Alexander Von Humboldt: "Mis confesiones"
Los dos párrafos iniciales de este escrito hacen parte de un texto titulado Mis confesiones, enviado por Humboldt el 3 de enero de 1806 al físico suizo Marc-Auguste Pictet-Furretini (1752-1825), haciendo alusión a las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), conciudadano ginebrino de Pictet.
Alexander Von Humboldt
En este, el prusiano precisa algunos datos biográficos de su infancia (véase Humboldt [1799-1859] 1989, 229-234). A partir del tercer párrafo se incluye la transcripción literal e integral del manuscrito que hacía parte del archivo epistolar del barón Philipp von Forell (1758-1808), representante sajón ante la corte de España (Minguet 1989, 217-219). En el tomo II de Humboldtiana neogranadina se presenta la transcripción del texto integral de otra autobiografía escrita originalmente en alemán por Alexander von Humboldt en Santafé de Bogotá, en el mes de agosto de 1801. Este raro texto fue publicado solo hasta 1969 por la Academia de Ciencias de Berlín con ocasión del bicentenario del nacimiento de Humboldt, en compilación bilingüe alemán-español. Los investigadores Kurt-R. Biermann y Fritz Lange (1969a, 87-102) titularon en alemán el artículo que lo contextualizaba y lo contenía, “Alexander von Humboldts Weg zum Naturwissenschaftler und Forschungsreisenden”, y lo publicaron también en español bajo el título “Cómo Alejandro de Humboldt llegó a ser naturalista y explorador” (1969b, 103-117), sin precisar quién lo tradujo. Además de estos tres trabajos autobiográficos, se han reportado tres autobiografías más: la primera, que se considera actualmente perdida, habría sido escrita en Cuba entre el 19 de diciembre de 1800 y el 15 de marzo de 1801; la segunda, de edad avanzada, se publicó en la revista Die Gegenwart (Humboldt 1853); la tercera, en los últimos días de su vida y en hojas sueltas, fue titulada por el prusiano “Chronologische Folge der Zeitepochen meines Lebens” [“Secuencia cronológica de los periodos de mi vida”], con el propósito de “exponer los motivos y el orden cronológico de minúsculos acontecimientos por los cuales la opinión pública ha mostrado un benevolente interés y cuya sucesión ha sido presentada a menudo en forma muy errónea”.
***
Nací el 14 de septiembre de 1769 en Berlín. Mi padre, primero militar, después hombre de Corte y estrechamente unido al rey Friedrich Wilhelm, entonces príncipe real, gozaba de una considerable fortuna para un país donde los bienes están repartidos tan igualitariamente. Mi madre era de origen francés (es decir, refugiados calvinistas establecidos en Berlín después del Edicto de Nantes). Mi educación científica [fue] muy cuidada.
No hubo sacrificio que mi padre, y sobre todo mi madre (porque el primero murió cuando yo tenía nueve años) no hiciera para educarnos con los hombres más célebres en lenguas antiguas, matemáticas, historia, dibujo, jurisprudencia, física, en educación doméstica –sin frecuentar los colegios–, el verano en el campo, el invierno en la ciudad, siempre en gran retiro. Yo me desarrollé mucho más tarde que mi hermano Wilhelm, al presente ministro del rey en Roma, quien desde su primera infancia asombró por su profundo conocimiento del griego y de toda la literatura antigua, y por su gusto por la poesía, ramas en las cuales se ha destacado más tarde.
