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Alfredo Molano Bravo, por Alfredo Molano Jimeno

Presentamos una entrega sobre Alfredo Molano Bravo, en la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo.

Isabel López Giraldo
25 de agosto de 2020 - 06:18 p. m.
"Mi padre se dedicó a caminar el país en busca de experiencias. Era un viajero que agotaba su tiempo en la tierra dándole sentido a su paso por este mundo", escribe Alfredo Molano Jimeno.
"Mi padre se dedicó a caminar el país en busca de experiencias. Era un viajero que agotaba su tiempo en la tierra dándole sentido a su paso por este mundo", escribe Alfredo Molano Jimeno.
Foto: Archivo Particular
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Perfil

Me remonto a los tiempos colegiales cuando en las clases preguntaban quiénes eran los papás de cada alumno y me costaba definir a mi padre, Alfredo Molano, pues resultaba difícil de categorizar: era un sociólogo que no ejercía, ejercía el periodismo sin ser periodista y era un historiador sin que se hubiera formado como tal.

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Entre la ingenuidad y la magia infantil resolví que mi padre era, en esencia, un caminante. Hoy cobra mucho más sentido el lugar que mi mente le dio. Mi padre se dedicó a caminar el país en busca de experiencias. Porque no era el buscador de la verdad que tanto le asignan ni el constructor de ciencia social, era un viajero que agotaba su tiempo en la tierra dándole sentido a su paso por este mundo.

Su manera de darle sentido a la vida fue a partir de disfrutar lo que más le gustó: el camino, el cambiar de paisajes, el escuchar a la gente, el exponerse un poco a los rigores de los destinos.

Si tuviera que adentrarme un poco en su emocionalidad diría que mi padre fue un hombre supremamente silencioso, muy introspectivo, observador, analítico, muy poco sociable. Esta es una particularidad extraña para el oficio que tenía porque no era un hombre de reuniones ni de eventos.

Disfrutaba estar en silencio, leer, escuchar música y se sentía bien entre la gente llana. Solo ahí surgía un personaje distinto al que estaba también en casa, al padre, al profesor o escritor, porque se sentía dispuesto a compartir con la gente del campo.

Era un hombre recio, disciplinado. En su rol de padre fue siempre muy exigente porque lo fue con él, con sus hijos, con sus cariños. Tuvo un humor muy rolo, muy cachaco, casi que negro, puntiagudo, cortante, cáustico, muy característico del santafereño.

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Fue muy temperamental, muy bravo cuando estaba bravo, cuando ocurrían pequeñas cosas que lo sacaban de casillas fácilmente. Recuerdo en mi niñez que, cuando él manejaba, me resultaba muy traumático ir en el carro porque peleaba todo el tiempo y con todos: con el taxista, con el busetero, con el peatón. Pero también lo hacía en la fila de un avión, por ejemplo. Le gustaba confrontarse con la gente, siempre estaba dispuesto a discutir, a pelear, pues era muy corporal, muy dado a los choques físicos.

Orígenes

He tenido la intención de esculcar un poco en el pasado, porque tengo una atracción especial por la historia y la estudié, y también por entender orígenes.

Viajo en el casete de mi familia paterna y llamo el cuento que mi papá nos compartía. Por lo Molano, tenemos un origen judío proveniente de Italia. Por lo Bravo, una línea española con un rastreo bastante claro por los tiempos coloniales, familia de maestros y militares. Pascual Bravo, presidente de Antioquia Federal, fue un hombre muy cercano a la causa bolivariana y a José María Córdoba, y lo asesinaron muy joven ocupando ese cargo.

El origen Bravo se ubica en Rionegro – Antioquia, un ala paisa que, en términos generales, ha sido muy dada a la intelectualidad pues ha dado hombres de leyes, alguno fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia, un par de políticos, maestros y poetas. El abuelo de mi padre, Juan de Dios Bravo, fue un poeta importante en los tiempos de la regeneración, como mi padre que fue regeneracionista, es decir, volteado a la causa conservadora.

A pesar de que hay una línea que políticamente toca, si se quiere, ideas liberales, también hay una conservadora muy fuerte, como lo fue el padre de mi padre.

