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Ahora sí, Pelé (Extractos literarios)

El presente texto corresponde al capítulo IV del libro biográfico “Pelé y Maradona: el fútbol arte”, de próxima aparición.

Jaime De la Hoz Simanca- Especial para El Espectador
15 de enero de 2023 - 09:10 p. m.
Pelé jugó en Santos de 1956 a 1974.
Pelé jugó en Santos de 1956 a 1974.
Foto: Getty Images

Después de aquel golpe al corazón que significó el Maracanazo, el joven Edson continuó su camino en el fútbol. Había realizado un juramento a su padre y se disponía a cumplirlo. Para ello poseía una habilidad increíble, un físico de atleta y unas ganas que se esparcían hacia todos lados. En Brasil seguía hirviendo el balompié y, después del duelo colectivo por la derrota ante Uruguay, pareció que todo renacía en busca de una nueva oportunidad. El fútbol podría darla, por supuesto. Sin racionalizarlo, Pelé emprendió la marcha hacia la gloria. Otros afirman que fue una marcha hacia la venganza. Con bríos renovados, con la alegría de siempre, pero con una determinación irreversible.

La llegada de Pelé al Santos, en 1956, constituyó una fiesta familiar, pues se trataba de un equipo representativo del Estado de São Paulo, el más poblado e industrializado del país, donde se jugaba un balompié exigente. Los seguidores del fútbol de la ciudad Santos, que albergaba al equipo del mismo nombre, comenzaron a avivar con más entusiasmo a su escuadra, pues el nombre y las primeras actuaciones de Pelé había multiplicado las ilusiones. Así, el Estadio Urbano Caldeira, conocido popularmente como Estádio Vila Belmiro, sede del Santos, mantuvo, casi siempre, un promedio de quince mil espectadores cada vez que el Santos de Pelé oficiaba de local. Iban a ver a la nueva estrella del fútbol en aquel histórico escenario que se construyó para diecisiete mil hinchas.

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En la temporada de 1957, Pelé fue el máximo goleador del campeonato paulista con 41 goles en 38 encuentros jugados oficialmente. Tal desempeño, y las posteriores actuaciones con su equipo en el escenario internacional, al igual que los goles, uno tras otro –hasta tres en un mismo partido, como los que convirtió al equipo Os Belenenses, de Lisboa, Portugal–, permitieron su llamado, ese mismo año, a la selección brasileña que dirigía Vicente Feola, un exfutbolista del equipo São Paulo FC que moriría en 1975 con la gloria de haber conducido a su país a la conquista de la primera Copa Mundo en Suecia 58. En todo caso, la convocatoria de Pelé por parte de Feola causó una enorme controversia nacional, pues se había preferido a un imberbe futbolista de 17 años a cambio de Luiz Trochillo, el popular Luizinho, crack del Corinthians que, pese a su 1.60 de estatura, hacía gala de una habilidad sin límites, y de una gambeta envidiable.

El 7 de julio de 1957, Pelé vistió por primera vez la verdeamarela, tal como se llamó a la nueva camiseta de la selección del Brasil, diseñada poco después del derrumbe futbolístico ante Uruguay. El debut de aquel pequeñín de sonrisa fácil y endiabladas piernas fue contra la selección Argentina en un torneo fugaz que se escenificó en los estadios Maracaná y Pacaembú. En el primer encuentro, Pelé anotó un gol, pero pesó más la derrota 2-1. El segundo compromiso lo ganó Brasil 2-0 y la estrella en ciernes convirtió otro gol. De esta manera, creció el reconocimiento, y su nombre inició un vuelo que trascendió las fronteras del país. A su regreso con el Santos al campeonato Paulista de 1957, Edson había obtenido la aprobación necesaria para integrar la selección de Feola. Pero una delicada lesión en la rodilla, provocada por el defensor Ari Clemente, del Corinthias, puso en peligro su nueva convocatoria, superada felizmente gracias a las terapias y tratamientos de rigor que le practicaron hasta las puertas de los inminentes desafíos mundialistas.

La VI Copa Mundo de fútbol se llevó a cabo en Suecia durante el mes de junio de 1958. Luego del homenaje rendido a Jules Rimet, fundador del torneo que había fallecido dos años atrás, se abrió el telón del espectáculo futbolero mundial que se mantenía en el Viejo Continente, pues la quinta edición de la Copa Mundo se había llevado a cabo en Suiza. Los estragos de la Segunda Guerra languidecían en Europa y las expectativas por un nuevo balompié crecían sin medida. 16 selecciones de Europa y América arribaron a Suecia, entre ellas, Brasil, un equipo que deslumbraría por su fútbol moderno, impulsado por auténticas estrellas, entre ellas, Pelé, apenas con 16 años a cuestas, pero con un gran potencial en sus piernas de gacela.