Hasta los 16 años, yo tenía pocas ganas de ocuparme de las ciencias; tenía un espíritu inquieto y quería ser soldado. Mis padres desaprobaron esa inclinación; debía dedicarme a las finanzas y jamás en mi vida tuve la ocasión de seguir un curso de botánica o de química; casi todas las ciencias de las que me ocupo hoy día las aprendí por mi cuenta y muy tarde. No oí hablar del estudio de las plantas hasta 1788, cuando trabé conocimiento con M. Willdenow, de mi misma edad, quien acababa de publicar su Flora de Berlín. Su carácter dulce y amable me hizo querer aún más la botánica. No me dio lecciones formales, pero yo le llevaba las plantas que recogía y que él clasificaba. Me volví un apasionado de la botánica, sobre todo de las criptógamas. El espectáculo de las plantas exóticas, aunque disecadas en los herbarios, llenaba mi imaginación de las felicidades que debe ofrecer la vegetación de los países más templados. M. Willdenow tenía una estrecha relación con el caballero de Thunberg, recibía frecuentemente plantas del Japón. No podía mirarlas sin que me asaltara el deseo de visitar esos países. Después de haber tenido una educación muy cuidada en la casa paterna, y de beneficiarme con la instrucción de los sabios más distinguidos de Berlín, he terminado mis estudios en las universidades de Götingen y de Frankfurt.
Destinado en ese momento a la carrera de finanzas, he permanecido durante un año en la Academia de Comercio de Hamburg, instituto destinado tanto a la instrucción de los negociantes como a la de las personas que deben servir al Estado para la dirección del comercio, de los bancos y de la manufactura. El inmerecido éxito que tuvo mi primera obra sobre las montañas basálticas del Rhin, motivó que el jefe de nuestras minas, el barón de Heinitz, deseara que me destinaran a su departamento. Hice entonces un viaje de mineralogía y de historia natural por Holanda, Inglaterra y Francia bajo la dirección de Georges Forster, célebre naturalista que había dado la vuelta al mundo con el capitán Cook. Es a él a quien debo la mayoría de los escasos conocimientos que poseo.
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De regreso de Inglaterra, aprendí la práctica de las minas en Freiberg y en el Harz. Habiendo hecho algunas experiencias útiles para ahorrar combustible en la cocción de la sal y habiendo publicado una pequeña obra relativa a este tema (traducida al francés por Coquebert), el rey me envió a Polonia y al mediodía de Alemania para estudiar las minas de sal gema de Vieliecza, Hallein, Berchtesgaden. Los planos que levanté sirvieron para los nuevos establecimientos de las salinas de Magdeburgo. Pese a haber servido en ese momento solo 8 meses, habiendo reunido Su Majestad a la Corona los Margraves de Franconia, me nombró director de las minas de esas provincias, donde la explotación se había descuidado desde hacía siglos.
Permanecí entregado a la práctica de las minas durante tres años, y el azar favoreció de tal manera mis empresas, que las minas de alumbre, de cobalto y hasta las de oro de Golderonach comenzaron rápidamente a engrosar las cajas del rey. Contentos por este progreso, se me envió por segunda vez a Polonia, para dar informaciones sobre el partido que se podría sacar de las montañas de esa nueva provincia que a partir de entonces se llamó Prusia meridional. Al mismo tiempo levanté planos para el mejoramiento de las fuentes saladas situadas a orillas del Báltico. Durante esa continua estadía en las minas hice una serie de experimentos bastante peligrosos respecto a los medios de que los aires mefíticos subterráneos fueran menos perjudiciales y que pudieran salvarse las personas asfixiadas.
Conseguí construir una nueva lámpara antimefítica, que no se apaga en ningún gas, y la máscara de respiración, instrumento que sirve al mismo tiempo al minero militar cuando el contraminero impide sus trabajos por camuflajes. Este aparato contó con la aprobación del Consejo de Guerra y por su simplicidad gozó inmediatamente de gran acogida en el extranjero. Publiqué entretanto, durante este intervalo, una obra de botánica (Floræ Fribergensis), [Aforismos sobre] la fisiología química de [las plantas], traducida a muchas lenguas, y una gran cantidad de memorias de física y de química aparecidas en parte en los periódicos de Francia y de Inglaterra. De regreso a Polonia, abandoné por largo tiempo la estadía en las montañas, acompañando a M. de Hardenberg en las negociaciones políticas que el rey le encargó inmediatamente antes de la paz de Basilea.