Mi abuelo, Alfonso Molano, comerciante de tierras y de distintas empresas que montó en los Estados Unidos desde muy joven, se hizo muy rico, un terrateniente que comerciaba pieles de caimanes que cazaban en el Magdalena Medio. Como mencioné, era un hombre muy conservador en sus formas, particularmente, y muy recio, con una relación muy fuerte con mi papá, un hombre de negocios y de leer el periódico, muy dado a la intelectualidad, apático.

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Por su parte, mi abuela Elvira Bravo, fue una mujer muy liberal, dada al trabajo de campo, se encargaba de la labor de la hacienda El Líbano ubicada en La Calera donde creció mi padre con empedrados, chivos, vacas, porque era muy, muy grande. Mi abuela atendía la producción lechera, si el trigo dio o no dio y se entendía con los trabajadores.

Infancia

Mi padre llevó una vida absolutamente campestre y rústica. Narraba, y dejó consignado en su libro, cómo tenía una mayor afinidad con los hijos de los peones de la hacienda, para usar el lenguaje de la época, que con sus compañeros de colegio.

Pasó por el Cervantes, La Salle y varios otros hasta terminar en el Real Santander. Para llegar, montaba cuarenta minutos a caballo porque aprendió a hacerlo desde los tres años, entonces para él era normal pues anduvo libre en el páramo, buscando moras y jugando en los pastizales con los animales.

Siempre tuvo una relación muy tensa con la formalidad, con la normatividad, con la autoridad.

Cuando se iba a graduar, el Real Santander perdió la certificación del Ministerio de Educación. Esto fue muy desafortunado pues los dueños, amigos de sus papás, lo habían recibido después de haber sido expulsado de los otros colegios.

Entonces el colegio inscribió a sus estudiantes a las Pruebas de Estado, pero entraron de manera directa dado que el colegio no podía emitir grados. Pasaron tan solo dos, entre ellos mi papá y lo hizo con muy buenas calificaciones, pues fue muy estudioso y disciplinado pese a que era rústico, con una relación muy estrecha con la vida rural.

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Muerte de su padre

Su padre murió cuando mi papá apenas se acababa de graduar del colegio. Esta circunstancia hizo que asumiera nuevas responsabilidades, muy especialmente con su hermana que tenía once o doce años y que era la luz de los ojos de mi abuelo. Asumió el rol de cuidador y proveedor importante lo que impactó también su carácter.

Universidad Nacional

Resulta curioso porque cuando mi padre comenzó a estudiar en la Universidad Nacional, solo dos estudiantes tenían carro y uno era el suyo: a los dieciocho años el papá se lo dio como regalo de grado. Porque también tuvo esa contradicción familiar, que fue tan fuerte.

Llegó a la Nacional con la intención de estudiar Derecho como lo había hecho toda su familia. Nos contaba de una manera muy gráfica que, haciendo la fila para presentar el formulario, pasaron un par de locos, Camilo Torres y Orlando Fals Borda, diciendo que estaban fundando una nueva carrera que no existía en Colombia. Se referían a Sociología: ¡Vengan, pelaos, inscríbanse! Mi papá se acercó a preguntar de qué se trataba, le pareció muy interesante y decidió matricularse.

Le tocó un tridente que sería fundamental en su vida, Eduardo Umaña Luna, Camilo Torres y Orlando Fals Borda, quienes se convirtieron en sus maestros y amigos, y fueron los determinantes de su manera de entender su profesión y de vivir la universidad.

Política

Mi padre terminó muy vinculado a todos los movimientos de izquierda de los años 60, con la agitación en Cuba cuando se estaban incubando el M-19, las FARC, el EPL, el ELN, movimientos que se habían hecho dueños y señores de la Nacional.

Participó en todos los movimientos estudiantiles, con una particularidad, pues descubrió muy rápidamente que no estaba hecho para ser militante, que hay algo en su personalidad que no alcanza a aceptar la disciplina que impone. Con otro agravante, estando en esas, Camilo Torres se fue para el monte donde encontró la muerte y mi papá dijo repetidas veces que, si no hubiera sido por este hecho, probablemente muchos de esos jóvenes, incluyéndolo a él, hubieran terminado de camuflado en alguna parte de Colombia.

