Al rescate del periodismo juvenil de Álvaro Cepeda Samudio
“En el margen de la ruta” se titula el libro que publica Taller de Edición Rocca. Publicamos la introducción.
Julio Olaciregui * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
El periodismo, la literatura y el cine fueron tres de las pasiones de Álvaro Cepeda Samudio. “Siempre fui un escritor en mi país, un columnista de diarios”, decía en una de sus cartas. Si tenemos en cuenta las fechas de los textos compilados por el americanista francés Jacques Gilard, a quien Alfonso Fuenmayor calificaba con justeza de “científico literario”, en el margen de la ruta podría considerarse su primer libro, editado no obstante de manera póstuma, en 1985, 13 años después de su desaparición, en octubre de 1972. Su reedición, bajo la curaduría de Tita de Cepeda, acaba de ser lanzada por el Taller de Edición Rocca. (Recomendamos: Los años de aprendizaje de Cepeda Samudio, por Daniel Ferreira).
Estos artículos, publicados entre 1944 y 1955, nos permiten vislumbrar la personalidad creativa de Cepeda, una suerte de autorretrato del artista veinteañero que comienza a manifestarse poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. “Durante todos esos años vivimos con el miedo permanente a una guerra nuclear entre el Este y el Oeste, el fin del mundo”, como dice en sus memorias el historiador francés Paul Veyne al referirse a los años desde 1950, el inicio de la llamada Guerra Fría.
Una época de la vida marcada por la amenaza de la bomba atómica, por sus experimentos narrativos —el texto Alucinaciones, por ejemplo— su voluntad de ser innovador y buscar nuevas formas y terrenos para su creación: el cine, que él consideraba “el gran arte de nuestro tiempo”.
Uno de los aspectos más admirable del prólogo del profesor Gilard es su manera de rastrear en las columnas de Cepeda Samudio todo lo que tiene que ver con su futura producción, en particular la película La langosta azul, que filmará en 1954 en el corregimiento de La Playa, a pocos kilómetros de Barranquilla. Es una cinta de 16 mm, en blanco y negro, de 28 minutos de duración, sin sonido, que rodó con una cámara Bolex y unos pocos metros de material irreversible que consiguieron en el mercado local. El equipo de creación, filmación, narración que Cepeda reclutó fue siempre el mismo: Nereo López, camarógrafo y primer actor; Enrique Grau, gran pintor internacional; Luis Vicens, compañero de Georges Sadoul, el historiador del cine, en Francia, todos actores, más el niño de las cometas.
El temor al apocalipsis nuclear, o más bien las consecuencias de la radiactividad, “tema” de este célebre cortometraje, fue tratado por Cepeda en una nota de 1947 titulada “El hombre pesimista”.
“Las cometas, que eran tema central de ‘De parques, de cometas’, reaparecerán en los últimos planos de La langosta azul y en algún diálogo de La casa grande”, agrega Gilard.
La atmósfera que se respira en las locaciones donde fue filmado viene casi directamente de un texto de 1953, Ciénaga, en el que Cepeda dice que siempre que llega a esa ciudad “tengo la impresión de que alguien se ha metido a jugar con los relojes y ha detenido el tiempo en algún momento del mediodía”.
Gilard destaca que, fiel a su actitud de apertura y cuestionamiento, Cepeda Samudio, sobre todo en las columnas tituladas “Brújula de la cultura”, va llegando “al umbral de otra etapa de su trayectoria: la que lo llevará del cuento a la realización cinematográfica y a la novela”.
Leer al joven Cepeda es un placer porque alcanzamos a sentir su calidad humana y su energía. Con mucha razón, él decía que el mayor placer de la lectura comienza con el trabajo de buscar ese libro que deseamos. En el margen de la ruta, cuya primera edición se había agotado, es un libro concebido a partir del deseo de un joven escritor que encontró en el periodismo la manera de forjarse, de foguearse, de ir soltándose. En estos textos va tanteando, ensayando, comentando, opinando, haciéndose conocer.
