Álvaro Restrepo: ‘No somos el país más feliz del mundo, sino el más cínico”

¿Qué lo hace sentir más orgulloso, contento o afortunado del recorrido que ha hecho hasta hoy con el Colegio del Cuerpo?

¿Qué lo hace sentir más orgulloso, contento o afortunado del recorrido que ha hecho hasta hoy con el Colegio del Cuerpo?

Marie-France Delieuvin ha sido el 50% de esta aventura y estuvo en el origen del Colegio del Cuerpo. Ha estado conmigo desde el 93, año en el que comenzamos a colaborar en varios proyectos. Esta aventura ya comienza a ser larga porque cumplimos 24 años. El Colegio del Cuerpo comienza en 1997, pero yo había iniciado este sueño de crearlo desde el año 91, temporada en la que estuve en Bogotá. Ahí fue cuando Ramiro Osorio me nombró subdirector de Colcultura. A él le pedí ayuda para crear mi escuela. Trabajé un año con él y luego me nombraron director de la Academia Superior de Artes de Bogotá desde 1992 al 1994. Durante este periodo conocí en Francia a Marie-France Delieuvin y la invité a armar el primer programa de danza del país. Ella, en primera instancia, solo vino a asesorarme, pero después se convirtió en mi coequipera y ya está radicada en Colombia desde hace muchos años, tiene nacionalidad colombiana. Se entregó completamente a este sueño.

Qué balance haría hasta hoy, sobre todo pensando en ese primer grupo de niños a los que les llegaron con el Colegio del Cuerpo...

El INEM de Cartagena fue el primer colegio con el que trabajamos en la ciudad y era un lugar que representaba muy bien lo que yo llamaba la Cartagena profunda. Lo pensado era trabajar con sectores populares de la ciudad y detectar talento. Se arrancó entonces con el grupo piloto experimental: 480 niños entraron en un proceso de sensibilización y de allí fuimos seleccionando hasta que se quedó un grupo de 18. Con estos muchachos viajamos por el mundo entero y nos dieron las primeras señales de la potencia de la propuesta. Estos muchachos ya están haciendo sus propias vidas y hay algunos que, por ejemplo, ya son licenciados en educación en danza en 2008, diplomas que recibieron en las universidades de Antioquia y la Tecnológica de Bolívar. Desde entonces han pasado por el colegio más de 9.000 niños, no todos para convertirse en bailarines, por fortuna: sería un ejército de desempleados, pero sí para tener contacto con esta filosofía y metodología que hemos creado a lo largo de los años: educación corporal integral. Es una nueva ética del cuerpo humano y educación para la paz.

Ustedes hablan de la intención o el objetivo de sensibilizar, buscar un estado de comunión y conmoción en los estudiantes y ciudadanos que tengan que ver con el Colegio del Cuerpo. También se refieren a la necesidad de que los colombianos tengamos rituales de catarsis colectivos, pero si tanto los necesitamos, ¿por qué cree que aún no los tenemos?

Es una mezcla de factores que hacen que el arte, la educación y la cultura no sean percibidos como la herramienta poderosa que es para forjar una nueva sensibilidad. Lo que más le falta a este país es la formación de ciudadanos sensibles que se conmuevan con los dramas que se viven a diario en este país. Yo creo que la educación tiene ese poder. Las artes y las humanidades han sido desdeñadas. Ocupan en el currículo una porción mínima y no son consideradas materias importantes, al contrario, son decorativas, aleatorias, complementarias, pero nunca el centro. Esa diferencia entre ciencia y artes o las competencias duras y blandas, ha disminuido la formación de un ser humano total o completo. Creo que la culpa o los responsables de que eso ocurra la tienen los que están detrás de la educación, que privilegian solo algunas áreas del conocimiento en detrimento de otras.

¿Y cree que es algo deliberado? ¿Cree que la formación que recibimos está diseñada para que no nos formemos, como usted menciona, completamente? O será que los que están detrás de la estructuración del sistema educativo también han sido víctimas de, por ejemplo, el capitalismo, sus promesas de éxito y recompensas inmediatas...

Creo que sí hay algo macabro y deliberado en el hecho de no formar seres pensantes, sobre todo sentipensantes. El fin último de la educación debería ser formar seres plenos, no seres exitosos ni felices. No creo en el éxito ni en la felicidad, creo en la plenitud, en la vida en todas sus dimensiones, incluida la trágica, por supuesto. Creo que sí hay un propósito de formar seres pasivos que solo tengan como el objetivo de sus vidas el tener y no el ser. En el Colegio del Cuerpo nos hemos esforzado en formar con una pregunta: ¿Cómo formar una nueva noción de riqueza? ¿Qué significa ser rico? ¿Cuáles son las cosas que realmente valen? La maestra pandemia nos ha demostrado que las artes y la cultura nos han sostenido en medio de esta tragedia que atravesamos.