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Rompió entonces con la militancia, participó del carácter revolucionario y de izquierda de la universidad, del movimiento estudiantil y de los grupos trotskistas. Debo señalar que ha existido un fantasma, una confusión que surge de la ignorancia de muchas personas que siempre lo calificaron de comunista. Si algo no fue mi papá fue comunista, es más, mi hermano que sí lo es y de partido, mi padre le decía: “¡Lo que me faltaba a mí en la vida, haber tenido un hijo comunista! Cuando toda la vida los combatí en la universidad”.

El trotskismo es una corriente expulsada del comunismo y del socialismo, pues al final, la corriente ortodoxa del comunismo es pro-Stalin y León Trotski fue perseguido y asesinado por este.

Mi padre sí fue un hombre de izquierda, a mi juicio porque es una interpretación muy personal que algunos de mis hermanos debatirían, fue más bien liberal en sus ideas.

Con enorme dificultad logró sortearla —- porque le producía una enorme aversión su lenguaje, sus formas y su formalismo. Su carácter lo llevaba a confrontar la autoridad y la forma, era un cazador de la forma, un obsesivo por esta.

Tuvo su primer empleo a raíz de la ayuda y solidaridad de Orlando Fals Borda que lo invitó a trabajar. El médico Héctor Abad Gómez requería conformar un equipo de ciencias sociales del que hizo parte mi padre. Este fue otro punto de quiebre en su vida, el encuentro con la Colombia rural que lo enamoró de una forma que lo atravesó el resto de sus días.

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Primera familia

Se casó con Magdalena con quien tuvo dos hijos, Juan Andrés y Adriana.

Se dieron un sinnúmero de situaciones nuevas, en medio de una economía bastante difícil. Mi abuela comenzó a vender el ganado, pero también las tierras, y le fue mal en los negocios para perder una parte importante de la fortuna que había heredado.

Comenzó entonces mi padre a buscar caminos para proveer a su familia, asumió diferentes trabajos como ser profesor de la Universidad de Antioquia, momento en el que nació mi hermana en Medellín.

Le tocó vivir una época importante cuando José Obdulio Gaviria y Álvaro Uribe eran estudiantes. Alguien muy importante en la vida de mi padre fue Estanislao Zuleta, su profesor, que terminó siendo protagonista de su vida intelectual, se preciaba bastante de haber compartido con él y haber sido discípulo de sus grupos de discusión y de trabajo.

Pero hubo un paro de estudiantes al que se sumaron los maestros y que le costó el puesto.

La Sorbona – París

Regresó entonces a Bogotá para inscribirse en una beca de la Sorbona en París. El relato de los mayores es que esta fue tan privilegiada que le permitió viajar con toda su familia, sus dos hermanos, con su esposa y sus dos hijos, cuando su madre ya vivía allá con su hija. Llevaron una vida de emigrantes, con limitaciones económicas y dificultades de distinto tipo. Esto ocurrió en los tempranos setenta.

Mi padre estudiaba muchísimo, con absoluta consagración, pero se da un hito que es el rompimiento con la academia. Cuando comenzó a trabajar su tesis de grado que basó en unas historias de vida de campesinos que se convirtieron, con el tiempo, en el libro Los Bombardeos en El Pato.

Cuando entregó el resultado de la investigación, contaba que Daniel Pécaut, su director de tesis, lo felicitó al mismo tiempo que le dijo: “Muy lindo el texto, aunque me da pena decirle, pero esto no es ciencia. No tengo cómo identificar qué de esto es cierto y qué no”. Le pidió que lo reformulara, que aplicara el método científico y le compartiera las fuentes.

Entonces mi padre resolvió no graduarse, desistió del título de doctorado para darse su gran rompimiento con la academia y regresar al país en 1977. Pero esto no fue en detrimento de su trabajo, por el contrario, le permitió darse cuenta de aquello que no quería y le permitió enfrentarse a buscar lo que sí.

