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                                                                                                                                Algunos poemas de José Eustasio Rivera, autor de “La vorágine”

                                                                                                                                Este 19 de febrero, además de dar inicio a la celebración del centenario de “La vorágine“, se conmemora el natalicio de su autor, José Eustasio Rivera.

                                                                                                                                José Eustasio Rivera, autor de "La Vorágine", publicada en 1924.
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le sugerimos leer: Se inicia la celebración del centenario de “La vorágine” en Colombia.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                “Este 19 de febrero lanzamos una serie de acciones que se van a extender a lo largo de todo el año no solo en Colombia, sino a nivel internacional”, dijo el ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, Juan David Correa.

                                                                                                                                A continuación, algunos poemas para recordar a José Eustasio Rivera en el día de su nacimiento. Piezas literarias que dejan ver su interés por la naturaleza, la vida y la realidad de su país:

                                                                                                                                Le puede interesar: “La vorágine”, la gran novela de Colombia, según Antonio Caballero.

                                                                                                                                “La grulla”

                                                                                                                                Viajera que hacía el polo marcó su travesía,

                                                                                                                                la grulla migratoria revuela entre el celaje;

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                y en pos de la bandada, que la olvidó en el viaje,

                                                                                                                                aflige con sus remos la inmensidad sombría.

                                                                                                                                Sin rumbo, ya cansada, prolonga todavía

                                                                                                                                sus gritos melancólicos en el hostil paisaje;

                                                                                                                                y luego, por las ráfagas, vencido su plumaje,

                                                                                                                                desciende a las llanuras donde se apaga el día.

                                                                                                                                Huérfana, sobre el cámbulo florido de la vega,

                                                                                                                                se arropa con el ala mientras la noche llega.

                                                                                                                                Y cuando huyendo al triste murmurio de las hojas

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                tiembla ante el sol, que, trágico, desde la sien del monte,

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                extiende, como un águila, sus grandes alas rojas.

                                                                                                                                “Cantadora sencilla”

                                                                                                                                Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,

                                                                                                                                entre ocultos follajes, la paloma torcaz,

                                                                                                                                acongoja las selvas con su blanda quejumbre,

                                                                                                                                picoteando arrayanas y pepitas de agraz.

                                                                                                                                Arrurruúu… canta viendo la primera vislumbre;

                                                                                                                                y después, por las tardes, al reflejo fugaz,

                                                                                                                                en la copa del guáimaro que domina la cumbre

                                                                                                                                ve llenarse las lomas de silencio y de paz.

                                                                                                                                Entreabiertas las alas que la luz tornasola,

                                                                                                                                se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola;

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                y esponjado el plumaje como leve capuz,

                                                                                                                                al impulso materno de sus tiernas entrañas,

                                                                                                                                amorosa se pone a arrullar las montañas…

                                                                                                                                Y se duermen los montes… y se apaga la luz.

                                                                                                                                “Alas de seda”

                                                                                                                                Persiguiendo el perfume de risueño retiro,

                                                                                                                                la fugaz mariposa por el monte revuela,

                                                                                                                                y en esos aires enciende sutilisima estela

                                                                                                                                con sus pétalos tenues de cambiante zafiro.

                                                                                                                                En la ronda versátil de su trémulo giro

                                                                                                                                esclarece las grutas como azul lentejuela;

                                                                                                                                y al flotar en la lumbre que en los ámbitos riela,

                                                                                                                                vibra el sol y en la brisa se difunde un suspiro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al rumor de las lianas y al vaivén de las quinas,

                                                                                                                                resplandece en la fronda de las altas colinas,

                                                                                                                                polvoreando de plata la florida arboleda;

                                                                                                                                y la gloriosa en el brillo de sus luces triunfales,

                                                                                                                                sobre el limpio remanso de sernos cristales

                                                                                                                                pasa, sin hacer sombra, con sus alas de seda.

                                                                                                                                “Grabado en la llanura”

                                                                                                                                Grabando en la llanura las pisadas,

                                                                                                                                y ambos, uncida al yugo la cabeza,

                                                                                                                                dos bueyes de humillada fortaleza

                                                                                                                                pasan ante las tímidas vacadas.

                                                                                                                                Por el pincho las pieles torturadas

                                                                                                                                fruncen con una impávida entereza;

                                                                                                                                y al canto del boyero, con tristeza

                                                                                                                                revuelven las pupilas agrandadas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mientras flora la rueda, el correaje

                                                                                                                                chirría en los cuernos, y la ruta queda

                                                                                                                                bordada, a trechos, de espumoso encaje;

                                                                                                                                y ellos, bajo el topacio vespertino,

                                                                                                                                parecen en la errante polvareda

                                                                                                                                dos tardas pesadumbres del camino.

                                                                                                                                “Sintiendo...”

                                                                                                                                Sintiendo que en mi espíritu doliente

                                                                                                                                la ternura romántica germina,

                                                                                                                                voy a besar la estrella vespertina

                                                                                                                                sobre el agua ilusoria de la fuente.

                                                                                                                                Más cuando hacía el fulgor cerulescente

                                                                                                                                mi labio melancólico se inclina,

                                                                                                                                oigo como una voz ultradivina

                                                                                                                                de alguien que me celara en el ambiente.

                                                                                                                                Y al pensar que tu espíritu me asiste,

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                torno los ojos a la pampa triste

                                                                                                                                ¡Nadie!... Sólo el crepúsculo de rosa.

                                                                                                                                Más, ¡ay!, que entre la tímida vislumbre,

                                                                                                                                inclinada hacia mí, con pesadumbre,

                                                                                                                                suspira una palmera temblorosa.

                                                                                                                                Le recomendamos: Diálogos del Magazín: centenario de “La Vorágine”.

                                                                                                                                José Eustasio Rivera, autor de "La Vorágine", publicada en 1924.
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le sugerimos leer: Se inicia la celebración del centenario de “La vorágine” en Colombia.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                En 2024, a 136 años de su natalicio, se celebran el centenario de este libro que publicó en 1924 y que fue traducida a múltiples idiomas, como el ruso y el lituano. Ante este suceso, el Gobierno Nacional determinó que este sería el “Año de La vorágine” y que el 19 de febrero iniciaría oficialmente la celebración en todo el territorio nacional y afuera también.

                                                                                                                                “Este 19 de febrero lanzamos una serie de acciones que se van a extender a lo largo de todo el año no solo en Colombia, sino a nivel internacional”, dijo el ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, Juan David Correa.

                                                                                                                                A continuación, algunos poemas para recordar a José Eustasio Rivera en el día de su nacimiento. Piezas literarias que dejan ver su interés por la naturaleza, la vida y la realidad de su país:

                                                                                                                                Le puede interesar: “La vorágine”, la gran novela de Colombia, según Antonio Caballero.

                                                                                                                                “La grulla”

                                                                                                                                Viajera que hacía el polo marcó su travesía,

                                                                                                                                la grulla migratoria revuela entre el celaje;

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                y en pos de la bandada, que la olvidó en el viaje,

                                                                                                                                aflige con sus remos la inmensidad sombría.

                                                                                                                                Sin rumbo, ya cansada, prolonga todavía

                                                                                                                                sus gritos melancólicos en el hostil paisaje;

                                                                                                                                y luego, por las ráfagas, vencido su plumaje,

                                                                                                                                desciende a las llanuras donde se apaga el día.

                                                                                                                                Huérfana, sobre el cámbulo florido de la vega,

                                                                                                                                se arropa con el ala mientras la noche llega.

                                                                                                                                Y cuando huyendo al triste murmurio de las hojas

                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                de nuevo cruza el éter azul del horizonte,

                                                                                                                                tiembla ante el sol, que, trágico, desde la sien del monte,

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                extiende, como un águila, sus grandes alas rojas.

                                                                                                                                “Cantadora sencilla”

                                                                                                                                Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,

                                                                                                                                entre ocultos follajes, la paloma torcaz,

                                                                                                                                acongoja las selvas con su blanda quejumbre,

                                                                                                                                picoteando arrayanas y pepitas de agraz.

                                                                                                                                Arrurruúu… canta viendo la primera vislumbre;

                                                                                                                                y después, por las tardes, al reflejo fugaz,

                                                                                                                                en la copa del guáimaro que domina la cumbre

                                                                                                                                ve llenarse las lomas de silencio y de paz.

                                                                                                                                Entreabiertas las alas que la luz tornasola,

                                                                                                                                se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola;

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                y esponjado el plumaje como leve capuz,

                                                                                                                                al impulso materno de sus tiernas entrañas,

                                                                                                                                amorosa se pone a arrullar las montañas…

                                                                                                                                Y se duermen los montes… y se apaga la luz.

                                                                                                                                “Alas de seda”

                                                                                                                                Persiguiendo el perfume de risueño retiro,

                                                                                                                                la fugaz mariposa por el monte revuela,

                                                                                                                                y en esos aires enciende sutilisima estela

                                                                                                                                con sus pétalos tenues de cambiante zafiro.

                                                                                                                                En la ronda versátil de su trémulo giro

                                                                                                                                esclarece las grutas como azul lentejuela;

                                                                                                                                y al flotar en la lumbre que en los ámbitos riela,

                                                                                                                                vibra el sol y en la brisa se difunde un suspiro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al rumor de las lianas y al vaivén de las quinas,

                                                                                                                                resplandece en la fronda de las altas colinas,

                                                                                                                                polvoreando de plata la florida arboleda;

                                                                                                                                y la gloriosa en el brillo de sus luces triunfales,

                                                                                                                                sobre el limpio remanso de sernos cristales

                                                                                                                                pasa, sin hacer sombra, con sus alas de seda.

                                                                                                                                “Grabado en la llanura”

                                                                                                                                Grabando en la llanura las pisadas,

                                                                                                                                y ambos, uncida al yugo la cabeza,

                                                                                                                                dos bueyes de humillada fortaleza

                                                                                                                                pasan ante las tímidas vacadas.

                                                                                                                                Por el pincho las pieles torturadas

                                                                                                                                fruncen con una impávida entereza;

                                                                                                                                y al canto del boyero, con tristeza

                                                                                                                                revuelven las pupilas agrandadas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mientras flora la rueda, el correaje

                                                                                                                                chirría en los cuernos, y la ruta queda

                                                                                                                                bordada, a trechos, de espumoso encaje;

                                                                                                                                y ellos, bajo el topacio vespertino,

                                                                                                                                parecen en la errante polvareda

                                                                                                                                dos tardas pesadumbres del camino.

                                                                                                                                “Sintiendo...”

                                                                                                                                Sintiendo que en mi espíritu doliente

                                                                                                                                la ternura romántica germina,

                                                                                                                                voy a besar la estrella vespertina

                                                                                                                                sobre el agua ilusoria de la fuente.

                                                                                                                                Más cuando hacía el fulgor cerulescente

                                                                                                                                mi labio melancólico se inclina,

                                                                                                                                oigo como una voz ultradivina

                                                                                                                                de alguien que me celara en el ambiente.

                                                                                                                                Y al pensar que tu espíritu me asiste,

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                torno los ojos a la pampa triste

                                                                                                                                ¡Nadie!... Sólo el crepúsculo de rosa.

                                                                                                                                Más, ¡ay!, que entre la tímida vislumbre,

                                                                                                                                inclinada hacia mí, con pesadumbre,

                                                                                                                                suspira una palmera temblorosa.

                                                                                                                                Le recomendamos: Diálogos del Magazín: centenario de “La Vorágine”.

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