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Había novedades, por supuesto. Una de las más destacadas era la participación de la URSS, combinado europeo que se estrenaba en una Copa Mundo. Otra, el retorno de Argentina, selección que había estado ausente en los mundiales desde su actuación en Italia 34. Después de la disputa de partidos al interior de los cuatro grupos establecidos, se conocieron los clasificados a los cuartos de final: Alemania, Irlanda del Norte, Francia, Yugoslavia, Gales, Suecia, Brasil y la Unión Soviética. El seleccionado de Vicente Feola integraba el grupo 4, conformado, además, por la URSS, Inglaterra y Austria, equipos que debía enfrentar Brasil previo a la fase de cuartos de final. El primer compromiso lo ganó 3-0 a Austria, pero después del debut sólo alcanzó un empate a cero goles frente a Inglaterra. Entonces, sobrevino una rebelión de los jugadores contra su técnico.

En efecto, el pedido era que actuaran dos danzarines imberbes que hasta ese momento habían sido ignorados por Feola, pese a sus excepcionales condiciones ratificadas en los entrenamientos: Edson Arantes do Nascimento, Pelé, y Manoel Francisco dos Santos, Garrincha, un hijo de Río de Janeiro, ídolo de Botafogo, que fue calificado como el mejor puntero derecho de la historia y al que apodaron para siempre como La alegría del pueblo, tal como aparece grabado en el epitafio de su tumba.

Y Feola cedió. Así, Brasil derrotó a la Unión Soviética 2-0 con la actuación de los dos jugadores debutantes que imprimieron a la selección un ritmo frenético y un brillo esplendoroso acompañado de gambetas fáciles y desplazamientos musicales. Los goles, que dejaron viendo chispas al arquero Lev Yashin, fueron anotados por Vavá, el hijo mimado de Recife; pero Pelé, especialmente, despertó los mejores elogios no solo por su juventud sino por la destreza en su juego y esa velocidad de vértigo que paralizaba a los contrarios. El nuevo astro del fútbol estuvo acompañado por un ataque demoledor: Mario Zagallo, Garrincha, el citado Vavá; y Didí y Zito, quienes apoyaban desde la mitad del campo.

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El rival de Brasil en cuartos de final fue Gales, país que había clasificado al Mundial junto a las otras selecciones del Reino Unido: Inglaterra, Irlanda del Norte y Escocia. Gales fue un rival fuerte para el equipo dirigido por Feola. Su defensa mantuvo siempre a raya a los atacantes brasileros, aunque hubo salvadas milagrosas que neutralizaron innumerables avances cargados de peligro. Pero, en el minuto 66, Pelé recibió un pase de Didí que adormeció con el pecho y, sin dejar que cayera al gramado, eludió a un defensor contrario que quedó perdido en el mundo. Enseguida, realizó un giro increíble de ciento ochenta grados y pateó triunfal con su pierna derecha. Detrás de la pelota entró él y luego sus compañeros, quienes lo tiraron al suelo y lo abrazaron con alborozo en el fondo de la red. Fue el gol que dio al Brasil el paso a la fase semifinal. También fue el primer gol de Pelé en un mundial. La fecha, al igual que las imágenes, quedó guardada para siempre: 19 de junio de 1958.

En una de las semifinales, Brasil debió enfrentar a Francia, equipo que había goleado a Irlanda del Norte 4-0 con un nuevo lucimiento de Just Fontaine, el legendario artillero cuyas dos anotaciones ante el seleccionado británico lo habían llevado a la cifra de ocho tantos. Un récord ya. El mundo del fútbol coincidió en afirmar que el partido entre Brasil y Francia fue el mejor de Suecia 58. No sólo por el abultado marcador en el que hubo siete goles, sino por la exquisitez del juego y la danza ininterrumpida protagonizada por 22 artistas del balón que nunca desfallecieron; al contrario, multiplicaron sus esfuerzos hasta el límite humano. Pero la estética demoledora estaba en el sector del seleccionado brasileño que tenía a Pelé como la referencia mayor. O, si se quiere, como el mejor atractivo de un duelo que concentró la atención del mundo.

