Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El estimulante libro del historiador Alfonso Múnera, La independencia de Colombia: olvidos y ficciones, Cartagena de Indias (1580-1821) termina de manera grata con la evocación de su propia adolescencia, bailando sones del cubano Benny Moré en el Teatro Padilla, del barrio Getsemaní, donde antes se levantaba la casa del célebre almirante mulato José Prudencio Padilla, fusilado y ahorcado por orden del Libertador Simón Bolívar. (Recomendamos: Reseña sobre la obra literaria de Julio Olaciregui).
“En este libro intento, una vez más, encontrar algunas claves que explican mi vida y la de millones de afros nacidos en tierras colombianas”, explica. Múnera es un apasionado profesor y escritor cartagenero, muy querido y respetado por sus estudiantes y colegas. En su libro confiesa la “mucha indignación” que le produjo leer, 200 años después, las numerosas cartas de Bolívar y del general Mariano Montilla “terriblemente ofensivas contra los afrodescendientes, que constituían la población mayoritaria de la Gran Colombia y la abrumadora presencia de los que habitaban sus puertos”.
Su cabellera de rizos plateados y su aguaje de mulato en el andar lo hacen inconfundible en las calles de Cartagena. Es sin duda la figura de proa de los historiadores cartageneros contemporáneos que nos han permitido conocer, cada vez con más detalles, el papel que jugaron en la fundación de nuestra nación los miles de africanos esclavizados y sus descendientes.
Exembajador en Jamaica y profundo conocedor del Caribe, Múnera nos hace conscientes del ser caribeño, de la luz que nos viene del mar y de “esa liviana densidad del aire que nos es familiar y nos predispone para la ligereza de los cuerpos, la alegre gesticulación y la fácil carcajada”. El mar Caribe es la historia, como dice en un poema el premio Nobel de la isla de Santa Lucía, Derek Walcott, a quien él lee con placer.
Este, su tercer libro –- antes había publicado El fracaso de la nación y Fronteras imaginadas-- abarca desde “los años mil seiscientos”, cantados por otro gran cartagenero, Joe Arroyo, hasta la gesta independentista, y nos demuestra el papel protagónico que tuvieron en nuestra historia los “negros de nación calabarí”, jolofos, guineos, congos… que sin su libertad no podían vivir, como lo canta Arsenio Rodríguez, en “Bruca maniguá”.
“La importación masiva de esclavos africanos, estos seres traídos de tierras remotas, serían el factor demográfico dominante del florecimiento de una de las economías trasatlánticas más poderosas y transformadoras, y de una de las culturas más ricas y diversas sobre la tierra: la cultura de las gentes del Caribe”, escribe en el primer capítulo.
Múnera, como lo señala su exalumno, el historiador Javier Ortiz Cassiani, escribe sus ensayos con todo el rigor académico exigido a los universitarios, salpimentados, sin embargo, con un estilo literario eficaz, vigoroso, vivaz, yendo del más remoto pasado –cita a Homero, a Eurípides-- al presente... “el país que no soñaron sus fundadores, pero que con todo derecho sueñan muchos de los jóvenes de hoy que caminan exigiendo justicia social en las largas marchas de protestas pacíficas a lo largo y ancho del territorio de la nación”.
En su opinión, la formación de los historiadores requiere la enseñanza de la literatura. Su deseo es escribir ensayos, no para sus colegas o profesores universitarios, sino para muchos lectores que no practican su profesión. Ensayos que se lean como novelas.
Por eso en la introducción de Olvidos y ficciones cita a William Faulkner, a Hemingway, a García Márquez, a Jorge Luis Borges, a Manuel Zapata Olivella. También a Roberto Burgos Cantor, con quien le unía una gran amistad. “Roberto Burgos Cantor trabajó incansablemente para encontrar en sus novelas mayores el alma de Cartagena”.
Al encontrarnos con el historiador en la puerta de la librería Ábaco recordamos esa esquina de la calle Quero, en la ciudad amurallada, en la que podemos leer ahora una frase de La ceiba de la memoria, la gran saga de Burgos Cantor. “Gritar. Así protejo de la devastación los restos de esta memoria asediada que es la única señal para reconocer que yo soy yo”.
Después de haber leído a Múnera caminar por las calles de Cartagena ya no es lo mismo; sentimos como va quedando atrás todo aquel rollo de la excluyente Cartagena hispánica, idealizada “por uno de los más representativos historiadores de la primera mitad del siglo XX, Gabriel Porras Tronconi”, padre de la gran pintora iconoclasta Cecilia Porras.
“El trauma fundacional de la esclavitud sigue pesando de manera aplastante sobre miles y miles de seres humanos, a quienes redujo a una condición de inferioridad, les negó posibilidades y los puso en circunstancias de enorme desventaja”, considera Múnera en otro de sus escritos.
Para él la Historia no es “un cuento del pasado”, la Historia sirve para algo, para construir imágenes poderosas que nos ayuden a vivir el presente. “La historia es un patrimonio de todos los seres humanos (…) Yo aspiro con mis libros a que los humildes de todas las razas, los marginados, encuentren en sus páginas herramientas para su superación”.
“Ya va siendo hora de entender que, junto a la población de negros y mulatos libres, un buen número de esclavizados ofrendó su vida para que esta república pudiera existir. Cartagena no fue la excepción”, afirma.
Olvidos y ficciones busca reconstruir una Historia que incluye a esos miles de afros, los protagonistas de la primera independencia de Cartagena en 1811, y sobre todo aclara lo concerniente al trágico destino del almirante mulato José Prudencio Padilla, temido y aborrecido por el general aristócrata blanco Mariano Montilla.
Múnera nos cuenta “uno de los dramas humanos más intensos y significativos de la historia de la revolución independentista americana: el que tendrá de protagonistas a tres de sus grandes generales: Mariano Montilla, José Prudencio Padilla y Simón Bolívar, y en su centro los hondos y graves conflictos socio-raciales que mal alumbraron a la frágil criatura, de corta vida, que fue la Gran Colombia”.
En su opinión, con su asesinato se cerró una puerta para construir una verdadera democracia. “Abundan las cartas en las que Bolívar puso de presente sus propios miedos a la acción política de los afrodescendientes, y advertía contra sus resultados en forma por demás ofensiva, dramática y ciertamente exagerada“.
Múnera demuestra, mediante la narración de la tragedia de Padilla, que quienes gobernaban “no estaban dispuestos a dejar que los negros y mulatos tuvieran poder. Bolívar lo expresó una y otra vez, y advirtió que si se les dejaba avanzar en su lucha por la igualdad, la pardocracia, es decir, esa gente de todos los colores que conformaban la mayoría de la nación, no se limitarían a esos logros, sino que querrían el gobierno total, y por consiguiente desplazarían a la élite”.
En el epílogo de Olvidos y ficciones el historiador recuerda que después de la muerte de Bolívar “el nombre y el honor de Padilla se restableció al reconocer la república que se le había condenado siendo inocente”.
Y muchos años, siglos después, como otro homenaje, se fundó el Teatro Padilla en el lugar de Getsemaní en el que había tenido su casa en Cartagena. “Lo que más recuerdo son los bailes que se organizaban allí y a los que fui siendo un adolescente, para celebrar las fiestas de la independencia de Cartagena de Indias (…) Sin saberlo, los hombres y mujeres del pueblo cartagenero que bailaban hasta el amanecer en lo que habían sido los aposentos del almirante, honraban su memoria como a él quizá le hubiera gustado: bailando en su viejo hogar”.
* Colaborador de El Espectador, fue corresponsal en París y es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores).