La mágica fuente de ideas a la que tienen acceso los autores de los libros
En la introducción del libro Pasajero a Frankfurt, la escritora Agatha Christie hace una introducción con algunas claves sobre cómo crear historias y la explicación del origen de sus ideas.
Juan Diego Forero Vélez
Cuando compras un libro, lo aprietas con indiferencia y lo miras por todos lados. Analizas su portada, el número de páginas, el polvo que recubre sus letras difusas. En el fondo, todos esperan que contenga un par de imágenes, alguna gráfica de los personajes que solo estarán representados vagamente en el fondo de la memoria. “¡Crrrrr!”... las páginas craquean al verse de nuevo, luego de una larga espera, forzadas a abrirse. El olor inconfundible a ‘guardado’ y el color marrón se han apoderado de las hojas viejas. El libro está vivo, despierto luego de un letargo impuesto; y estira sus brazos como lo haría un ser humano cualquiera, cada mañana, con los ojos a medio abrir, tronando sus huesos, preparándose para una nueva jornada.
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Cuando compras un libro, lo aprietas con indiferencia y lo miras por todos lados. Analizas su portada, el número de páginas, el polvo que recubre sus letras difusas. En el fondo, todos esperan que contenga un par de imágenes, alguna gráfica de los personajes que solo estarán representados vagamente en el fondo de la memoria. “¡Crrrrr!”... las páginas craquean al verse de nuevo, luego de una larga espera, forzadas a abrirse. El olor inconfundible a ‘guardado’ y el color marrón se han apoderado de las hojas viejas. El libro está vivo, despierto luego de un letargo impuesto; y estira sus brazos como lo haría un ser humano cualquiera, cada mañana, con los ojos a medio abrir, tronando sus huesos, preparándose para una nueva jornada.
“Passenger to Frankfurt (Pasajero para Francfort)”es una obra exquisita, pero lo más impactante, al menos en la edición que pude leer, es la introducción. Si, la introducción. Porque contiene la fórmula mágica que Agatha Christie utilizaba para crear sus libros. Tal vez el secreto más loable que haya podido dedicar la autora a escritores aficionados, profesionales o torpemente confiados.
Casi todos hemos escuchado ese título, es una obra universal y casi que obligatoria. Agatha Christie deja olvidado por un momento a Hércules Poirot y se embarca en una intriga política y extrovertida, llena de misterio y mentiras. Sir Stafford Nye es presentado como el protagonista, egoísta e inteligente, banal; pero la historia ahora, por lo menos de momento, no nos interesa.
“¡Clac!”, abro el libro forzadamente mientras me siento en el sofá de la sala. La primera página está a punto de desprenderse, así que me apresuro a leerla con suavidad. “La pregunta clásica que suele dirigirse al autor de un libro de imaginación, personalmente o por medio del correo, es la siguiente: ‘¿De dónde saca usted sus ideas?’”. La escritora del Reino Unido responde de inmediato con una muletilla común. Quiere representar el valor de su imaginación como una cualidad mística y única que abre con facilidad luego de evocarla a través de espacios culturales poderosamente excitantes. Pero rápidamente se separa de esa idea universalmente aceptada. Lo simplifica con una rapidez magistral y honesta: “Viene de mí, de mi cabeza, allí es de donde nacen mis ideas”. Aunque admite con brevedad que la relación con su mente es compleja, que las ideas que surgen a través de esta mágica interacción entre mente y entorno deben trabajarse y que, al final, una idea nunca es buena, solo “prometedora”: debe pulirse, cuidarse y mimarse para que, al final, si el destino no la considera necesaria, se quede encerrada en un cajón para siempre, o tarde uno o dos años en ver la luz.
“Supongo que usted saca de la vida real la mayor parte de sus personajes”, cita la escritora, admitiendo que escucha eso con una frecuencia que odia. Pero desmiente de inmediato la creencia con sorna, hecho que no me generó ninguna sorpresa, porque, como dijo alguna vez Gustave Flaubert, “Madame Bovary, c’est moi”. “No. Nada de eso. Me los invento yo. Son míos. Han de ser mis personajes… Hacen lo que yo quiero que hagan; son lo que yo quiero que sean… Viven gracias a mí; a veces tienen sus propias ideas, pero eso es sólo porque yo los he hecho reales”.
Si los personajes, el argumento y la historia son también creaciones íntegras, ¿dónde está el secreto?, me pregunto enrollado en las sábanas, consumido por una duda frígida. “En los factores externos”, responde Agatha Christie casi como leyendo mis pensamientos, conectada con las prístinas preguntas que antaño recibía y sigue recibiendo a través de la eternidad. Los factores externos ya están ahí, ya existen y condicionan la vida y la memoria. Se recuerdan aquellos viajes austeros, los safaris autodidactas y las peleas en un bar. No se crean, las situaciones existen y fluctúan, condicionan. Agatha Christie considera crucial que luego de haber escogido la historia y a los personajes con el método más fiel de todos, el de la imaginación, se lean por días consecutivos periódicos de diferentes países, además del país donde se sitúa la historia. “Solo las primeras planas” dice. Estas serán suficientes para entender la realidad prosaica, que usualmente suele hacernos dudar de nuestra concepción de la realidad.
Se puede entrar en una desesperación perenne, producto del asombro y la tristeza, pero “la bondad de la que también somos testigos no debe opacarse”, dice la escritora. Las historias breves presentadas en estos canales de información son prueba fidedigna de que la vida está repleta de hechos increíbles, o por lo menos, son “una promesa de lo que sucede en el mundo de hoy”.