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Alejandro Manfredonio: “La naturaleza es mi punto de conexión espiritual”

En esta entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con Alejandro Manfredonio, hotelero.

Isabel López Giraldo
31 de agosto de 2022 - 09:25 p. m.
Alejandro Manfredonio quiere algún día emprender su propio negocio en la industria hotelera.
Alejandro Manfredonio quiere algún día emprender su propio negocio en la industria hotelera.
Foto: Cortesía: Isabel López Giraldo
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Soy una persona apasionada por los deportes marítimos extremos, lo que me ha marcado desde muy pequeño. Me encanta el mar; es mi elemento, la naturaleza es mi punto de conexión espiritual, mi medio de llenarme de energía. Me reto aprendiendo cosas difíciles que obligan a crear disciplinas y a vencer la frustración que se vive en el proceso.

Orígenes

Vincenzo Manfredonio, mi abuelo paterno, fue un italiano que en la década de los cuarenta migró a Venezuela, donde conoció a mi abuela, con quien tuvo cuatro hijos. No tuve la fortuna de conocerlo, pues murió a comienzos de los ochenta cuando regresó de Italia a visitar a su familia. Durante el viaje enfermó de cáncer debido a su afición al cigarrillo. Se trató de un hombre trabajador, disciplinado, alegre, lleno de esperanza.

Antonia Marval, mi abuela —quien era de Cumaná, pueblo al oriente de Venezuela, fue el ser más noble del mundo. Puso como prioridad a sus hijos, a su familia. Su razón de ser fue consentir a los otros, acoger desde la mesa, y se especializó en repostería de forma magistral. Vivió como viuda por casi treinta años en Isla Margarita, así que mis más grandes recuerdos están allí con ella.

Antonio Manfredonio, mi papá, es un hombre disciplinado, trabajador, gran vendedor, un hotelero que con su ejemplo influyó en mi decisión profesional. Conoció a mi mamá, Sandy Confaloniere, en la década del ochenta cuando trabajaban para Templex, empresa fabricante de vidrios.

Mi mamá es una mujer magnífica, noble, amorosa, alguien que no ha tenido una vida fácil, es una guerrera. Mi abuela murió al momento de dar a luz a mi mamá en 1955, de inmediato mi abuelo la asumió, aislándola de la familia de su madre, por lo mismo no conocemos esas raíces. Por diez años vivió en un internado, lo que la marcó en su formación.

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Casa materna

Mis papás se separaron cuando yo era muy niño. De mi papá tengo dos hermanos, de quienes soy muy cercano. Fui criado por mi mamá, de quien soy hijo único. Mi mamá se esforzó en mi educación, me brindó todas las herramientas para hacer de mí una persona correcta. Recuerdo que me decía que debía dirigirme de “usted” a mis familiares. Me enseñó modales, me brindó la mejor educación y me ha apoyado en mis decisiones. Es una mujer muy cariñosa a quien le agradezco todo su acompañamiento y su esfuerzo por sacarme adelante.

Academia

Estudié mi primaria en parte en Caracas, pero la distancia de mi casa hizo que mi mamá reconsiderara y me matriculara en el colegio Belagua, que quedaba en la ciudad donde vivía. Ahí estudié hasta noveno grado, pues me fui a vivir con mi papá a Costa Rica. Esto fue así ante la llegada de Hugo Chávez al poder, cuando mi mamá le pidió a mi papá que me llevara con él.

Fui muy tímido durante el tiempo en que viví en Venezuela, si bien hice amigos surfistas, que conservo, no fui precisamente un joven popular. Esto cambió cuando interactué con mis nuevos amigos del colegio americano de la ciudad de San José: Mary High School.

Siempre me gustaron las matemáticas, la historia y la biología. Mis padres me animaron a estudiar ingeniería de sistemas al considerarla la carrera del futuro, y porque conocían la herramienta SAP, pero a mí no me gustó nunca. Igual, por atenderlos, me presenté a una universidad sin superar las pruebas.

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Regresé a Venezuela, en donde decidí quedarme dada la emoción tan grande de volver a casa de mi madre. Esta decisión me brindó estabilidad, pues mi papá viajaba con frecuencia, precisamente al poco tiempo se mudó a Río y mientras mis hermanos surtieron todo el proceso del cambio, yo me dediqué a mi carrera en Administración.

Llegó un momento en que mis padres me dijeron que su apoyo económico se suspendía, por lo menos para fiestas y paseos. Así fue como decidí comenzar a trabajar y quise hacerlo en una empresa trasnacional.

Nunca dejé de surfear. Me había dejado crecer el pelo y mi piel permanecía bronceada, lo que me sacó de un proceso de selección, pues consideraron que no estaba preparado para asumir una responsabilidad de esa magnitud. Fue cuando decidí cortar mi pelo, lo que me significó un sacrificio enorme, pero me permitió acceder a un cargo en el sector hotelero.

Carrera profesional

Inicié en la recepción del Hotel Ávila, que quedaba en la casa que había sido de Nelson Rockefeller en los años 30 del siglo anterior. Recuerdo que el ascensor del hotel se asemejaba al del Titanic, de rejas con palanca. Hice escuela, aprendí de lo que se quiera: fui botones, telefonista, revisé los minibares de las habitaciones y las cuentas por cobrar. Después de nueve meses, cuando tenía diecinueve años, me dieron la oportunidad de reemplazar a mi jefe durante sus vacaciones, descubrí nuevos temas que me apasionaron y a los que me quise dedicar.

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Luego busqué un hotel de cadena, quise construir mi propio nombre y no crecer bajo la sombrilla de mi papá, quien ya contaba con muy buena reputación en el sector. Me contrató el InterContinental Tamanaco, empresa en la que llevo más de doce años y en la que he logrado que mi trabajo hable por mí.

En el 2014, cuando ocupaba el cargo de asistente del director de operaciones regional para Venezuela, Colombia y Ecuador, vine a Cartagena a abrir el hotel que estaba próximo a inaugurarse. Llegué en calidad de gerente de recepción, después de presentar una primera entrevista por teléfono, pues no se contaba con Zoom. Cumplía con el perfil para el cargo y tenía toda la experiencia.

En Colombia he conocido gente maravillosa, he logrado cumplir metas profesionales importantes, me he sentido muy cómodo. Quisiera algún día emprender mi propio negocio en la industria hotelera, para esto no tengo un tiempo establecido, pero sé que es un miedo que debo superar y que debo arriesgarme.

Pareja

Hace seis años conocí en Cartagena a mi pareja, Andrea Molina, una bogotana con quien comparto mi afición por los deportes extremos, con quien he viajado persiguiendo el viento y disfrutando los atardeceres en destinos maravillosos.

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Andrea es un ser maravilloso, de un aura impresionante, gran energía, es genuina, amigable, y me ha ayudado a crecer como persona y a vencer mis miedos. Ahora tenemos dos mascotas, una de ellas fue rescatada de una fundación cerca a Turbaco. Mi conexión con este labrador fue un proceso difícil, pues sufrió maltrato, pero nos lo hemos sabido ganar.

Por Isabel López Giraldo

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