Una novela escrita entre las nubes
“Amapolas en octubre”, de la española Laura Riñón, fue escrita en el cielo, durante las más dedos décadas en las que se dedicó a ser azafata. Hoy ese es el nombre de su librería, en Madrid.
Daniela Cristancho
“Mujercitas”, de Louisa May Alcott, es un punto de partida y de llegada en su vida. ¿Por qué es tan importante?
He contado varias veces esta historia de cómo me enamoré de la literatura y ya no sé si he hecho una fantasía de mi propia historia o es la realidad. Lo que recuerdo es que el primer libro que me marcó de alguna manera fue Mujercitas. Conocer a Jo March fue conocer a una heroína literaria que me ha acompañado desde entonces. Fue el comienzo de mi modo de vida, mi inspiración y mis sueños. En la librería tengo todas las ediciones que hay de ese libro. Lo que es alucinante con esa novela es que sigue estando presente hoy en día, no ha envejecido mal. No es para niñas, es un libro que cuenta una época, narra la Guerra de Secesión, que habla de los valores por primera vez. Es muy importante no solo por lo que generó en mí, sino porque para la historia de la literatura universal es un libro muy importante.
Usted les dedica “Amapolas en octubre” a “todas las mujeres que hacen suya la frase de la librería: ‘Érase una vez una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente. Fin.’”. ¿Cuál es el origen de esta frase?
Como decía Joan Didion, observa y escribe. Y yo añadiría “escucha” también. En todas las novelas, cuando las voy escribiendo, estoy empapándome de mi entorno y en ese entorno he encontrado la fortaleza para salir adelante y convertirme en quien quiera ser. Esa frase me asaltó en el vagón de un tren camino a Cádiz, el verano anterior a dejar mi trabajo como azafata y abrir las puertas de una librería. En ese momento escuché la voz de mi padre diciendo: “Cuando Dios te cierra una puerta, te abre una ventana”. De ahí escribí la frase que terminó siendo el lema de la librería.
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“Amapolas en octubre” es un libro que escribió precisamente en ese trabajo anterior de azafata, “en varios continentes y por tantos cielos”. ¿Cómo balanceó ese proceso?
Yo he volado 22 años y siempre he escrito. Por suerte, es un trabajo que te da mucho tiempo libre —en vuelos, hoteles y salas de espera— para leer y escribir. Yo no habría podido leer todo lo que he leído si hubiera tenido otro trabajo. Las tres novelas las escribí mientras estaba volando y, en diciembre, he publicado un libro de viajes, ahora que no vivo de eso. De alguna manera, soy un alma errante.
Hablemos de esa relación entre el viaje y la literatura.
Es una de las grandes frases de Emily Dickinson: “Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”. Cuando abrimos un libro hay algo dentro de nosotros que se mueve. Nos lleva a otros lugares en los que no habitaríamos nunca, si no fuera porque otro nos lleva. Para mí, la literatura es muy importante, sobre todo porque, aunque sea una novela de ficción, te lleva a descubrir nuevos lugares de ti mismo, gracias a los espejos que te regalan las historias. De eso se trata el viaje y la literatura, de estar en constante investigación de uno mismo y del mundo que nos rodea.
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Su novela y su librería tienen el mismo nombre. ¿Fue la segunda resultado de la primera?
Es la eterna pregunta. ¿Qué fue antes: el huevo o la gallina? Yo siempre contesto, no por ser romántica, que lo primero fue el sueño. La librería nació en un brindis. Brindé por algún día tener un hogar para escritores y lectores, un lugar donde la gente estuviera cómoda y feliz de compartir este gusto por las letras. Yo seguí volando y escribiendo y, 20 años después, lo convertí en ficción, en la novela Amapolas en octubre. Fue maravilloso porque ya formaba parte de mi propia vida, pero, dos años después, entendí que había que sacarla de las páginas y convertirla en la realidad que es ahora.
“Amapolas en octubre” es un poema de Sylvia Plath. ¿Por qué lo eligió como título de su novela?
Lo que hice en la novela fue una cronología literaria. Se me ocurrió elegir varios libros que definieron a mi personaje, Carolina Smith: Mujercitas es su infancia, El malentendido es su relación de amor… Y Plath tenía que estar presente porque es una mujer que siempre me ha fascinado, por su obra, pero, sobre todo, por su vida. Decidí crearle un alter ego en la novela, que es Andrea, la mejor amiga de Carolina. Ella ayuda al lector a entender más sobre el suicidio, sobre esos lugares en donde no nos atrevemos a indagar porque nos da miedo lo desconocido. Elegí ese poema porque el libro en el que está, Ariel, define muy bien a Plath en su pena, en su amor, en su nostalgia. Amapolas en octubre es la paradoja, las amapolas nunca florecerán en octubre y, al margen de su final, ella no fue una mujer con esa tristeza constante.
