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Un día como hoy, pero de 1888, nació José Eustasio Rivera, una de las plumas colombianas más recordadas y destacadas de la literatura colombiana y de Latinoamérica. Su lugar de nacimiento es un tema de debate, pues la historia oficial señala que nació en el municipio de San Mateo (Huila), que luego cambiaría su nombre a Rivera, en honor a su apellido. Sin embargo, en el centro de Neiva hay una vivienda con una placa en la que se asegura que ahí nació el escritor.
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A pesar de esa incógnita sobre el lugar que lo vio crecer, Rivera siempre se sintió de aquí: Colombia. Por eso, tuvo el deseo de explorar su tierra sobre la que escribió una serie de obras, entre ellas La vorágine, que lo dotaría de reconocimiento y que se convertiría en un clásico de la literatura hispanoamericana. “En Colombia hay una mitad del país que no hemos visto. Esa enorme región de llanuras, de selva y misterio, tiene en nuestra literatura un solo nombre: José Eustasio Rivera”, afirmó el escritor William Ospina.
En 2024, a 136 años de su natalicio, se celebran el centenario de este libro que publicó en 1924 y que fue traducida a múltiples idiomas, como el ruso y el lituano. Ante este suceso, el Gobierno Nacional determinó que este sería el “Año de La vorágine” y que el 19 de febrero iniciaría oficialmente la celebración en todo el territorio nacional y afuera también.
“Este 19 de febrero lanzamos una serie de acciones que se van a extender a lo largo de todo el año no solo en Colombia, sino a nivel internacional”, dijo el ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, Juan David Correa.
#100AñosVorágine. Hoy empieza oficialmente el año de 'La vorágine', obra fundamental del siglo XX. En un día como hoy, también, nació José Eustasio Rivera en 1888. La novela permite celebrar su natalicio y la fuerza de la naturaleza y las artes este 2024:https://t.co/jllvcWyJVM
— MinCultura Colombia (@mincultura) February 19, 2024
A continuación, algunos poemas para recordar a José Eustasio Rivera en el día de su nacimiento. Piezas literarias que dejan ver su interés por la naturaleza, la vida y la realidad de su país:
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“La grulla”
Viajera que hacía el polo marcó su travesía,
la grulla migratoria revuela entre el celaje;
y en pos de la bandada, que la olvidó en el viaje,
aflige con sus remos la inmensidad sombría.
Sin rumbo, ya cansada, prolonga todavía
sus gritos melancólicos en el hostil paisaje;
y luego, por las ráfagas, vencido su plumaje,
desciende a las llanuras donde se apaga el día.
Huérfana, sobre el cámbulo florido de la vega,
se arropa con el ala mientras la noche llega.
Y cuando huyendo al triste murmurio de las hojas
de nuevo cruza el éter azul del horizonte,
tiembla ante el sol, que, trágico, desde la sien del monte,
extiende, como un águila, sus grandes alas rojas.
“Cantadora sencilla”
Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,
entre ocultos follajes, la paloma torcaz,
acongoja las selvas con su blanda quejumbre,
picoteando arrayanas y pepitas de agraz.
Arrurruúu… canta viendo la primera vislumbre;
y después, por las tardes, al reflejo fugaz,
en la copa del guáimaro que domina la cumbre
ve llenarse las lomas de silencio y de paz.
Entreabiertas las alas que la luz tornasola,
se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola;
y esponjado el plumaje como leve capuz,
al impulso materno de sus tiernas entrañas,
amorosa se pone a arrullar las montañas…
Y se duermen los montes… y se apaga la luz.
“Alas de seda”
Persiguiendo el perfume de risueño retiro,
la fugaz mariposa por el monte revuela,
y en esos aires enciende sutilisima estela
con sus pétalos tenues de cambiante zafiro.
En la ronda versátil de su trémulo giro
esclarece las grutas como azul lentejuela;
y al flotar en la lumbre que en los ámbitos riela,
vibra el sol y en la brisa se difunde un suspiro.
Al rumor de las lianas y al vaivén de las quinas,
resplandece en la fronda de las altas colinas,
polvoreando de plata la florida arboleda;
y la gloriosa en el brillo de sus luces triunfales,
sobre el limpio remanso de sernos cristales
pasa, sin hacer sombra, con sus alas de seda.
“Grabado en la llanura”
Grabando en la llanura las pisadas,
y ambos, uncida al yugo la cabeza,
dos bueyes de humillada fortaleza
pasan ante las tímidas vacadas.
Por el pincho las pieles torturadas
fruncen con una impávida entereza;
y al canto del boyero, con tristeza
revuelven las pupilas agrandadas.
Mientras flora la rueda, el correaje
chirría en los cuernos, y la ruta queda
bordada, a trechos, de espumoso encaje;
y ellos, bajo el topacio vespertino,
parecen en la errante polvareda
dos tardas pesadumbres del camino.
“Sintiendo...”
Sintiendo que en mi espíritu doliente
la ternura romántica germina,
voy a besar la estrella vespertina
sobre el agua ilusoria de la fuente.
Más cuando hacía el fulgor cerulescente
mi labio melancólico se inclina,
oigo como una voz ultradivina
de alguien que me celara en el ambiente.
Y al pensar que tu espíritu me asiste,
torno los ojos a la pampa triste
¡Nadie!... Sólo el crepúsculo de rosa.
Más, ¡ay!, que entre la tímida vislumbre,
inclinada hacia mí, con pesadumbre,
suspira una palmera temblorosa.
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