Afanarnos en busca de la belleza
Compositor, músico, poeta y cantante, Nacho Vegas es una de las voces más reconocibles, notables y queridas de la escena musical en España. Visitó Colombia para la edición más reciente de Rock al Parque en Bogotá, y habló para El Espectador de su obra y su universo artístico.
Juan David Zuloaga
Dos grandes temas caracterizan sus composiciones: lo íntimo, biográfico o existencial y lo político. Dentro de este primer dominio, ¿dónde encuentra la inspiración para sus canciones?
Mis canciones se nutren de mi propia vida. Hay que entender la vida de uno no solamente como sus propias obsesiones y miserias, sino como una persona que vive en el mundo y también se nutre de un montón de estímulos que tienen que ver con esa realidad social. Por eso, muchas veces lo íntimo y lo social acaban siendo un todo y cuesta distinguirlos, aunque obviamente hay canciones en las que está más marcado el universo social y en otras más lo íntimo. Una vez un periodista vasco habló de la intimidad compartida: decía que las canciones más íntimas y que más le gustaban eran de una intimidad, pero de una intimidad común. Al final se trata de trascender un poco tu propio hecho vital y contar una verdad emocional. La canción sufre un proceso en el que vas partiendo de diferentes vivencias, miradas a tu propia vida y al mundo en el que esta se desarrolla, y todo eso acaba haciendo que se sufra una transformación de la que partes hasta esa verdad emocional que intentas contar. Muchas veces la línea entre la vida real y la verdad emocional es muy delgada. Pero la inspiración está en cualquier sitio. Solo tienes que estar atento y cualquier pequeño gesto, cualquier frase que escuches al azar en una conversación, haciendo la compra en un bar o donde sea, cualquier pequeño movimiento, cualquier mirada que percibas en alguien o cualquier gesto que percibas en ti mismo puede ser el germen de una canción. Sublimarlo todo, lo más pequeño y lo más cotidiano, como hacían también algunos escritores que son parte de mi universo, de mi acervo cultural.
En la composición de una pieza aparece primero la letra (el motivo) o la música…
Se componen de forma muy rara las canciones. Muchas veces hay un motivo musical y después viene la letra, pero nunca dejo que la canción esté del todo esbozada musicalmente porque la letra siempre es susceptible de hacer que la melodía dé giros inesperados, de retorcerla un poco; me gusta que manden las letras sobre las melodías.
Se aprecia una letra muy cuidada en sus canciones. Muchas veces son poemas musicalizados. ¿Qué relación hay entre la poesía y la música?
La materia prima que utilizamos en las dos disciplinas es la misma: la palabra, el lenguaje, con e se derecho que podemos tomarnos de utilizar el lenguaje como queramos, de moldearlo, de romper todas las normas; para eso está la poesía, para eso está el lenguaje de las canciones.
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Pero me parece que nunca escribes de la misma manera un poema y una canción. Aunque hay veces que un texto que nació como poema al final se convierte en canción, como ocurrió con Las palabras mágicas, que publiqué en mi último libro y luego la grabé como canción, un poco transformada la letra o sintetizada en Violética, pero notas que el ritmo es diferente; para eso están la armonía y el ritmo, y en la poesía esa vida te la tiene que dar el ritmo intrínseco de cada poema.
Hay versos muy logrados es sus canciones, poemas memorables. ¿Qué papel juega la belleza en su universo artístico?
Una vez que le preguntaron por mí, Víctor Manuel dijo que no le gustaba mi música porque yo tenía un gusto excesivo por el feísmo. Y me pregunté por qué le parecía eso. Lo entiendo muy bien porque el universo de Víctor Manuel no es el mío, aunque obviamente respeto mucho su legado y su música y en Asturias es un grandísimo. Muchas veces yo le cantaba a cosas que la gente me decía: ‘Te gusta lo sórdido’. Me gusta lo sórdido, pero me gusta buscar la belleza en lo sórdido. Creo que incluso dentro de la oscuridad puedes encontrar siempre algo de belleza. Y es lo que me he afanado por hacer en muchas canciones. La belleza por supuesto que es importante para mí, pero no la belleza que podemos todos reconocer a primera vista; a veces nos idealizan las relaciones personales: el amor romántico y las relaciones sexuales se cuentan en las series, en el cine, en las canciones sin la parte que a la gente le incómoda, que le da más pudor porque le resulta más fea, pero yo creo que hay belleza en todo eso. Y que tenemos que buscarla, tenemos que afanarnos más en buscar la belleza, pues depende de nuestra mirada también. No es algo que nos lo regalen, sino que tenemos que tomar un papel activo para que ella forme parte de nosotros.