Les seguí a los ejércitos apostados en las orillas del Rhin, a Holanda y a Suiza. De ahí que tuve la ocasión de visitar la alta cadena de los Alpes, el Tirol, la Saboya y todo el resto de la Lombardía. Cuando al año siguiente los ejércitos franceses avanzaron sobre Franken [Franconia], fui enviado al cuartel de Moreau para tratar sobre la neutralidad de algunos príncipes del Imperio de quienes el rey asumió la defensa. Llevado por un ardiente deseo de ver la otra parte del mundo bajo el aspecto de la física general, de estudiar no solamente las especies y sus caracteres (estudios a los cuales se dedicó excesiva exclusividad hasta el momento), sino también la influencia de la atmósfera y su composición química sobre los cuerpos organizados, la construcción del globo, la identidad de las capas (geológicas) en los países más alejados unos de los otros, y, en fin, las grandes armonías de la naturaleza, hice el propósito de dejar por algunos años el servicio del rey y sacrificar una parte de mi pequeña fortuna al progreso de las ciencias. Pedí mi relevo, pero Su Majestad, en lugar de acordármelo, me nombró su consejero superior de minas, aumentando mi pensión y autorizándome a hacer un viaje de historia natural.
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No pudiendo ser útil a mi patria alejándome de tal manera, no acepté la pensión, agradeciendo a Su Majestad un favor acordado menos a mis escasos méritos que a la memoria de mi padre, quien gozó hasta su muerte de la más señalada confianza de su soberano. Para prepararme a un viaje cuyos objetivos eran tan diversos, reuní una escogida colección de instrumentos de astronomía y de física para poder determinar la posición astronómica de los lugares, la fuerza magnética, la declinación y la inclinación de la aguja imantada, la composición química del aire, su elasticidad, humedad y temperatura, su carga eléctrica, su transparencia, el color del cielo, la temperatura del mar a una gran profundidad.
Habiendo hecho por entonces algunos descubrimientos muy notables acerca del fluido nervioso y la manera de estimular los nervios mediante agentes químicos (aumentar y disminuir la irritación a voluntad), sentí la necesidad de hacer un estudio más particular de la anatomía. Por esta razón asistí durante cuatro meses a la Universidad de Jena, y publiqué los dos volúmenes de mis experiencias sobre los nervios, y el procedimiento químico de la vitalidad, obra cuya traducción apareció en Francia. Pasé de Jena a Dresde y a Viena para estudiar las riquezas botánicas y para entrar de nuevo en Italia. Los desórdenes de Roma me obligaron a desistir de ese proyecto, y encontré durante mi permanencia en Salzburg un nuevo método para analizar el aire atmosférico, método sobre el cual he publicado una memoria con Vauquelin. Terminé al mismo tiempo la construcción de mi nuevo barómetro y de un instrumento que he llamado antracómetro porque mide la cantidad de ácido carbónico contenido en la atmósfera. Perdida la esperanza de llegar hasta Nápoles, partí para Francia, donde trabajé con los químicos de París durante cinco meses. [Leí] muchas memorias en el Instituto Nacional, contenidas en los Anales de Química y publiqué dos obras, una sobre los aires mefíticos de las minas y la manera de contrarrestarlos, la otra sobre el análisis del aire.
Habiendo resuelto el Directorio Francés hacer un viaje alrededor del mundo con tres barcos bajo el mando del capitán Baudin, fui invitado por el ministro de Marina a juntar mis trabajos a los de los sabios participantes de esta expedición. Preparé entonces mi partida para Le Havre, cuando la falta de fondos echó por tierra el proyecto. Resolví, a partir de ese momento, llegar a África para estudiar el Monte Atlas. Esperé durante dos meses para poder embarcar en Marsella, pero los cambios de sistema político ocurridos en Argelia me obligaron a renunciar a este proyecto, y tomé la ruta de la Península para pedir la protección de Su Majestad Católica en un viaje a América cuyo éxito colmaría todas mis aspiraciones.
