Agnotología o del combate de la ignorancia: ideas para destruir las aulas de clase
Friedrich Nietzsche al final del prólogo del libro “Aurora”, manifiesta que él escribe aquello que pueda desesperar a los seres humanos que se apresuran. Es decir, esos que andan de afán, que la vida no les interpela por su narcicismo rampante que les impide conocerse a sí mismo, porque solo quien haya alcanzado el conocimiento de todas las cosas, podrá conocerse a sí mismo, pero ¿cómo conocer con una educación en la que nos imponen a la fuerza el aprendizaje en lugar de llenarnos primero de la desesperación de la ignorancia?
Jorge Alberto López-Guzmán
Esta pregunta me recuerda a los postulados del intelectual colombiano Estanislao Zuleta en el texto de recopilación de sus entrevistas “Educación y Democracia” donde manifestaba que la educación que nos brindan no concibe al estudiante como un igual y menos como un pensador, convirtiendo en dogma al conocimiento burocratizado y en clérigos a los profesores, generando que la educación y sus representantes hayan ahorrado la angustia de pensar y, en definitiva, de preguntar, y todo ser humano racional es un ser humano desadaptado porque al preguntar piensa y cuando piensa desestabiliza los dogmas que le han configurado su vida y le impiden ser libre, porque como lo señalaría el filósofo francés Jean-Paul Sartre, estamos condenados a ser libres, y este tipo de educación nos ha quitado la posibilidad de alcanzar la libertad.
(Le puede interesar: Consuelo Acuña: “comencé a litigar en una época en la que las mujeres no lo hacían”)
La educación no puede seguir eludiendo su culpabilidad al castrar la curiosidad y capacidad de asombro de los seres humanos, siendo el principal factor para el aprendizaje desear conocer y amar lo que se conoce, por eso, para ser un buen profesor debemos convertirnos en promotores del deseo por el conocimiento, porque como lo postuló Platón en su texto “El sofista, o del ser”, el problema fundamental de la educación es combatir la ignorancia, para que los estudiantes puedan salir de la “indigestión” que genera la confianza desmesurada en opiniones superficiales que es lo que impide el acceso al conocimiento. Recordemos la famosa frase atribuida a Sócrates “solo sé que nada sé”, porque no es una frase que determine falsa modestia, más bien, es un no saber, producto de un reconocimiento introspectivo de lo que se creía saber, pero que no era más que una opinión. Imaginemos una educación donde los profesores promuevan el no saber para descubrir el saber, los estudiantes estarían deseosos de conocer.
En este contexto, enseñar es incitar a amar el proceso de conocer, todo lo demás son prácticas anacrónicas de memorística, manuales descontextualizados, acríticos y pseudoprofesores sin vocación. Así, los estudiantes podrán encontrar su libertad y dejarán de percibir como amos a sus profesores, librándose de las cadenas que les han impuesto, como lo expresaría el novelista ruso Fiódor Dostoievski, los seres humanos no habrían padecido tanto de la esclavitud si no amaran tanto sus cadenas. T.S. Eliot escribió en su poema “El primer coro de la roca”:
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
Pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.
T.S. Eliot se pregunta por la pérdida de sabiduría y conocimiento a manos de la información, porque vivimos una época como lo subrayó el escritor colombiano William Ospina en su libro “La lámpara maravillosa”, se cambia costumbres por moda, conocimiento por información y saberes por rumores. De esta manera, la tarea de la educación es entender que los estudiantes no son cántaros vacíos que hay que llenar de conocimientos, son cántaros llenos que hay que vaciar de tantas certezas legitimadas por opiniones sin fundamento y reemplazar de preguntas provechosas que les permita desear conocer.
(Le puede interesar: Wes Anderson será homenajeado en el Festival de Venecia por la originalidad de su carrera)
El problema es que hoy en día, no estamos aprendiendo a razonar, a argumentar y, ni siquiera, entendemos lo que leemos y como lo menciona William Ospina, los libros son fundamentales para no correr el riesgo de que las peores cosas se aprovechen de nosotros como la codicia, la prisa, el estruendo, la cólera y, sobre todo, el tedio y, porque no decir que podríamos contraer el resentimiento, la misantropía, el egoísmo y la ira.
Por lo tanto, es importante comprender como lo manifiesta Estanislao Zuleta en su ensayo “Sobre la lectura” que leer es un campo de batalla, y en toda batalla, hay pugnas, resistencias y aprendizajes. Si comprendiéramos la lectura de esta manera, también, la educación cambiaría y podríamos destruir las aulas tradicionales de clase, porque como lo indicaba el profesor colombiano Julián de Zubiría en el prólogo del libro “La importancia de hablar mierda. O los hilos invisibles del tejido social”, actualmente, cualquier joven podría saber más que Aristóteles, pero no por ello piensa mejor, porque para pensar se requiere tener una pregunta previa, convirtiendo la educación en un escenario para pensar mejor.
Si la educación fuera entendida como muchos intelectuales lo han hecho, los colegios y universidades, como lo reseñó el político colombiano Alejandro Gaviria en su libro “En defensa del humanismo”, combatirían las mentiras convenientes, las ideologías engañosas y los discursos de odio, porque la educación es un refugio para reflexionar sobre el mundo que, posteriormente, nos engulle sin piedad.
(Le recomendamos: Y Mahoma fue a la montaña)
Porque el aprendizaje es un acto personal y político que nos permite mantener la curiosidad y capacidad de asombro por el mundo, así como lo enuncia el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber en su libro “¿Para qué sirve la filosofía?, así podremos colocarnos en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea, frente a todo lo que se nos presenta como obvio, desenmascarando lo cotidiano para ingresar en la penumbra del asombro y podamos soñar con transformarlo, porque como cierra su libro Alejandro Gaviria, hay que celebrar los sueños, porque quien no sueña no solamente está más sano, sino que será también, en el sentido más profundo, más humano.
