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Ah, vuela… (El Cajón de Santaora)

La muerte de una abuela centenaria, como relato íntimo que genera preguntas sobre la vida de las mujeres que adquirieron, por primera vez en Colombia, el derecho a ejercer una “ciudadanía plena”.

Julia Díaz Santa
17 de septiembre de 2023 - 02:20 p. m.
Elba Julia Reyes vivió las épocas del movimiento sufragista colombiano, que modificó la condición jurídica, civil y política de las mujeres en Colombia.
Elba Julia Reyes vivió las épocas del movimiento sufragista colombiano, que modificó la condición jurídica, civil y política de las mujeres en Colombia.
Foto: Archivo
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Mi abuela murió un día de lluvia, varias semanas después de un verano continuo en Cali. Esa mañana, el agua pegaba enérgicamente contra el parabrisas mientras yo manejaba rumbo a su casa. Ella no estaba. “Se había ido” esa madrugada, a las tres o cuatro de la mañana.

Tan pronto supe de la noticia, me alisté para salir. Todo era inusual: la lluvia, la muerte. Los pastos habían estado secos. Tanto que, días antes, un señor mayor me había pedido que llevara una botella de agua, al menos un litro, al parque que queda atrás de mi casa. Me dijo que escogiera un árbol y lo regara.

Después de muchos días de calor prolongado, finalmente llovió. Mi abuela ya no estaba para oler la lluvia. Algo pasmoso. No solo porque llevaba 102 años de vida en esta tierra.

La última vez que la vi, hacía unas semanas, estaba acostada. Luego de una nueva caída, permanecía en cama la mayoría del tiempo. Ese día, ella dormía y yo tocaba sus piernas, por primera vez débiles. Me dije en voz baja: “ojalá descanse pronto”. Una falsa jovialidad conmigo misma. En realidad, no esperaba ni quería que se muriera.  En febrero habíamos celebrado su cumpleaños y se veía muy ella: erguida, aún fuerte, risueña, liviana.

Tenía mi nombre. Yo tenía el de ella. Nunca le gustó que la llamaran Julia. Eso me lo había contado mi papá cuando yo era una niña. “Por eso te puse así”, me dijo él de nuevo en la casa de mi abuela, sin la abuela. El propósito de mi padre había sido reconciliar a su madre con ese vocablo: Julia.

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Cuando pequeña, sus hermanos la molestaban porque en la casa había una mujer que se encargaba del servicio y se llamaba así. En una Cali segregadora y pastoril, ellos se reían, le hacían bromas pesadas. Ella se encerraba, lloraba. Tuvo muchas hermanas y un hermano llamado Ramiro.  Yo también tengo un hermano llamado Ramiro.

Mi abuela murió un 13 de agosto, el mes más caluroso del que ha habido registros, según los titulares de prensa. “El 2023 va camino a ser el año más caliente de la historia”, leí hace unos días. Una temperatura mucho más alta que en la era preindustrial.

Escribo la última palabra y recuerdo que mi abuela fue una mujer moderna: nació en los años veinte, en el siglo XX. Se educó hasta donde la sociedad de la época le permitió, con los énfasis de la educación de entonces, basados en saberes y experiencias necesarias para encarnar una concepción de feminidad en diálogo y disrupción con el pasado. Mientras ella cursaba la primaria, en la década de 1930, las mujeres avanzaban en su lucha para adquirir la ciudadanía plena.

Julia, Elba Julia, creció en una sociedad con profundas restricciones en el acceso de las mujeres a los derechos civiles. Y vivió, en los años cincuenta, los resultados del movimiento sufragista colombiano, que modificó para siempre su condición jurídica, civil y política.

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Años antes de eso, mientras driblaba la pelota, había conocido a mi abuelo. Un joven delgado, de ojos profundos, que jugaba en la Selección Colombia de Baloncesto. Se casaron. Luego de unos años, ella tomó la decisión de separarse de él. Mi papá y sus tres hermanos estaban aún pequeños.

Se fue con los hijos a Bogotá y se hizo maestra. Hay una foto en la que camina con tacones por una calle de la ciudad, con mi padre y mi tío de la mano. Verla en esa imagen hace parecer que las cosas le fueron fáciles, sencillas.

Una tarde, cuando yo tenía unos cuatro o cinco años, mi abuela me enseñó el abecedario y las preposiciones. Lo hizo parecer fácil, sencillo. Entonces supe leer antes de entrar a la primaria. Y supe de memoria esas palabras invariables que se utilizan para establecer una relación de dependencia entre dos o más términos. Se lee en la RAE: “Preposición. F. Gram. Palabra invariable que introduce elementos nominales u oraciones subordinadas sustantivas haciéndolos depender de alguna palabra anterior”.

“A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre, tras”: jugábamos y recitábamos juntas esa tarde, en la casa de La Flora. (Ahora le sumo: durante, mediante, versus, y vía, que hoy están en esa lista).

Vuelvo al último párrafo y subrayo: «Por» y «Para». La primer indica causa. La segunda, finalidad. Suelo utilizar más la primera en mis «¿Por qué?». Ella utilizaba más la segunda, siempre andaba preguntando «¿Para qué?».

Propósito y causa, fin y principio, abuela y nieta. En la mayoría de recuerdos que tengo con ella, nos estamos riendo a carcajadas. Mi abuela murió un día de lluvia. Nos dejó agua en la tierra y agua en los ojos, después de un largo y profundo verano en Cali.

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Por Julia Díaz Santa

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