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Alejo Carpentier y el realismo mágico

En “El reino de este mundo”, Alejo Carpentier describe una escena que bordea lo ridículo y naturalmente desata la leve sonrisa del lector: en Haití se lleva a cabo la representación de una ópera, donde varias voces cantan en forma simultánea, provocando el desconcierto de la audiencia y, en especial, de una humilde negrita que no sabe para dónde coger, escena que aún es usual en América Latina, como cualquiera de nosotros lo puede confirmar.

Jorge Emilio Sierra Montoya
05 de enero de 2025 - 04:52 p. m.
Alejo Carpentier propuso el concepto de lo "real maravilloso" en el prólogo de su novela "El reino de este mundo". Esta idea inspiraría la creación del realismo mágico en Latinoamérica.
Alejo Carpentier propuso el concepto de lo "real maravilloso" en el prólogo de su novela "El reino de este mundo". Esta idea inspiraría la creación del realismo mágico en Latinoamérica.
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Se trata de ridiculizar la situación, claro está. O de hacer humor, que es esencial (para decirlo en lenguaje filosófico) al espíritu latinoamericano. Pero, también se puede concluir de ahí que esa negrita, quien de alguna manera representa a las mayorías populares de nuestros pueblos, no puede disfrutar las principales manifestaciones del arte europeo, o del llamado arte universal, por falta de educación, de cultura, o “por naturaleza”, como si las personas de color no tuvieran oído para escuchar la buena música, ni actuaran correctamente al fastidiarse con cantos que no les pertenecen ni forman parte de sus gustos musicales, recibidos por tradición.

Así las cosas, lo dicho por Carpentier (quien vivió algún tiempo en Francia) conduce por otra vía, ya no en el plano literario sino en el filosófico y político, a negarnos la capacidad de hacer filosofía en Latinoamérica e incluso —para recordar la controvertida tesis de Hegel— la capacidad de pensar, de tener madurez intelectual, sobre todo por causas históricas, lejos de alcanzar el conocimiento obtenido tras muchos siglos por los pueblos más avanzados del planeta, liderados por Alemania.

Por cierto, esos supuestos sentaron las bases de la teoría nazi-fascista, pues las naciones sin tal capacidad, sin su cultura, sin su tradición, estarían condenadas a ser sometidas al servilismo, la esclavitud y la obediencia, según ideas que se remontan a Fichte, Nietzsche, Spengler y Pareto, hasta desembocar nada menos que en la Segunda Guerra Mundial.

Carpentier, sin embargo, no llega a tales conclusiones. ¡Ni más faltaba que lo hiciera! Simplemente, muestra la realidad que le rodea, la acepta y la valora; por momentos parece que ridiculiza más bien a la ópera europea, y a fin de cuentas descubre lo real maravilloso que es América Latina, a diferencia del viejo continente, de la muy desgastada cultura occidental a la que también pertenecemos.

Es preciso recordar, a propósito, que ahí está el gran hallazgo de Carpentier, quien nos explica, en el prólogo a aquella novela, cómo, luego de compartir él los enormes esfuerzos de los surrealistas franceses por torcerle el pescuezo a la razón, encontró que en su amada Cuba se vive en medio de la fantasía, de la imaginación desbordante, de las circunstancias más absurdas, o sea, de lo que terminó identificándose como realismo mágico en la literatura latinoamericana, cuyo máximo exponente no es otro que nuestro Nobel: Gabriel García Márquez.

Pero, ¡vaya paradoja! Quienes han actuado en esta forma, los escritores que se han lanzado, sin la visión europeizante, a descubrir o redescubrir la fantástica dimensión de América Latina, han sido los únicos en superar los estrechos límites parroquiales y lograr el anhelado reconocimiento universal y, por ende, la universalidad que antes nos negaban por principio, siendo exclusiva de las manifestaciones culturales de España, Francia, Alemania, Inglaterra e Italia, cuando no de Estados Unidos.

Basta mencionar que Michel Foucault, en “Las palabras y las cosas”, inicia sus reflexiones con base en un cuento de Borges, otro autor latinoamericano que, a pesar de no pertenecer a la generación que venimos comentando (es el más europeo de nuestros escritores, se ha dicho), comenzó su vida literaria con “Fervor de Buenos Aires”, muy dentro de la línea localista, pero universal, que alcanzaron su máxima expresión en las novelas “Cien años de soledad” y “Pedro Páramo”, cuyas recientes versiones cinematográficas están cautivando al mundo con su realismo mágico, nacido en lo real maravilloso descrito también por Carpentier.

Por Jorge Emilio Sierra Montoya

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