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                                                                                                                                “Alex Dogboy: El tercer amor”, de Mónica Zak

                                                                                                                                Presentamos “La muchacha del vestido rojo”, el primer capítulo de Alex Dogboy: El tercer amor, el más reciente libro de la autora sueca Mónica Zak, publicado por Panamericana Editorial. Zak hace parte de la delegación del país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

                                                                                                                                Mónica Zak

                                                                                                                                El abandono, la migración, la soledad, la vulnerabilidad y la resiliencia en la niñez son temas que la literatura ha abordado y, como tal, la escritora Mónica Zak, autora de "Alex Dogboy", no se ha quedado atrás.
                                                                                                                                Foto: Ilustración: Andrés Rodríguez
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Sus tres perros, Emmy, Canelo y Chico, lo miraron con interés. La acera donde el niño estaba picando la pared quedaba en la parte más peligrosa de Tegucigalpa, la capital de Honduras.

                                                                                                                                Alex arrancó meticulosamente la argamasa amarilla; ahora ya no se veía el número. Dio un paso atrás, observó su obra y sonrió satisfecho.

                                                                                                                                Le sugerimos: Un viaje por Suecia a través de la literatura

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La voz chillona venía del pequeño puesto que estaba en la acera, detrás de él. Y quien gritaba era doña Leti, la dueña del puesto. Ella le acababa de servir la primera orden de carne asada al primer cliente de la mañana, cuando descubrió lo que Alex había hecho.

                                                                                                                                —¿Te has vuelto loco? Ese era el número telefónico de tu mamá. Yo te lo escribí en la pared para que no se te olvidara.

                                                                                                                                Alex le gritó: —No quiero el número de mi mamá. Porque nunca más la pienso llamar. Arranqué su número de la pared porque me ponía muy furioso cada vez que lo veía...

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Doña Leti comprendió que Alex estaba triste, a pesar de que sonaba enojado, y dijo con su amable voz:

                                                                                                                                —Ven a sentarte.

                                                                                                                                Le puede interesar: Hellman Pardo: “La poesía es una teoría de cuerdas”

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                                                                                                                                Todavía hirviendo de ira, Alex se dejó caer en la banca, junto al primer cliente de la mañana. La banca estaba enfrente de una mesita en la acera. La mesa y la banca eran el pequeño comedor de doña Leti. Tan pronto Alex se sentó, ella le sirvió un plato de cartón con un gran pedazo de carne asada, tres tortillas, un volcán de ensalada y un vaso de Coca-Cola.

                                                                                                                                Los tres perros estaban sentados exactamente detrás de él. Resollaban esperanzados.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —La primera vez que yo vi a este muchacho fue hace unos tres o cuatro años —le dijo doña Leti al cliente—. Entonces siempre andaba bien sucio. Y roto. Siempre lo acompañaban dos perros. Yo acostumbraba verlos acostados, durmiendo juntos en la acera. La primera vez que hablé con él me presentó a los perros. “Este es mi papá”, me dijo, señalando a ese gran perro lanudo. “Y esta es mi mamá”, me dijo, y señaló a la perrita blanca. —No tiene nada de raro —dijo Alex, y como siempre que hablaba con doña Leti, se le fue el enojo y se enterneció.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Le sugerimos: La cineasta Sahraa Karimi y Malala se pronunciaron frente a Afganistán

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                                                                                                                                —Es cierto —le dijo doña Leti al cliente—. Su verdadera madre lo dejó cuando él tenía seis años. Se fue para Estados Unidos y se llevó a los hermanitos de él. Alex era el menor. Pero a él no se lo llevó. No entiendo cómo una madre puede hacer eso. Después Alex se vino con su papá para la ciudad. Estuvieron viviendo donde una tía. Una vez, cuando Alex iba a tercer grado, su papá desapareció. También él se había ido para Estados Unidos, sin decir nada, y había dejado a Alex. Una mañana ya no estaba. ¿O no es así?

                                                                                                                                —Sí, así es —dijo el muchacho, mientras le pasaba un hueso con carne ya mordisqueado a Chico, el perrito que era hijo de Emmy y Canelo, los perros que él hasta hace poco había llamado sus padres.

                                                                                                                                —Yo esperé y esperé a que mi mamá y mi papá me vinieran a recoger —continuó—. Pero nunca vinieron. Al final me aburrí de esperar. Me fui. Dejé la casa de mi tía y me fui para la calle. Creo que tenía diez años cuando me hice niño de la calle.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —Pero él siempre hablaba de su mamá y la echaba de menos —dijo doña Leti—. A veces se ponía a llorar, sentado aquí en la banca. Un día conseguí el número telefónico de su mamá. Ella vivía en Estados Unidos, en Los Ángeles. Fuimos a la compañía de teléfonos y la llamamos. —Yo le dije a mi mamá que la extrañaba y que pensaba en ella día y noche —dijo Alex, mirando fijamente hacia delante—. Le dije que quería verla. Y le dije que quería ir a vivir con ella allá en Los Ángeles. Lo único que contestó fue que no quería que yo fuera. Me dijo que ahora tenía otro marido, y que había tenido tres hijos más.

