Alberto Granja, el arte de dejarse llevar
Subachoque, en Cundinamarca, es el escenario para la nueva exhibición del artista colombiano Alberto Granja. La Galería - Salón de Arte Jeymarte acogió las obras de Granja desde el 4 de diciembre en una muestra que comunica valor personal y simbólico. El artista cuenta que “Ojos ocultos, palabras silenciosas” lleva años en proceso, el objetivo de la curaduría era relacionar su obra con la región.
Andrea Jaramillo Caro
“Yo me quedé pensando que de pronto querían que pintara paisajes de la región o algo así es lo que esperaban de la obra, pero resulta que yo desde niño he ido a esa zona, a Subachoque y más adelante a La Pradera. Lo primero que me sorprendió era que en el parque de Subachoque hay una biblioteca y yo dije: ‘Aquí hay algo diferente al resto de los lugares’; eso me dio una sensación de un vínculo con la región y por eso digo que empezó desde que era niño. Ahora culmina ese ciclo y se hila con ese pasado”.
Entre los colores y las pinceladas en sus obras se distinguen figuras femeninas y masculinas entre fondos con movimiento. Los paisajes también están presentes en la exhibición. Granja le da un significado adicional a este concepto, pues, “desde mi forma de ver, los paisajes no son solo las plantas y la naturaleza. También son las situaciones humanas y las percepciones que uno tiene”. Uno de los elementos que marca esta muestra es un lugar de la región donde el artista afirma haberse sentido libre por primera vez y de ese sentimiento desembocaron varios de los temas que busca comunicar con su obra.
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El estilo característico de Granja se fue forjando con los años que le ha dedicado a su oficio. A pesar de que su obra muestra figuras humanas que en ocasiones pueden ser interpretadas como retratos, lo que es más importante para el artista es aquello que los rodea, “ese entorno que a veces es abstracto, como las situaciones que les pasan a las personas. Entonces se fue configurando poco a poco, en la medida en que fui desarrollando mi obra y muchas veces se parte de lo abstracto y aparecen estos seres. Se revelan estos seres, como radiografías y yo los dejo surgir”, cuenta.
Pero junto con los seres que aparecen en sus pinturas, también resaltan los colores que usa, los cuales afirma debérselos a Panamá. “Estando aquí en Bogotá uno mira mucho en grises, negro, blanco, azules... Uno está más apegado a colores sobrios en función del tono, no del color”. A Panamá se refiere por una exhibición que lo invitaron a hacer en el Museo de Arte Contemporáneo para la que le aconsejaron utilizar más colores, al ser lo que más vende. “Al principio me molestó porque creo que eso interfiere con el proceso artístico, pero también me cuestionó. Empecé a ver la naturaleza, las plantas, las flores, el calor y de pronto fue como una visión mágica porque el color explotó. Fue maravilloso, estaba en las flores, en el azul del mar, en la sonrisa de la gente, en el movimiento, en la ropa, era distinto. Entonces ahí descubrí el color y quedó impregnado en mí”.
Una de las obras que Granja destaca de su exhibición se titula Don Pedro. Fue inspirada por un campesino que el artista conoció en Cundinamarca y la realizó a partir de tierras minerales de Tinjacá. Los colores que utilizó distan de la gama vibrante que le proporcionó el país vecino y se acercan más a colores terrosos, “son colores un poco de bajo tono y tiene dos sentidos. Ese color está hecho con tierras minerales de Tinjacá que yo preparé, esos son los colores de la gente muchas veces del campo. Que están como curados por el sol, sus manos tienen tierra y yo creo que hay que hay que hacerle honor”. En este tipo de obras, Alberto Granja considera que los colores opacos son necesarios para retratar a los campesinos que muestra, sin embargo, su predilección por colores vibrantes se quedó con él, pues afirma que le brindan alegría.
