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La soprano Anna Netrebko y el renombrado director Valery Gergiev están entre las estrellas que se vieron obligadas a alejarse de los escenarios mundiales que durante tanto tiempo dominaron.
El aislamiento de los artistas que comparten la visión del Kremlin o que recibieron financiación del estado ruso recuerda a medidas similares adoptadas durante la era del Apartheid en Sudáfrica, o el movimiento que urgía a boicotear a Israel en solidaridad con los palestinos.
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Jane Duncan, de la Universidad de Johannesburgo, que ha estudiado boicots culturales como agentes del cambio político, dice que las campañas de aislamiento basadas en la cultura o los deportes pueden ser “muy eficaces porque pueden tener un alto impacto psicológico”.
“Durante varios siglos, Rusia se ha enorgullecido de sus logros intelectuales, artísticos y deportivos. Se han convertido en una parte de su identidad y de su proyección de poder blando a nivel mundial”, dice la académica. “Creo que hay mucha disensión dentro de Rusia sobre la invasión de Ucrania, y el boicot cultural quizá lo intensifique”.
Duncan advierte, sin embargo, que un “boicot cultural general” podría dañar a los artistas críticos del régimen. A principios de los años 1980 en Sudáfrica, recuerda, surgió una forma de “doble censura”, donde tanto los artistas cercanos al régimen como aquellos “procedentes de movimientos de liberación” fueron rechazados.
Emilia Kabakov, una artista multidisciplinaria ucraniana que ha trabajado con su esposo Ilya en Nueva York por décadas, advierte sobre el rechazo a los artistas simplemente por su nacionalidad.
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“Sé que los artistas rusos ahora mismo tienen problemas”, dice esta mujer nacida en la ciudad soviética de Dnipropetrovsk hace 76 años.
Pero se refiere sobre todo a los que viven y trabajan en el extranjero: “¿Alguien se ha parado a pensar por qué viven y trabajan en el extranjero, por qué están aquí? Porque no pueden vivir allí... quieren una vida normal, sin restricciones”.
¿Dónde está la línea roja?
El planteamiento de Kabakov es el que Duncan considera apropiada: evitar boicots basados únicamente en la nacionalidad que “podrían llevar a un lugar oscuro y difícil”.
Los responsables de las mayores instituciones culturales como la Ópera Metropolitana de Nueva York, la Filarmónica de París y otros centros europeos precisaron recientemente que sus medidas están centradas en los artistas que apoyan a Vladimir Putin, no a cualquiera con pasaporte ruso.
“Si alguien es un arma del estado, probablemente no trabajaría con la Filarmónica de Nueva York”, dice Deborah Borda, directora de la famosa compañía.
“Hay una línea muy clara”, dice la ministra de Cultura francesa Roselyne Bachelot. “No queremos ver a representantes de las instituciones rusas o artistas que apoyan claramente a Vladimir Putin.”
Pero en algunos casos, la línea es difusa: la Ópera de Polonia anuló la producción de la ópera Bóris Gudunov de Modesto Músorgski, y la Filarmónica de Zagreb suspendió dos representaciones de composiciones de Chaikovski.
Fiódor Dostoyevski encabezó la tendencia cuando la Universidad de Milán trató de posponer un seminario sobre la novela “Crimen y Castigo” del escritor ruso, que pasó cuatro años en un campo de trabajo en Siberia tras leer libros prohibidos en la Rusia zarista. La universidad tuvo que dar marcha atrás presionada por las redes sociales.
“Cultura de la cancelación”
Cuando se trata de la responsabilidad política de los artistas contemporáneos, Duncan dice que “basta con producirlo y exponerlo”.
“También tenemos que evitar poner a los artistas en el aprieto de tener que hacer pronunciamientos políticos cuando quizá no se sientan cómodos con ello”, asegura.
Presionado para que se pronunciara sobre la guerra de Putin en Ucrania, el director de orquesta ruso Tugan Sokhiev dejó hace unos días sus puestos en el Bolshói y en la orquesta de Toulouse.
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En un comunicado, Sokhiev dijo que “siempre estaré en contra de cualquier conflicto, del tipo que sea” pero que se sentía “frente a la imposibilidad de elegir entre mis queridos músicos rusos y franceses” por lo que renunció a ambos.
No sin antes denunciar que tanto él como sus colegas son “víctimas” de la “cultura de la cancelación” y que “los músicos somos embajadores de la paz”. “En vez de utilizarnos a nosotros y a nuestra música para unir a las naciones y a la gente, nos han dividido y aislado”, lamentó.