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“Me sentiría mal si me amparara bajo la fórmula pop del amor para vender discos”

En entrevista para El Espectador, el rapero bogotano cuenta cómo durante sus inicios, y mientras gran parte del movimiento hip hop se la jugó por denunciar las complejidades de una sociedad violenta, él decidió rimar para explorar las complejidades de la mente. Esta es la génesis de un rapero sin corazas.

Joseph Casañas Angulo
14 de agosto de 2021 - 02:00 a. m.
Ali Rey Montoya en el concierto del sábado en el Movistar Arena de Bogotá.
Ali Rey Montoya en el concierto del sábado en el Movistar Arena de Bogotá.
Foto: Jorge Ravelo
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A Ali Rey Montoya, nombre de pila de Ali Aka Mind, huir le ayudó a encontrarse. A reencontrarse. En 2006, con algunos ahorros y otros pesos que le pagaron por presentarse en Hip Hop al Parque, emprendió un viaje que se alargó por 10 años. Aunque el señor rap ya había arribado a su vida con una fuerza volcánica terrible, el Ali de ese tiempo estaba más preocupado por hacerle muecas a languidez.

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“Aunque me fui del país empujado por el deseo de conocer, también lo hice huyendo de ese modo en el que se convierte Colombia para los jóvenes: trabajar de lunes a viernes por muy poca plata y, lo poco que ganan, se lo gastan de fiesta el fin de semana”.

Pese a que Montoya había terminado su carrera en idiomas y negocios internacionales, muy lejos estaba de gerenciar alguna compañía. Trabajaba por temporadas como mercaderista y cada tres meses, de acuerdo con el genio desgastado del jefe de recursos humanos, su contrato era o no renovado. Pero como los tiempos del sol son perfectos, como cantan los Alcolirykoz, hoy este bogotano de 39 años gerencia un grupo de rap que trafica con rimas, emociones y verdades de a puño que se cantan sobre una base de rap, bolero o tango.

Ali Aka Mind está lejos de ser un rapero convencional. Cuando empezó a componer, y mientras el resto de MC’s dedicaban sus rimas a contar que en la madrugada amaneció muerto Pedro, y que aquel día a Paula le robaron, le arrancaron las orejas por robarle los artes de oro, o que la prostituta la desaparecieron y que al jíbaro del barrio lo están buscando por un negocio que salió mal, Montoya se propuso explorar el interior de esos mismos personajes de los que hablaban sus colegas. Desde su primer álbum, Rap Conciencia (2008), sus letras vienen tocando fibras que entonces eran soslayadas por el género. Tomar ese camino hoy lo muestra como un artista sin corazas. El pasado sábado, en el Movistar Arena de Bogotá, cuando se presentó por primera vez después de más de un año sin hacerlo con público, dio muestra de ello. Por momentos las lágrimas hicieron más ruido que los samples.

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“Las corazas ya las quemé cuando era niño. La música me ha hecho sin corazas. La sociedad te educa para tenerlas, pero la música me llevó a esto, a la sensibilidad de la escritura y luego a intentar husmear el interior”.

¿Por qué cree que nos educan para permanecer con una coraza?, le pregunto. No responde rápido. Busca las palabras mientras su mirada caza el aire, como si hubiera encontrado el cierre de una rima huérfana. “Es por la idiosincrasia del individualismo. Desde allí la coraza empieza a hacerse más fuerte. Desde niño te enseñan eso. A no valorar los esfuerzos ajenos. Y la educación en el colegio es muy individualista. Estudie, haga lo suyo. Si gana, gana solo, si pierde, pierde solo. Y todo termina en ese frenesí: cuando tengo algo lo quiero proteger a muerte, cuando no tengo nada, no le cuento a nadie. Así nos enseñan a mentir”.

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“No soy solo influencia yanqui. / Soy más Julio Jaramillo, más Atahualpa Yupanqui. /Te lo explico, sencillo más que buscar brillo, que jalar gatillo / Quiero escribir y vivir tranquilo”, canta en Identidad (2017).

Para Aka Mind, nombrar a Julio Jaramillo no fue una maroma dialéctica con la pretensión de la rima. Don Nelson Rey Moreno, su papá, dedicó muchas horas con sus días a escuchar al cantante ecuatoriano que pedía ser odiado por piedad y sin clemencia porque el rencor hiere menos que el olvido. Esa música, capaz de adelgazar la voz de quienes presumen muros infranqueables de sentimiento, ejerció una amplia influencia en el rapero protagonista de estas líneas. En su música, de repente, puede aparecer un requinto, una guitarra, un bandoneón o un saxo delicioso y, sin embargo, sigue siendo rap.

“Deja de aferrarte a aquello que no existe. / Torturarte y humillarte tan solo por estar triste. / De despreciarte por lo que no conseguiste. / Vuelve a pararte y haz todo lo que antes no hiciste. Deja de buscar culpables. Tus decisiones son tuyas. Tú eres tu único responsable. / Deja de explicar tus males. Quien te quiere lo soportará y quien no, no le importa lo que tú hables”, canta en Deja (2014).

Hasta antes de 2001 el rap para Ali Rey Montoya era una suerte satélite natural. Estaba allí como un testigo de sus movimientos, sin ejercer mayor influencia, pero un accidente hizo que los ritmos del bombo y la caja se convirtieran en su planeta entero.

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Entonces pasaba sus días en un parque del barrio Galán, en el sur de Bogotá, intentando sacar el truco imposible sobre una tabla de skateboard. En Sk8, una canción de Sobreviviente, su más reciente álbum, dice: “En mi parche era: parce yo me boto, así deje el madero roto y no pueda comprarme otro”, pero antes de que se rompieran las tablas, Ali se rompió el ligamento cruzado y los meniscos de la rodilla derecha mientras grababa un comercial de la marca que lo patrocinaba. Hasta ahí llegó el sueño que brincaba sobre unas rampas y viajaba sobre unos truks que enganchaban unas ruedecillas de poliuretano.

“El día que me rompí la rodilla volví a ese parque y estuve con los raperos todo el día. Al día siguiente, uno de los MC’s me invitó a La Calera a rapear y ocho días después ya estaba grabando”, recuerda.

Tal vez ese día perdimos un campeón olímpico que hacía trucos sobre un pedazo de tabla, sin embargo, nos ganamos un compositor que nos canta tanto, que nos canta la tabla. Las canciones de Ali Aka Mand no son fáciles de aprender. Pocas tienen coros pegajosos. Sus letras son más bien manifiestos, postulados o bofetadas.

“Yo quisiera a veces hacer coros pegajosos, pero es que así me salen las letras. Noto que mi hija se aprende en dos segundos algún coro de reguetón, pero aprenderse mis letras le cuesta. Lo mío claramente es un tema de escritura. Soy más escritor que músico. Con el tiempo es que he venido puliendo como productor, como músico y en la armonía, pero lo mío es una comunicación visceral. Me sentiría muy mal si me pusiera bajo el amparo de la fórmula pop del amor para vender discos”, dice.

Mientras Ali afina las rimas de su próximo trabajo discográfico, escribe un libro. “Si no nos atrevemos a contar nuestra propia historia no podremos convertirla en nuestra gran victoria”.

Joseph Casañas Angulo

Por Joseph Casañas Angulo

Comunicador social y periodista egresado de la Universidad Los Libertadores con diez años de experiencia en medios de comunicación.@joseph_casanasjcasanas@elespectador.com

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