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“Yo creo que los cuadros tienen una razón de existencia y en mi caso son los personajes”. De hecho, esos personajes que deja surgir en sus obras son los mismos a los que los espectadores les dan uno o varios nombres y que Granja considera que acompañan a la gente. “Yo creo que los cuadros tienen una función importante. Una vez mandé una exposición que se hizo en Barcelona y a la curadora que la recibió le envié una carta en la que le contaba sobre las obras. Yo no había ido a Europa y le conté que por eso las figuras tenían sombras en los ojos y que de alguna u otra manera iban a ver lo que yo no había podido ver, ahí estaba también mi presencia y en algún momento los cuadros me iban a susurrar quién había estado ahí, quién había interactuado con ellos, ahí va mi obra que va a ver lo que yo no había podido ver”.
Granja permite que la audiencia se relaciones con su obra de una forma muy libre y que se sorprendan con lo que ven en ellas. Precisamente de estas interpretaciones y relaciones que crean los cuadros del artista es que salió el nombre de la exhibición, “Ojos ocultos, palabras silenciosas”. De acuerdo con Granja, la muestra iba a recibir otro nombre, sin embargo, gracias a la interpretación de la curadora y su relación con la obra surgió el nombre que hoy recibe, y que está compuesta en su mayoría por obras nuevas y algunas realizadas antes de la pandemia.
Una de sus obras, la más antigua de la exhibición, surge de un evento que marcó su vida, cuando un infarto lo llevó a crear una pintura a partir de lo que él llama un encuentro con la muerte que lo hizo replantearse ciertas cosas en su vida. “A los cuatro días de haber salido, que yo no podía realizar ninguna actividad ni nada, si yo no pintaba ahí sí se explotaba el corazón, hice un cuadro que es de un formato grande y ahí se resume mi vida que fue planteada en ese evento”, recuerda sobre este suceso y cuenta que aunque casi toda su obra se encuentra en el extranjero, este cuadro permanece con él, ya que forma parte de su “renacer y proceso de recuperación”.
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Para plasmar su vida en esta obra de gran formato, Granja partió de su percepción de pequeños fragmentos como aquellos que componen la vida de una persona, “yo creo que uno vive y muere en cada fragmento, uno vive y muere cada día, cada semana, cada año y va cambiando. Sin embargo, ahí aparecen fragmentos de mi vida, la niñez con ciertos elementos como canicas de cristal muy figurativas, aparece un trompo con el cual se jugaba. Aparecen el acercamiento al cuerpo humano, la mirada de las personas observando un paisaje. Entonces son fragmentos que muestran diferentes etapas de mi vida que se unen a través de composiciones muy geométricas”.
Entre pintar fragmentos de su vida e involucrar a la comunidad en el arte, Alberto Granja prefiere no tener ningún pensamiento en la cabeza al enfrentarse al lienzo. “Es más, dejo de existir cuando siento que estoy compenetrado con mi cuadro, es como si se apagaran las luces de mis ojos y estuviera siendo simplemente parte del cuadro”.
“Yo me quedé pensando que de pronto querían que pintara paisajes de la región o algo así es lo que esperaban de la obra, pero resulta que yo desde niño he ido a esa zona, a Subachoque y más adelante a La Pradera. Lo primero que me sorprendió era que en el parque de Subachoque hay una biblioteca y yo dije: ‘Aquí hay algo diferente al resto de los lugares’; eso me dio una sensación de un vínculo con la región y por eso digo que empezó desde que era niño. Ahora culmina ese ciclo y se hila con ese pasado”.
Entre los colores y las pinceladas en sus obras se distinguen figuras femeninas y masculinas entre fondos con movimiento. Los paisajes también están presentes en la exhibición. Granja le da un significado adicional a este concepto, pues, “desde mi forma de ver, los paisajes no son solo las plantas y la naturaleza. También son las situaciones humanas y las percepciones que uno tiene”. Uno de los elementos que marca esta muestra es un lugar de la región donde el artista afirma haberse sentido libre por primera vez y de ese sentimiento desembocaron varios de los temas que busca comunicar con su obra.
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El estilo característico de Granja se fue forjando con los años que le ha dedicado a su oficio. A pesar de que su obra muestra figuras humanas que en ocasiones pueden ser interpretadas como retratos, lo que es más importante para el artista es aquello que los rodea, “ese entorno que a veces es abstracto, como las situaciones que les pasan a las personas. Entonces se fue configurando poco a poco, en la medida en que fui desarrollando mi obra y muchas veces se parte de lo abstracto y aparecen estos seres. Se revelan estos seres, como radiografías y yo los dejo surgir”, cuenta.
