Alejandra Borrero: “Siempre he visto la vida con mucha irreverencia”
En medio de un imposible, como define dedicarse al arte en un país como Colombia, y reconociendo que los medios están completamente reducidos para los artistas, Alejandra Borrero alaba la resistencia y la creatividad de sus colegas, y critica, con vehemencia, la postura de la oficialidad frente al mundo cultural. Borrero concluye que hasta que la cultura sea prioritaria, Colombia seguirá siendo un país sumido en la violencia.
María José Noriega Ramírez
Desde niña, Alejandra Borrero ha respirado y vivido el arte. Con un padre dedicado a las artes plásticas y unos tíos que, aunque médicos y odontólogos, se dedicaron al teatro, no conoce un idioma diferente. Su norte ha estado siempre ligado al universo de la cultura, desde que participaba en obras de teatro en su colegio, pasando por la formación profesional en actuación en la Universidad del Valle, hasta las casi cuatro décadas que lleva en el oficio (en el cine, las tablas y la televisión) replicando su lengua materna, esa que toca las fibras de cualquier ser humano, esa que permite hablar de lo que sea, hasta de lo que incomoda y se trata de callar, para generar transformaciones sociales. No en vano, sin vacilación, afirma: “Yo nací artista”.
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Carlos Mayolo y Enrique Buenaventura fueron sus maestros. La irreverencia y la genialidad del primero así como el trabajo colectivo y democrático del segundo (en el que todos aportan, pues cada quien tiene su espíritu creador), conocido como la técnica del teatro colectivo, rigen sus pasos. Con el Grupo de Cali, ese parche de amigos con los que en medio de la fiesta aprendió a actuar, vivir y amar, de la mano, por ejemplo, de Sandro Romero y Karen Lamassonne, creció como persona y artista. “Eso siempre ha estado dentro de mí. Siempre he visto la vida con mucha irreverencia. Por alguna razón, he irrespetado los estamentos. Soy una rebelde sin causa y vivo metida en esta maraña que es nuestra cultura y nuestra sociedad”.
Considerando el arte como una herramienta de transformación social y personal, y como un espacio para trabajar sobre los temas que le preocupan, optó por dedicar su quehacer artístico a la lucha colectiva en contra de la violencia contra las mujeres. Así nació el Festival Ni con el Pétalo de una Rosa, un espacio de resistencia frente a una problemática social que la abrumó por las cifras y el desconocimiento sobre el tema, pues difícilmente se habla de él. A sus oídos han llegado las propuestas de explorar el camino político, de lanzarse a ser congresista, pero su respuesta, luego de haber viajado por Colombia, haber recorrido varias regiones del país, pasando por Sincelejo, el Chocó, San Andrés y Leticia, ha sido la misma: “El arte es la herramienta más maravillosa, porque siempre tiene un lugar en la vida de la gente. Cuando haces un producto artístico del dolor que has vivido, sientes que puedes producir algo hermoso. Para mí, el poder restaurativo del arte es central”. El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se ha convertido en la oportunidad para mostrar ese trabajo realizado a lo largo y ancho del país. En ediciones pasadas del festival, por ejemplo, se han realizado obras de teatro, flashmobs, conciertos, microteatro, ciclovía por las mujeres, conversatorios, talleres y ecoyoga, permitiendo “que mucha gente se toque con el tema, siendo algo de lo que no a muchos les gusta hablar”. El arte blinda a las personas y permite discutir alrededor de aquello que se considera prohibido, de lo que muchas veces termina poniendo en riesgo la vida de quienes se atreven a dar un paso al frente, porque el arte, según Borrero, llega al corazón, no a la razón.
“No sabemos cómo seguimos sobreviviendo los artistas en Colombia”, es una frase que le escuché decir, no hace mucho, en una entrevista por City TV. Y es que a pesar de las reiteradas veces en las que el sector artístico ha recalcado la centralidad de la cultura en la vida de los seres humanos, los gestores y artistas han argumentado también su marginación. En medio de un imposible, como define dedicarse al arte en un país como Colombia, y reconociendo que los medios están completamente reducidos para los artistas, Borrero alaba la resistencia y la creatividad de sus colegas, y critica, con vehemencia, la postura de la oficialidad frente al mundo cultural. “Colombia siempre está en una situación delicada, siempre estamos angustiados, en zozobra, y necesitamos un cambio de políticas”. Recalcando que en este momento los artistas están en precariedad total, pasando incluso hambre, y que las artes necesitan una proyección a largo plazo, Borrero concluye que hasta que la cultura sea prioritaria, Colombia seguirá siendo un país sumido en la violencia.
Con la convicción de que el arte es la solución ante todas las ausencias, Borrero concibe la cultura como transversal a la forma en la que nos relacionamos como seres humanos. “El arte da fe de lo que pasa en un país. La cultura es respetar al otro, es saber que mi libertad termina donde empieza la del otro, y eso en Colombia no lo tenemos claro”. Por eso Borrero recuerda a Antanas Mockus y su apuesta por la cultura ciudadana, porque “la cultura es nuestro día a día y el arte expresa una necesidad”. Concibiendo que detrás de toda crisis hay posibilidades infinitas de creación, pues, además de los momentos duros, el arte también se ha encargado de narrar lo bonito de la vida, y reconociendo que, aunque todo parece estar dicho, aún quedan por explorar nuevas formas de aproximarse a lo humano, Alejandra Borrero sigue escribiendo y trabajando por las mujeres colombianas, y aspira a que, en un tiempo no muy lejano, pueda ver que el público entre de nuevo a Casa E.