¿Cuáles son sus poetas preferidos o a los que suele volver una y otra vez?
Están por ejemplo Cernuda, Kavafis o Raymond Carver, Anne Sexton o Alejandra Pizarnik. Son poetas que coges otra vez y vuelves a revisar y siempre encuentras algo nuevo. Además, como vamos cambiando con el tiempo nuestra manera de mirar el mundo, siempre es muy saludable coger un libro que sabes muy importante para ti cuando lo leíste hace 15 años y releerlo. Parece que nos da más pereza releer novelas. Y lo bueno de la poesía es que es más fácil volver a unos cuantos poemas y darte cuenta de que descubres algo nuevo o de que tu mirada ha cambiado y de que ese poema lo ves con otros ojos y con una luz diferente, pero que es igual de hermosa y eso ocurre con casi todos los grandes poetas.
En muchas canciones prima la narración sobre la lírica, aunque sin dejar a un lado el halo poético que tienen siempre sus composiciones, como en “El ángel Simón”, “Los sabios idiotas”, “Bajo el puente de L’Ará” o en “Tengo algo que decirle”. ¿Qué relación encuentra entre su música y la literatura?
Me gusta el componente narrativo que tenían los romances tradicionales, cómo contaban historias de una manera muy elíptica y cómo eran capaces de contarte historias bastante complejas. En 2006 o 2007 hicimos Lucas XV con Xel Pereda. Investigué el cancionero tradicional asturiano y diferentes romances de varios puntos del Estado español que iban cambiando según el lugar en que fueran recogidos: veías cómo las historias se iban complicando, y era un poco surrealista porque algunas versiones no tenían sentido; en la historia que se contaba había algo que faltaba, alguna estrofa perdida por ahí o un cambio abrupto de la trama. Entonces me atrae mucho ese esquema estrófico y contar historias de esa manera tan elíptica: tener que elegir las palabras justas porque no tienes el espacio que ofrecen un relato o una novela.
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Eso también me lo enseñó un poco Raymond Carver, al que siempre he apreciado. Es muy conocido por sus cuentos, por sus relatos breves; cuando yo empecé a leerlo… ahora creo que está un poco más valorada, pero en su momento estaba incluso menospreciada la poesía de Carver; recuerdo a críticos decir que era algo menor dentro de su obra y yo siempre la consideré algo maravilloso que casi me emocionaba más que los cuentos, bueno al mismo nivel, pero en sus poemas está la esencia de los cuentos y cómo narra eligiendo las palabras justas y cómo tiene esa capacidad de síntesis, que creo que también he intentado modestamente aplicar un poco a las canciones más narrativas.
Hay un tono y una atmósfera de melancolía en sus discos. ¿Qué es la melancolía y de dónde viene esa melancolía en su vida y obra?
La melancolía se ha tratado de definir muchas veces para distinguirla de la tristeza, parece que es una tristeza un poco más refinada. Tal vez la melancolía puede definir algo que tenga que ver con la complejidad de ciertos sentimientos. Mis canciones no son exactamente tristes ni exactamente alegres, siempre son mezclas de sentimientos, y esa complejidad te provoca la urgencia de escribirlas porque resulta algo tan confuso que no puedes verbalizarlo de una manera lógica como lo harías en una conversación y necesitas cantarlo. Creo que está en la vida de todos y cada uno de nosotros. Nadie tiene una vida perfectamente armónica: nuestras vidas son imperfectas y son montañas rusas y la verdad es que eso a mí me fascina; hay gente que le canta a los momentos bellos de la vida y que hace canciones muy vitales y muy alegres, pero a mí los momentos en los que ves que todo funciona y que la gente es razonablemente feliz no me provocan la necesidad de escribir canciones, porque precisamente es la falta de armonía lo que me crea una sensación de absurdo que me impulsa a cantar. No sé si por desgracia o por fortuna, pero siempre he sido un cantor que se nutre de situaciones un poco dolorosas, trágicas y confusas que testimonian lo desafinado que suele estar el mundo.
Esa falta de armonía que usted mencionaba o ese estar desafinado del mundo y las vidas son quizá las grietas a las que alude usted en tantas canciones.