                                                                                                                                No dijo que me había extrañado, ni que se había preocupado por mí. Ni siquiera me preguntó cómo estaba.

                                                                                                                                Le sugerimos: Sin reloj en Rincón del Mar (Relato visual de El Magazín Cultural)

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “De todos modos, qué bien que el número telefónico ya no está”, pensó. Porque la llamada que había hecho a su madre era lo que había cambiado todo. Había sido la primera vez en siete años que escuchaba la voz de su madre. Pero después de haber hablado con ella, había concluido que ella no lo quería. Ella-no-lo-quería.

                                                                                                                                Fue después de esa llamada cuando él empezó a ver las calles de Tegucigalpa de otra manera.

                                                                                                                                Fue entonces cuando llegó a la conclusión de que este era su hogar. Él era de aquí.

                                                                                                                                Y era aquí donde se iba a quedar. Solo entonces pensó en una cosa importante; pensó que en realidad él tenía dos madres. Doña Leti era una. Ella lo dejaba ayudar en el pequeño comedor; y a cambio de eso le daba algo de dinero y comida para él y sus perros, que ahora eran tres.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ella se preocupaba por él. Quería que él estuviera limpio y que no consumiera drogas. A veces hasta se llevaba su ropa sucia para la casa y la lavaba. Sí, así eran las madres de verdad. Su otra mamá era doña Rosa. Ella vivía en una ruina, y él podía dormir ahí por las noches. “Tengo dos mamás, no todos las tienen”, pensó, y se sintió más alegre. Se volvió a enderezar, giró la cabeza y recorrió con la mirada la larga calle Real.

                                                                                                                                Y entonces la vio. Primero parecía una mancha roja. La mancha roja se hizo más grande. Ahora pudo ver que era una muchacha de vestido rojo, que venía corriendo en la acera del otro lado de la calle. Cuando vio quién era, su corazón empezó a martillar, a golpear, a dar vuelcos tan bruscamente que apenas podía respirar. A pesar de que le costaba respirar no pudo evitar una gran sonrisa. En la otra acera venía corriendo Margarita.

                                                                                                                                El abandono, la migración, la soledad, la vulnerabilidad y la resiliencia en la niñez son temas que la literatura ha abordado y, como tal, la escritora Mónica Zak, autora de "Alex Dogboy", no se ha quedado atrás.
                                                                                                                                Foto: Ilustración: Andrés Rodríguez
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Sus tres perros, Emmy, Canelo y Chico, lo miraron con interés. La acera donde el niño estaba picando la pared quedaba en la parte más peligrosa de Tegucigalpa, la capital de Honduras.

                                                                                                                                Alex arrancó meticulosamente la argamasa amarilla; ahora ya no se veía el número. Dio un paso atrás, observó su obra y sonrió satisfecho.

                                                                                                                                Le sugerimos: Un viaje por Suecia a través de la literatura

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                La voz chillona venía del pequeño puesto que estaba en la acera, detrás de él. Y quien gritaba era doña Leti, la dueña del puesto. Ella le acababa de servir la primera orden de carne asada al primer cliente de la mañana, cuando descubrió lo que Alex había hecho.

                                                                                                                                —¿Te has vuelto loco? Ese era el número telefónico de tu mamá. Yo te lo escribí en la pared para que no se te olvidara.

                                                                                                                                Alex le gritó: —No quiero el número de mi mamá. Porque nunca más la pienso llamar. Arranqué su número de la pared porque me ponía muy furioso cada vez que lo veía...

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Doña Leti comprendió que Alex estaba triste, a pesar de que sonaba enojado, y dijo con su amable voz:

                                                                                                                                —Ven a sentarte.

                                                                                                                                Le puede interesar: Hellman Pardo: “La poesía es una teoría de cuerdas”

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                                                                                                                                Todavía hirviendo de ira, Alex se dejó caer en la banca, junto al primer cliente de la mañana. La banca estaba enfrente de una mesita en la acera. La mesa y la banca eran el pequeño comedor de doña Leti. Tan pronto Alex se sentó, ella le sirvió un plato de cartón con un gran pedazo de carne asada, tres tortillas, un volcán de ensalada y un vaso de Coca-Cola.

