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Amasar una novela

La nueva obra del escritor colombiano Azriel Bibliowicz, ‘Migas de pan’ (Alfaguara), es una innovadora mirada a los efectos de la II Guerra Mundial y de la violencia en Colombia desde una casa “maravillosa”.

Nelson Fredy Padilla
16 de octubre de 2013 - 10:00 p. m.
‘Migas de pan’ es la cuarta obra literaria de Azriel Bibliowicz. / Archivo - El Espectador
‘Migas de pan’ es la cuarta obra literaria de Azriel Bibliowicz. / Archivo - El Espectador
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Dijo Pablo Neruda en su discurso por el Nobel de 1971: “El mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía...”.

Esas palabras las merece hoy el escritor bogotano Azriel Bibliowicz por su nueva obra Migas de pan (sello editorial Alfaguara), no por el título sino por la hogaza con que alimenta un ejercicio de arte poética que comienza con aires de novela negra pero se transforma en la apuesta personal por esa utopía de todo prosista: la “novela total”.

Él, mejor que muchos, sabe lo que significa esa pretensión porque dedicó su vida a enseñar literatura de la buena y yo tuve el privilegio de ser uno de sus alumnos en el seminario de lectura del Ulises en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, otra de sus exitosas creaciones. Un discípulo de Joyce y de Shakespeare —no olvidemos que apenas recibió el dinero del Premio Nobel lo primero que compró Neruda fue un rollo de manuscritos de Shakespeare oculto “bajo siete capas de olvido”— podría presumir a partir de su formación anglosajona, pero prefiere usarla para moldear la condición humana a lo Leopoldo Bloom. El escenario es Bogotá, su ciudad, no Dublín. Todo empieza con la noticia del secuestro de Josué, sobreviviente judío de origen rumano de los campos de trabajos forzados de la Segunda Guerra Mundial, uno de los centenares que vinieron a Colombia huyendo del horror nazi.

Hay, pues, dos elementos de base que podrían configurar una novela anacrónica si se hubiera construido como una simple parábola urbana o una de las miles de ficciones inspiradas en el Holocausto. Sin embargo, el dominio de las técnicas literarias le permite a Bibliowicz construir con un lenguaje sobrio un universo en una casa de dos pisos del barrio Quinta Paredes.

Nace de la obsesión de su personaje principal: un comerciante de relojes con alma de actor tragicómico que vive para recordar a los sacrificados, para construir un lugar en la memoria de la humanidad, para superar el olvido y la marginación a los que fue sometido. Josué “decidió que la única forma de recobrar su dignidad serían el encierro y la construcción de un mundo propio”. Historia y tiempo se funden teniendo como testigos a relojes de cuerda y arena que simbolizan la condena del ser humano a vivir siempre a la espera... de la libertad, del amor, de la muerte; viajando dentro de sí mismo, como lo vislumbró Nietzsche.

La intensidad de la acción se sostiene a través de la inminente negociación entre El Turpial, uno de los plagiarios, y Samuel, el médico patólogo a través de quien mejor llegamos a conocer a Josué —siempre en cautiverio—, junto con su prima Ester, herederos y defensores del “gabinete de las maravillas”, porque crecieron en esa segunda planta, cerca y lejos de la realidad.

En el primer nivel se mueve Leah, la esposa de Josué, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, refugiada en la cocina y el costurero, huyéndole a la maldad y al “museo de lo inútil” de su esposo, aunque con su potencial venta puede pagar el rescate si se imponen los intereses del negociante de secuestros de judíos, Raúl Musser, sobre los de Samuel y Ester. Abajo transcurre la vida de una familia marcada por múltiples violencias y escaleras arriba predomina la atmósfera que hace único este libro: las habitaciones del “gabinete” bautizadas como “el teatro de la naturaleza”, colección de conchas, piedras y escaparates dedicados a la historia de la humanidad desde el arca de Noé hasta la Expedición Botánica; “el teatro del tiempo”, donde los mecanismos de los relojes invitan al arte “conquistando un enfoque más allá del tiempo y el espacio”; “el hospital de las palabras”, para buscar significados en diccionarios y poemarios; “el salón del Dorado”, para participar de un diálogo con personajes de la cultura indígena precolombina construido por un conocedor de uso del factor mitológico en la literatura; “el Memoratro o teatro de la memoria”, para reencarnar gracias a la dramaturgia, y “el salón del silencio”, para callar y entender.

Migas de pan no se queda en esa propuesta estética, sino que con distanciamiento mira la guerra en Colombia desde el asesinato de Gaitán en 1948 hasta los secuestros de ahora. El inventario de testimonios de la Segunda Guerra me recordó El libro de los susurros (Pre-textos), la gran novela del poeta rumano Varujan Vosganian sobre la masacre del pueblo armenio a manos del régimen turco, y también Sobrevivientes del Holocausto que rehicieron su vida en Colombia (Grijalbo), escrito por Hilda Demner y Estela Goldstein. Así se haya leído Si esto es un hombre, de Primo Levi, no se empieza a entender ese dolor hasta hablar con personajes como Jacobo Brod, fallecido hace poco en Bogotá. “Las crueldades de los cielos”, interpretadas por Shakespeare en El rey Lear, inspiradoras de esta novela, una alegoría de nuestro holocausto nacional e individual, sin que por ello no haya espacio para el humor y la ironía en un país irreflexivo “condenado al sainete”. ¿Escapar a Miami?, como sueña Leah.

Así el autor cumple con su prédica de maestro: “Aprender a mirar es el comienzo de todo, descubrir la poesía latente en las cosas, por simples que parezcan”. Por eso opino, recordando a Neruda, que Azriel Bibliowicz horneó pan de dios para quienes nos alimentamos de literatura, creyentes o ateos.

 

 

npadilla@elespectador.com

Por Nelson Fredy Padilla

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