Desde el pitazo inicial, Brasil mostró su jogo bonito, gracias al despliegue técnico de su grupo ofensivo: Vavá, Didí, Garrincha, Zagalo y Pelé, el quinteto dorado que servía de marco para el brillo de la estrella que comenzó a surgir mediante su destreza y pases de muerte; en efecto, el aliento de Pelé, su perfume contagió de tal forma que a los dos minutos Vavá convirtió el primer gol a través de un fuerte disparo de pierna derecha que fusiló al arquero Abbles. Sin embargo, siete minutos después el goleador Fontaine igualó las acciones luego de un gambeteo fácil al guardameta Gilmar, y una finalización con la pierna izquierda.

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Entonces, se soltaron los diablos. Pareció que todo el equipo hubiese sido poseído por espíritus remotos que aguijonearon a aquellas fieras deseosas de tragarse la cancha con sus toques cortos y desplazamientos endiablados que los acercaban siempre al arco francés. Así, al minuto 39, Didí anidó el esférico en el ángulo de la esquina izquierda del rival. Con ello, abrió el escenario para que apareciera Pelé en el marcador. Fueron tres anotaciones seguidas, todas de excelente factura y logradas a partir de sus zigzagueos impredecibles acompañados de velocidades extremas.

Primero, fue un gol con toque suave, simplemente porque estaba en el lugar preciso, tal vez pensando en un posible rebote. Tal cual: esperó la débil respuesta del arquero a un pelotazo englobado y remató de frente con el botín izquierdo. Pelé en escena, minuto 52. Enseguida, aprovechó la incursión de Garrincha, cuya magia propició una aproximación y un pase final que culminó con un zapatazo que, nuevamente, derrotó a Abbles. Pelé en escena, minuto 64. Luego, se sirvió otra vez del avance maravilloso de Garrincha, quien dejó viendo un chispero a un defensor francés y centró el pelotazo que terminó, en últimas, en los pies de Pelé, cuyo remate de pierna derecha fue a parar al fondo de la red. Pelé en escena, minuto 75. Fueron 3 goles, uno tras otro. Sólo Piantoni, con su descuento al minuto 83, matizó una goleada histórica, 5-2, que dio paso a la final que se jugaría el 29 de junio de 1958 en el estadio Rasunda, en Estocolmo, ante el seleccionado de Suecia, cuyo arribo a la final lo había logrado después de un sorprendente triunfo frente a Alemania Federal.

Suecia alineó de la siguiente manera: Svensson; Bergmark y Axbom; Börjesson, Gustavsson y Parling; Hamrim, Gren, Simonsson, Liedholm y Skoglund. Por su parte, Brasil dispuso de los siguientes hombres: Gilmar; Bellini y Nilton Santos; Djalma Santos, Zito y Orlando; Garrincha, Didí, Vavá, Pelé y Zagalo. Ahí estaban las mismas fieras que el técnico Feola había amaestrado después de varios compromisos que antecedieron a la final soñada. Y ahí estaba Pelé, enfocado principalmente por todas las cámaras y por las centenares de miles de miradas cercanas al asombro, pues aquel adolescente parecía provenir de otro planeta. Los tres goles consecutivos convertidos al seleccionado francés en la semifinal, constituían su mejor carta de presentación en el desafío definitivo que habría de mostrarse por televisión a más de setenta países en un hecho sin precedentes, pues el evento mundialista anterior, el primero con transmisión televisiva en directo, sólo recibió la señal en siete naciones europeas.

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Era una tarde soleada, de verano. Era, tal vez, el hecho más trascendental de ese día en la mayor parte del mundo, aumentado por un seleccionado local que había realizado una excelente campaña en el torneo; pero, mucho más, por un seleccionado rival que abrió el cotejo en el círculo central de la cancha mediante un toque corto de Vavá a Pelé, quien pasó a Zito. Enseguida llegó la recuperación de la defensa Sueca y, así, la pelota se alternó entre jugadores de ambos equipos en medio de un juego sin peligro aparente. Hasta que en el minuto cuatro el atacante Liedholm, en jugada individual, dribló a dos zagueros rivales y con pierna derecha venció la resistencia del arquero Gilmar.

