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                                                                                                                                Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                Amadeo Carrizo, o el origen del fútbol de hoy (Parte II)

                                                                                                                                Sólo él sabía lo que pensaba y lo que sentía cada vez que le hacían un gol y tenía que ir a buscar la pelota dentro de su arco.

                                                                                                                                Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                Editor de Cultura
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                                                                                                                                Foto: River Plate
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le sugerimos leer la primera parte sobre esta serie dedicada a Amadeo Carrizo: Amadeo Carrizo, o el origen del fútbol de hoy (I)

                                                                                                                                En últimas, desde muy joven había aprendido que el fútbol iba mucho más allá de lo que pudiera ocurrir en una cancha y que los partidos se comenzaban a ganar o a perder mucho antes de que los jugadores salieran de los vestuarios. Contaban las palabras, los silencios, la motivación, los desaires, la torpeza, la grosería, la solidaridad. En fin, contaba la vida.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Cuando el juego ya había comenzado, un recogebolas encontró la gorra y se la llevó a Carrizo, y Carrizo hizo como si nada hubiera ocurrido. Tapó, dejó su arco en ceros, y le sumó minutos a ese invicto del que se hablaba todos los días en la Argentina. Era el mes de julio del año 68. Desde hacía varios juegos que no le anotaban. La suma crecía. Dos partidos después de aquel de la gorra y Rojitas, en el estadio de Vélez, la cuenta del legendario “invicto” de minutos sin recibir goles se detuvo en 769, cuando un recién llegado a primera llamado Carlos Bianchi le hizo un gol después de múltiples rebotes. Apenas la pelota se metió en su arco, las tribunas callaron. Ni siquiera se escuchaba el ruido de las celebraciones. Y calló Bianchi, y se silenciaron Carrizo y sus compañeros.

                                                                                                                                Podría interesarle leer: Falleció el poeta nadaísta Jaime Jaramillo Escobar

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                De cualquier forma, en la Boca, Amadeo Carrizo fue más Amadeo Carrizo que en el resto de canchas visitantes en las que jugó, pues todo lo que ocurría en la Boca tenía una resonancia que se multiplicaba por millones, y así como en el mundo del fútbol la anécdota de la gorra y Rojitas se volvió novela, así, también, la tarde en la que Carrizo salió regateando y dejó aireado a José Borello se volvería tema obligado en calles y cafés por años y años. Los boquenses de ley jamás se lo perdonaron. El resto de la Argentina lo aplaudió, aunque una jugada así jamás se hubiera visto. Los arqueros estaban para tapar, y punto, aseguraban. Todo lo demás, decían, era show y circo. Carrizo les respondió una y mil veces que él no hacía nada que no tuviera una lógica.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Le sugerimos leer: Antonio Caballero, el arte de la rebeldía

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                                                                                                                                Era imposible medirlo, pero Ángel Labruna o Félix Laustau, y luego Enrique Omar Sívori, o Ermindo Onega, u Óscar Más o Luis Artime, o tantos otros, seguro no habrían hecho tantos goles en sus carreras si no hubieran tenido atrás a ese tal Amadeo Raúl Carrizo, no siempre porque les hubiera puesto el balón en el pecho o porque los dejara mano a mano contra el portero rival, sino porque gracias a él, River Plate salía jugando desde atrás, con el balón en el piso, a la velocidad perfecta, como luego lo hicieron la Holanda de Rinus Michels y de Johan Cruyff, el Newell`s de Marcelo Bielsa y todos los equipos que dirigió, y en años más recientes, el Barcelona de Messi, Iniesta y Xavi Hernández y los clubes que manejó Guardiola, que fueron una especia de prólogo del fútbol de hoy.

                                                                                                                                Amadeo Carrizo jugó para el Club Atlético River Plate, para Millonarios de Bogotá y una veintena de veces actuó con el seleccionado argentino.
                                                                                                                                Foto: River Plate
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le sugerimos leer la primera parte sobre esta serie dedicada a Amadeo Carrizo: Amadeo Carrizo, o el origen del fútbol de hoy (I)

                                                                                                                                En últimas, desde muy joven había aprendido que el fútbol iba mucho más allá de lo que pudiera ocurrir en una cancha y que los partidos se comenzaban a ganar o a perder mucho antes de que los jugadores salieran de los vestuarios. Contaban las palabras, los silencios, la motivación, los desaires, la torpeza, la grosería, la solidaridad. En fin, contaba la vida.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Cuando el juego ya había comenzado, un recogebolas encontró la gorra y se la llevó a Carrizo, y Carrizo hizo como si nada hubiera ocurrido. Tapó, dejó su arco en ceros, y le sumó minutos a ese invicto del que se hablaba todos los días en la Argentina. Era el mes de julio del año 68. Desde hacía varios juegos que no le anotaban. La suma crecía. Dos partidos después de aquel de la gorra y Rojitas, en el estadio de Vélez, la cuenta del legendario “invicto” de minutos sin recibir goles se detuvo en 769, cuando un recién llegado a primera llamado Carlos Bianchi le hizo un gol después de múltiples rebotes. Apenas la pelota se metió en su arco, las tribunas callaron. Ni siquiera se escuchaba el ruido de las celebraciones. Y calló Bianchi, y se silenciaron Carrizo y sus compañeros.

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                                                                                                                                De cualquier forma, en la Boca, Amadeo Carrizo fue más Amadeo Carrizo que en el resto de canchas visitantes en las que jugó, pues todo lo que ocurría en la Boca tenía una resonancia que se multiplicaba por millones, y así como en el mundo del fútbol la anécdota de la gorra y Rojitas se volvió novela, así, también, la tarde en la que Carrizo salió regateando y dejó aireado a José Borello se volvería tema obligado en calles y cafés por años y años. Los boquenses de ley jamás se lo perdonaron. El resto de la Argentina lo aplaudió, aunque una jugada así jamás se hubiera visto. Los arqueros estaban para tapar, y punto, aseguraban. Todo lo demás, decían, era show y circo. Carrizo les respondió una y mil veces que él no hacía nada que no tuviera una lógica.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Explicó que el regate a Borello, y los regates que llegaron más tarde, habían sido necesarios para mantener “corto” a su equipo, para adelantarse a las intenciones del rival y no tener que aguardar en la línea de gol a que lo fusilaran. También dejó entrever que muchas de sus jugadas eran el comienzo de otras jugadas de River, y que en ocasiones, él tenía que salir jugando, como cualquiera de sus compañeros. Desde sus inicios, en los años 40, hasta los 60, al final de su carrera, había trabajado a doble turno para salir jugando, más allá de que lo dijera o no, o de que driblara rivales y los dejara tirados en el piso. Carrizo salía jugando cuando se anticipaba al rival en algún contrataque, y cuando debía poner la pelota en juego desde su arco.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Una de sus obsesiones era “darla redonda”, en el fútbol y en la vida. Alguna vez, un muchacho que fue a pedirle un autógrafo a su casa de Villa Devoto, Buenos Aires, le llevó un postre en un recipiente de vidrio. Él le agradeció, le firmó la libreta del autógrafo, y le pidió su dirección. Todo por señas. En la segunda casa de la calle del ferrocarril, le habrá dicho. A los dos días, Carrizo fue a devolverle la bandeja del postre. La daba redonda siempre. O eso intentaba. Consideraba como un gesto que no admitía discusión pasarles el balón a sus compañeros a la velocidad adecuada y al pie más hábil, más allá de que también era un gran gesto con el equipo. Si cada quien jugaba mejor, todo el grupo se iba a beneficiar de ello, y los hinchas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Si la pelota salía desde atrás bien jugada, a ras de piso, iba a haber muchas más opciones de gol y de ganar los partidos. Dentro de su culto a dar la pelota bien, Carrizo entrenaba a extratiempo todos los días. Solía decir que un portero tenía que ponerle el balón en el pecho al jugador que elegía, y que para ello, debía pegarle casi de media volea para que el saque no se elevara tanto y tampoco pudiera ser interceptado. A diez metros de altura, afirmaba. Infinidad de goles de River, e incluso de la selección Argentina en los 20 partidos que jugó como arquero titular, surgieron de sus pies. Carrizo rompía líneas, despedazaba esquemas de los rivales, desordenaba al contrario, y era el comienzo de los ataques de sus equipos.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: Antonio Caballero, el arte de la rebeldía

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Era imposible medirlo, pero Ángel Labruna o Félix Laustau, y luego Enrique Omar Sívori, o Ermindo Onega, u Óscar Más o Luis Artime, o tantos otros, seguro no habrían hecho tantos goles en sus carreras si no hubieran tenido atrás a ese tal Amadeo Raúl Carrizo, no siempre porque les hubiera puesto el balón en el pecho o porque los dejara mano a mano contra el portero rival, sino porque gracias a él, River Plate salía jugando desde atrás, con el balón en el piso, a la velocidad perfecta, como luego lo hicieron la Holanda de Rinus Michels y de Johan Cruyff, el Newell`s de Marcelo Bielsa y todos los equipos que dirigió, y en años más recientes, el Barcelona de Messi, Iniesta y Xavi Hernández y los clubes que manejó Guardiola, que fueron una especia de prólogo del fútbol de hoy.

                                                                                                                                Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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