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Nueva etapa de vida– Hombre público

Comenzó a rebuscarse la vida con investigaciones, con trabajos de maestro. Inició un muy fuerte trabajo intelectual en el que sacó sus libros más importantes, entre 1977 y 1985.

Se volvió muy exitoso a través de sus libros, pero también de su método, y comenzó a dar sus primeros pasos en la vida pública.

Hacía parte de su grupo de amigos, Claudia Cano, de la familia dueña de El Espectador, quien le dijo: “Están necesitando que alguien escriba sobre esos viajes que le gustan a usted”, e hizo un primer texto sobre la Ciénaga de la Virgen, gracias a su amistad con Claudia.

También hizo parte de Travesías, programa de televisión muy conocido de la década de los 90, recorriendo el territorio nacional porque: “La aventura no es solo una forma de conocimiento sino, quizá, su condición fundamental” (El Tiempo – 18 oct 1992).

Con esta experiencia consolidó su imagen de periodista al tiempo que iba sacando libros y adelantaba investigaciones. Se convirtió en una personalidad reconocida en el escenario nacional. Pasó del anonimato a convertirse en un hombre público.

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Retratista de la historia

Comenzó a construir relaciones de mucha confianza en los territorios con movimientos de izquierda. Se dio a conocer como el hombre que retrató la historia de la guerra de las FARC y, en términos generales, de las guerrillas.

Por cuenta de esto, en el Gobierno de Ernesto Samper, entró a ser parte del equipo de negociaciones que adelanta diálogos con el ELN en Valencia – España y en Alemania, pero que se vino al traste por cuenta de la crisis política que enfrentó Samper y su dificultad para mantenerse sólido. Al final del gobierno se lograron unos acuerdos.

Al sucederlo Andrés Pastrana, comenzó el Proceso de Paz en el Caguán del que también participó acercando posiciones, pero al venirse a tierra el proceso mi padre quedó muy expuesto por cuenta precisamente del esfuerzo que había hecho, el de trabajar para buscar una solución negociada.

Empezó un tiempo de muchas amenazas, de una situación de seguridad muy compleja. Le asignaron escoltas, recibió a diario cartas con amenazas, descubrieron planes para asesinarlo.

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Se volvió tan difícil la situación que, a pesar de que él no quería irse, sus hijos, mi madre y su primera esposa, nos reunimos para pedirle que aceptara irse del país pues era invivible, demasiada tensión esperando una llamada portadora de malas noticias.

Además, desde el año 95 se dieron los asesinatos de algunos de sus amigos Mario Calderón y Elsa Alvarado, pues mi padre, como ellos, también trabajó en el Centro de Investigación y Educación Popular – CINEP.

Pero también asesinaron a Eduardo Umaña, un hombre muy querido por él, hijo de uno de sus grandes maestros, abogado muy importante. Finalmente, con el asesinato de Jaime Garzón, la situación se hizo muy peligrosa y se sentía aún más expuesto.

Exilio

La presión familiar lo obligó a irse inicialmente a Barcelona – España, donde vivió su temporada de exilio en condiciones económicas muy difíciles, pues lo único que tenía era la columna. Durante estos años, el colegio nuestro fue prácticamente fiado por sus dueños, solidarios con la familia.

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Fueron siete años muy extremos, de 1998 al 2005, de una economía muy precaria, de mucha soledad, al tiempo que la casa en Bogotá estaba abandonada, la finca de los Llanos, que tanto había cuidado y querido, también se empezó a perder y se la tomaron los paramilitares para usarla en rutas de coca.

Los dos últimos años de exilio los pasó en los Estados Unidos pues Stanford University le ofreció la Cátedra Simón Bolívar. Fue como profesor invitado. Ahí logró un período un poco más sereno en todos los aspectos, participó del grupo de amigos del que tanto disfrutó, y Eliseo Subiela fue su gran confidente.

Regreso a Colombia

Regresó al país decidido a que lo mataran pues lo prefirió a seguir en el exilio. Llegó en el 2005 cuando se estaba desmontando el paramilitarismo, el tema de seguridad mejoró, pero nunca dejó de vivir escoltado y con cierto nivel de riesgo.