Fue un baldado de agua fría, sin duda. Un golpe a la nuca del equipo de Feola que pareció despertar de un sueño. En efecto, desde ese instante el onceno auriverde se volcó contra el arco de Svensson con aproximaciones que prefiguraban el gol del empate parcial, el cual se fraguó en los pies de Zito, quien recogió un mal despegue y sirvió a Garrincha al sector derecho. Avanzó, dribló corto hacia su derecha y centró un pelotazo al área que remató Vavá. Transcurría el minuto nueve del primer tiempo. Luego, un saque largo de Gilmar permitió que Garrincha, de nuevo, se proyectara por su corredor derecho y centrara un pase a ras de piso que Vavá supo culminar felizmente con su zapato izquierdo. Minuto 32, Brasil 2, Suecia 1. Final del primer tiempo.

Lo que sobrevino después, en el segundo tiempo, fue el lucimiento de Pelé, ese atacante elástico que se estiraba y encogía al vaivén de su magia inimitable. Parecía reproducirse en la cancha a través de una increíble multiplicación. Y, también, mediante largas carreras en diagonal, verticales y horizontales que lo hacían brillar por encima de los otros 21 jugadores desplazados en la cancha. Al minuto 55 recibió un pase largo que levantó en una acción mágica y, sin esperar la caída del balón, empalmó un golpetazo que entró por el lado derecho del arquero sueco. 3-1. Trece minutos más tarde, un cobro de tiro de esquina a favor del Brasil, y un defectuoso rechazo de la zaga sueca, facilitaron que Zagalo anotara el 4-1. El descuento para el 4-2, fue obra de Simonsson, quien también aprovechó los sucesivos errores de la defensa brasileña.

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Todo indicaba que ese sería el marcador definitivo, pues se había arribado a las puertas de aquella final histórica. Pero no. En las postrimerías del encuentro, exactamente al minuto 90, llegaría uno de los goles más bonitos del Mundial Suecia 58, obra de Pelé. El 10 del Brasil recibió desde el centro de la cancha, bajó con el pecho y, con taquito derecho, de espaldas, brindó hacia su izquierda y enseguida aceptó un envío englobado que remató de cabeza, con maestría, mediante un salto salvaje, triunfal y glorioso. Así, Brasil conquistó su primera estrella mundialista, el primer país sudamericano en alcanzarla en suelo europeo. Aquí comenzaría la leyenda de Pelé, la ruta hacia la consagración y la fama. El mundo deportivo empezaría a hablar de una figura fuera de serie, poseedor de un juego nunca antes visto en las canchas de fútbol. Atrás quedaba el Maracanazo, aquel amargo episodio que se comparó con una catástrofe, pero matizada ahora con un título de oro, gracias a once danzarines de jogo bonito; pero, más a la aparición fantasmagórica de un mago del balompié que lideró a su selección hasta conducirla al corazón de la gloria.

Cuando se cumplieron 50 años de la conquista de la Copa Mundo de Suecia, Pelé entregó unas polémicas declaraciones a la Agencia de prensa EFE que fueron reproducidas por el diario Folha de Sao Paulo, el 29 de junio de 1908, en las que afirmó rotundamente lo siguiente:

“Creo que la Selección de 1958 tenía, individualmente, muchos jugadores mejores que la del 1970. Es sólo ver a Didí, Nilton Santos, Garrincha, Pelé, Bellini, que era excelente con los balones por lo alto, Zito, en el centro... Si comparamos el número de jugadores buenos, la de 58 tenía mejor equipo. Teníamos un ataque muy bueno, principalmente con Garrincha. La misma cosa que hacíamos en 1970 ya lo hacíamos en 1958: apenas dejábamos a Vavá adelantado, yo jugaba un poco más atrás y Zagallo como casi un lateral izquierdo, con lo que sorprendíamos a los adversarios siempre en el contragolpe. Nuestro equipo era muy rápido. Muchos decían que Feola no entendía mucho de futbol, pero no es verdad. Teníamos una forma clara de jugar. Estábamos seguros de que si vencíamos a Francia, seríamos campeones. Francia era el único que nos podía derrotar. No sabíamos nada. La comunicación era difícil. Después de los juegos, queríamos hablar con la familia y teníamos que usar radio amador. Mi padre iba al Club Bauru Radio para llamarme por teléfono porque no tenía teléfono. Pero lo que más nos molestaba era que los periodistas suecos venían a entrevistarnos y nos preguntaban si había serpientes en Brasil y si la capital era Buenos Aires. Eso nos molestaba. Para mí, 1958, con la edad que tenía entonces y la madurez que adquirí, fue la base para todo en mi vida. Siempre tuve mucha confianza en mí, que iba a jugar en la selección, que sería titular. Aunque esa cosa de ser rey nunca lo pensé”.

