Agujas y pinceles, un camino contra la desigualdad y la violencia en Colombia
Entre pinceles y lienzos montados sobre caballetes de madera reciclada, esponjas para lavar y hasta tenedores con los que practica nuevas técnicas, Karen Urrutia se sobrepone a la violencia y desigualdad que golpea al departamento del Chocó con su emprendimiento Inspirarte Colors.
EFE
En su casa-taller en la localidad de Istmina, las paredes y mesas lucen floridos cuadros que muestran su predilección por el paisajismo y el recuerdo del campo del que fue arrancada por cuenta del conflicto armado.
Como seguras, que caen y se levantan, y capaces de sacar adelante el hogar sin ayuda, es como las mujeres chocoanas se definen a sí mismas, en un contexto en el que las heridas del conflicto armado se convierten en una cantera artística que las hace avanzar hacia el empoderamiento.
Recuerdo de antes del desplazamiento
La creatividad que inspira a esta artista de 24 años es el verdor del campo chocoano que mantiene viva la memoria de sus primeros años en Boca de Suruco, localidad donde nació y de la que tuvo que huir por la violencia. “Nos tocó salir con lo que teníamos y pudimos montar al bote, y venirnos con rapidez a Istmina”, relata.
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Urrutia apenas tenía seis años cuando el desplazamiento forzado la alejó de ese paisaje en el que las canoas surcaban las aguas del río San Juan, se pescaba con “toldillo” (malla) y se tenían cultivos de pancoger. “Un niño de seis años podríamos decir que no tiene recuerdos, pero, en mi caso, dejar todo con lo que crecimos fue muy duro”, asegura mientras dibuja un paisaje de palmeras negras en el que el rojo impera en la paleta de colores.
Heredera de los saberes del campo, Urrutia reivindica la importancia de cuidar el medioambiente y de convertir en un “tesoro” lo que otros consideran “basura”. Así, esta estudiante de Ingeniería Ambiental transforma la madera que desechan en los aserraderos en caballetes y marcos. Todo ello utilizando una máquina que obtuvo, como capital semilla, del proyecto “Segura y Empoderada”, de la organización internacional Aldeas Infantiles SOS.
Una aguja para recorrer miles de kilómetros
A unos 70 kilómetros del taller de Urrutia, en el barrio Santa Ana de Quibdó, capital del Chocó, Nulis Caicedo, impulsora de la Casa de Modas Liski, desliza metros de telas africanas por la aguja de una máquina de coser. Según manifiesta, con sus prendas y accesorios hechos con semillas busca resaltar el legado de sus antepasados africanos e indígenas. “Como ellos no podían expresar sus sentimientos porque eran esclavos, lo hacían con sus peinados y telas”, sostiene la diseñadora.
Hija de madre cabeza de familia, después de que un grupo armado asesinó a su padre cuando ella tenía once años, Caicedo denuncia la falta de apoyo a las cabeza de hogar. Tras el asesinato de su padre, su madre cayó en una depresión que le impedía levantarse de la cama, comer o hacerse cargo de sus cinco hijos. “Siempre fui la más inquieta de la familia y un día le dije, ‘¿mi papi se murió y usted nos va a dejar abandonados?’ (...) y comenzó a buscar ayuda”, recuerda Caicedo.
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Emprender para empoderar
Convencida de que el autoempleo constituye una vía de empoderamiento que permite compaginar el trabajo con el cuidado de los hijos, la diseñadora puso en marcha capacitaciones de madres cabeza de hogar para que, con la costura, puedan obtener ingresos propios.
En este sentido, Rosa Elena Ruiz, presidenta de la Corporación de Mujeres Líderes Emprendedoras Chocoanas de Istmina -que hace parte de las capacitaciones del proyecto de género de Aldeas Infantiles SOS-, reitera la importancia de que más que un “contentillo”, las chocoanas necesitan formarse para evitar la “violencia económica” que padecen al depender de sus parejas.
Urrutia, por su parte, pretende crear una escuela de pintura a la que puedan acceder otros jóvenes y con las piezas resultantes reivindicar las distintas manifestaciones de la cultura chocoana.
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Es así como en uno de los departamentos más castigados por la violencia, donde las casas están marcadas con las siglas de las paramilitares Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), las emprendedoras chocoanas le arrebatan nuevas víctimas al conflicto, con sus pinceles y agujas de coser.
En su casa-taller en la localidad de Istmina, las paredes y mesas lucen floridos cuadros que muestran su predilección por el paisajismo y el recuerdo del campo del que fue arrancada por cuenta del conflicto armado.
Como seguras, que caen y se levantan, y capaces de sacar adelante el hogar sin ayuda, es como las mujeres chocoanas se definen a sí mismas, en un contexto en el que las heridas del conflicto armado se convierten en una cantera artística que las hace avanzar hacia el empoderamiento.
Recuerdo de antes del desplazamiento
La creatividad que inspira a esta artista de 24 años es el verdor del campo chocoano que mantiene viva la memoria de sus primeros años en Boca de Suruco, localidad donde nació y de la que tuvo que huir por la violencia. “Nos tocó salir con lo que teníamos y pudimos montar al bote, y venirnos con rapidez a Istmina”, relata.
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Urrutia apenas tenía seis años cuando el desplazamiento forzado la alejó de ese paisaje en el que las canoas surcaban las aguas del río San Juan, se pescaba con “toldillo” (malla) y se tenían cultivos de pancoger. “Un niño de seis años podríamos decir que no tiene recuerdos, pero, en mi caso, dejar todo con lo que crecimos fue muy duro”, asegura mientras dibuja un paisaje de palmeras negras en el que el rojo impera en la paleta de colores.
Heredera de los saberes del campo, Urrutia reivindica la importancia de cuidar el medioambiente y de convertir en un “tesoro” lo que otros consideran “basura”. Así, esta estudiante de Ingeniería Ambiental transforma la madera que desechan en los aserraderos en caballetes y marcos. Todo ello utilizando una máquina que obtuvo, como capital semilla, del proyecto “Segura y Empoderada”, de la organización internacional Aldeas Infantiles SOS.
Una aguja para recorrer miles de kilómetros
A unos 70 kilómetros del taller de Urrutia, en el barrio Santa Ana de Quibdó, capital del Chocó, Nulis Caicedo, impulsora de la Casa de Modas Liski, desliza metros de telas africanas por la aguja de una máquina de coser. Según manifiesta, con sus prendas y accesorios hechos con semillas busca resaltar el legado de sus antepasados africanos e indígenas. “Como ellos no podían expresar sus sentimientos porque eran esclavos, lo hacían con sus peinados y telas”, sostiene la diseñadora.
Hija de madre cabeza de familia, después de que un grupo armado asesinó a su padre cuando ella tenía once años, Caicedo denuncia la falta de apoyo a las cabeza de hogar. Tras el asesinato de su padre, su madre cayó en una depresión que le impedía levantarse de la cama, comer o hacerse cargo de sus cinco hijos. “Siempre fui la más inquieta de la familia y un día le dije, ‘¿mi papi se murió y usted nos va a dejar abandonados?’ (...) y comenzó a buscar ayuda”, recuerda Caicedo.
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Emprender para empoderar
Convencida de que el autoempleo constituye una vía de empoderamiento que permite compaginar el trabajo con el cuidado de los hijos, la diseñadora puso en marcha capacitaciones de madres cabeza de hogar para que, con la costura, puedan obtener ingresos propios.
En este sentido, Rosa Elena Ruiz, presidenta de la Corporación de Mujeres Líderes Emprendedoras Chocoanas de Istmina -que hace parte de las capacitaciones del proyecto de género de Aldeas Infantiles SOS-, reitera la importancia de que más que un “contentillo”, las chocoanas necesitan formarse para evitar la “violencia económica” que padecen al depender de sus parejas.
Urrutia, por su parte, pretende crear una escuela de pintura a la que puedan acceder otros jóvenes y con las piezas resultantes reivindicar las distintas manifestaciones de la cultura chocoana.
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Es así como en uno de los departamentos más castigados por la violencia, donde las casas están marcadas con las siglas de las paramilitares Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), las emprendedoras chocoanas le arrebatan nuevas víctimas al conflicto, con sus pinceles y agujas de coser.