrado con el sello magnífico del poder. Lo despliega para que todo el mundo pueda verlo y lee con voz estruendosa los tres párrafos que allí estaban escritos:

                                                                                                                                  Ciudadanos respetables,

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  ha llegado la hora en que

                                                                                                                                  el artista debe ser ejecutado.

                                                                                                                                  Pero para salvarnos del pecado,

                                                                                                                                  de hacer oídos sordos a su mal,

                                                                                                                                  el gran hombre no será colgado

                                                                                                                                  y todo va a tener un buen final.

                                                                                                                                  Y aunque solo sea aquí en este tablado,

                                                                                                                                  la piedad y el derecho hacen un trato.

                                                                                                                                  Y puntual llega en este rato

                                                                                                                                  el mensajero oficial con el perdón.

                                                                                                                                  El sabio Senado y el gobierno,

                                                                                                                                  reconociendo el noble valor de sus creadores

                                                                                                                                  y su derecho humano a una pensión,

                                                                                                                                  decreta a partir de la presente fecha

                                                                                                                                  para todos y sin excepción

                                                                                                                                  el acceso legal e inalienable,

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  llegados ya a la edad madura,

                                                                                                                                  a una justa y real jubilación.

                                                                                                                                  Y entonces la masa desenfrenada y emotiva se abalanza hacia el que antes fue reo y ahora es héroe, lo levanta en hombros, forma una pirámide infinita y lo eleva confiada hasta la cumbre, mientras corea miles de veces los cuatro últimos versos:

                                                                                                                                  Para todos y sin excepción

                                                                                                                                  el derecho legal e inalienable

                                                                                                                                  llegados ya a la edad madura

                                                                                                                                  a una justa y real jubilación.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  * Alejandro Buenaventura (Cali, 4 de noviembre de 1941) es un destacado actor, productor, libretista y director colombiano (aquí puede leer un relato de él sobre la envidia). Es hermano del reconocido dramaturgo Enrique Buenaventura, con quien fundó en su ciudad natal el Teatro Experimental de Cali (TEC). Algunas de las producciones en las que ha trabajado son Décimo grado (1985), La mansión de Araucaíma (1986), Amándote (1986), Hojas al viento (1988), Crónicas de una generación trágica (1993), Café con aroma de mujer (1993), Las aguas mansas (1994), Victoria (1995), Oro (1996), Dios se lo pague (1997), Perro amor (1998), El Cristo de plata (2004), La mujer en el espejo (2004), La tormenta (2005), Montecristo (2007), La pasión según nuestros días (2008), El fantasma del gran hotel (2009), Kdabra (2011) y La mariposa verde (2020), entre otras. Entre sus obras escritas se cuentan Blanco y negro, un relato acerca de la vida de Paulina Bonaparte en la isla de Haití, y La huella, un escrito literario sobre la realidad.

                                                                                                                                  Por Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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