“Un columnista es, en primer término, un animal que, como las focas del circo, tiene que salir diariamente a hacer su número”, escribe en su “Nota al señor censor”.
Este libro es el fruto de un noble deseo: cuando uno lee su jugoso prólogo siente el entusiasmo, casi un “eureka”, del investigador que encuentra lo que andaba buscando: “Ampliar nuestro conocimiento del proceso que siguió una obra literaria de gran interés en Colombia y en Hispanoamérica”.
Gilard quería comprender quién era ese joven artista que se fue haciendo la mano, calentando su brazo, como los lanzadores del béisbol, en periódicos estudiantiles y en diarios como El Nacional y El Heraldo. Estos textos se prestan, dice, “para un análisis sobre la formación de un escritor y la evolución de la literatura nacional y continental”.
El académico francés sitúa el trabajo de Cepeda en un contexto social e internacional, destaca su ética, sus posiciones antifascistas. Analiza el contenido de sus columnas y nos presenta a un hombre comprometido con su gente y su ciudad, a un luchador con pluma en ristre, a un escritor que confiere al periodismo una función social muy fuerte. “En su afán de escribir, la literatura y el comentario parecen compartir su preferencia”, afirma, rastreando en estos textos todo lo que tiene que ver “con la futura producción literaria”, imágenes o semillas de sus grandes libros, La casa grande y Los cuentos de Juana.
“Pensar los problemas del mundo es para los poetas y los filósofos”, afirma Cepeda Samudio en su texto El hombre pesimista. Algo de poeta y de filósofo tiene el joven escritor en estas columnas que hacen gala de un humor muy fresco y sutil, inteligente y mordaz.
Teresa Manotas, Tita, cuenta en uno de los textos del libro Los años de aprendizaje de Álvaro Cepeda Samudio, como conoció a Gilard y de qué manera se entusiasmó por los textos de Al margen de la ruta.
“Un día cualquiera de 1975 llegó a la puerta de mi casa del parque Santander un hombre altísimo, quien con algo de acento extranjero dijo en perfecto español: ‘Me llamo Jacques Gilard y Gabito me dijo que en su casa estaban la mayoría de las jirafas de El Heraldo’”.
“Quién podría imaginar que de esta sencilla manera se iniciaba una de las etapas más revolucionarias para mi ordenada biblioteca. El señor Jacques Gilard, docente de la Universidad de Toulouse (Francia), y apasionado por la lectura de García Márquez, empezó a registrar libro por libro, hoja por hoja, y a sacar todo lo que fuera u oliera a Gabito.
“Estuvo varios días copiando y copiando, lo que causó mi extrañeza, ya que en mis cuentas no había tanto material guardado en mis estantes. Años más tarde me confesó que también estaba copiando las columnas de Álvaro, En el margen de la ruta, por recomendación de García Márquez”.
“Si quieren una biografía de Álvaro Cepeda Samudio deben leer el prólogo de Jacques Gilard”, aconseja. “En el periódico El Nacional, que fundó Julián Devis Echandía, tenía Álvaro una columna que bautizó ‘En el margen de la ruta’ y que nunca quiso cambiar por ‘Al margen de la ruta’, como más tarde le aconsejábamos todos”, cuenta de su lado Alfonso Fuenmayor.
Los textos de Álvaro Cepeda Samudio no son lo que se conoce como “editoriales”. Muchos son verdaderos cuentos, experimentos narrativos, como por ejemplo el ya citado Alucinaciones o ese titulado Esbozo de un cuadro para nuestro mercado, donde imagina el combate diario entre el ruido y el silencio. El joven escritor buscaba otras maneras de contar historias. Como lo demuestra en El Nacional, en la ya citada columna de 1953: “De parques, de cometas”. Luego la asombrosa columna “Ciénaga”, donde no parece que escribiera, sino que filmara las primeras escenas de la película que conoceríamos como La langosta azul, un experimento cuya fuerza simbólica la ha llevado a todos los festivales internacionales de surrealismo.