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Una vez terminó la final de Suecia, la prensa francesa, de manera casi unánime, tituló: “Nace un rey: Pelé”. Desde entonces, el mundo del fútbol siguió tal calificativo y hasta las biografías más significativas aparecieron con esa denominación en sus portadas, o con sugerencias parecidas, tales como la autobiografía Pelé: Memorias del mejor futbolista de todos los tiempos, Ediciones Temas de Hoy, 2007, 352 páginas; Pelé: de la favela a la gloria. Miguel Méndez Camacho, Editorial Panamericana, 114 páginas, 2015; Pelé, pero sigo siendo el Rey. Mitos y leyendas del mejor jugador del mundo. Miguel Méndez Camacho. Editorial Felou, 2014, 143 páginas; El Rey, Pelé. El hombre y la leyenda. Autores: Eddy Simon y Vincent Brascaglia. Editorial Norma, 2016, 144 páginas. El rey del fútbol: Pelé. Nóstica Editorial, 160 páginas; Pelé. Mi legado, Editorial Sports Experience, 2002, 288 páginas.

Sin embargo, la aparición de Diego Armando Maradona en el escenario mundial del balompié, vendría a cuestionar la designación mediática de rey a Edson Arantes do Nascimiento. Las ejecutorias del nuevo mago derivaron hacia la existencia de otro rey, tan universal como Pelé. Entonces, surgieron las comparaciones y los análisis que dejaron abierta una polémica que no cesa. De tal forma que el mundo del deporte sigue dividido respecto a quién es el verdadero rey. O que existen dos reyes, prestidigitadores ambos, artistas del balón, estetas del esférico. Eso sí: cada uno con estilo propio, dotados de una personalidad que prevalecerá a lo largo de los años.

El Profesor Asociado, Ph.D. en Economía, University of California, Berkeley, exfutbolista, exdirectivo de fútbol y columnista de opinión, colombiano Jorge A. Tovar, autor del libro Números redondos. Leyendas y estadísticas del fútbol mundial, Editorial Grijalbo, Bogotá, Colombia, 2014, 206 páginas, escribió un interesante artículo titulado Los 75 goles de Pelé en 1958. En él, además de la referencia a la hazaña goleadora de Lionel Messi en 2012, precisa estadísticamente el número de anotaciones logradas por Pelé en el año del Mundial de Suecia 58, sin olvidar las dianas que convirtió después de escenificado el torneo orbital. Tovar lo destacó de la siguiente manera:

En 2012 Messi superó a Pelé en uno de esos indicadores astronómicos del fútbol mundial. Messi marcó 91 goles en 2012. Pelé, en 1958, con 18 añitos recién cumplidos marcó 75. Ambos están detrás de Gerd Müller, el tanque alemán quien en 1972 marcó 72 goles para el Bayern Munich y 13 para la selección de Alemania Federal; un total de 85 anotaciones. Messi, por supuesto, aún puede superarlo.

A Pelé mucho se le critica por contabilizar goles en partidos amistosos. En 1958 Pelé marcó 89 goles en 67 partidos. Una espectacular cifra de 1.33 goles por partido. Lo difícil es dilucidar en detalle cuántos de esos los marcó en partidos oficiales. Para el ejercicio me apoyé en su autobiografía: Pelé, memorias del mejor futbolista de todos los tiempos, publicado en español por Ediciones Temas de Hoy en 2007. Al final de dicho libro, viene el recuento partido a partido de los 1283 goles que Pelé afirma marcó en su carrera. Incluye, como ya anotamos, los goles en partidos amistosos de clubes. Por ejemplo, en 1959 incluye 3 goles con el equipo del ejército y 11 con la guardia costera.

En 1958, sin embargo, sólo jugó con el Santos y la Selección Brasilera. El problema es que en el libro no se incluye información que indique a qué torneo corresponde cada partido. Así que me apoyo en la página Web RSSSF para establecer los partidos que jugó en el campeonato de Rio – Sao Paulo y en el Campeonato Paulista. Hay algunas ligeras discrepancias de fechas entre el libro y la página web pero en general no hay mayor problema. Pelé, marcó 58 goles en 38 partidos del campeonato Paulista y 8 goles en 8 partidos del torneo Rio-Sao Paulo. En total 66 goles en torneos domésticos para un promedio de 1,43 goles por partido. Impresionante.

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Aquel año Pelé fue campeón del mundo, aún tenía 17 años. En el mundial marcó 6 goles en 4 partidos pues sólo fue inicialista en el tercer partido de la primera fase contra la Unión Soviética cuando en una revuelta liderada por los veteranos del vestuario exigieron a Feola, el entrenador, la presencia de Pelé y Garrincha como titulares. Pelé no marcó aquel partido. Tuvo que esperar al partido de cuartos de final contra País de Gales para marcar el gol decisivo, el que alguna vez Pelé catalogó como el más importante de su carrera. Después hizo 3 a Francia en semifinales y 2 a Suecia en la final. Pero camino a Suecia, Pelé jugó 3 partidos, dos contra Bulgaria y uno contra Paraguay. En este último partido me apoyé en Sambafoot.com que tiene el registro de todos los partidos de la Selección Auriverde porque en el libro de Pelé, él reporta haber marcado dos goles a Paraguay. Pero resulta que en realidad marcó uno. Sin duda un error tipográfico. En resumen, aquel año con la selección, Pelé jugó 7 partidos y marcó 9 goles, un promedio de 1,29 goles por partido. Ahí están los 75 goles de Pelé.

Con la fama a cuestas y las condiciones futbolísticas intactas, la nueva estrella del balompié mundial regresó al Santos, su equipo del alma, el onceno con el que continuó confirmando su magia deportiva. En 1959, un año después de su figuración en Suecia, Pelé ganó el Torneo Río-São Paulo, un presagio de la victoria del Torneo Paulista en 1960, 1961 y 1962, campeonatos en los que el nuevo mago alcanzó el título de máximo goleador. En Santos, Pelé tenía el acompañamiento de otros habilidosos jugadores, tales como Zito, Mauro, Dorsal, Coutinho, Pagao y Pepe. Asimismo, Gilmar, otro de los consagrados en el Mundial de Suecia, pues sus atajadas y estiramientos en el arco fueron motivos de exaltación. Con ellos, el equipo de Pelé obtendría en esos años el reconocimiento mundial y la admiración de los adoradores del fútbol.

Por esta misma época, la nueva joya brasilera debió ingresar al Sexto Grupo de Artillería Motorizada de Santos con el propósito de cumplir con la obligación del servicio militar, una medida establecida para los jóvenes que cumplieran los 18 años de edad. Así, fue recibido con honores en el ejército brasileño donde integró el equipo de su cuartel y el del ejército. Su paso como recluta no pasó inadvertido, pues allí también dejó su impronta: ganó varios torneos internos y fue figura del Campeonato Militar Sudamericano de 1959. No lo paraba nadie. En realidad, fue un año prolífico en partidos jugados y en goles, protagonizados mientras militaba simultáneamente en distintos equipos: Selección Brasil, Santos, el equipo del cuartel y el colectivo del ejército con el que cumplía su deber constitucional como ciudadano de la nación.

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Las estadísticas señalan datos curiosos en este periodo de su agitada vida futbolística. Uno de ellos destaca que actuó de titular, en nueve ocasiones, en dos partidos durante el mismo día; además, que jugó tres partidos seguidos en dos días. Después, fueron las giras: con su equipo Santos actuó en 22 partidos escenificados en 14 países que contrataron al club mundial del momento, pero con la condición de que jugara Pelé, el ídolo. Fueron dos meses de intensa actividad en medio de un recorrido geográfico que aumentó su fama, cuya espuma originó el nacimiento del mito.

En 1961 visitó varios países, entre ellos México y Suiza, por cuyo paso prevalecieron dos recuerdos imborrables. En la nación azteca fue lesionado por un defensor del Necaxa y debió guardar quietud durante varias semanas. Aquella acción alevosa del argentino Dellacha lo obligó al sometimiento a delicados exámenes radiográficos que afectaron la gira de su equipo Santos; no obstante, recién recuperado, tuvo una memorable actuación en la ciudad suiza de Basilea, donde convirtió cinco de los ocho goles con los que derrotó al rival de turno. En realidad, fue un año fructífero que antecedió al Mundial de Chile, donde Pelé jugaría su segunda Copa Mundo, ahora en condición de crack mundial y con 21 años a cuestas; es decir, una juventud envidiable, pero con el sello de una fama ganada cuatro años atrás en el Mundial de Suecia.

*Periodista, Economista y Magíster en Educación. Tres veces ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Autor de los libros Son Guajiros y La vida es un bolero. Actualmente se desempeña como Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Autónoma del Caribe. delahoz.jaime@gmail.com www.jaimedelahozsimanca.com

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Por Jaime De la Hoz Simanca- Especial para El Espectador

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