Retomó los hilos de su vida, vinieron años muy prolijos con libros, en los que alcanzó su madurez intelectual. Escribió siete u ocho libros, en tres o cuatro meses producía uno, dos o tres al año que, como ya estaba tan consolidada su obra, contó con editoriales como Aguilar, Áncora Editores y varias otras.

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Explotó con fuerza su faceta de periodista, recorrió el país haciendo reportajes para El Espectador, volvió a desatrasarse de los años que estuvo por fuera. Fidel Cano le acolitó cuanto viaje se le ocurrió, dedicó mucho tiempo a las columnas, más que a sus libros, les imprimió mucha energía a los reportajes de domingo.

Proceso de paz

El Gobierno de Santos lo sorprende con el tema de la paz. Jugó un papel importante en un primer momento como consultor en el tema de drogas referente a la relación de los cultivos ilícitos con el desarrollo rural, y como consultor del PNUD para asesorar la mesa de diálogos en ese punto.

Luego fue escogido en la primera Comisión de la Verdad, comisión que es elegida paritariamente, participó en ese primer trabajo que dio las bases. Finalmente fue escogido como uno de los once comisionados que comenzaron en el año 2017.

Sus últimos siete años de vida los dedicó enteros al Proceso de Paz, pues desde que asumió como comisionado renunció a la columna al considerar que había un conflicto de intereses.

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Vivió muy intensamente un tiempo realmente difícil pues extrañó mucho el periodismo, no era capaz de no escribir, tan es así que ahí produjo su libro Cartas a Antonia. Lo logró madrugando mucho, pues se levantaba incluso antes de las cuatro de la mañana, a diario, a escribir.

Dedicó sus últimas fuerzas a empujar el barco de la Comisión de la Verdad con enormes dificultades. Para él era muy difícil asumir una posición institucional, siendo un hombre que toda su vida había realizado su trabajo de una manera solitaria y autónoma, si se quiere.

Reconocimientos

Pero, además, esto se conjugó con una situación pasada cuando fue elegido comisionado en el año 2016, año de los reconocimientos, porque se ganó todos los premios de periodismo del país, incluyendo el Premio Vida y Obra – Simón Bolívar.

La Universidad Nacional le otorgó el Doctorado Honoris Causa que para él fue una reconciliación con la academia que lo había expulsado, la validación de su camino que no había sido propiamente una autopista, sino más bien una trocha, que él había asumido a fuerza de convicción pese a las consecuencias.

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Recuerdo que se quejaba, ofendido, diciendo que lo invitaban más a la Facultad de Ciencias Políticas y a la Facultad de Derecho que a su propia Facultad de Sociología. Amó por sobre todos los lugares de educación de este país a su Universidad Nacional, era un orgulloso egresado de ella.

Le alcanzaron a reconocer en vida la potencia de su obra y los sacrificios que había vivido.

Situación de salud

Se abrió un tiempo muy extraño cuando comenzó la descolgada en términos de salud. En diciembre de 2017, íbamos para nuestra finca en Vichada, viaje en familia con el que había soñado y que había trazado cruzando ríos y previendo un sinnúmero de aventuras.

En medio de la llanura espesa, a tres días de Bogotá, se empezó a sentir muy mal, le dio una tos que empeoraba hasta el punto en el que manifestó que no podía continuar, se excusó diciendo: “Me da pena, pero yo me devuelvo”. Le contestamos: “Nos devolvemos todos”. Hizo una artimaña para que tuviéramos que cruzar un río para luego, cuando ya estábamos del otro lado, decir: “Me tengo que devolver”.

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Vino un primer ataque cardíaco muy angustiante, de enorme riesgo. Sufrió un paro al que se repuso a fuerza de estar respirando en la Sabana, solo, a doce o quince horas de un hospital. Se devolvió con su escolta y su hermana, corrieron a unas velocidades impresionantes hasta llegar a Puerto Gaitán donde lo atendieron en una enfermería de colegio diciéndole que podía ser un asunto de la presión.