En este, el prusiano precisa algunos datos biográficos de su infancia (véase Humboldt [1799-1859] 1989, 229-234). A partir del tercer párrafo se incluye la transcripción literal e integral del manuscrito que hacía parte del archivo epistolar del barón Philipp von Forell (1758-1808), representante sajón ante la corte de España (Minguet 1989, 217-219). En el tomo II de Humboldtiana neogranadina se presenta la transcripción del texto integral de otra autobiografía escrita originalmente en alemán por Alexander von Humboldt en Santafé de Bogotá, en el mes de agosto de 1801. Este raro texto fue publicado solo hasta 1969 por la Academia de Ciencias de Berlín con ocasión del bicentenario del nacimiento de Humboldt, en compilación bilingüe alemán-español. Los investigadores Kurt-R. Biermann y Fritz Lange (1969a, 87-102) titularon en alemán el artículo que lo contextualizaba y lo contenía, “Alexander von Humboldts Weg zum Naturwissenschaftler und Forschungsreisenden”, y lo publicaron también en español bajo el título “Cómo Alejandro de Humboldt llegó a ser naturalista y explorador” (1969b, 103-117), sin precisar quién lo tradujo. Además de estos tres trabajos autobiográficos, se han reportado tres autobiografías más: la primera, que se considera actualmente perdida, habría sido escrita en Cuba entre el 19 de diciembre de 1800 y el 15 de marzo de 1801; la segunda, de edad avanzada, se publicó en la revista Die Gegenwart (Humboldt 1853); la tercera, en los últimos días de su vida y en hojas sueltas, fue titulada por el prusiano “Chronologische Folge der Zeitepochen meines Lebens” [“Secuencia cronológica de los periodos de mi vida”], con el propósito de “exponer los motivos y el orden cronológico de minúsculos acontecimientos por los cuales la opinión pública ha mostrado un benevolente interés y cuya sucesión ha sido presentada a menudo en forma muy errónea”.
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Nací el 14 de septiembre de 1769 en Berlín. Mi padre, primero militar, después hombre de Corte y estrechamente unido al rey Friedrich Wilhelm, entonces príncipe real, gozaba de una considerable fortuna para un país donde los bienes están repartidos tan igualitariamente. Mi madre era de origen francés (es decir, refugiados calvinistas establecidos en Berlín después del Edicto de Nantes). Mi educación científica [fue] muy cuidada.
No hubo sacrificio que mi padre, y sobre todo mi madre (porque el primero murió cuando yo tenía nueve años) no hiciera para educarnos con los hombres más célebres en lenguas antiguas, matemáticas, historia, dibujo, jurisprudencia, física, en educación doméstica –sin frecuentar los colegios–, el verano en el campo, el invierno en la ciudad, siempre en gran retiro. Yo me desarrollé mucho más tarde que mi hermano Wilhelm, al presente ministro del rey en Roma, quien desde su primera infancia asombró por su profundo conocimiento del griego y de toda la literatura antigua, y por su gusto por la poesía, ramas en las cuales se ha destacado más tarde.
Hasta los 16 años, yo tenía pocas ganas de ocuparme de las ciencias; tenía un espíritu inquieto y quería ser soldado. Mis padres desaprobaron esa inclinación; debía dedicarme a las finanzas y jamás en mi vida tuve la ocasión de seguir un curso de botánica o de química; casi todas las ciencias de las que me ocupo hoy día las aprendí por mi cuenta y muy tarde. No oí hablar del estudio de las plantas hasta 1788, cuando trabé conocimiento con M. Willdenow, de mi misma edad, quien acababa de publicar su Flora de Berlín. Su carácter dulce y amable me hizo querer aún más la botánica. No me dio lecciones formales, pero yo le llevaba las plantas que recogía y que él clasificaba. Me volví un apasionado de la botánica, sobre todo de las criptógamas. El espectáculo de las plantas exóticas, aunque disecadas en los herbarios, llenaba mi imaginación de las felicidades que debe ofrecer la vegetación de los países más templados. M. Willdenow tenía una estrecha relación con el caballero de Thunberg, recibía frecuentemente plantas del Japón. No podía mirarlas sin que me asaltara el deseo de visitar esos países. Después de haber tenido una educación muy cuidada en la casa paterna, y de beneficiarme con la instrucción de los sabios más distinguidos de Berlín, he terminado mis estudios en las universidades de Götingen y de Frankfurt.
Destinado en ese momento a la carrera de finanzas, he permanecido durante un año en la Academia de Comercio de Hamburg, instituto destinado tanto a la instrucción de los negociantes como a la de las personas que deben servir al Estado para la dirección del comercio, de los bancos y de la manufactura. El inmerecido éxito que tuvo mi primera obra sobre las montañas basálticas del Rhin, motivó que el jefe de nuestras minas, el barón de Heinitz, deseara que me destinaran a su departamento. Hice entonces un viaje de mineralogía y de historia natural por Holanda, Inglaterra y Francia bajo la dirección de Georges Forster, célebre naturalista que había dado la vuelta al mundo con el capitán Cook. Es a él a quien debo la mayoría de los escasos conocimientos que poseo.
También puede leer: Entre Humboldt y Johann Rugendas: La ciencia del arte viajero
De regreso de Inglaterra, aprendí la práctica de las minas en Freiberg y en el Harz. Habiendo hecho algunas experiencias útiles para ahorrar combustible en la cocción de la sal y habiendo publicado una pequeña obra relativa a este tema (traducida al francés por Coquebert), el rey me envió a Polonia y al mediodía de Alemania para estudiar las minas de sal gema de Vieliecza, Hallein, Berchtesgaden. Los planos que levanté sirvieron para los nuevos establecimientos de las salinas de Magdeburgo. Pese a haber servido en ese momento solo 8 meses, habiendo reunido Su Majestad a la Corona los Margraves de Franconia, me nombró director de las minas de esas provincias, donde la explotación se había descuidado desde hacía siglos.
Permanecí entregado a la práctica de las minas durante tres años, y el azar favoreció de tal manera mis empresas, que las minas de alumbre, de cobalto y hasta las de oro de Golderonach comenzaron rápidamente a engrosar las cajas del rey. Contentos por este progreso, se me envió por segunda vez a Polonia, para dar informaciones sobre el partido que se podría sacar de las montañas de esa nueva provincia que a partir de entonces se llamó Prusia meridional. Al mismo tiempo levanté planos para el mejoramiento de las fuentes saladas situadas a orillas del Báltico. Durante esa continua estadía en las minas hice una serie de experimentos bastante peligrosos respecto a los medios de que los aires mefíticos subterráneos fueran menos perjudiciales y que pudieran salvarse las personas asfixiadas.
Conseguí construir una nueva lámpara antimefítica, que no se apaga en ningún gas, y la máscara de respiración, instrumento que sirve al mismo tiempo al minero militar cuando el contraminero impide sus trabajos por camuflajes. Este aparato contó con la aprobación del Consejo de Guerra y por su simplicidad gozó inmediatamente de gran acogida en el extranjero. Publiqué entretanto, durante este intervalo, una obra de botánica (Floræ Fribergensis), [Aforismos sobre] la fisiología química de [las plantas], traducida a muchas lenguas, y una gran cantidad de memorias de física y de química aparecidas en parte en los periódicos de Francia y de Inglaterra. De regreso a Polonia, abandoné por largo tiempo la estadía en las montañas, acompañando a M. de Hardenberg en las negociaciones políticas que el rey le encargó inmediatamente antes de la paz de Basilea.