Por qué no cree en la felicidad ni en el éxito y sí en la plenitud...

Creo en la plenitud porque es la realización de ese proyecto cósmico de vida con el que todos llegamos a este mundo. Estoy convencido de que todos llegamos a este mundo con un proyecto bajo el brazo. Somos seres con unos talentos, con unas predisposiciones y visiones que la educación tiene la obligación de ayudarnos a descubrir o a explotar. Siempre comienzo mis conferencias o conversaciones diciendo que estoy convencido de que la educación no sirve para nada a menos de que nos ayude a descubrir quiénes somos y para qué llegamos a este mundo. Si la educación no nos ayuda a parirnos, a descubrirnos, a revelarnos y rebelarnos, entonces no sirve para nada. Se reduce a que es solo domesticación y entrenamiento. Por eso tampoco creo en la felicidad: son momentos fugaces, pero ese concepto de ser feliz es, como lo decías, capitalista y gringo. El éxito está asociado al tener, al éxito económico y a la realización profesional. Cada vez que sale la noticia de que Colombia es el segundo o el tercer país más feliz del mundo me dan ganas de llorar. Seremos tal vez el país más cínico del mundo. Un país que ha producido nueve millones de víctimas no puede ser el más feliz del mundo. Debería estar avergonzado de sí mismo. Cuando hablo de seres plenos, me refiero a seres conscientes de la belleza y del horror. De la belleza del prodigio y del oprobio, que es la vida, porque está llena de esos extremos y en ese drama es que nos debatimos a diario. Entre lo maravilloso de la existencia y lo terrible que es estar vivo y después saber que habrá muerte.

Las obras y metodologías del Colegio del Cuerpo parten de la apreciación en tiempo real del pulso de Cartagena de Indias y del país entero, ¿Cómo es esto?

Desde que el Colegio del Cuerpo comenzó a trabajar decidimos enfocarnos en jóvenes y niños de estratos más excluidos y desfavorecidos de esta Cartagena tan racista, clasista, fragmentada y desgarrada, así que nos hemos puesto en contacto con la realidad más cruda de lo que pasa en nuestro país. Para mí es obscena la miseria que se vive en Cartagena, para mí son obscenos los contrastes que se viven en Cartagena: entre miseria y banalidad, farándula y lo que se ve en los barrios. Es inevitable no partir desde ahí porque cada vez que te contactas con esas realidades, la vida te cambia.

Por qué comenzó a hablar del estrato talento...

Este concepto surge del hecho de trabajar en una ciudad tan fragmentada como Cartagena de Indias. Yo soñaba que desde el inicio lograríamos con la danza involucrar niños y jóvenes de todos los estratos de la ciudad, pero no fue así. Ha sido muy difícil involucrar muchachos de estratos altos, pero no por los niños, sino por los padres, que tienen tantos prejuicios y no quieren que sus hijos se mezclen con negros o con pobres. Por eso el proyecto se ha percibido como un proyecto social y no un proyecto de sociedad, como dice Marie-France.

Fueron nominados al Premio Princesa de Asturias de las artes...

Sí y es un regalo, sobre todo después de la pandemia, que ha sido una época de tanto dolor y dificultad. Ha sido un año muy duro para todo el mundo, especialmente para organizaciones culturales y proyectos que trabajan con las artes escénicas. Es solamente una nominación, no es el premio, pero ya significa mucho y se lo agradecemos al Instituto Caro y Cuervo que, a su vez, es ganador del premio, ya que fueron ellos quienes nos nominaron en la categoría de las artes, lo que fue muy interesante porque la directora, Carmen Millán, nos preguntó en qué categoría debió nominarnos: artes, concordia, educación, etc. Lo que es muy bueno, porque entendió que el proyecto del Colegio del Cuerpo tiene muchas aristas.

Cómo le ha ido al Colegio del Cuerpo en pandemia. Cuáles fueron sus desafíos...

Sin duda, el momento más duro fue la cancelación de nuestro compromiso artístico más importante que teníamos en nuestra historia y era la presentación en el Lincoln Center de New York. Teníamos tres funciones con la obra dedicada a Leonard Cohen y estos planes quedaron hechos cenizas. Fue un momento muy doloroso desde el punto de vista artístico. Luego tuvimos una pérdida humana muy dolorosa, que fue nuestro conductor, don Guillermo Vivanco, un hombre entrañable que llevaba 15 años con el Colegio del Cuerpo y que era como un padre para algunos de los muchachos del colegio. Eso nos dejó devastados. Y luego la dificultad de trabajar con los muchachos el cuerpo sin el cuerpo. No podernos ver, tocar, sudar, trabajar juntos ha sido todo un reto. De todas las palabras que más odio es la virtualidad, me estaba volviendo loco. Tuve que adaptarme, les dimos tablets y datos a los niños, rebajamos salarios y muchos retos que tuvimos que enfrentar.