                                                                                                                                Los tres perros estaban sentados exactamente detrás de él. Resollaban esperanzados.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —La primera vez que yo vi a este muchacho fue hace unos tres o cuatro años —le dijo doña Leti al cliente—. Entonces siempre andaba bien sucio. Y roto. Siempre lo acompañaban dos perros. Yo acostumbraba verlos acostados, durmiendo juntos en la acera. La primera vez que hablé con él me presentó a los perros. “Este es mi papá”, me dijo, señalando a ese gran perro lanudo. “Y esta es mi mamá”, me dijo, y señaló a la perrita blanca. —No tiene nada de raro —dijo Alex, y como siempre que hablaba con doña Leti, se le fue el enojo y se enterneció.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Le sugerimos: La cineasta Sahraa Karimi y Malala se pronunciaron frente a Afganistán

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                                                                                                                                —Es cierto —le dijo doña Leti al cliente—. Su verdadera madre lo dejó cuando él tenía seis años. Se fue para Estados Unidos y se llevó a los hermanitos de él. Alex era el menor. Pero a él no se lo llevó. No entiendo cómo una madre puede hacer eso. Después Alex se vino con su papá para la ciudad. Estuvieron viviendo donde una tía. Una vez, cuando Alex iba a tercer grado, su papá desapareció. También él se había ido para Estados Unidos, sin decir nada, y había dejado a Alex. Una mañana ya no estaba. ¿O no es así?

                                                                                                                                —Sí, así es —dijo el muchacho, mientras le pasaba un hueso con carne ya mordisqueado a Chico, el perrito que era hijo de Emmy y Canelo, los perros que él hasta hace poco había llamado sus padres.

                                                                                                                                —Yo esperé y esperé a que mi mamá y mi papá me vinieran a recoger —continuó—. Pero nunca vinieron. Al final me aburrí de esperar. Me fui. Dejé la casa de mi tía y me fui para la calle. Creo que tenía diez años cuando me hice niño de la calle.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                —Pero él siempre hablaba de su mamá y la echaba de menos —dijo doña Leti—. A veces se ponía a llorar, sentado aquí en la banca. Un día conseguí el número telefónico de su mamá. Ella vivía en Estados Unidos, en Los Ángeles. Fuimos a la compañía de teléfonos y la llamamos. —Yo le dije a mi mamá que la extrañaba y que pensaba en ella día y noche —dijo Alex, mirando fijamente hacia delante—. Le dije que quería verla. Y le dije que quería ir a vivir con ella allá en Los Ángeles. Lo único que contestó fue que no quería que yo fuera. Me dijo que ahora tenía otro marido, y que había tenido tres hijos más.

                                                                                                                                No dijo que me había extrañado, ni que se había preocupado por mí. Ni siquiera me preguntó cómo estaba.

                                                                                                                                Le sugerimos: Sin reloj en Rincón del Mar (Relato visual de El Magazín Cultural)

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “De todos modos, qué bien que el número telefónico ya no está”, pensó. Porque la llamada que había hecho a su madre era lo que había cambiado todo. Había sido la primera vez en siete años que escuchaba la voz de su madre. Pero después de haber hablado con ella, había concluido que ella no lo quería. Ella-no-lo-quería.

                                                                                                                                Fue después de esa llamada cuando él empezó a ver las calles de Tegucigalpa de otra manera.

                                                                                                                                Fue entonces cuando llegó a la conclusión de que este era su hogar. Él era de aquí.

                                                                                                                                Y era aquí donde se iba a quedar. Solo entonces pensó en una cosa importante; pensó que en realidad él tenía dos madres. Doña Leti era una. Ella lo dejaba ayudar en el pequeño comedor; y a cambio de eso le daba algo de dinero y comida para él y sus perros, que ahora eran tres.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ella se preocupaba por él. Quería que él estuviera limpio y que no consumiera drogas. A veces hasta se llevaba su ropa sucia para la casa y la lavaba. Sí, así eran las madres de verdad. Su otra mamá era doña Rosa. Ella vivía en una ruina, y él podía dormir ahí por las noches. “Tengo dos mamás, no todos las tienen”, pensó, y se sintió más alegre. Se volvió a enderezar, giró la cabeza y recorrió con la mirada la larga calle Real.

                                                                                                                                Y entonces la vio. Primero parecía una mancha roja. La mancha roja se hizo más grande. Ahora pudo ver que era una muchacha de vestido rojo, que venía corriendo en la acera del otro lado de la calle. Cuando vio quién era, su corazón empezó a martillar, a golpear, a dar vuelcos tan bruscamente que apenas podía respirar. A pesar de que le costaba respirar no pudo evitar una gran sonrisa. En la otra acera venía corriendo Margarita.

                                                                                                                                Por Mónica Zak

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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