Desde niña, Alejandra Borrero ha respirado y vivido el arte. Con un padre dedicado a las artes plásticas y unos tíos que, aunque médicos y odontólogos, se dedicaron al teatro, no conoce un idioma diferente. Su norte ha estado siempre ligado al universo de la cultura, desde que participaba en obras de teatro en su colegio, pasando por la formación profesional en actuación en la Universidad del Valle, hasta las casi cuatro décadas que lleva en el oficio (en el cine, las tablas y la televisión) replicando su lengua materna, esa que toca las fibras de cualquier ser humano, esa que permite hablar de lo que sea, hasta de lo que incomoda y se trata de callar, para generar transformaciones sociales. No en vano, sin vacilación, afirma: “Yo nací artista”.
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Carlos Mayolo y Enrique Buenaventura fueron sus maestros. La irreverencia y la genialidad del primero así como el trabajo colectivo y democrático del segundo (en el que todos aportan, pues cada quien tiene su espíritu creador), conocido como la técnica del teatro colectivo, rigen sus pasos. Con el Grupo de Cali, ese parche de amigos con los que en medio de la fiesta aprendió a actuar, vivir y amar, de la mano, por ejemplo, de Sandro Romero y Karen Lamassonne, creció como persona y artista. “Eso siempre ha estado dentro de mí. Siempre he visto la vida con mucha irreverencia. Por alguna razón, he irrespetado los estamentos. Soy una rebelde sin causa y vivo metida en esta maraña que es nuestra cultura y nuestra sociedad”.
Considerando el arte como una herramienta de transformación social y personal, y como un espacio para trabajar sobre los temas que le preocupan, optó por dedicar su quehacer artístico a la lucha colectiva en contra de la violencia contra las mujeres. Así nació el Festival Ni con el Pétalo de una Rosa, un espacio de resistencia frente a una problemática social que la abrumó por las cifras y el desconocimiento sobre el tema, pues difícilmente se habla de él. A sus oídos han llegado las propuestas de explorar el camino político, de lanzarse a ser congresista, pero su respuesta, luego de haber viajado por Colombia, haber recorrido varias regiones del país, pasando por Sincelejo, el Chocó, San Andrés y Leticia, ha sido la misma: “El arte es la herramienta más maravillosa, porque siempre tiene un lugar en la vida de la gente. Cuando haces un producto artístico del dolor que has vivido, sientes que puedes producir algo hermoso. Para mí, el poder restaurativo del arte es central”. El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se ha convertido en la oportunidad para mostrar ese trabajo realizado a lo largo y ancho del país. En ediciones pasadas del festival, por ejemplo, se han realizado obras de teatro, flashmobs, conciertos, microteatro, ciclovía por las mujeres, conversatorios, talleres y ecoyoga, permitiendo “que mucha gente se toque con el tema, siendo algo de lo que no a muchos les gusta hablar”. El arte blinda a las personas y permite discutir alrededor de aquello que se considera prohibido, de lo que muchas veces termina poniendo en riesgo la vida de quienes se atreven a dar un paso al frente, porque el arte, según Borrero, llega al corazón, no a la razón.
“No sabemos cómo seguimos sobreviviendo los artistas en Colombia”, es una frase que le escuché decir, no hace mucho, en una entrevista por City TV. Y es que a pesar de las reiteradas veces en las que el sector artístico ha recalcado la centralidad de la cultura en la vida de los seres humanos, los gestores y artistas han argumentado también su marginación. En medio de un imposible, como define dedicarse al arte en un país como Colombia, y reconociendo que los medios están completamente reducidos para los artistas, Borrero alaba la resistencia y la creatividad de sus colegas, y critica, con vehemencia, la postura de la oficialidad frente al mundo cultural. “Colombia siempre está en una situación delicada, siempre estamos angustiados, en zozobra, y necesitamos un cambio de políticas”. Recalcando que en este momento los artistas están en precariedad total, pasando incluso hambre, y que las artes necesitan una proyección a largo plazo, Borrero concluye que hasta que la cultura sea prioritaria, Colombia seguirá siendo un país sumido en la violencia.
Con la convicción de que el arte es la solución ante todas las ausencias, Borrero concibe la cultura como transversal a la forma en la que nos relacionamos como seres humanos. “El arte da fe de lo que pasa en un país. La cultura es respetar al otro, es saber que mi libertad termina donde empieza la del otro, y eso en Colombia no lo tenemos claro”. Por eso Borrero recuerda a Antanas Mockus y su apuesta por la cultura ciudadana, porque “la cultura es nuestro día a día y el arte expresa una necesidad”. Concibiendo que detrás de toda crisis hay posibilidades infinitas de creación, pues, además de los momentos duros, el arte también se ha encargado de narrar lo bonito de la vida, y reconociendo que, aunque todo parece estar dicho, aún quedan por explorar nuevas formas de aproximarse a lo humano, Alejandra Borrero sigue escribiendo y trabajando por las mujeres colombianas, y aspira a que, en un tiempo no muy lejano, pueda ver que el público entre de nuevo a Casa E.