* Colaborador de El Espectador, fue corresponsal en París y es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores).
El periodismo, la literatura y el cine fueron tres de las pasiones de Álvaro Cepeda Samudio. “Siempre fui un escritor en mi país, un columnista de diarios”, decía en una de sus cartas. Si tenemos en cuenta las fechas de los textos compilados por el americanista francés Jacques Gilard, a quien Alfonso Fuenmayor calificaba con justeza de “científico literario”, en el margen de la ruta podría considerarse su primer libro, editado no obstante de manera póstuma, en 1985, 13 años después de su desaparición, en octubre de 1972. Su reedición, bajo la curaduría de Tita de Cepeda, acaba de ser lanzada por el Taller de Edición Rocca. (Recomendamos: Los años de aprendizaje de Cepeda Samudio, por Daniel Ferreira).
Estos artículos, publicados entre 1944 y 1955, nos permiten vislumbrar la personalidad creativa de Cepeda, una suerte de autorretrato del artista veinteañero que comienza a manifestarse poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. “Durante todos esos años vivimos con el miedo permanente a una guerra nuclear entre el Este y el Oeste, el fin del mundo”, como dice en sus memorias el historiador francés Paul Veyne al referirse a los años desde 1950, el inicio de la llamada Guerra Fría.
Una época de la vida marcada por la amenaza de la bomba atómica, por sus experimentos narrativos —el texto Alucinaciones, por ejemplo— su voluntad de ser innovador y buscar nuevas formas y terrenos para su creación: el cine, que él consideraba “el gran arte de nuestro tiempo”.
Uno de los aspectos más admirable del prólogo del profesor Gilard es su manera de rastrear en las columnas de Cepeda Samudio todo lo que tiene que ver con su futura producción, en particular la película La langosta azul, que filmará en 1954 en el corregimiento de La Playa, a pocos kilómetros de Barranquilla. Es una cinta de 16 mm, en blanco y negro, de 28 minutos de duración, sin sonido, que rodó con una cámara Bolex y unos pocos metros de material irreversible que consiguieron en el mercado local. El equipo de creación, filmación, narración que Cepeda reclutó fue siempre el mismo: Nereo López, camarógrafo y primer actor; Enrique Grau, gran pintor internacional; Luis Vicens, compañero de Georges Sadoul, el historiador del cine, en Francia, todos actores, más el niño de las cometas.
El temor al apocalipsis nuclear, o más bien las consecuencias de la radiactividad, “tema” de este célebre cortometraje, fue tratado por Cepeda en una nota de 1947 titulada “El hombre pesimista”.
“Las cometas, que eran tema central de ‘De parques, de cometas’, reaparecerán en los últimos planos de La langosta azul y en algún diálogo de La casa grande”, agrega Gilard.
La atmósfera que se respira en las locaciones donde fue filmado viene casi directamente de un texto de 1953, Ciénaga, en el que Cepeda dice que siempre que llega a esa ciudad “tengo la impresión de que alguien se ha metido a jugar con los relojes y ha detenido el tiempo en algún momento del mediodía”.
Gilard destaca que, fiel a su actitud de apertura y cuestionamiento, Cepeda Samudio, sobre todo en las columnas tituladas “Brújula de la cultura”, va llegando “al umbral de otra etapa de su trayectoria: la que lo llevará del cuento a la realización cinematográfica y a la novela”.
Leer al joven Cepeda es un placer porque alcanzamos a sentir su calidad humana y su energía. Con mucha razón, él decía que el mayor placer de la lectura comienza con el trabajo de buscar ese libro que deseamos. En el margen de la ruta, cuya primera edición se había agotado, es un libro concebido a partir del deseo de un joven escritor que encontró en el periodismo la manera de forjarse, de foguearse, de ir soltándose. En estos textos va tanteando, ensayando, comentando, opinando, haciéndose conocer.
“Un columnista es, en primer término, un animal que, como las focas del circo, tiene que salir diariamente a hacer su número”, escribe en su “Nota al señor censor”.