Esta pregunta me recuerda a los postulados del intelectual colombiano Estanislao Zuleta en el texto de recopilación de sus entrevistas “Educación y Democracia” donde manifestaba que la educación que nos brindan no concibe al estudiante como un igual y menos como un pensador, convirtiendo en dogma al conocimiento burocratizado y en clérigos a los profesores, generando que la educación y sus representantes hayan ahorrado la angustia de pensar y, en definitiva, de preguntar, y todo ser humano racional es un ser humano desadaptado porque al preguntar piensa y cuando piensa desestabiliza los dogmas que le han configurado su vida y le impiden ser libre, porque como lo señalaría el filósofo francés Jean-Paul Sartre, estamos condenados a ser libres, y este tipo de educación nos ha quitado la posibilidad de alcanzar la libertad.
(Le puede interesar: Consuelo Acuña: “comencé a litigar en una época en la que las mujeres no lo hacían”)
La educación no puede seguir eludiendo su culpabilidad al castrar la curiosidad y capacidad de asombro de los seres humanos, siendo el principal factor para el aprendizaje desear conocer y amar lo que se conoce, por eso, para ser un buen profesor debemos convertirnos en promotores del deseo por el conocimiento, porque como lo postuló Platón en su texto “El sofista, o del ser”, el problema fundamental de la educación es combatir la ignorancia, para que los estudiantes puedan salir de la “indigestión” que genera la confianza desmesurada en opiniones superficiales que es lo que impide el acceso al conocimiento. Recordemos la famosa frase atribuida a Sócrates “solo sé que nada sé”, porque no es una frase que determine falsa modestia, más bien, es un no saber, producto de un reconocimiento introspectivo de lo que se creía saber, pero que no era más que una opinión. Imaginemos una educación donde los profesores promuevan el no saber para descubrir el saber, los estudiantes estarían deseosos de conocer.
En este contexto, enseñar es incitar a amar el proceso de conocer, todo lo demás son prácticas anacrónicas de memorística, manuales descontextualizados, acríticos y pseudoprofesores sin vocación. Así, los estudiantes podrán encontrar su libertad y dejarán de percibir como amos a sus profesores, librándose de las cadenas que les han impuesto, como lo expresaría el novelista ruso Fiódor Dostoievski, los seres humanos no habrían padecido tanto de la esclavitud si no amaran tanto sus cadenas. T.S. Eliot escribió en su poema “El primer coro de la roca”:
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
Pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.
T.S. Eliot se pregunta por la pérdida de sabiduría y conocimiento a manos de la información, porque vivimos una época como lo subrayó el escritor colombiano William Ospina en su libro “La lámpara maravillosa”, se cambia costumbres por moda, conocimiento por información y saberes por rumores. De esta manera, la tarea de la educación es entender que los estudiantes no son cántaros vacíos que hay que llenar de conocimientos, son cántaros llenos que hay que vaciar de tantas certezas legitimadas por opiniones sin fundamento y reemplazar de preguntas provechosas que les permita desear conocer.
(Le puede interesar: Wes Anderson será homenajeado en el Festival de Venecia por la originalidad de su carrera)
El problema es que hoy en día, no estamos aprendiendo a razonar, a argumentar y, ni siquiera, entendemos lo que leemos y como lo menciona William Ospina, los libros son fundamentales para no correr el riesgo de que las peores cosas se aprovechen de nosotros como la codicia, la prisa, el estruendo, la cólera y, sobre todo, el tedio y, porque no decir que podríamos contraer el resentimiento, la misantropía, el egoísmo y la ira.
Por lo tanto, es importante comprender como lo manifiesta Estanislao Zuleta en su ensayo “Sobre la lectura” que leer es un campo de batalla, y en toda batalla, hay pugnas, resistencias y aprendizajes. Si comprendiéramos la lectura de esta manera, también, la educación cambiaría y podríamos destruir las aulas tradicionales de clase, porque como lo indicaba el profesor colombiano Julián de Zubiría en el prólogo del libro “La importancia de hablar mierda. O los hilos invisibles del tejido social”, actualmente, cualquier joven podría saber más que Aristóteles, pero no por ello piensa mejor, porque para pensar se requiere tener una pregunta previa, convirtiendo la educación en un escenario para pensar mejor.
Si la educación fuera entendida como muchos intelectuales lo han hecho, los colegios y universidades, como lo reseñó el político colombiano Alejandro Gaviria en su libro “En defensa del humanismo”, combatirían las mentiras convenientes, las ideologías engañosas y los discursos de odio, porque la educación es un refugio para reflexionar sobre el mundo que, posteriormente, nos engulle sin piedad.
(Le recomendamos: Y Mahoma fue a la montaña)
Porque el aprendizaje es un acto personal y político que nos permite mantener la curiosidad y capacidad de asombro por el mundo, así como lo enuncia el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber en su libro “¿Para qué sirve la filosofía?, así podremos colocarnos en un lugar de extrañamiento frente a todo lo que nos rodea, frente a todo lo que se nos presenta como obvio, desenmascarando lo cotidiano para ingresar en la penumbra del asombro y podamos soñar con transformarlo, porque como cierra su libro Alejandro Gaviria, hay que celebrar los sueños, porque quien no sueña no solamente está más sano, sino que será también, en el sentido más profundo, más humano.