Les seguí a los ejércitos apostados en las orillas del Rhin, a Holanda y a Suiza. De ahí que tuve la ocasión de visitar la alta cadena de los Alpes, el Tirol, la Saboya y todo el resto de la Lombardía. Cuando al año siguiente los ejércitos franceses avanzaron sobre Franken [Franconia], fui enviado al cuartel de Moreau para tratar sobre la neutralidad de algunos príncipes del Imperio de quienes el rey asumió la defensa. Llevado por un ardiente deseo de ver la otra parte del mundo bajo el aspecto de la física general, de estudiar no solamente las especies y sus caracteres (estudios a los cuales se dedicó excesiva exclusividad hasta el momento), sino también la influencia de la atmósfera y su composición química sobre los cuerpos organizados, la construcción del globo, la identidad de las capas (geológicas) en los países más alejados unos de los otros, y, en fin, las grandes armonías de la naturaleza, hice el propósito de dejar por algunos años el servicio del rey y sacrificar una parte de mi pequeña fortuna al progreso de las ciencias. Pedí mi relevo, pero Su Majestad, en lugar de acordármelo, me nombró su consejero superior de minas, aumentando mi pensión y autorizándome a hacer un viaje de historia natural.
Puede leer: La sala 4 y la condición sexual de Alexander von Humboldt
No pudiendo ser útil a mi patria alejándome de tal manera, no acepté la pensión, agradeciendo a Su Majestad un favor acordado menos a mis escasos méritos que a la memoria de mi padre, quien gozó hasta su muerte de la más señalada confianza de su soberano. Para prepararme a un viaje cuyos objetivos eran tan diversos, reuní una escogida colección de instrumentos de astronomía y de física para poder determinar la posición astronómica de los lugares, la fuerza magnética, la declinación y la inclinación de la aguja imantada, la composición química del aire, su elasticidad, humedad y temperatura, su carga eléctrica, su transparencia, el color del cielo, la temperatura del mar a una gran profundidad.
Habiendo hecho por entonces algunos descubrimientos muy notables acerca del fluido nervioso y la manera de estimular los nervios mediante agentes químicos (aumentar y disminuir la irritación a voluntad), sentí la necesidad de hacer un estudio más particular de la anatomía. Por esta razón asistí durante cuatro meses a la Universidad de Jena, y publiqué los dos volúmenes de mis experiencias sobre los nervios, y el procedimiento químico de la vitalidad, obra cuya traducción apareció en Francia. Pasé de Jena a Dresde y a Viena para estudiar las riquezas botánicas y para entrar de nuevo en Italia. Los desórdenes de Roma me obligaron a desistir de ese proyecto, y encontré durante mi permanencia en Salzburg un nuevo método para analizar el aire atmosférico, método sobre el cual he publicado una memoria con Vauquelin. Terminé al mismo tiempo la construcción de mi nuevo barómetro y de un instrumento que he llamado antracómetro porque mide la cantidad de ácido carbónico contenido en la atmósfera. Perdida la esperanza de llegar hasta Nápoles, partí para Francia, donde trabajé con los químicos de París durante cinco meses. [Leí] muchas memorias en el Instituto Nacional, contenidas en los Anales de Química y publiqué dos obras, una sobre los aires mefíticos de las minas y la manera de contrarrestarlos, la otra sobre el análisis del aire.
Habiendo resuelto el Directorio Francés hacer un viaje alrededor del mundo con tres barcos bajo el mando del capitán Baudin, fui invitado por el ministro de Marina a juntar mis trabajos a los de los sabios participantes de esta expedición. Preparé entonces mi partida para Le Havre, cuando la falta de fondos echó por tierra el proyecto. Resolví, a partir de ese momento, llegar a África para estudiar el Monte Atlas. Esperé durante dos meses para poder embarcar en Marsella, pero los cambios de sistema político ocurridos en Argelia me obligaron a renunciar a este proyecto, y tomé la ruta de la Península para pedir la protección de Su Majestad Católica en un viaje a América cuyo éxito colmaría todas mis aspiraciones.