Pero junto con los seres que aparecen en sus pinturas, también resaltan los colores que usa, los cuales afirma debérselos a Panamá. “Estando aquí en Bogotá uno mira mucho en grises, negro, blanco, azules... Uno está más apegado a colores sobrios en función del tono, no del color”. A Panamá se refiere por una exhibición que lo invitaron a hacer en el Museo de Arte Contemporáneo para la que le aconsejaron utilizar más colores, al ser lo que más vende. “Al principio me molestó porque creo que eso interfiere con el proceso artístico, pero también me cuestionó. Empecé a ver la naturaleza, las plantas, las flores, el calor y de pronto fue como una visión mágica porque el color explotó. Fue maravilloso, estaba en las flores, en el azul del mar, en la sonrisa de la gente, en el movimiento, en la ropa, era distinto. Entonces ahí descubrí el color y quedó impregnado en mí”.
Una de las obras que Granja destaca de su exhibición se titula Don Pedro. Fue inspirada por un campesino que el artista conoció en Cundinamarca y la realizó a partir de tierras minerales de Tinjacá. Los colores que utilizó distan de la gama vibrante que le proporcionó el país vecino y se acercan más a colores terrosos, “son colores un poco de bajo tono y tiene dos sentidos. Ese color está hecho con tierras minerales de Tinjacá que yo preparé, esos son los colores de la gente muchas veces del campo. Que están como curados por el sol, sus manos tienen tierra y yo creo que hay que hay que hacerle honor”. En este tipo de obras, Alberto Granja considera que los colores opacos son necesarios para retratar a los campesinos que muestra, sin embargo, su predilección por colores vibrantes se quedó con él, pues afirma que le brindan alegría.
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“Yo creo que los cuadros tienen una razón de existencia y en mi caso son los personajes”. De hecho, esos personajes que deja surgir en sus obras son los mismos a los que los espectadores les dan uno o varios nombres y que Granja considera que acompañan a la gente. “Yo creo que los cuadros tienen una función importante. Una vez mandé una exposición que se hizo en Barcelona y a la curadora que la recibió le envié una carta en la que le contaba sobre las obras. Yo no había ido a Europa y le conté que por eso las figuras tenían sombras en los ojos y que de alguna u otra manera iban a ver lo que yo no había podido ver, ahí estaba también mi presencia y en algún momento los cuadros me iban a susurrar quién había estado ahí, quién había interactuado con ellos, ahí va mi obra que va a ver lo que yo no había podido ver”.
Granja permite que la audiencia se relaciones con su obra de una forma muy libre y que se sorprendan con lo que ven en ellas. Precisamente de estas interpretaciones y relaciones que crean los cuadros del artista es que salió el nombre de la exhibición, “Ojos ocultos, palabras silenciosas”. De acuerdo con Granja, la muestra iba a recibir otro nombre, sin embargo, gracias a la interpretación de la curadora y su relación con la obra surgió el nombre que hoy recibe, y que está compuesta en su mayoría por obras nuevas y algunas realizadas antes de la pandemia.
Una de sus obras, la más antigua de la exhibición, surge de un evento que marcó su vida, cuando un infarto lo llevó a crear una pintura a partir de lo que él llama un encuentro con la muerte que lo hizo replantearse ciertas cosas en su vida. “A los cuatro días de haber salido, que yo no podía realizar ninguna actividad ni nada, si yo no pintaba ahí sí se explotaba el corazón, hice un cuadro que es de un formato grande y ahí se resume mi vida que fue planteada en ese evento”, recuerda sobre este suceso y cuenta que aunque casi toda su obra se encuentra en el extranjero, este cuadro permanece con él, ya que forma parte de su “renacer y proceso de recuperación”.
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Entre pintar fragmentos de su vida e involucrar a la comunidad en el arte, Alberto Granja prefiere no tener ningún pensamiento en la cabeza al enfrentarse al lienzo. “Es más, dejo de existir cuando siento que estoy compenetrado con mi cuadro, es como si se apagaran las luces de mis ojos y estuviera siendo simplemente parte del cuadro”.