Sí, es verdad que hay canciones en las que se repite ese concepto. Nunca había parado a pensar en ello. Pero es cierto que desde Ocho y medio hasta La gran broma final se repite esa grieta como un presagio. A veces parece que las canciones tienen algo de premonitorio, pero no hay nada mágico en ello. No sabes muy bien por qué escribes tal verso, pero simplemente sabes que está ahí. Hay algo como que está en nuestro inconsciente o en nuestro subconsciente, cuando sabemos por ejemplo que estamos en medio de una relación que nos va a estallar en la cara, pero no queremos reconocerlo todavía y entonces escribes una canción que no es precisamente bonita y al cabo de un tiempo descubres que lo que estabas escribiendo es lo que iba a pasar. A veces lo que estás percibiendo son grietas… Hay momentos de la vida en los que tienes que saber ver las grietas en medio de la armonía aparente. Escribir canciones tiene que ver con estar muy atento y tener cierta lucidez para poder descubrir aquellas grietas que van a hacer que todo se venga abajo en algún momento.
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“Digamos que la palabra no es un medio para ser feliz”, dice usted en “La comedia humana”. ¿Por qué no lo es?
¿Realmente qué es ser feliz? Hay otra canción en la que digo —reelaborando unos versos de Pessoa— que para ser feliz es necesario no saber que eres feliz. Es decir, la gente más feliz es la que no lo sabe. Lo percibes a veces por ahí: ves a gente que tiene vidas muy sencillas y que dices ‘esta gente es feliz’. Siempre me ha parecido que ser feliz era algo absolutamente imposible; creo que podemos aspirar a ser, como digo en una canción, “moderadamente infelices” y a que podríamos ser razonablemente felices, sin ser del todo felices.
La palabra suele ser una constatación de lo que nos ocurre o suele servirnos como alivio; creo que si de algo nos sirven las canciones y los poemas es para constatar que vivimos en un mundo imperfecto y que podemos mirarlo con una mirada profunda que lo atraviese y nos implique en él. Desde luego, las canciones en sí mismas, los poemas, no sirven para hacernos felices, pero el amor, tan importante y necesario, tampoco evita el sufrimiento y también nos puede hacer infelices o nos puede hacer sufrir.
¿Cree que su música puede ofrecer amparo o consuelo a los tristes, solitarios o desesperados?
Eso espero, no lo sé. A veces es bonito cuando te encuentras con gente, y alguien te cuenta alguna historia personal relacionada con una canción tuya o algún momento vital en que tu música fue importante.
Recuerdo que mi anterior disco —que fue un álbum recopilatorio doble: Oro, salitre y carbón— en realidad quería titularlo El don de la ternura por un lado y La necesidad de amparo por otro, frases tomadas de la poesía de Carver. Dos ideas importantes: la necesidad de cuidarnos, reconocernos como seres interdependientes, reconocer nuestra fragilidad, reconocer que somos vulnerables y, por otro lado, el don que tiene la ternura como arma, pero también como apoyo mutuo. Las canciones sí me han servido de consuelo y amparo; no reparan ningún dolor, ninguna tragedia ni tristeza, pero sí acompañan, tanto en los momentos más álgidos de tu espíritu como en los más bajos.
¿Habría quizás una posibilidad de redención en la ternura, como sugiere “El don de la ternura”?
La ternura pasa por reconocernos los unos a los otros. Es lo contrario al cinismo, que es esa manera de ver el mundo tan descreída y en la que todo empieza y termina en uno mismo. Creo que todo lo que en nuestra vida podamos hacer tiernamente es algo que merece la pena; es decir, añadir ternura o en ocasiones hacer un proceso de redención: lavarnos a medida que va pasando el tiempo, que va cambiando nuestra mirada y que vamos ajustándonos y reconociendo nuestros errores y privilegios. La ternura siempre es una buena óptica para mirar el mundo.
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Usted ha hecho colaboraciones maravillosas y muy recordadas con artistas prominentes de la escena cultural española. Con Bunbury, Christina Rosenvinge y María Rodés. ¿Cómo se altera o se complementa la obra con la participación de ellos en los discos o en las canciones?
Es maravilloso, la verdad. Creo que la música es un proceso de colaboración. Hay un momento muy íntimo en el que escribes las canciones en soledad, pero desde el momento en que compartes las canciones, ya sea con colaboraciones puntuales con otros autores, ya sea con la propia banda con la que ahora estoy girando, se convierte en un proceso muy colaborativo en el que necesitas ser muy generoso para poder dar y recibir.
En el caso de estas colaboraciones, al final lo maravilloso es que te permite adentrarte en el universo propio y único de artistas con una voz también muy única, como son Enrique, Christina o María, como has nombrado, y la verdad es que poder asomarte a esos universos es un privilegio; también tienes que dejar que ellos se asomen al tuyo. Siempre he aprendido de todas las colaboraciones que he tenido, de toda la gente que me ha acompañado en las diferentes formaciones en las bandas, porque tengo la virtud de saber rodearme de gente muy bonita y sabia.
La muerte es otro de los temas grandes y recurrentes de sus canciones: “El ángel Simón”, “Belart”, “Ser árbol” o “Ramón in” lo atestiguan. Canciones que hablan de muertes de personas cercanas. ¿Le teme a la muerte? ¿Qué cree que hay después de la muerte?
No sé, supongo que nada, pero todos necesitamos creer en algo para enfrentarnos a la muerte; le tengo mucho respeto a la gente que es religiosa precisamente porque serlo es una manera de enfrentarnos a la muerte. A veces hay gente que me dice: ‘Mueren muchas persona en tus discos’, pero la muerte no es más que otra excusa para hablar de la vida; en realidad hablamos de la muerte porque no sabemos lo que hay después. La muerte es un misterio para todos nosotros, entonces solo hablamos de cómo nos enfrentamos a ella, pues todos en algún momento pensamos en ella, o nos toca de cerca y nos hace plantearnos muchísimas preguntas sobre la vida y este mundo. Por eso aparece en las canciones.
Una de sus canciones más célebres y recordadas es “Luz de agosto en Gijón”. ¿Cómo es la luz de agosto en Gijón?
Tengo que decir que preciosa, la verdad. Los días en Asturias suelen ser grises; en verano son un poco más claros, pero siempre persiste una especie de borrina –como la llamamos allí–, como una bruma, y cuando queda un poquitín de borrina, pero se filtra por el sol, hay una luz que es preciosa, que también te sugiere como algo un poco triste. Los que vivimos ahí apreciamos bastante ese momento, sobre todo del atardecer. No es la luz de agosto de Faulkner, la luz ardiendo, es otra luz más bonita.
Dos grandes temas caracterizan sus composiciones: lo íntimo, biográfico o existencial y lo político. Dentro de este primer dominio, ¿dónde encuentra la inspiración para sus canciones?
Mis canciones se nutren de mi propia vida. Hay que entender la vida de uno no solamente como sus propias obsesiones y miserias, sino como una persona que vive en el mundo y también se nutre de un montón de estímulos que tienen que ver con esa realidad social. Por eso, muchas veces lo íntimo y lo social acaban siendo un todo y cuesta distinguirlos, aunque obviamente hay canciones en las que está más marcado el universo social y en otras más lo íntimo. Una vez un periodista vasco habló de la intimidad compartida: decía que las canciones más íntimas y que más le gustaban eran de una intimidad, pero de una intimidad común. Al final se trata de trascender un poco tu propio hecho vital y contar una verdad emocional. La canción sufre un proceso en el que vas partiendo de diferentes vivencias, miradas a tu propia vida y al mundo en el que esta se desarrolla, y todo eso acaba haciendo que se sufra una transformación de la que partes hasta esa verdad emocional que intentas contar. Muchas veces la línea entre la vida real y la verdad emocional es muy delgada. Pero la inspiración está en cualquier sitio. Solo tienes que estar atento y cualquier pequeño gesto, cualquier frase que escuches al azar en una conversación, haciendo la compra en un bar o donde sea, cualquier pequeño movimiento, cualquier mirada que percibas en alguien o cualquier gesto que percibas en ti mismo puede ser el germen de una canción. Sublimarlo todo, lo más pequeño y lo más cotidiano, como hacían también algunos escritores que son parte de mi universo, de mi acervo cultural.
En la composición de una pieza aparece primero la letra (el motivo) o la música…
Se componen de forma muy rara las canciones. Muchas veces hay un motivo musical y después viene la letra, pero nunca dejo que la canción esté del todo esbozada musicalmente porque la letra siempre es susceptible de hacer que la melodía dé giros inesperados, de retorcerla un poco; me gusta que manden las letras sobre las melodías.
Se aprecia una letra muy cuidada en sus canciones. Muchas veces son poemas musicalizados. ¿Qué relación hay entre la poesía y la música?
La materia prima que utilizamos en las dos disciplinas es la misma: la palabra, el lenguaje, con e se derecho que podemos tomarnos de utilizar el lenguaje como queramos, de moldearlo, de romper todas las normas; para eso está la poesía, para eso está el lenguaje de las canciones.
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Pero me parece que nunca escribes de la misma manera un poema y una canción. Aunque hay veces que un texto que nació como poema al final se convierte en canción, como ocurrió con Las palabras mágicas, que publiqué en mi último libro y luego la grabé como canción, un poco transformada la letra o sintetizada en Violética, pero notas que el ritmo es diferente; para eso están la armonía y el ritmo, y en la poesía esa vida te la tiene que dar el ritmo intrínseco de cada poema.
Hay versos muy logrados es sus canciones, poemas memorables. ¿Qué papel juega la belleza en su universo artístico?
Una vez que le preguntaron por mí, Víctor Manuel dijo que no le gustaba mi música porque yo tenía un gusto excesivo por el feísmo. Y me pregunté por qué le parecía eso. Lo entiendo muy bien porque el universo de Víctor Manuel no es el mío, aunque obviamente respeto mucho su legado y su música y en Asturias es un grandísimo. Muchas veces yo le cantaba a cosas que la gente me decía: ‘Te gusta lo sórdido’. Me gusta lo sórdido, pero me gusta buscar la belleza en lo sórdido. Creo que incluso dentro de la oscuridad puedes encontrar siempre algo de belleza. Y es lo que me he afanado por hacer en muchas canciones. La belleza por supuesto que es importante para mí, pero no la belleza que podemos todos reconocer a primera vista; a veces nos idealizan las relaciones personales: el amor romántico y las relaciones sexuales se cuentan en las series, en el cine, en las canciones sin la parte que a la gente le incómoda, que le da más pudor porque le resulta más fea, pero yo creo que hay belleza en todo eso. Y que tenemos que buscarla, tenemos que afanarnos más en buscar la belleza, pues depende de nuestra mirada también. No es algo que nos lo regalen, sino que tenemos que tomar un papel activo para que ella forme parte de nosotros.
¿Cuáles son sus poetas preferidos o a los que suele volver una y otra vez?
Están por ejemplo Cernuda, Kavafis o Raymond Carver, Anne Sexton o Alejandra Pizarnik. Son poetas que coges otra vez y vuelves a revisar y siempre encuentras algo nuevo. Además, como vamos cambiando con el tiempo nuestra manera de mirar el mundo, siempre es muy saludable coger un libro que sabes muy importante para ti cuando lo leíste hace 15 años y releerlo. Parece que nos da más pereza releer novelas. Y lo bueno de la poesía es que es más fácil volver a unos cuantos poemas y darte cuenta de que descubres algo nuevo o de que tu mirada ha cambiado y de que ese poema lo ves con otros ojos y con una luz diferente, pero que es igual de hermosa y eso ocurre con casi todos los grandes poetas.
En muchas canciones prima la narración sobre la lírica, aunque sin dejar a un lado el halo poético que tienen siempre sus composiciones, como en “El ángel Simón”, “Los sabios idiotas”, “Bajo el puente de L’Ará” o en “Tengo algo que decirle”. ¿Qué relación encuentra entre su música y la literatura?
Me gusta el componente narrativo que tenían los romances tradicionales, cómo contaban historias de una manera muy elíptica y cómo eran capaces de contarte historias bastante complejas. En 2006 o 2007 hicimos Lucas XV con Xel Pereda. Investigué el cancionero tradicional asturiano y diferentes romances de varios puntos del Estado español que iban cambiando según el lugar en que fueran recogidos: veías cómo las historias se iban complicando, y era un poco surrealista porque algunas versiones no tenían sentido; en la historia que se contaba había algo que faltaba, alguna estrofa perdida por ahí o un cambio abrupto de la trama. Entonces me atrae mucho ese esquema estrófico y contar historias de esa manera tan elíptica: tener que elegir las palabras justas porque no tienes el espacio que ofrecen un relato o una novela.
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Eso también me lo enseñó un poco Raymond Carver, al que siempre he apreciado. Es muy conocido por sus cuentos, por sus relatos breves; cuando yo empecé a leerlo… ahora creo que está un poco más valorada, pero en su momento estaba incluso menospreciada la poesía de Carver; recuerdo a críticos decir que era algo menor dentro de su obra y yo siempre la consideré algo maravilloso que casi me emocionaba más que los cuentos, bueno al mismo nivel, pero en sus poemas está la esencia de los cuentos y cómo narra eligiendo las palabras justas y cómo tiene esa capacidad de síntesis, que creo que también he intentado modestamente aplicar un poco a las canciones más narrativas.
Hay un tono y una atmósfera de melancolía en sus discos. ¿Qué es la melancolía y de dónde viene esa melancolía en su vida y obra?
La melancolía se ha tratado de definir muchas veces para distinguirla de la tristeza, parece que es una tristeza un poco más refinada. Tal vez la melancolía puede definir algo que tenga que ver con la complejidad de ciertos sentimientos. Mis canciones no son exactamente tristes ni exactamente alegres, siempre son mezclas de sentimientos, y esa complejidad te provoca la urgencia de escribirlas porque resulta algo tan confuso que no puedes verbalizarlo de una manera lógica como lo harías en una conversación y necesitas cantarlo. Creo que está en la vida de todos y cada uno de nosotros. Nadie tiene una vida perfectamente armónica: nuestras vidas son imperfectas y son montañas rusas y la verdad es que eso a mí me fascina; hay gente que le canta a los momentos bellos de la vida y que hace canciones muy vitales y muy alegres, pero a mí los momentos en los que ves que todo funciona y que la gente es razonablemente feliz no me provocan la necesidad de escribir canciones, porque precisamente es la falta de armonía lo que me crea una sensación de absurdo que me impulsa a cantar. No sé si por desgracia o por fortuna, pero siempre he sido un cantor que se nutre de situaciones un poco dolorosas, trágicas y confusas que testimonian lo desafinado que suele estar el mundo.
Esa falta de armonía que usted mencionaba o ese estar desafinado del mundo y las vidas son quizá las grietas a las que alude usted en tantas canciones.
Sí, es verdad que hay canciones en las que se repite ese concepto. Nunca había parado a pensar en ello. Pero es cierto que desde Ocho y medio hasta La gran broma final se repite esa grieta como un presagio. A veces parece que las canciones tienen algo de premonitorio, pero no hay nada mágico en ello. No sabes muy bien por qué escribes tal verso, pero simplemente sabes que está ahí. Hay algo como que está en nuestro inconsciente o en nuestro subconsciente, cuando sabemos por ejemplo que estamos en medio de una relación que nos va a estallar en la cara, pero no queremos reconocerlo todavía y entonces escribes una canción que no es precisamente bonita y al cabo de un tiempo descubres que lo que estabas escribiendo es lo que iba a pasar. A veces lo que estás percibiendo son grietas… Hay momentos de la vida en los que tienes que saber ver las grietas en medio de la armonía aparente. Escribir canciones tiene que ver con estar muy atento y tener cierta lucidez para poder descubrir aquellas grietas que van a hacer que todo se venga abajo en algún momento.
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“Digamos que la palabra no es un medio para ser feliz”, dice usted en “La comedia humana”. ¿Por qué no lo es?
¿Realmente qué es ser feliz? Hay otra canción en la que digo —reelaborando unos versos de Pessoa— que para ser feliz es necesario no saber que eres feliz. Es decir, la gente más feliz es la que no lo sabe. Lo percibes a veces por ahí: ves a gente que tiene vidas muy sencillas y que dices ‘esta gente es feliz’. Siempre me ha parecido que ser feliz era algo absolutamente imposible; creo que podemos aspirar a ser, como digo en una canción, “moderadamente infelices” y a que podríamos ser razonablemente felices, sin ser del todo felices.
La palabra suele ser una constatación de lo que nos ocurre o suele servirnos como alivio; creo que si de algo nos sirven las canciones y los poemas es para constatar que vivimos en un mundo imperfecto y que podemos mirarlo con una mirada profunda que lo atraviese y nos implique en él. Desde luego, las canciones en sí mismas, los poemas, no sirven para hacernos felices, pero el amor, tan importante y necesario, tampoco evita el sufrimiento y también nos puede hacer infelices o nos puede hacer sufrir.
¿Cree que su música puede ofrecer amparo o consuelo a los tristes, solitarios o desesperados?
Eso espero, no lo sé. A veces es bonito cuando te encuentras con gente, y alguien te cuenta alguna historia personal relacionada con una canción tuya o algún momento vital en que tu música fue importante.
Recuerdo que mi anterior disco —que fue un álbum recopilatorio doble: Oro, salitre y carbón— en realidad quería titularlo El don de la ternura por un lado y La necesidad de amparo por otro, frases tomadas de la poesía de Carver. Dos ideas importantes: la necesidad de cuidarnos, reconocernos como seres interdependientes, reconocer nuestra fragilidad, reconocer que somos vulnerables y, por otro lado, el don que tiene la ternura como arma, pero también como apoyo mutuo. Las canciones sí me han servido de consuelo y amparo; no reparan ningún dolor, ninguna tragedia ni tristeza, pero sí acompañan, tanto en los momentos más álgidos de tu espíritu como en los más bajos.
¿Habría quizás una posibilidad de redención en la ternura, como sugiere “El don de la ternura”?
La ternura pasa por reconocernos los unos a los otros. Es lo contrario al cinismo, que es esa manera de ver el mundo tan descreída y en la que todo empieza y termina en uno mismo. Creo que todo lo que en nuestra vida podamos hacer tiernamente es algo que merece la pena; es decir, añadir ternura o en ocasiones hacer un proceso de redención: lavarnos a medida que va pasando el tiempo, que va cambiando nuestra mirada y que vamos ajustándonos y reconociendo nuestros errores y privilegios. La ternura siempre es una buena óptica para mirar el mundo.
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Usted ha hecho colaboraciones maravillosas y muy recordadas con artistas prominentes de la escena cultural española. Con Bunbury, Christina Rosenvinge y María Rodés. ¿Cómo se altera o se complementa la obra con la participación de ellos en los discos o en las canciones?
Es maravilloso, la verdad. Creo que la música es un proceso de colaboración. Hay un momento muy íntimo en el que escribes las canciones en soledad, pero desde el momento en que compartes las canciones, ya sea con colaboraciones puntuales con otros autores, ya sea con la propia banda con la que ahora estoy girando, se convierte en un proceso muy colaborativo en el que necesitas ser muy generoso para poder dar y recibir.
En el caso de estas colaboraciones, al final lo maravilloso es que te permite adentrarte en el universo propio y único de artistas con una voz también muy única, como son Enrique, Christina o María, como has nombrado, y la verdad es que poder asomarte a esos universos es un privilegio; también tienes que dejar que ellos se asomen al tuyo. Siempre he aprendido de todas las colaboraciones que he tenido, de toda la gente que me ha acompañado en las diferentes formaciones en las bandas, porque tengo la virtud de saber rodearme de gente muy bonita y sabia.
La muerte es otro de los temas grandes y recurrentes de sus canciones: “El ángel Simón”, “Belart”, “Ser árbol” o “Ramón in” lo atestiguan. Canciones que hablan de muertes de personas cercanas. ¿Le teme a la muerte? ¿Qué cree que hay después de la muerte?
No sé, supongo que nada, pero todos necesitamos creer en algo para enfrentarnos a la muerte; le tengo mucho respeto a la gente que es religiosa precisamente porque serlo es una manera de enfrentarnos a la muerte. A veces hay gente que me dice: ‘Mueren muchas persona en tus discos’, pero la muerte no es más que otra excusa para hablar de la vida; en realidad hablamos de la muerte porque no sabemos lo que hay después. La muerte es un misterio para todos nosotros, entonces solo hablamos de cómo nos enfrentamos a ella, pues todos en algún momento pensamos en ella, o nos toca de cerca y nos hace plantearnos muchísimas preguntas sobre la vida y este mundo. Por eso aparece en las canciones.
Una de sus canciones más célebres y recordadas es “Luz de agosto en Gijón”. ¿Cómo es la luz de agosto en Gijón?
Tengo que decir que preciosa, la verdad. Los días en Asturias suelen ser grises; en verano son un poco más claros, pero siempre persiste una especie de borrina –como la llamamos allí–, como una bruma, y cuando queda un poquitín de borrina, pero se filtra por el sol, hay una luz que es preciosa, que también te sugiere como algo un poco triste. Los que vivimos ahí apreciamos bastante ese momento, sobre todo del atardecer. No es la luz de agosto de Faulkner, la luz ardiendo, es otra luz más bonita.