Almudena Grandes, una despedida sin tiempo
Homenaje a la recién fallecida escritora española de parte de una colega colombiana a quien con sus novelas convenció de la importancia de la literatura.
Alejandra Jaramillo Morales * / Especial para El Espectador
Esta mujer marcó mi vida dos veces; la primera se la pude contar, la segunda no alcancé. Almudena Grandes se fue. La leí muchas veces, la vi una vez. Le conté uno de mis secretos sobre mi lectura de sus obras. La otra marca no se la pude contar. No me apuré, me parecía era una mujer eterna, que le quedaba tanto tiempo en este planeta que no pensé en buscarla otra vez. Además, esa segunda marca la he contado tantas veces, a tanta gente, en tantos lugares que casi pensé que ya se lo había contado directamente a ella. (La noticia: Murió la novelista española Almudena Grandes a causa de un cáncer).
Cuando se es joven y una coquetea con la posibilidad de dedicarse alguna vez en su vida escribir ficción, mientras va tomando la decisión, la lleva a cabo y pasan los años hasta que la escritura es lo único que nos convoca, muchos escritores y escritoras lo van marcando a uno. Como si la habitación que lo envuelve a uno para escribir hubiese sido construida con ladrillos hechos con las palabras de las historias de quienes uno lee, de las palabras que se escribieron en ese otro cuarto, donde ellos y ellas se encerraron a escribir. (Le puede interesar: Entrevista con Piedad Bonnett sobre su más reciente novela).
En el año 1990 entré a estudiar literatura. Las edades de Lulú era el libro de moda. La primera marca. Almudena acababa de ganarse el premio La sonrisa vertical con esa novela, un texto que nos permitía pensar que todo lo oculto podía contarse. En pocos años entendí que la escritura de las mujeres venía a transformarnos. Que debíamos leer esos otros mundos, esas otras maneras de pensar para abrir nuestra visión. Y claro, Almudena había sido una primera puerta de salida de unos estudios literarios centrados principalmente en lo masculino. Era una novela que hablaba de las libertades que había adquirido España después de que se acabará el régimen de Franco. Una novela sobre ese desmadre total que le vino a ese país cuando se encontraron otra vez en democracia, pero que era también la exploración del deseo, del límite de la sexualidad como un campo de vida.
Esa lectura me marcó. Si había un premio literario que valía la pena era ese, La sonrisa vertical. Un premio a la literatura erótica escrita por mujeres, ese campo de significación que Almudena Grandes había abierto para todas nosotras. Para que muchas mujeres sintiéramos que era posible narrar el cuerpo femenino desde un lugar no intimista, revelador, desgarrado. Y eso pude contárselo. La única vez que me encontré con ella pude decirle cuánto su primera novela había marcado mi camino. Pero después de ese encuentro no pude contarle las futuras reflexiones que ella abrió en mí desde ese día.
Fue en Cartagena. “Marta Sanz y Almudena Grandes conversan con Alejandra Jaramillo”, decía el flyer del Hay festival. Fue una tarde de enero 2015, 5 pm, en ese patio del claustro de Santo Domingo, cuando el cielo azul vibrante cartagenero nos acunó las palabras. Era yo, muchos años después, sentándome frente a esa escritora que había leído en mi primer semestre de universidad, fuera de la universidad por supuesto, porque ese libro se demoraría muchos años en entrar en las aulas universitarias. Llegaron las dos. Marta y Almudena. La conversación fue estupenda. Marta con sus experimentaciones, Almudena con su sabiduría. Allí Almudena hizo una afirmación que me llevó a un importante descubrimiento sobre la escritura. Almudena se quejaba de qué los críticos nunca veían la tremenda filigrana que implicaba descubrir la forma de una novela. “Me paso años en etapa de cuaderno, descubriendo la forma de la novela por escribir”, dijo. Me estaba dando una clave fundamental. Ese camino que va de la idea a la intuición de la forma es absolutamente necesario a la escritura. Era indispensable ese momento en que vamos construyendo, permitiendo que aflore una forma posible que nos va a guiar en la escritura, y es quizás uno de los momentos más importantes de la creación.
Ella lo tenía claro, es un absoluto embeleco preguntarse si un autor se mueve con mapa o con brújula por la escritura. Un romanticismo vano, pensar que la forma no preexiste en nada al texto, que la reflexión creativa es una camisa de fuerza. No, Almudena lo dijo con firmeza, descubrir la forma es el acto principal de la escritura, y si un crítico no es capaz de verlo no ha llegado al fondo de un texto. Escribir una novela es pensarla, delinearla, garabatearla hasta que las palabras vayan bordando esa forma antes intuida, ese derrotero que surge de la investigación y la obstinación de quien crea.
Y así era. Almudena grandes después de esa primera novela escribió doce novelas. Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, Los aires difíciles, Castillos de cartón, El corazón helado y Los besos en el pan. La primera serie de novelas que bien pueden ser la gran cartografía de Madrid y de la época de la autora. Novelas del desenfreno posfranquista. Posteriormente, desde el año 2010 empezó a publicar una serie de novelas históricas llamadas Episodios de una guerra interminable, título que hacía resonar los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós. En esta serie publicó Inés y la alegría, El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita, Los pacientes del doctor García y La madre de Frankenstein. Todas novelas de gran calado, pensadas con minuciosidad, escritas con maestría.
Almudena nos deja así un universo literario inmenso, siete obras suyas llevadas al cine y esa manía de relojera de cuidar con esmero cada pieza de sus novelas. Novelas extensas, construidas con un cuidado infinito. Una escritora que nos deja una marca para siempre. Y me preguntó hoy, dónde estarán esos cuadernos en que le daba forma a las grandes novelas que nos deja para que sigamos leyendo por siempre. Dónde habrán quedado los aprendizajes del día a día que le permitieron llegar a la escritura. Dónde las claves qué delineaba en esos cuadernos para adentrarse después en ese ejercicio solitario y sorprendente de la escritura. Todo nos ha quedado en sus libros que nos aguardan para continuar en la lectura eterna. Porque desde este momento Almudena entra como muchos otros autores y autoras a recordarnos que en esa guerra tremenda entre la literatura y la muerte las palabras siempre ganan.
* Alejandra Jaramillo Morales, escritora bogotana. Ha publicado cuatro novelas, La ciudad sitiada (2006), Acaso la muerte (2010), Magnolias para una infiel (2017) y Mandala (2017) un proyecto de escritura digital, una novela construida para ser leída de múltiples maneras. Tres libros de cuentos, Variaciones sobre un tema inasible (2009), Sin remitente (2012) y Las grietas (2017), libro ganador del concurso Nacional de novela y cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y entre los quince nominados del premio Hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez 2018. Las lectoras del Quijote, su nueva novela que será publicada en el año 2022, es su primera incursión en la novela histórica. Escribe novelas para adolescentes y las publica con el sello Loqueleo; Martina y la carta del monje Yukio (2015), El canto del manatí (2019) y Los mundos distópicos de Camilo Chang (en impresión 2022). Ha publicado numerosos artículos sobre literatura y cultura y tres libros de crítica literaria y cultural, entre ellos Nación y Melancolía: narrativas de la violencia en Colombia (2006) y Disidencias, trece ensayos para una arqueología del conocimiento en la literatura latinoamericana del siglo XX (2013). Es docente de la Universidad Nacional de Colombia donde trabaja en el Departamento de Literatura y en la Maestría en Escrituras Creativas. (Lea aquí uno de sus cuentos: Una cana al aire).
Esta mujer marcó mi vida dos veces; la primera se la pude contar, la segunda no alcancé. Almudena Grandes se fue. La leí muchas veces, la vi una vez. Le conté uno de mis secretos sobre mi lectura de sus obras. La otra marca no se la pude contar. No me apuré, me parecía era una mujer eterna, que le quedaba tanto tiempo en este planeta que no pensé en buscarla otra vez. Además, esa segunda marca la he contado tantas veces, a tanta gente, en tantos lugares que casi pensé que ya se lo había contado directamente a ella. (La noticia: Murió la novelista española Almudena Grandes a causa de un cáncer).
Cuando se es joven y una coquetea con la posibilidad de dedicarse alguna vez en su vida escribir ficción, mientras va tomando la decisión, la lleva a cabo y pasan los años hasta que la escritura es lo único que nos convoca, muchos escritores y escritoras lo van marcando a uno. Como si la habitación que lo envuelve a uno para escribir hubiese sido construida con ladrillos hechos con las palabras de las historias de quienes uno lee, de las palabras que se escribieron en ese otro cuarto, donde ellos y ellas se encerraron a escribir. (Le puede interesar: Entrevista con Piedad Bonnett sobre su más reciente novela).
En el año 1990 entré a estudiar literatura. Las edades de Lulú era el libro de moda. La primera marca. Almudena acababa de ganarse el premio La sonrisa vertical con esa novela, un texto que nos permitía pensar que todo lo oculto podía contarse. En pocos años entendí que la escritura de las mujeres venía a transformarnos. Que debíamos leer esos otros mundos, esas otras maneras de pensar para abrir nuestra visión. Y claro, Almudena había sido una primera puerta de salida de unos estudios literarios centrados principalmente en lo masculino. Era una novela que hablaba de las libertades que había adquirido España después de que se acabará el régimen de Franco. Una novela sobre ese desmadre total que le vino a ese país cuando se encontraron otra vez en democracia, pero que era también la exploración del deseo, del límite de la sexualidad como un campo de vida.
Esa lectura me marcó. Si había un premio literario que valía la pena era ese, La sonrisa vertical. Un premio a la literatura erótica escrita por mujeres, ese campo de significación que Almudena Grandes había abierto para todas nosotras. Para que muchas mujeres sintiéramos que era posible narrar el cuerpo femenino desde un lugar no intimista, revelador, desgarrado. Y eso pude contárselo. La única vez que me encontré con ella pude decirle cuánto su primera novela había marcado mi camino. Pero después de ese encuentro no pude contarle las futuras reflexiones que ella abrió en mí desde ese día.
Fue en Cartagena. “Marta Sanz y Almudena Grandes conversan con Alejandra Jaramillo”, decía el flyer del Hay festival. Fue una tarde de enero 2015, 5 pm, en ese patio del claustro de Santo Domingo, cuando el cielo azul vibrante cartagenero nos acunó las palabras. Era yo, muchos años después, sentándome frente a esa escritora que había leído en mi primer semestre de universidad, fuera de la universidad por supuesto, porque ese libro se demoraría muchos años en entrar en las aulas universitarias. Llegaron las dos. Marta y Almudena. La conversación fue estupenda. Marta con sus experimentaciones, Almudena con su sabiduría. Allí Almudena hizo una afirmación que me llevó a un importante descubrimiento sobre la escritura. Almudena se quejaba de qué los críticos nunca veían la tremenda filigrana que implicaba descubrir la forma de una novela. “Me paso años en etapa de cuaderno, descubriendo la forma de la novela por escribir”, dijo. Me estaba dando una clave fundamental. Ese camino que va de la idea a la intuición de la forma es absolutamente necesario a la escritura. Era indispensable ese momento en que vamos construyendo, permitiendo que aflore una forma posible que nos va a guiar en la escritura, y es quizás uno de los momentos más importantes de la creación.
Ella lo tenía claro, es un absoluto embeleco preguntarse si un autor se mueve con mapa o con brújula por la escritura. Un romanticismo vano, pensar que la forma no preexiste en nada al texto, que la reflexión creativa es una camisa de fuerza. No, Almudena lo dijo con firmeza, descubrir la forma es el acto principal de la escritura, y si un crítico no es capaz de verlo no ha llegado al fondo de un texto. Escribir una novela es pensarla, delinearla, garabatearla hasta que las palabras vayan bordando esa forma antes intuida, ese derrotero que surge de la investigación y la obstinación de quien crea.
Y así era. Almudena grandes después de esa primera novela escribió doce novelas. Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, Los aires difíciles, Castillos de cartón, El corazón helado y Los besos en el pan. La primera serie de novelas que bien pueden ser la gran cartografía de Madrid y de la época de la autora. Novelas del desenfreno posfranquista. Posteriormente, desde el año 2010 empezó a publicar una serie de novelas históricas llamadas Episodios de una guerra interminable, título que hacía resonar los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós. En esta serie publicó Inés y la alegría, El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita, Los pacientes del doctor García y La madre de Frankenstein. Todas novelas de gran calado, pensadas con minuciosidad, escritas con maestría.
Almudena nos deja así un universo literario inmenso, siete obras suyas llevadas al cine y esa manía de relojera de cuidar con esmero cada pieza de sus novelas. Novelas extensas, construidas con un cuidado infinito. Una escritora que nos deja una marca para siempre. Y me preguntó hoy, dónde estarán esos cuadernos en que le daba forma a las grandes novelas que nos deja para que sigamos leyendo por siempre. Dónde habrán quedado los aprendizajes del día a día que le permitieron llegar a la escritura. Dónde las claves qué delineaba en esos cuadernos para adentrarse después en ese ejercicio solitario y sorprendente de la escritura. Todo nos ha quedado en sus libros que nos aguardan para continuar en la lectura eterna. Porque desde este momento Almudena entra como muchos otros autores y autoras a recordarnos que en esa guerra tremenda entre la literatura y la muerte las palabras siempre ganan.
* Alejandra Jaramillo Morales, escritora bogotana. Ha publicado cuatro novelas, La ciudad sitiada (2006), Acaso la muerte (2010), Magnolias para una infiel (2017) y Mandala (2017) un proyecto de escritura digital, una novela construida para ser leída de múltiples maneras. Tres libros de cuentos, Variaciones sobre un tema inasible (2009), Sin remitente (2012) y Las grietas (2017), libro ganador del concurso Nacional de novela y cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y entre los quince nominados del premio Hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez 2018. Las lectoras del Quijote, su nueva novela que será publicada en el año 2022, es su primera incursión en la novela histórica. Escribe novelas para adolescentes y las publica con el sello Loqueleo; Martina y la carta del monje Yukio (2015), El canto del manatí (2019) y Los mundos distópicos de Camilo Chang (en impresión 2022). Ha publicado numerosos artículos sobre literatura y cultura y tres libros de crítica literaria y cultural, entre ellos Nación y Melancolía: narrativas de la violencia en Colombia (2006) y Disidencias, trece ensayos para una arqueología del conocimiento en la literatura latinoamericana del siglo XX (2013). Es docente de la Universidad Nacional de Colombia donde trabaja en el Departamento de Literatura y en la Maestría en Escrituras Creativas. (Lea aquí uno de sus cuentos: Una cana al aire).