“Aftersun”, la melancolía iluminada
La ópera prima de Charlotte Wells narra la historia de unas vacaciones entre un padre y una hija. Los días más recordados para uno de ellos dos, que los usará para intentar comprender ese amor, ese lazo, ese dolor. Reseña sobre “Aftersun”.
Laura Camila Arévalo Domínguez
La memoria también almacena interrogantes. No recuerda linealmente, o recuerda la cronología que más le convenga para la sensación que le busque al cuerpo: pudo no ser así, pero el recuerdo se acomoda para la melancolía, el dolor, la rabia, el amor, la búsqueda y los desesperantes anhelos de comprensión. “Aftersun” también es una película sobre la paternidad, a pesar de todo. Sobre el amor, a pesar del vacío, de la desorientación. Hay un papá queriendo ser buen papá, como si hubiese una fórmula. Hay un papá tratando de proteger a su hija, como si primero no tuviese que protegerse a sí mismo. Esta película, entonces, es sobre la memoria, la paternidad y la humanidad más cotidiana, la que no sabe de giros, sino de vidas tratando de hacer que cada día valga la pena. Esta película es sobre un pasado que fue presente, que fue resbaladizo, que se quiere traer de vuelta, que pasó, pero no se quedó atrás.
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La memoria también almacena interrogantes. No recuerda linealmente, o recuerda la cronología que más le convenga para la sensación que le busque al cuerpo: pudo no ser así, pero el recuerdo se acomoda para la melancolía, el dolor, la rabia, el amor, la búsqueda y los desesperantes anhelos de comprensión. “Aftersun” también es una película sobre la paternidad, a pesar de todo. Sobre el amor, a pesar del vacío, de la desorientación. Hay un papá queriendo ser buen papá, como si hubiese una fórmula. Hay un papá tratando de proteger a su hija, como si primero no tuviese que protegerse a sí mismo. Esta película, entonces, es sobre la memoria, la paternidad y la humanidad más cotidiana, la que no sabe de giros, sino de vidas tratando de hacer que cada día valga la pena. Esta película es sobre un pasado que fue presente, que fue resbaladizo, que se quiere traer de vuelta, que pasó, pero no se quedó atrás.
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En un centro vacacional que se desvanece a fines de la década de 1990, Sophie (Frankie Corio), de 11 años, registra en su cámara, pero también en su memora, tiempo junto a su amoroso e idealista padre, Calum (Paul Mescal). Para ella, el mundo de la adolescencia se acerca y se aleja. Ese tránsito resulta abrumador y otras veces, lento, muy lento. El miedo a descubrir y las ansias por descubrir. Todo al mismo tiempo. Mientras tanto, él lucha bajo el peso de la vida fuera de la paternidad. Veinte años más tarde, los recuerdos de Sophie de sus últimas vacaciones se convierten en un retrato desgarrador de su relación, mientras trata de reconciliar al padre que conoció con el hombre que no conoció, en la ópera prima de Charlotte Wells.
Se ven húmedos. De sus pieles se deslizan unas gotas de sudor o de agua de piscina o de mar, lo que hayan decidido para el día. Pero casi siempre están mojados. Solo en la noche se ven más frescos. Esa frescura conocida de los días de descanso que se pasan en tierras más cálidas. Eligieron Turquía para retirarse un rato a tener algo de diversión. Hablaban mucho de la diversión, que se les parece mucho a la felicidad. Como si alguno de ellos supiera que es corta o efímera y que se resbala entre los dedos con una facilidad desesperante. Quieren divertirse. A veces, durante algún momento de calma y mientras los seca el sol, él se levanta pidiendo movimiento, pidiendo diversión. Pidiendo, mejor dicho, que no dejen que la vida se les escape más. Insiste en que la vida es divertida. Que se quiten esta tristeza que a él le estorba tanto para amar a su hija, para amarse, para amar el hecho de que aún respira. No sabe muy bien para qué respira. Se le nota que no sabe. Quiere saber.
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Según algunas notas de producción de la película, este es el primer largometraje de Charlotte Wells, que buscó convocar emociones profundas con la historia de una mujer que persigue un luminoso y devastador recuerdo de su padre mientras se desliza a través de sus dedos. “Silenciosamente, pero con un poder intensamente enfocado, la película entra en una zona profundamente privada, donde se guardan nuestros recuerdos más preciados de la infancia. Wells deja que la audiencia entre de lleno en este mundo de sentimiento, incandescentemente iluminado con encanto y pérdida”.
Es paradójico que la melancolía resulte tan iluminada en esta película. Durante los cuatro o cinco días de vacaciones entre este padre y su hija, hay sol. A pesar de que se van para un hotel, hay cosas que no cambian: los gestos, el tono de la relación, las miradas, los chistes, los recuerdos y las certezas. Y entonces, la cotidianidad se impone hasta en los días de descanso: formas de comer durante el desayuno o la cena. Mejillas coloradas por el sol. Los mismos toquecitos en la espalda para el bloqueador. Los mismos traumas que tratan de abordarse para no ignorarlos y fingir que se resuelven, pero no mucho: nadie quiere despertar nada, y menos en un hotel de Turquía donde se supone que todo será divertido, donde tiene que haber felicidad. ¿Cómo? Como sea. La vida se va y se siente triste.
Ese padre se exige. Sabe que si se esfuerza, habrá algo de luz en esa oscuridad que carga.
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