Este libro es el fruto de un noble deseo: cuando uno lee su jugoso prólogo siente el entusiasmo, casi un “eureka”, del investigador que encuentra lo que andaba buscando: “Ampliar nuestro conocimiento del proceso que siguió una obra literaria de gran interés en Colombia y en Hispanoamérica”.
Gilard quería comprender quién era ese joven artista que se fue haciendo la mano, calentando su brazo, como los lanzadores del béisbol, en periódicos estudiantiles y en diarios como El Nacional y El Heraldo. Estos textos se prestan, dice, “para un análisis sobre la formación de un escritor y la evolución de la literatura nacional y continental”.
El académico francés sitúa el trabajo de Cepeda en un contexto social e internacional, destaca su ética, sus posiciones antifascistas. Analiza el contenido de sus columnas y nos presenta a un hombre comprometido con su gente y su ciudad, a un luchador con pluma en ristre, a un escritor que confiere al periodismo una función social muy fuerte. “En su afán de escribir, la literatura y el comentario parecen compartir su preferencia”, afirma, rastreando en estos textos todo lo que tiene que ver “con la futura producción literaria”, imágenes o semillas de sus grandes libros, La casa grande y Los cuentos de Juana.
“Pensar los problemas del mundo es para los poetas y los filósofos”, afirma Cepeda Samudio en su texto El hombre pesimista. Algo de poeta y de filósofo tiene el joven escritor en estas columnas que hacen gala de un humor muy fresco y sutil, inteligente y mordaz.
Teresa Manotas, Tita, cuenta en uno de los textos del libro Los años de aprendizaje de Álvaro Cepeda Samudio, como conoció a Gilard y de qué manera se entusiasmó por los textos de Al margen de la ruta.
“Un día cualquiera de 1975 llegó a la puerta de mi casa del parque Santander un hombre altísimo, quien con algo de acento extranjero dijo en perfecto español: ‘Me llamo Jacques Gilard y Gabito me dijo que en su casa estaban la mayoría de las jirafas de El Heraldo’”.
“Quién podría imaginar que de esta sencilla manera se iniciaba una de las etapas más revolucionarias para mi ordenada biblioteca. El señor Jacques Gilard, docente de la Universidad de Toulouse (Francia), y apasionado por la lectura de García Márquez, empezó a registrar libro por libro, hoja por hoja, y a sacar todo lo que fuera u oliera a Gabito.
“Estuvo varios días copiando y copiando, lo que causó mi extrañeza, ya que en mis cuentas no había tanto material guardado en mis estantes. Años más tarde me confesó que también estaba copiando las columnas de Álvaro, En el margen de la ruta, por recomendación de García Márquez”.
“Si quieren una biografía de Álvaro Cepeda Samudio deben leer el prólogo de Jacques Gilard”, aconseja. “En el periódico El Nacional, que fundó Julián Devis Echandía, tenía Álvaro una columna que bautizó ‘En el margen de la ruta’ y que nunca quiso cambiar por ‘Al margen de la ruta’, como más tarde le aconsejábamos todos”, cuenta de su lado Alfonso Fuenmayor.
Los textos de Álvaro Cepeda Samudio no son lo que se conoce como “editoriales”. Muchos son verdaderos cuentos, experimentos narrativos, como por ejemplo el ya citado Alucinaciones o ese titulado Esbozo de un cuadro para nuestro mercado, donde imagina el combate diario entre el ruido y el silencio. El joven escritor buscaba otras maneras de contar historias. Como lo demuestra en El Nacional, en la ya citada columna de 1953: “De parques, de cometas”. Luego la asombrosa columna “Ciénaga”, donde no parece que escribiera, sino que filmara las primeras escenas de la película que conoceríamos como La langosta azul, un experimento cuya fuerza simbólica la ha llevado a todos los festivales internacionales de surrealismo.
* Colaborador de El Espectador, fue corresponsal en París y es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores).