“No necesariamente el dolor transforma a las personas para bien”
El escritor Alonso Sánchez Baute habla de su novela “La mirada de Humilda” y de la relación entre el duelo por su mascota, la salud mental y el amor en un país como Colombia.
Lariza Pizano
Usted acaba de presentar una novela sobre el amor protagonizada por su perra Humilda. ¿De qué trata?
La mirada de Humilda es un libro sobre el amor y la muerte, Eros y Tánatos; dos temas universales que han preocupado al hombre desde los comienzos de la humanidad.
Su novela a ratos lleva a la carcajada y a veces hace llorar…
Sí: yo no entiendo otra manera de escribir más que dejando la piel en el texto. En este caso, además de las lecturas que hicieron parte de la investigación, no dejé de repasar un solo día la poesía de Walt Whitman. Necesitaba encontrar el tono y la simplicidad en la escritura que me permitieran hablar del amor sin que sonara cursi; necesitaba sentirme libre en mi interior, más de lo que ya lo soy, y darme la licencia de conmoverme en público, lo cual no es poca cosa en este país.
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Ese amor, en su libro, no se entiende desde lo romántico.
El amor es, ante todo, atención al otro. Tiene que ver con la solidaridad, la empatía y la compasión laica. Esto incluye una nueva relación con los animales y la naturaleza; ser capaces de descifrar su idioma, comprender sus sentimientos, negar el especismo y aceptar que merecen un trato moral y justo.
¿Cómo, en medio de una pandemia, vivió ese duelo por una mascota que fue su compañía entrañable?
El dolor los días inmediatos a la muerte del animal es muy intenso, porque no hay resentimientos ni culpas que perdonar —o perdonarse—, solo buenos recuerdos. Superar el duelo no es tanto una decisión personal como una confrontación con uno mismo, con el miedo a la muerte propia. Asumir ese intenso dolor es la única manera de superarlo.
Hablando de duelo, el psiquiatra Gary Greenberg escribió en una columna del “New York Times” que, tras la pandemia, “vivimos en un duelo prolongado”. ¿En Colombia se normalizó el dolor?
Colombia no le ha hecho el duelo al conflicto. Luego de una masacre, hay más premura por cumplir con los compromisos económicos y los rituales inmediatos que por enfrentar el dolor. El duelo se pospone: llorar, deprimirse, condolerse por el dolor del otro. Hay una acumulación de sufrimiento. No hemos podido mirar atrás y decir: esto ya pasó, ocupa un lugar importante, pero ya no me afecta.
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Mucha gente cuestiona el hecho de que a alguien le duela tanto la muerte de un animal.
La muerte de Humilda me hizo ser más consciente de ellas: de la muerte y de Humilda. Uno valora la relación que tiene hoy con las mascotas es cuando ellas se mueren. En ese momento uno descubre lo profunda que fue la relación que se construyó entre ambos. Muchas veces ella fue mi apoyo emocional, mi psiquiatra, ayudó muchísimo a mi salud mental, en especial durante la pandemia, y eso es algo que se le mete a uno muy profundo por los resquicios del alma. Hay gente que no logra entender ese dolor porque nunca ha construido esa relación o porque no se le ha muerto una mascota.
¿Cree que ese dolor, como algunos afirman, se transforma en algo positivo?
No necesariamente el dolor transforma a la gente para bien. Un amigo dice que, si así fuere, Colombia hace rato sería otra. Lo cierto es que, desde la muerte de mi perra, me he descubierto más agradecido y más empeñado en ser quien soy.
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Los problemas de salud mental que generó la pandemia son exagerados, al punto de que el tema se ha convertido en un asunto de salud pública.
La gente se encontró de repente sola ante sí misma, sin nadie que le dijera lo que debía hacer, y eso la aterró. Hay pánico porque las cosas están cambiando y queremos aferrarnos al pasado. Para muchos, la libertad es terrible. Pero mira una cosa: la gente con mascota asimiló todo esto de mejor manera. En unos casos, porque el perro les permitió salir del encierro y, en otras, porque los ayudó a sobrevivir la soledad.
Usted acaba de presentar una novela sobre el amor protagonizada por su perra Humilda. ¿De qué trata?
La mirada de Humilda es un libro sobre el amor y la muerte, Eros y Tánatos; dos temas universales que han preocupado al hombre desde los comienzos de la humanidad.
Su novela a ratos lleva a la carcajada y a veces hace llorar…
Sí: yo no entiendo otra manera de escribir más que dejando la piel en el texto. En este caso, además de las lecturas que hicieron parte de la investigación, no dejé de repasar un solo día la poesía de Walt Whitman. Necesitaba encontrar el tono y la simplicidad en la escritura que me permitieran hablar del amor sin que sonara cursi; necesitaba sentirme libre en mi interior, más de lo que ya lo soy, y darme la licencia de conmoverme en público, lo cual no es poca cosa en este país.
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Ese amor, en su libro, no se entiende desde lo romántico.
El amor es, ante todo, atención al otro. Tiene que ver con la solidaridad, la empatía y la compasión laica. Esto incluye una nueva relación con los animales y la naturaleza; ser capaces de descifrar su idioma, comprender sus sentimientos, negar el especismo y aceptar que merecen un trato moral y justo.
¿Cómo, en medio de una pandemia, vivió ese duelo por una mascota que fue su compañía entrañable?
El dolor los días inmediatos a la muerte del animal es muy intenso, porque no hay resentimientos ni culpas que perdonar —o perdonarse—, solo buenos recuerdos. Superar el duelo no es tanto una decisión personal como una confrontación con uno mismo, con el miedo a la muerte propia. Asumir ese intenso dolor es la única manera de superarlo.
Hablando de duelo, el psiquiatra Gary Greenberg escribió en una columna del “New York Times” que, tras la pandemia, “vivimos en un duelo prolongado”. ¿En Colombia se normalizó el dolor?
Colombia no le ha hecho el duelo al conflicto. Luego de una masacre, hay más premura por cumplir con los compromisos económicos y los rituales inmediatos que por enfrentar el dolor. El duelo se pospone: llorar, deprimirse, condolerse por el dolor del otro. Hay una acumulación de sufrimiento. No hemos podido mirar atrás y decir: esto ya pasó, ocupa un lugar importante, pero ya no me afecta.
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Mucha gente cuestiona el hecho de que a alguien le duela tanto la muerte de un animal.
La muerte de Humilda me hizo ser más consciente de ellas: de la muerte y de Humilda. Uno valora la relación que tiene hoy con las mascotas es cuando ellas se mueren. En ese momento uno descubre lo profunda que fue la relación que se construyó entre ambos. Muchas veces ella fue mi apoyo emocional, mi psiquiatra, ayudó muchísimo a mi salud mental, en especial durante la pandemia, y eso es algo que se le mete a uno muy profundo por los resquicios del alma. Hay gente que no logra entender ese dolor porque nunca ha construido esa relación o porque no se le ha muerto una mascota.
¿Cree que ese dolor, como algunos afirman, se transforma en algo positivo?
No necesariamente el dolor transforma a la gente para bien. Un amigo dice que, si así fuere, Colombia hace rato sería otra. Lo cierto es que, desde la muerte de mi perra, me he descubierto más agradecido y más empeñado en ser quien soy.
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Los problemas de salud mental que generó la pandemia son exagerados, al punto de que el tema se ha convertido en un asunto de salud pública.
La gente se encontró de repente sola ante sí misma, sin nadie que le dijera lo que debía hacer, y eso la aterró. Hay pánico porque las cosas están cambiando y queremos aferrarnos al pasado. Para muchos, la libertad es terrible. Pero mira una cosa: la gente con mascota asimiló todo esto de mejor manera. En unos casos, porque el perro les permitió salir del encierro y, en otras, porque los ayudó a sobrevivir la soledad.