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“Mujercitas”, de Louisa May Alcott, es un punto de partida y de llegada en su vida. ¿Por qué es tan importante?
He contado varias veces esta historia de cómo me enamoré de la literatura y ya no sé si he hecho una fantasía de mi propia historia o es la realidad. Lo que recuerdo es que el primer libro que me marcó de alguna manera fue Mujercitas. Conocer a Jo March fue conocer a una heroína literaria que me ha acompañado desde entonces. Fue el comienzo de mi modo de vida, mi inspiración y mis sueños. En la librería tengo todas las ediciones que hay de ese libro. Lo que es alucinante con esa novela es que sigue estando presente hoy en día, no ha envejecido mal. No es para niñas, es un libro que cuenta una época, narra la Guerra de Secesión, que habla de los valores por primera vez. Es muy importante no solo por lo que generó en mí, sino porque para la historia de la literatura universal es un libro muy importante.
Usted les dedica “Amapolas en octubre” a “todas las mujeres que hacen suya la frase de la librería: ‘Érase una vez una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente. Fin.’”. ¿Cuál es el origen de esta frase?
Como decía Joan Didion, observa y escribe. Y yo añadiría “escucha” también. En todas las novelas, cuando las voy escribiendo, estoy empapándome de mi entorno y en ese entorno he encontrado la fortaleza para salir adelante y convertirme en quien quiera ser. Esa frase me asaltó en el vagón de un tren camino a Cádiz, el verano anterior a dejar mi trabajo como azafata y abrir las puertas de una librería. En ese momento escuché la voz de mi padre diciendo: “Cuando Dios te cierra una puerta, te abre una ventana”. De ahí escribí la frase que terminó siendo el lema de la librería.
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“Amapolas en octubre” es un libro que escribió precisamente en ese trabajo anterior de azafata, “en varios continentes y por tantos cielos”. ¿Cómo balanceó ese proceso?
Yo he volado 22 años y siempre he escrito. Por suerte, es un trabajo que te da mucho tiempo libre —en vuelos, hoteles y salas de espera— para leer y escribir. Yo no habría podido leer todo lo que he leído si hubiera tenido otro trabajo. Las tres novelas las escribí mientras estaba volando y, en diciembre, he publicado un libro de viajes, ahora que no vivo de eso. De alguna manera, soy un alma errante.
Hablemos de esa relación entre el viaje y la literatura.
Es una de las grandes frases de Emily Dickinson: “Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”. Cuando abrimos un libro hay algo dentro de nosotros que se mueve. Nos lleva a otros lugares en los que no habitaríamos nunca, si no fuera porque otro nos lleva. Para mí, la literatura es muy importante, sobre todo porque, aunque sea una novela de ficción, te lleva a descubrir nuevos lugares de ti mismo, gracias a los espejos que te regalan las historias. De eso se trata el viaje y la literatura, de estar en constante investigación de uno mismo y del mundo que nos rodea.
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Su novela y su librería tienen el mismo nombre. ¿Fue la segunda resultado de la primera?
Es la eterna pregunta. ¿Qué fue antes: el huevo o la gallina? Yo siempre contesto, no por ser romántica, que lo primero fue el sueño. La librería nació en un brindis. Brindé por algún día tener un hogar para escritores y lectores, un lugar donde la gente estuviera cómoda y feliz de compartir este gusto por las letras. Yo seguí volando y escribiendo y, 20 años después, lo convertí en ficción, en la novela Amapolas en octubre. Fue maravilloso porque ya formaba parte de mi propia vida, pero, dos años después, entendí que había que sacarla de las páginas y convertirla en la realidad que es ahora.
“Amapolas en octubre” es un poema de Sylvia Plath. ¿Por qué lo eligió como título de su novela?
Lo que hice en la novela fue una cronología literaria. Se me ocurrió elegir varios libros que definieron a mi personaje, Carolina Smith: Mujercitas es su infancia, El malentendido es su relación de amor… Y Plath tenía que estar presente porque es una mujer que siempre me ha fascinado, por su obra, pero, sobre todo, por su vida. Decidí crearle un alter ego en la novela, que es Andrea, la mejor amiga de Carolina. Ella ayuda al lector a entender más sobre el suicidio, sobre esos lugares en donde no nos atrevemos a indagar porque nos da miedo lo desconocido. Elegí ese poema porque el libro en el que está, Ariel, define muy bien a Plath en su pena, en su amor, en su nostalgia. Amapolas en octubre es la paradoja, las amapolas nunca florecerán en octubre y, al margen de su final, ella no fue una mujer con esa tristeza constante.
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