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Alekos, la pulga y el barco sobrio

Una reseña sobre “La pulga y el barco”, de Alekos, el cuentacuentos.

Iván Darío Álvarez Escobar
24 de junio de 2022 - 08:14 p. m.
Alexis Forero Valderrama, conocido como Alekos, es un cuentacuentos colombiano.
Alexis Forero Valderrama, conocido como Alekos, es un cuentacuentos colombiano.
Foto: Cortesía
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Quienes conocemos a Alekos, bien hemos podido darnos cuenta de la pluralidad de sus gustos estéticos y su versátil condición de hacedor artístico. Resume y resuenan en él su pincel de arco iris, su cantarina voz de pájaro coplero y tiplero, más su pluma melódica de histriónico cuentacuentos.

Es un oficiante lúdico e inquieto de sonrisa trashumante. Rima y rema, en un mar de dulce de leche donde su fantasía estalla en una danza de colores. Es imposible naufragar en las aguas movedizas de la tristeza y la desesperanza, en compañía de su incansable navegar.

En él, las palabras trinan, juguetean y brillan, en un atractivo abanico de imágenes.

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Su oralidad no escatima recursos, sabe cómo hilar el cantar, pintar o contar.

En “La pulga y el barco”, con ilustraciones de Claudia Navarro, ese duende jovial apodado Alekos logra con su aliento que el bichito de la pulga nos pique la imaginación y que, su nave sobria y a toda vela, recorra su soleado paisaje.

Alekos trasluce asombros como los niños y sus bichos curiosos. Sus dos burritos inteligentes y fiesteros pastan alucinados en el jardín de las flores, y la música de sus caballitos del Diablo, perfuman los bosques como enjambres de fantasmas alados y como criaturas silenciosas que abanican el viaje del aire.

A él le encantan las orquestas de los pájaros, los caballos con cascos de viento, torpes iguanas ecuatorianas, bichos enrarecidos y espantosos, asambleas parleras de animales que junto al sirirí, hacen un extraño dúo, el pájaro-gata y la garra-pata. Es que él sabe cómo sus personajes acarician con los dedos y con los colores, gracias a su poesía.

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Es un duende perdido que se extravía buscando niños que no se han dormido. Alekos el pintasueños sabe que los sueños de los niños son de cristal. Su canto se inspira en la voz del viento, en bambuquitos loquitos que cantan a las estrellas. En tiernas y diminutas lágrimas de duendecillos y montañas de corazones de maíz.

Es la garza que posa junto a la clave de sol. Es agua dulce como el río Pance cuyo cuerpo sabe a piel de miel, el cambia y cambea como el anarcoiris y la sonrisa desatada de su tropilla de dientes. Es saltarín como el duendecito rojinegro que pica y pica como piri piri y nunca sabremos cuántos años tiene su caracola, así como nunca nos cansaremos de preguntarle a la medusa, al coral o al caballito de mar.

El alocado Alekos y sus eternos muñecos, es tan enigmático como sus alebrijes. Y es que es inútil definir lo indefinible.

Nunca es tarde para las sombras, si jugamos a los asombros, así como se corre una teja en una oreja, que es como ver una viga en una miga o un jabalí con pedigree.

Y ahí no termina la cosa con su juglaría jocosa que se empecina en juglar, porque en el baile de las cuerdas no todas son cuerdas. En su imaginación deambula el pez rojo, brincan conejos y extraños felinos que saltan más que su pelota de letras, y revolotea como la mariposa que le lee su pensamiento.

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Su velerito no para de navegar, viaja a su antojo cuando el viento sopla y cuando deja de soplar. Cabalga caballito de palo y nadie se ha enterado cómo se pudo enfermar o cómo se pudo curar.

La vida pedalea sin cesar en su maravillosa bicirumba. La felicidad está en los pies. El monito de Yanchama viaja sin retorno, sin hilo que lo guíe o lo lleve a una salida.

Alekos el guerrero duerme de pie como los valientes, es un héroe de escudo y espada que apaga fuegos que superan su tamaño. Nunca erró como un perro y de un jalón, se volvió ratón, sin ton ni son, porque todas las cosas son como no son. Como por arte de magia y birlibirloque, todo lo que toqué se vuelve camaleón.

Por las mil barbas de las palabras de Barrabás, ya no se diga más, porque unas son palabrujas altisonantes, disonantes o enredadas como un tricornio y chistosas como un pimpollo chiflamicas. Y si no hay disparate que remate, el firme muy bien afirma, qué tonta sería la vida sin los juegos de palabras.

Abracadabra dice y desdice el mago Alekos, maestro de los vericuetos y los versicuentos.

Es un cazador onírico, capaz de torear a tres tristes tigres o espantar a un espanto, porque no nació ni va a llegar el que lo quiera asustar. No es un hombre asustado, ni mucho menos azulado que huye a su lado.

Así vaga y divaga “La pulga y el barco”. Y el bardo poeta vaga de casa en casa y de barco en barco hasta embriagarse de colores de colorín colorado, como un can –peón, como vagabundo que va dejando una estela con su corre corre, como un renombrado perro- dista que lleva bolsillos llenos de palabras, de recuerdos perdidos, de sueños sin sentido.

Alekos el alucinado sigue sus pasos y sus propios ecos, se sabe el ABC del “Había una vez”. Su voz nos da abrigo como un cuentacuentos que trajo el viento, hasta dejarnos alelados con su plácido aliento.

Por Iván Darío Álvarez Escobar

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