Decidió continuar hasta Bogotá para llegar un 31 de diciembre. Pasó Año Nuevo. Luego le diagnosticaron que había sufrido dos paros cardíacos que obligaba a intervenirlo quirúrgicamente de urgencia para destrancar una arteria.

El principio del fin

Esta primera operación marcó el principio del fin, para usar palabras de político. El siguiente año fue muy difícil pues sufrió una situación cardíaca que le obligó una segunda operación.

Sobre mitad de año se le descubrió el cáncer de garganta para empezar su dura batalla que dio con enorme valor y con un estoicismo absolutamente admirable que lo enfrentó a la muerte en silencio.

Tuvo la particularidad de no poder hablar, aunque él no era muy conversador ni muy altisonante, vivió unos meses de mucha observación y reflexión que son los que logró plasmar con esa belleza digna de la obra que fue capaz de construir.

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Reflexiones

¿Cuáles fueron sus reflexiones finales de vida?

La sabiduría de sus reflexiones las dejó perfectamente escritas, para todos, no exclusivas para nosotros. Cartas a Antonia es el producto del culmen de su vida, del momento cumbre, en el que el pensamiento no lo dispersa en conversaciones, sino que lo consigna en textos.

¿Cómo vivió sus últimos momentos?

En esta última etapa la familia le brindó mucho acompañamiento, estuvimos muy juntos, fue el momento de sentirnos.

Fue un tiempo muy bello porque él fue capaz de disponerse a compartir, se notaba cómo vivía cada minuto como si fuera el último y eso fue muy gratificante para quienes estuvimos a su lado.

Mi padre mantuvo siempre la calma sobre su angustia.

¿Hubo algún rito solemne de despedida?

Fueron seis meses de continuas despedidas, dándolo todo, por parte de todos, incluyéndolo a él.

Luchó, nunca dejó de pelear, porque quería vivir, porque, además, ese era su carácter, el de una persona incapaz de sentarse a despedirse de la vida.

Cada acto, durante el tiempo en que combatió el cáncer, estuvo cargado de emocionalidad, de simbolismos.

Cuando uno lee lo que él escribió en esos días, entiende que era un hombre sabio mirando a los ojos a la muerte.

En su forma de entender a su padre, ¿cuál diría que era su sentido más profundo de la existencia?

Interpretaría que era la pasión. Lo que él buscó fue vivir apasionadamente cada transe de su vida, fuera de dolor o de dicha, pero no reparaba en miedos ni consecuencias, sino que se lanzaba a abrazar el cimiento que le palpitaba en el pecho.

¿Qué le gustaba dejar en las personas que se acercaban a él?

Una profunda inquietud sobre la manera como se enfrentaba a la vida. Todos quienes lo rodeamos crecimos bajo las enseñanzas de un hombre que se cuestionaba todo el tiempo las dinámicas comunes y corrientes, las formas del sistema.

Disfrutaba de desatar los cuestionamientos profundos sobre cómo uno puede vivir mejor, sobre la felicidad, sobre la alegría, sobre el amor.

Se paraba siempre desde la incomodidad de la duda, desde la necesidad de no dejarse llevar por la corriente de un sistema que arroya con todo y hace que todo el mundo entienda asuntos como el amor, la vida, la muerte, el éxito, el trabajo, de una manera tan homogénea. Era un difusor de la duda y de la inquietud.

¿Cuál fue el mejor consejo que recibió de él?

Pudo haber sido el de que la escritura es un camino que se consigue a fuerza de disciplina. Pero también el de que, detrás de una montaña, hay otra montaña.

Una de sus características fue que sus consejos eran ejemplo.

¿Qué hay de su papá en usted?

No es una pregunta que pueda contestar fácilmente, pero me atrevería a decir que, si algo me dejó, fue la sensibilidad para ser capaz de oír a otros.

¿Qué palabras escogería para abrazar toda su existencia?

Fue un buscador, un caminante y un cuestionador de los estereotipos.

#HISTORIASDEVIDA #ISALOPEZGIRALDO

Por Isabel López Giraldo

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